martes, febrero 27, 2007

1917-2007: A noventa años de la Revolución Rusa.

La Revolución de Febrero de 1917: cuando el proletariado ruso derribó el zarismo

La historia burguesa procura desmoralizar a los trabajadores “demostrando” la imposibilidad de la revolución. Los marxistas, por el contrario, estamos muy interesados en ayudar a comprender a nuestra clase que, a pesar de las dificultades, sí es posible una transformación radical en el orden de cosas. La Revolución Rusa de Febrero de 1917 constituyó una de estas hazañas, tanto más inverosímil para la opinión pública burguesa cuanto que el régimen derrocado no era menos que la aparentemente todopoderosa autocracia zarista y sus sepultureros, obreros iletrados, mujeres y campesinos de uniforme.
El gigantesco imperio ruso constituía un régimen absolutista en el que regía una suerte de feudalismo imperfecto. Su atraso económico se expresaba también políticamente en la forma de monarquía medieval, en cuya cúspide se hallaba el Zar de todas las Rusias, Nicolás el sangriento.
El carácter de potencia imperialista local de Rusia se complementaba con su situación semicolonial de dependencia respecto a Francia y Gran Bretaña, quienes llevaron a cabo una intensa inversión fabril en el país. La inversión extranjera provocó el surgimiento de gigantescos centros industriales (principalmente San Petersburgo —Metal— y Moscú —textil—) en cuyas fábricas existía una concentración obrera muy superior a la de los países capitalistas más avanzados. Mientras que en EE.UU. sólo el 17,8% de los obreros fabriles trabajaban en fábricas de más de mil empleados, en Rusia ese porcentaje ascendía al 44,4%. Con todo, estas ciudades eran islas de proletariado rodeadas por un mar de campesinos. De los 150 millones de habitantes del Imperio, tan sólo 10 millones eran obreros. Pero su papel determinante en la economía, su concentración, homogeneidad, disciplina y conciencia los convertía en la única clase capaz de hacer avanzar la sociedad y en torno a la cual las demás clases sociales tenían que posicionarse.
Este desarrollo peculiar de la economía y la sociedad rusa engendraba, en palabras de Trotsky, una “amalgama de formas arcaicas y modernas” que se expresaba en la pervivencia anacrónica de una monarquía feudal a la que el reloj se le había detenido en el medievo. Nicolás II reflejaba en su psicología la decadencia de un régimen atemporal que se resistía a morir.
La “indigencia de fuerzas anímicas” del Zar —que por otra parte no le impedía hacer gala de una crueldad inhumana— generaban en él una indiferencia imbécil hacia cuanto le rodeaba. En mitad de profundas huelgas obreras y agitación social, escribía en su diario “14 de abril. Me he paseado con camisa-blusa ligera y he reanudado los paseos en lancha. He tomado té en la terraza”. Y así día tras día, año tras año. “He paseado un largo trecho y matado dos cuervos. He tomado té al oscurecer”. Su psicología decadente expresaba el callejón sin salida del régimen que presidía.
Lo cierto es que las imágenes recurrentes de George W. Bush hablando con su perrito Barney, en mitad de la crisis de Iraq, no son muy diferentes de lo descrito. Ambos mandatarios representan a sistemas sociales que hace mucho que dejaron de jugar un papel progresista en la Historia.

El movimiento obrero
en Rusia

Desde principios de siglo, el joven proletariado ruso, sometido a jornadas de trabajo inacabables y salarios de hambre, dio muestras de una gran combatividad. Contaba con poderosas organizaciones obreras y desde el año 1912 con un partido revolucionario —el Partido bolchevique1— en el que, al calor de la situación prerrevolucionaria de 1914 se encuadró el 80% de los obreros organizados de Petersburgo, principal centro industrial de Rusia.
La clase obrera había experimentado en muy pocos años una gran cantidad de acontecimientos, como la revolución de 1905, que puso contra las cuerdas al zarismo y en la que los trabajadores habían desarrollado por primera vez sus propios órganos de poder, los Sóviets o Consejos Obreros. El aplastamiento de la revolución al no haber ganado ésta a tiempo al campesinado —que fue utilizado, en forma de ejército, para ahogar en sangre la revolución— abrió un período de reacción negra. Pero la acumulación de experiencias y las conclusiones que de éstas extrajeron los obreros —proceso acelerado por la labor de educación política de los bolcheviques— unido a una reactivación económica, permitió que en pocos años el movimiento obrero se recompusiera. La primera mitad del año 1914, con ¡1.059.000 huelgas políticas! —no económicas— es el punto álgido de este nuevo período iniciado en 1912. Con todo, esta situación prerrevolucionaria tan avanzada se ve truncada en seco con el estallido de la I Guerra Mundial. Las manifestaciones obreras dan paso a marchas patrióticas y el nacionalismo impregna hasta el tuétano a la clase obrera, que cesa en el acto su actividad huelguística. Los bolcheviques, los dirigentes indiscutidos de la clase, quedan absolutamente aislados y su oposición a la guerra imperialista es rechazada, incluso físicamente, por los trabajadores. Los obreros bolcheviques son sacados de las fábricas y llevados al frente; la fuerza laboral se renueva un 40%, con jóvenes, mujeres y campesinos sin formación política ni experiencia. El régimen aprovecha la situación para atacar salvajemente a la izquierda, encarcelando a los revolucionarios y provocando el exilio de los dirigentes. La represión sobre los bolcheviques es acogida con indeferencia por parte de la clase obrera, envenenada por el chovinismo.
Pero las guerras tienen siempre dos caras. Si en las primeras etapas provocan un retroceso en el nivel de conciencia, el horror de sus consecuencias sobre los trabajadores agudiza más tarde las contradicciones sociales hasta su máxima expresión, al punto de transformarse en “parteras de la revolución”. Así ocurrió en 1905 con la guerra ruso-japonesa y volvería a ocurrir en 1917.

La situación previa
a febrero

A medida que la guerra avanzaba, los fulgores patrióticos iban remitiendo. La Guerra Mundial supone una auténtica carnicería para el pueblo ruso, que con dos millones y medio de muertos supera a las bajas producidas en cualquiera de los países beligerantes. Las continuas derrotas militares no ayudan tampoco a inflamar el espíritu nacional. Los soldados son tratados como bestias por los oficiales y su equipamiento es totalmente insuficiente. Las muertes por frío y por hambre en el frente se equiparan a las producidas por los obuses.
Casi 16 millones de almas son movilizadas durante toda la guerra. Pero este gigantesco ejército de obreros y campesinos es constantemente reducido a una masa de carne muerta. La superioridad técnica y militar alemana es apabullante. El odio a la guerra y hacia quienes les obligan a combatir va prendiendo entre los soldados. Surgen los primeros motines, como el ocurrido en 1915 en el acorazado Hangut. La postura bolchevique de oposición frontal a la guerra imperialista, que tan caro les costó al inicio de ésta, es ahora la única que conecta con los soldados. La izquierda reformista —mencheviques y socialrevolucionarios— claudicó, al sumarse al coro patriótico.
En el interior la situación empeora día a día. La producción dirigida al frente, asciende al 50% de la producción nacional; desorganiza la economía y provoca desabastecimiento. Éste dispara la inflación. A principios de 1916 el consumo de la población se reduce un 50%. Los obreros y las recién incorporadas obreras observan como tras largas jornadas de trabajo extenuante, la inflación ha reducido a la nada sus salarios. Surgen interminables colas para comprar pan. El 20 de febrero de 1917 el hambre azuza y se saquean panaderías en San Petersburgo.
Y entre tanto, con insultante indiferencia, la sociedad burguesa disfruta de la vida en continuas fiestas. Las fábricas textiles logran beneficios del 75% en 1915 y 1916.
Las huelgas resurgen en 1915. Son motivadas por cuestiones inmediatas, como los bajos salarios y la carestía del pan. Los mítines se celebran en todas las fábricas y la propaganda bolchevique circula.
Pronto, las huelgas económicas dan paso a otras de un nivel superior, las huelgas políticas. La represión arrecia. En varias ciudades mueren obreros en enfrentamientos con la policía. Los trabajadores van sacando conclusiones y relacionando sus problemas con la guerra y la autocracia. El año 1917 vive un auténtico auge huelguístico: 570.000 huelgas políticas tan sólo entre enero y febrero. Los días previos al estallido de la revolución, no hay carne en Petersburgo, la harina escasea y se agota el carbón. La temperatura se aproxima al punto de ebullición.
Con todo, el despertar de la clase obrera pilla al partido bolchevique en una situación de debilidad extrema. En San Petersburgo —Petrogrado, después de Febrero— el partido no cuenta con más de 2.000 miembros. En Moscú, tan sólo con 600. Disponen de pequeñas células en las fábricas más importantes —150 militantes en la Putílov, 80 en la Old Lessner…— e incluso en el ejército, especialmente entre los marineros del Báltico, pero apenas hay vinculación entre ellas.
El partido había sido ilegalizado, los cinco diputados obreros de la testimonial Duma —parlamento— detenidos, los dirigentes encarcelados o en el exilio y la dirección tremendamente debilitada por la represión, la clandestinidad, la infiltración policial y el largo período de aislamiento de las masas. El partido estaba diezmado cuando la revolución estalla. Lo cierto es que la dirección del partido en Petersburgo no organiza el inicio de la revolución. Pero decenas de miles de obreros habían sido educados por los bolcheviques durante los años anteriores. Eso fue decisivo.

La mujer y la revolución

La guerra y la movilización de los obreros al frente acrecentó enormemente la entrada de las mujeres a las fábricas. Al iniciarse la guerra, un tercio de los obreros industriales eran mujeres. El Partido bolchevique realizaba una seria labor para organizar y ganar a las mujeres obreras. Desde 1913 Pravda, el periódico bolchevique, publicaba una página dedicada a los problemas de la mujer trabajadora. Un año después lanzaron un periódico destinado a las mujeres, Robotnitsa —Mujer Obrera— que abordaba los problemas específicos de las trabajadoras, vinculándolos a la lucha conjunta con los obreros contra el capitalismo y cerrando el paso al feminismo burgués. La propaganda bolchevique en este frente era vital: su importancia se expresa en que la revolución de febrero la inician las mujeres obreras.
Ellas son uno de los sectores más oprimidos de la clase trabajadora. Sujetas a los abusos más brutales por parte de los patronos, aplastadas culturalmente, constreñidas intelectualmente al opresivo mundo doméstico, constituyen en períodos normales un baluarte importante para la rutina, la inercia, la tradición, la prudencia, el recato, el miedo y el sentido común y la sensatez burguesas. Y por eso mismo, cuando se desatan, cuando se liberan de esa losa tremenda, de ese peso muerto, ascienden hasta lo más alto. No rompen sus prejuicios de forma gradual sino explosiva, y no de uno en uno, sino en bloque. Dialécticamente se convierten en su contrario. De ser el sector más moderado y temeroso, pasan a ser el más radical y audaz. Su odio hacia el viejo poder, que las mantenía al margen de la vida, es infinito y no están dispuestas a volver a la situación anterior. Por eso son más valientes que sus compañeros y las primeras en encararse a la policía y en exigir al soldado que cambie de bando.

Cinco días de Febrero

.Jueves 23 de febrero2: El día 23 se conmemoraba el día de la mujer trabajadora. Nada anticipaba que ese día estallaría la revolución. La dirección bolchevique de Petersburgo aconseja a las obreras no ir a la huelga, por miedo a la represión. Las trabajadoras del textil hacen caso omiso, van a la huelga y mandan delegaciones a las factorías metalúrgicas para pedir a los obreros que apoyen su huelga.
Este comportamiento es un método de actuación recurrente del movimiento obrero también en la actualidad. Salvando todas las distancias, hace unos días podíamos leer en La Voz de Galicia: “La reducción de cinco empleos en la empresa auxiliar Auximetal, desencadenó ayer una movilización en masa, que convocó en la calle a más de mil trabajadores [en Vigo]” (...) “La protesta de ayer se inició en [el astillero] Vulcano, y paralizó la actividad industrial de unos 600 empleados que se encaminaron posteriormente al astillero de Barreras, donde se sumaron también al paro otros 800 trabajadores. A continuación, los manifestantes se dirigieron a las instalaciones de los astilleros Cardama y Freire, donde otros cientos de empleados cesaron también su actividad” (La Voz de Galicia, 10/1/2007).
· Viernes 24: Los trabajadores organizan mítines a primera hora en las fábricas y la mitad de los obreros industriales (200.000) se ponen en huelga. Las reivindicaciones económicas dan paso a las políticas. El grito de “pan” es sustituido por el de “paz” y “abajo la autocracia”. Se producen choques violentos con la policía. Las masas no retroceden ante la represión. El Gobierno saca a la caballería cosaca para reprimir, pero ésta se muestra indecisa, ante la valentía de los manifestantes y sus súplicas de apoyo.
· Sábado 25: 300.000 obreros van a la huelga. La pequeña empresa también para. Es una huelga general política. Los enfrentamientos armados con la policía se recrudecen. Hay muertos en ambos bandos. Los cosacos se resisten a reprimir. Algunos incluso disparan contra la policía.
El Gobierno lleva acabo la fase decisiva del plan de represión: saca a los soldados de los cuarteles, fusil en mano, para aplastar el movimiento (la guarnición de Petersburgo contaba con 150.000 hombres). Pero algunos soldados confraternizan con el pueblo, como ocurre en toda revolución; como ocurrió en Venezuela durante el golpe de Estado de 2002 y en Bolivia durante la insurrección obrera de 2005.
No obstante, presionados por los oficiales, un pelotón abre fuego, asesinando a tres manifestantes.
Este es el momento decisivo. Las cartas están echadas. De la actitud del ejército depende el triunfo de la revolución o su aplastamiento sangriento.
Los obreros se dirigen a los soldados audazmente, los rodean, penetran entre sus filas, les imploran y exigen que vuelvan las bayonetas contra los oficiales. La propaganda previa realizada por los bolcheviques entre la tropa ya desde 1915, cobra ahora una importancia decisiva. Pero romper el ejército exige decisión. No basta con la propaganda, es necesario que los soldados vean valentía en los obreros y decisión de llegar hasta el final. Si se pasan de bando, sólo el triunfo de la revolución les librará de ser fusilados. En su mente se desarrolla una lucha dramática.
· Domingo 26: El día amanece con los barrios obreros de Viborg y Peski tomados por los obreros. La policía ha huido. Han surgido soviets en diferentes puntos. Pero la noche anterior el comité bolchevique de Petersburgo había sido detenido. Es domingo. No se trabaja. Pero los obreros se dirigen desde los barrios hasta el centro de la ciudad. Desde algunos puntos los soldados disparan a la multitud para que cese su avance. Pero este no se detiene. Los muertos ascienden a 40 al final del día. Los obreros exigen a los soldados que no disparen. El regimiento de Pavlosvski se subleva. Son rodeados y apresados. Pero el ejército sabe que al día siguiente será obligado a ametrallar a los obreros.
· Lunes 27: Los obreros vuelven a las fábricas. En asamblea deciden proseguir la lucha. Sólo ahora aparecen panfletos bolcheviques. Los obreros se dirigen a los cuarteles para sublevar a la tropa. Son repelidos por disparos. Es el punto crítico. “O la ametralladora barre la insurrección o la insurrección se apodera de la ametralladora”. Y aconteció lo último. Uno tras otro, los destacamentos se van sublevando cuando son sacados de los cuarteles para reprimir el movimiento. Los oficiales son fusilados. Los soldados sublevados se dirigen al resto de los cuarteles y arrastran a las tropas. Los obreros se ponen a la cabeza de los insurrectos, asaltan las armerías y dan instrucciones. Se producen refriegas por toda la ciudad. Los últimos destacamentos leales al Zar se van pasando de bando o son derrotados. Por la tarde, los obreros y soldados toman el Palacio de Táurida, sede del Zar, que había huido. Éste abdica.
El Gobierno intenta enviar tropas leales del frente, pero el generalato teme que estas se subleven. No queda en toda Rusia un solo regimiento leal al Zar.
La toma de Petersburgo rompe la presa. Todas las ciudades emprenden de inmediato el mismo camino, ahora sin combates. El 27 empiezan las huelgas en Moscú. A las dos de la tarde los soldados acuartelados en Moscú se sublevan. El 1 de marzo, Tver, Nijni-Novogorod, Samara y otras ciudades, siguen los pasos de Petersburgo y Moscú. La revolución llega a las provincias el día 2. Ni un solo soldado estuvo dispuesto a luchar por Nicolás II.
De forma aparentemente espontánea, los obreros petersburgueses, sin dirección al principio, sin un plan y desarmados en los primeros compases de la revolución, acababan en cinco días con el todopoderoso Zar de todas las Rusias.

¿Espontaneísmo?

La dirección del partido bolchevique en Petersburgo no estuvo a la altura al inicio de la revolución. No supieron calibrar correctamente el ambiente entre las masas. Pero si las masas arrojadas a la acción no contaron con un plan centralizado, sí hallaron en los obreros bolcheviques de base una suerte de dirección descentralizada.
Los escasos militantes bolcheviques, obreros y soldados, poseían la ventaja sobre las amplias masas de comprender el proceso general de la revolución, los procesos que se gestan en la mente del soldado, el problema agrario... Habían conquistado una gran autoridad entre los trabajadores a raíz del papel dirigente que el bolchevismo desempeñó en el período prerrevolucionario que precedió al estallido de la guerra. Su formación política y experiencia les permitía convertir en consignas y en un programa las aspiraciones de las masas. Los obreros y soldados bolcheviques de base jugaron un papel de dirección en las jornadas revolucionarias de febrero. Muchos de ellos son héroes anónimos. Pero de otros sí conocemos sus nombres: Raskólnikov, marinero bolchevique de la flota del báltico, jugó un papel importante en los días de febrero. Kayúrov, dirigente bolchevique de la barriada de Viborg lideró a un grupo de obreros para dirigirse a los cosacos y ganarse su apoyo el 25 de febrero.
El 27 de febrero el bolchevique V. Alexeyev formó un grupo de asalto con los trabajadores jóvenes de la fábrica Putílov para atacar a la policía e incautarse de sus armas.
En Moscú, el soldado bolchevique Muralov comandó un regimiento completo que ocupó puntos clave de la ciudad. Chugurin, Schlyápnikov y muchos otros completan el cuadro descrito.
En el momento decisivo, un solo individuo, pertrechado con la teoría marxista y la voluntad revolucionaria, puede aglutinar en torno a sí a miles más. Ahí radica la importancia de la formación política para los obreros revolucionarios.

La paradoja de la Revolución de Febrero

Al calor de la revolución, los obreros desarrollan en Petersburgo y después en toda Rusia sus propios órganos de Poder, recuperando esta forma organizativa que ya desplegaran en 1905: los sóviets. Estos nacieron inicialmente como comités de lucha formados por delegados elegidos y revocables en cualquier momento en cada fábrica para coordinar la movilización, y terminaron uniéndose a nivel de cada barrio, localidad y de todo el país, asumiendo tareas de dirección estatal: control obrero en las fábricas, organización del transporte, reparto de subsistencias, etc., disputando al poder burgués, al Gobierno Provisional formado después de Febrero, sus propias atribuciones.
Pero la Revolución de Febrero llevada acabo por el proletariado era todavía ingenua. Los obreros buscan en un primer momento el camino de menor resistencia para resolver sus problemas, para conseguir el pan, la paz y la tierra para los campesinos. Entregan el poder en los sóviets a los reformistas (mencheviques y socialrevolucionarios) quienes aparentan representar una salida más fácil a sus problemas. Los reformistas entregan de inmediato el poder a la burguesía, representada en el Gobierno Provisional. Los obreros, aliados con los soldados, que tenían en la práctica el poder, ven como éste les es arrebatado sibilinamente. Pero el proletariado adquirirá pronto conciencia de esta situación y resolverá esta paradoja en el transcurso de los siguientes meses.

Lucas Picó

1. El Partido tradicional de la clase obrera rusa era el Partido Obrero socialdemócrata Ruso (POSDR). En 1903 el partido se divide en dos facciones debido a diferencias organizativas. En 1904 estas diferencias se convierten en serias divergencias políticas (en especial acerca de la actitud ha tomar respecto a la burguesía) Las facciones son los mencheviques (reformistas, partidarios de la colaboración con la burguesía) y los bolcheviques (revolucionarios). En 1912 el POSDR se escinde.
2. Hasta la Revolución de Octubre el calendario ruso se correspondía con el viejo calendario bizantino, que se hallaba trece días retrasado respecto al calendario occidental. El 23 de febrero corresponde al 8 de marzo.

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