domingo, abril 01, 2007

150 años del Manifiesto Comunista.

El Manifiesto Comunista fue publicado por primera vez hacia fines de febrero o inicios de marzo de 1848, en Londres. Como fue establecido por Bert Andreas, es probable que el propio Marx haya llevado los originales de Bruselas, su residencia en el exilio, para Londres, en la última semana de febrero de 1848. La urgencia fue dictada por la estallido (día 22) de la "Revolución de Febrero" en Francia. El Manifiesto había sido encomendado, tres o cuatro meses antes, por la Liga de los Comunistas, al propio Marx.

El Manifiesto y 1848

Cuando El Manifiesto fue encomendado en noviembre de 1847, todos creían que Europa estaba a las puertas de una revolución. A pesar del sentimiento general de urgencia, Marx, aparentemente despreocupado, se demoró en entregar el documento. Hacia fines de enero, la dirección de la Liga de los Comunistas, residente en Londres, envió a Marx una carta impaciente: "Informamos que el Comité Regional de Bruselas deberá comunicar inmediatamente al ciudadano Marx que si el Manifiesto del Partido Comunista, cuya redacción él mismo consintió en realizar, no llegara a Londres hasta el martes 1º de febrero, las mayores medidas serán tomadas contra él. En caso que el ciudadano Marx no escriba el Manifiesto, el Comité Central exige la inmediata devolución de los documentos que le fueran cedidos por el Congreso (de la Liga)".
La carta estaba firmada por Bauer, Schapper y Moll, tres obreros alemanes exiliados en Londres, que por entonces eran dirigentes de la Liga. El Manifiesto coincidió con el inicio de la esperada revolución. Ella estalló en Suiza, se expandió rápidamente a Italia y París, luego hacia Renania, Prusia y, enseguida, hacia Austria y Hungría.
En realidad, el levantamiento revolucionario europeo de 1848 era largamente esperado. Como afirma Eric J. Hobsbawm: "La catástrofe de 1846/1848 fue universal, y la disposición de ánimo de las masas, siempre dependiente del nivel de vida, tensa y apasionada. Un cataclismo económico europeo coincidió con la visible erosión de los antiguos regímenes. Un levantamiento campesino en Galitzia en 1846; la elección de un Papa ‘liberal’ en el mismo año; una guerra civil entre radicales y católicos en Suiza hacia fines de 1847, ganada por los radicales; una de las constantes insurrecciones autonomistas sicilianas en Palermo a inicios de 1848... Todo eso no era polvo y viento, sino los primeros rugidos de la tempestad. Todos sabían eso. Difícilmente una revolución haya sido más universalmente pronosticada, aun sin determinar en qué país y fecha daría inicio. Todo un continente aguardaba, presto para transmitir las primeras noticias de la revolución, de ciudad en ciudad, a través de los hilos del telégrafo" (1).

La Liga de los Justos y el Comunismo

El término "comunista" merece una explicación. En la época, el "socialismo" era considerado una doctrina burguesa, identificada con los distintos esquemas reformistas experimentales y utópicos de los ideólogos pequeño-burgueses. Los comunistas eran aquellos que estaban claramente a favor del derrocamiento revolucionario del orden existente y del establecimiento de una sociedad igualitaria. El comunismo de aquella época se originaba de una rama de extrema izquierda del jacobinismo francés, representado por Graco Babeuf (I) y Felipe Buonarroti (II).
La Liga de los Justos estaba compuesta por trabajadores, principalmente artesanos alemanes exiliados, localizados en Londres, Bruselas y París, y en algunas partes de Alemania. No se trataba de obreros modernos trabajando en grandes fábricas mecanizadas. Sin embargo, fueron atraídos por las concepciones de Marx y Engels acerca de la naturaleza de la sociedad capitalista moderna. La Liga de los Justos usaba en su bandera el eslogan "¡Todos los Hombres son Hermanos!". Cuando abrazó las concepciones de Marx y se transformó en Liga de los Comunistas, adoptó el llamado del Manifiesto: "Trabajadores del mundo, ¡uníos!".
La vieja Liga de los Justos ofrecía la particularidad de que, como federación, era secreta, aun cuando sus secciones (de Francia, Alemania, Bélgica y la "Asociación de Obreros Alemanes", grupo formado por Schapper, residente en Londres) eran legales y actuaban a plena luz del día.
En el seno de la "Asociación de Obreros Alemanes", habrían de enfrentarse las dos concepciones, pues uno de sus miembros más influyentes, Wilhelm Weitling (que era entonces el jefe espiritual de la Liga de los Justos, y que no tardó en ser alejado de la Asociación), apenas admitía una forma de propaganda, la de las sociedades clandestinas de conspiradores, en tanto Marx exigía que se pusiese fin a la propaganda secreta y que se transformasen las limitadas agitaciones subterráneas en un vasto y visible movimiento de masas.
De acuerdo con Emilio Frugoni: "A causa del Congreso de Viena (III) surgió todo ese florecimiento de sociedades secretas que minaba el terreno de la vida política y social del continente europeo. En Francia, como ya dijimos, las asociaciones blanquistas eran una forma de ‘carbonarismo’ (IV). La ‘Liga de los Justos’ surgió de la ‘Liga de los Exiliados’. Estos eran intelectuales emigrados de diversas naciones. Algunos artesanos que habían ingresado en esa Ligue des Bannis acabaron separándose de los intelectuales y formando la ‘Liga de los Justos’. Compuesta casi exclusivamente por obreros, ella luego se transformó en socialista, tendencia que se desarrolló por completo con el golpe de fuerza ensayado por los blanquistas en 1839, en el cual tomaron parte algunos miembros de la Liga" (2).

Marx y la Liga

En realidad, la Liga se hizo "comunista": de acuerdo con David Riazanov, se trataba del "socialismo revolucionario, el comunismo, que la burguesía bautizó con el nombre de blanquismo, derivado de Auguste Blanqui" (3), quien encabezó el frustrado levantamiento de mayo de 1839. Marx en París (donde residió desde fines de 1843 hasta el 5 de febrero de 1845, cuando fue expulsado por sus colaboraciones con el Vorwärts y partió para Bruselas) se mantuvo al margen de las sociedades secretas. No adhirió a la "Liga de los Justos", a pesar de frecuentar sus reuniones en la calle Vincennes, según un informe de la policía prusiana, y a pesar de la estima que tenía por los artesanos comunistas, en cuanto hombres y luchadores. "Entre ellos, escribió en 1844, la fraternidad no es una palabra vacía, sino una realidad, y toda la nobleza de la humanidad irradia de esos hombres endurecidos por el trabajo", en quienes Marx admiraba "el gusto por el estudio, la sed de conocimientos, la energía moral, la necesidad de desenvolvimiento". Invitado por la Liga de los Justos a adherirse a ella, Marx se afilió recién a inicios de 1847. Fueron establecidos nuevos estatutos, cuyo primer artículo decía: "El fin de la Liga es el derrocamiento de la burguesía, el reino del proletariado, la supresión de la antigua sociedad burguesa fundada en el antagonismo de clases y el establecimiento de una nueva sociedad sin clases y sin propiedad privada".
La Liga fue reorganizada para tornarse democrática, luego que Marx y Engels exigieran que se suprimieran de ella todo aquello que favoreciese la "superstición autoritaria". Se puso fin a todo tipo de conspiración, que requería métodos dictatoriales de dirección, y la actividad de la Liga se concentró en la propaganda pública, por lo menos cuando eso era posible. El Congreso aprobó la publicación de una revista, cuyo único número apareció en setiembre de 1847, con el título de Revista Comunista. En ese número aparece sustituido el antiguo lema de la Liga: "Todos los Hombres son Hermanos", por aquel indicado por Engels a sugerencia de Marx, y que sería el grito de guerra con el que habría de cerrarse el Manifiesto: "Proletarios de todos los países, uníos". Así se llegaba al fin del proceso evolutivo que había conducido a la Liga desde el comunismo idealista de los artesanos alemanes, o el comunismo "filosófico y sentimental" de Weitling; desde "la mezcla de socialismo o comunismo franco-inglés y de filosofía alemana que constituía la doctrina secreta de la Liga", según las palabras del propio Marx, a "una observación científica de la estructura económica de la sociedad burguesa, único fundamento teórico sólido" para sustituir la aspiración de realizar "un sistema utópico cualquiera, por una participación consciente en el proceso histórico de la revolución social que se verificaba bajo nuestras narices".

Conspiración y Comunismo

Ya desde mucho antes de su adhesión a la Liga, Marx y Engels eran conocidos como comunistas, como lo revela este informe de la policía alemana, del 14 de febrero de 1846: "Tres jefes comunistas alemanes, entre quienes se encuentra Karl Marx, están preparando la edición de 8 volúmenes sobre el comunismo, su doctrina, sus conexiones, su situación en Francia y en Inglaterra. Los otros dos colaboradores son Engels y (Moses) Hess, conocidos comunistas, el primero de los cuales llegó aquí desde Suiza. La obra será publicada en la imprenta de Der Deutsche Steuermann de París" (4).
El pasaje de las "sociedades secretas" a las sociedades obreras comunistas fue un complejo proceso histórico. Según Bert Andreas: "La Liga de los Justos debía algunos trazos de su organización secreta (como el concepto de comunismo) a las sociedades secretas neobabeuvistas, con las cuales las comunas de la Liga en París tenían estrechas relaciones. Los miembros de la Liga estaban obligados a difundir los principios, hacer nuevos reclutamientos, fundar asociaciones oficiales de obreros y artesanos... Fue solamente en los grandes centros de la Liga, en París y Londres, y más tarde en Ginebra, donde las comunas tuvieron una existencia y una actividad continuas, apoyándose siempre en asociaciones obreras paralelas".
El cambio tuvo su epicentro en Inglaterra, donde el desarrollo industrial era más avanzado y la actividad de la clase obrera más abierta. La Convención General de las Clases Obreras de Gran Bretaña, primer parlamento obrero, convocada a principios de 1839 por los cartistas, había discutido públicamente durante meses la organización de la huelga general como medio de conquista del poder. El horizonte político de los Justos de Londres fue ampliado considerablemente. El mismo Andreas sostiene que "existía ahí una clase obrera nacida de la fábrica, que hacía valer sus reivindicaciones a través del poderoso movimiento cartista; había libertad de reunión y de asociación; había en aquel lugar numerosos obreros y artesanos de todos los países europeos, exiliados políticos franceses, alemanes, italianos y polacos de todas las opiniones. (La Liga tenía) a pesar de ser el elemento germánico fuertemente preponderante, un carácter internacional".
Simultáneamente, un segundo proceso, esencial, tenía lugar: "Al tiempo que la antigua desconfianza en relación a los ‘intelectuales’ comenzaba a desaparecer entre los obreros y sus representantes, y ‘el proletariado va a buscar sus armas intelectuales en la filosofía’, los filósofos descubrían en los obreros, en esos ‘bárbaros’ de nuestra sociedad civilizada, el ‘elemento práctico de la emancipación del hombre’. Después de la rebelión de los tejedores de Silesia en junio de 1844, Marx declaraba, en Vorwärts, que Alemania no podía ‘encontrar el elemento activo de su liberación sino en el proletariado’ " (5).

La influencia del Cartismo

Tomando en consideración esta historia, se vuelve comprensible el fragmento del Manifiesto consagrado a la "actitud de los comunistas frente a otros partidos obreros": "Ella estaba dictada por el estado del movimiento obrero en aquella época, particularmente en Inglaterra. Los cartistas que habían ingresado en la Liga, lo hicieron con la condición de que pudiesen mantener la ligazón con el partido. Su intento era organizar una especie de núcleo comunista en el cartismo, para allí expandir el programa y los objetivos de los comunistas" (6).
La influencia del movimiento cartista fue, por lo tanto, decisiva para el surgimiento del "comunismo obrero". El cartismo, a su vez, testimonia el impetuoso surgimiento de la clase obrera en el escenario social europeo. Ya hacía tiempo que esta enorme fuerza social, en pleno proceso de formación, no se limitaba al plano defensivo o a la actividad puramente sindical, sino que también se proyectaba a la acción política. En enero de 1792, ocho hombres fundaron el London Corresponding Society, que se organizó en grupos de treinta miembros, basada en una contribución financiera accesible a los obreros. Hacia fines de ese año, la sociedad contaba ya con tres mil miembros. Sus objetivos: sufragio universal, igualdad de representación, parlamento honesto, fin de los abusos contra los ciudadanos humildes, fin de las pensiones otorgadas por el parlamento a los miembros de las clases dirigentes, menor jornada de trabajo, disminución de los impuestos y entrega de las tierras comunales a los campesinos. En esa misma época, el libro de Tom Paine, Los Derechos del Hombre, defendía a la Revolución Francesa y a la Independencia americana, atacando a la monarquía inglesa a favor del republicanismo. Publicado en inglés, céltico y gaélico, vendió 200 mil ejemplares en Gran Bretaña, y se transformó en el "manual universal del movimiento obrero".
En 1795, los dirigentes de la sociedad fueron apresados y ésta comenzó a decaer. Pero ella fue, sin duda, el antecedente de la primera gran organización política obrera, el cartismo inglés, así llamado por basarse en la Carta del Pueblo, proclamada en 1838. La reforma electoral de 1832, arrancada por la burguesía industrial a la monarquía, elevó el cuerpo electoral de 400 mil a 800 mil miembros: satisfacía los intereses de la burguesía, de ahí en más dueña del poder político, pero no al proletariado, pues sobrevivía el voto calificado (ligado a la propiedad). En 1836, los obreros condenados en revueltas anteriores fueron indultados, y comenzaron a regresar a Inglaterra.
En ese contexto, la Carta es proclamada y organizada en 1838: voto universal y secreto, abolición de la calificación (abolición del voto por nivel de renta), remuneración para los miembros del Parlamento (permitiendo el ingreso en él de trabajadores), nivelación de los distritos electorales, parlamentos anuales (control más efectivo y revocabilidad de los representantes). En base a este programa democrático, el cartismo organizó manifestaciones de masas y hasta una huelga general, en 1842, que abarcó a más de 50 mil obreros y que inauguró la práctica de los "piquetes móviles", después mundialmente difundida. En 1847, la última ola de actividad cartista conquistó la jornada de 10 horas: la primera victoria histórica de la clase obrera fue producto de un movimiento claramente político.
Alrededor de 1848, el movimiento cartista ya estaba despedazado y derrotado. No obstante, su importancia histórica puede ser medida por el hecho de haber lanzado y haber dado una base de masas a dos reivindicaciones centrales del proletariado, que tendrían importancia decisiva en la estructuración contemporánea de la sociedad inglesa, y de las sociedades capitalistas en general: a) la reducción de la jornada de trabajo; b) el sufragio universal y secreto.

Reformismo y Utopismo

El cartismo anticipó los debates posteriores del movimiento obrero, al escindirse en dos alas: 1) el ala partidaria de la fuerza moral, confiada en una alianza con sectores de la burguesía y en la presión moral de la justeza de sus reivindicaciones, que los llevaría a la victoria; esta ala basaba su acción en el Sur de Inglaterra, donde predominaban los viejos trabajadores artesanales; 2) el ala partidaria de la fuerza física, responsable por la organización de las huelgas y convencida de que sólo la acción directa de los obreros la llevaría al triunfo; su base de reclutamiento era el Norte industrial, especialmente los obreros de Manchester, núcleo de la revolución industrial y del proletariado fabril moderno. La Carta anticipó debates posteriores sobre reformismo y revolución.
Según Wolfgang Abendroth, en este período "los trabajadores se consideraban parte de las camadas populares de la nación, y permanecían prisioneros de esa ideología. Su privación de derechos sólo podía ser eliminada exigiendo para todos los ciudadanos el mismo derecho en determinar la actividad del poder político, de modo que no se abusase del Estado en provecho de unos pocos. Reclamaban para sí mismos los derechos de libertad correspondientes al derecho natural. Pero no eran capaces de colocar exigencias diferentes al pensamiento de los demócratas burgueses radicales" (7). En la práctica, en realidad, estuvieron bien lejos de eso.
El desarrollo social y político de la clase obrera creó las bases sociales para la superación del "socialismo" hasta entonces existente, tanto en Francia (Saint-Simon, Fourier) como en Inglaterra (Owen). El término "utopistas", aplicado a estos tres visionarios, fue así explicado por Engels: "Si los utopistas fueron utopistas, es porque, en una época en la que la producción capitalista estaba aún tan poco desarrollada, ellos no podían ser otra cosa. Si fueron obligados a extraer de sus propias cabezas los elementos de una nueva sociedad, es porque, de una manera general, estos elementos no eran todavía bien visibles en la vieja sociedad; si se limitaron a apelar a la razón para lanzar los fundamentos de su nuevo edificio, es porque no podían, aún, recurrir a la historia contemporánea".
En la propia Francia, el socialismo no basado en la lucha de clases tuvo su continuación en el trabajador artesanal zapatero Pierre-Joseph Proudhon, quien en La Organización del Crédito afirmaba: "Lo que precisamos, lo que reivindico en nombre de los trabajadores, es la reciprocidad, la igualdad en el cambio, la organización del crédito". El crédito gratuito era la solución del problema social: con él, los trabajadores "comprarían" su libertad del capitalista. "La propiedad es un robo", había afirmado Proudhon contra el capitalismo, proponiendo un sistema mutualista, basado en la gratuidad del crédito. Pero fracasaron sus tentativas de organizar un Banco de los Trabajadores (por la lógica concurrencia de los bancos capitalistas). Como dice George Lichteim, "no se trataba de un sistema socialista, por carecer de un planeamiento central, y menos aún era comunista. ¿Qué era? Tal vez, apenas la peculiar visión que Proudhon dio del socialismo". A pesar de criticarlo, Marx vio en Proudhon, un zapatero, la demostración de la capacidad de pensamiento independiente de la clase obrera.
Otro francés, Louis Blanc (V), por su parte, proponía que el Estado remediase el problema social. En La Organización del Trabajo, criticaba la economía individual, sosteniendo que la economía colectiva (la fábrica) acabaría por imponerse. "El Estado Popular debe regular la producción". Para eso, crearía Oficinas Nacionales mixtas (privadas y estatales), a fin de que todos pudiesen tener trabajo. "La concurrencia llevará a la transformación social pacífica", afirmaba, rechazando explícitamente todo acto de violencia revolucionaria. Y completaba: "La revolución social puede ser alcanzada, tal vez con mayor facilidad, a través de la colaboración entre los obreros y la burguesía". Para esto, un instrumento: el sufragio universal (Estado Popular). Fue con referencia a estos dos últimos que Marx (en Miseria de la Filosofía, de 1847) afirmó que "el ideal correctivo que gustarían de aplicar al mundo no es sino el reflejo del mundo actual. Es totalmente imposible reconstruir la sociedad sobre la base de una sombra embellecida de la misma. En la medida en que la sombra se transforma en cuerpo, se percibe que el cuerpo, lejos de ser el sueño imaginado, es apenas el cuerpo de la sociedad actual".
De acuerdo con Jean-Christian Petitfils, "ni la reforma electoral, ni el desenvolvimiento del movimiento cartista interesaron a Robert Owen, para quien el sufragio universal era una simple ‘manía popular’. En Francia, las oposiciones dinásticas y las aspiraciones republicanas de la oposición, dejaron a Saint-Simon y Fourier indiferentes. Ambos salieron de las pruebas de la Revolución de 1789 bastante decepcionados, por no decir más, sin grandes simpatías por los jacobinos o por los babeuvistas".

El "Partido Comunista Verdaderamente Actuante"

Paralelamente a los grandes constructores de sistemas sociales, se desenvolvió otra tendencia, directamente ligada a los movimientos populares. Fue la tendencia radical de las revoluciones democráticas, caracterizada por sus propuestas igualitarias, que fueron paulatinamente designadas con el término "comunismo".
Engels rastreó los orígenes de esa tendencia en los primeros grandes levantamientos contra la aristocracia, "en la época de la Reforma y de las guerras campesinas en Alemania, la tendencia de los anabaptistas (VI) y de Thomas Münzer; en la gran revolución inglesa, los levellers; y, en la gran Revolución Francesa, Babeuf. Y esos levantamientos revolucionarios de una clase incipiente son acompañados, a su vez, por las correspondientes manifestaciones teóricas: en los siglos XVI y XVII, surgen las descripciones utópicas de un régimen ideal de sociedad; en el siglo XVIII, teorías ya declaradamente comunistas, como las de Morelly y Mably. La reivindicación de la igualdad no se limitaba a los derechos políticos, sino también a las condiciones sociales de vida de cada individuo. Ya no se tenía en la mira abolir apenas los privilegios de clase, sino acabar con las propias diferencias de clase".
Karl Marx vio en esta tendencia "el partido comunista verdaderamente actuante". En sus Principios de Comunismo, anteriores al Manifiesto, Engels respondió así la pregunta "¿qué es el comunismo?": "Es un sistema según el cual la tierra debe ser un bien común a los hombres. Cada uno debe trabajar y producir de acuerdo con sus capacidades, y gozar y consumir de acuerdo con sus fuerzas". Lo diferenció claramente del "socialismo", "que debe su nombre a la palabra latina socialis. Se ocupa de la organización de la sociedad y de las relaciones entre los hombres. Pero no establece ningún sistema nuevo: su ocupación principal es componer el viejo edificio, esconder sus fisuras, obra del tiempo. Como máximo, como los fourieristas, pretenden construir un sistema nuevo encima de los viejos y podridos cimientos del llamado capitalismo".
En el momento más radical de la revolución inglesa del siglo XVII, una mayoría parlamentaria llegó a apoyar a los levellers ("igualitarios" o "niveladores"), quienes procuraban llevar las ideas democráticas a su conclusión lógica, atacando todos los privilegios y proclamando la tierra como una herencia natural de los hombres. Los levellers se concentraban en la reforma política: el socialismo implícito de su doctrina aún se expresaba en lenguaje religioso. Sus continuadores radicales fueron los diggers ("cavadores"), mucho más precisos en relación a la sociedad que deseaban establecer y que, totalmente descreídos de una acción política de tipo normal, sólo confiaban en la acción directa. Pero la revolución inglesa fue victoriosa como revolución burguesa, conciliándose finalmente con la monarquía y eliminando a sus alas radicales.
El período más radical de la Revolución Francesa también concluyó con la derrota de su dirección (los jacobinos, dueños del poder entre 1792 y 1794), pero éstos también tuvieron sus continuadores radicales en la llamada "Conspiración de los Iguales", encabezada en 1796 por Graco Babeuf. Como el propio nombre lo indica, esta fracción proponía un programa de propiedad comunal para profundizar la revolución, una especie de socialismo agrario (la industria aún estaba escasamente desarrollada). Y fue menos una conspiración que una continuación de las insurrecciones contra la reacción antijacobina —o Thermidor— instalada en el poder, las revueltas de Germinal y Prairial (VII). Según Daniel Guérin, Babeuf y sus amigos entraron en contacto con los sobrevivientes de esas insurrecciones, aprobando sus proyectos de poder popular y criticando la debilidad de esas tentativas, su desorganización. Los Iguales constituirían una organización centralizada, cuyo programa criticaba "la ley bárbara dictada por el capital", "que hace mover una multitud de brazos, sin que aquellos que los mueven recojan de ahí los frutos". Según Guérin, en su clásico Bourgeois et Bras-Nus, el perfeccionamiento del maquinismo y el progreso técnico estaban en la base del colectivismo de los Iguales, cuya propuesta política "llegó a lindar con la democracia directa, de tipo comunal y de consejos" (dirigentes electos directamente por la base y permanentemente revocables).

La Tradición Comunista

Los Iguales fueron derrotados, sus dirigentes presos o —como el propio Babeuf— guillotinados. En el proceso fueron acusados de jacobinos y terroristas. Pero crearon una tradición, que sobrevivió en poesías y cantos, y en un programa donde se leía: "Un pueblo sin propiedad y sin los vicios y los crímenes a que ella da origen, no tendría necesidad del gran número de leyes bajo las cuales penan las sociedades civilizadas de Europa".
No se trató de maquinaciones de grupos al margen de la corriente histórica. La lucha contra el monopolio de la propiedad había sido proclamada por la propia Constitución jacobina de 1793 (VIII) (aunque nunca llevada a la práctica). Aquélla elevó la igualdad al nivel de los derechos naturales imprescriptibles y dejó de calificar a la propiedad de "derecho inviolable y sagrado". Por otro lado, fuera de Francia, "delante de los intelectuales revolucionarios, fueron sobre todo los representantes de la naciente clase obrera los que lucharan por los objetivos de la Revolución Francesa: la solidaridad internacional por la democracia y los derechos del hombre. La lucha contra la coalición de las potencias europeas contra la Revolución Francesa tuvo su base social en Inglaterra, en los oficiales artesanos y en los obreros" (8).
La tradición y el programa igualitarista (crecientemente denominado comunista) de la Revolución Francesa fueron transmitidos directamente al movimiento obrero por un sobreviviente de los Iguales, Felipe Buonarroti, descendiente del escultor italiano Miguel Angel Buonarroti, quien escribió un libro: Historia de la Conspiración de los Iguales. En Democracia y Socialismo, Arthur Rosenberg informa que "después de 1830, el libro de Buonarroti era muy conocido entre los obreros. Pertenecía a la literatura popular junto a los discursos de Robespierre y los artículos de Marat" (líderes jacobino-radicales de la Revolución Francesa).
Así, como notó Eric J. Hobsbawm, en la década de 1840 "la historia europea asumió una nueva dimensión: el problema social, o mejor, la revolución social en potencia encontraba expresión típica en el fenómeno del proletariado. Sobre la base de una clase obrera que crecía y se movilizaba, era ahora posible una nueva y más significativa fusión de la experiencia y de las teorías jacobino-revolucionarias-comunistas, con las socialistas-asociacionistas". En Francia, el diario democrático Le National atacaba, en 1847, a los "comunistas". Otro diario democrático, La Réforme, le respondía: "Las propuestas económicas de los comunistas están más próximas de nosotros que las de Le National, porque les reconocemos el derecho a la discusión y porque las doctrinas que vienen de los propios obreros son siempre dignas de atención". El "comunismo", por lo tanto, era identificado con el proletariado, como surgido dentro de esa clase, y como su expresión teórico-doctrinaria.
En un paralelo notable, pocos años antes, Marx, como editor de la Rheinische Zeitung ("Gazeta Renana"), polemizó con un diario alemán (el Augsburger) que también atacaba al comunismo: "El respondió en síntesis: ustedes no tienen derecho a atacar al comunismo. No conozco el comunismo, pero si él asume la defensa de los oprimidos no puede ser condenado sin más. Antes de condenarlo, es preciso tener un conocimiento exacto y completo de esa corriente. Cuando se fue de la Rheinische Zeitung, Marx no era aún un comunista, pero ya era un hombre interesado en el comunismo como tendencia y como filosofía especial" (9). Las etapas del pasaje de Marx del democratismo radical al comunismo, hacia mediados de la década de 1840, se encuentran registradas en los Anales Franco Alemanes, editados por Marx en común con su amigo Arnold Ruge.

Democracia y Comunismo

En Inglaterra, hacia finales de la década de 1840, el movimiento cartista se dividió: sus miembros intelectuales y de la clase media se agruparon en la Asociación Nacional para la Reforma Parlamentaria y Financiera; sus miembros obreros, a su vez, apoyaron la Asociación Nacional de la Carta (dirigida por Ernest Jones y George Harney) y la Liga Nacional de la Reforma (dirigida por Bronterre O’Brien), ambas de programa socialista. Harney y Jones mantenían estrecho contacto con los obreros y artesanos alemanes exiliados, sobre quienes tenían gran influencia Marx y Engels.
En el festival obrero conmemorativo de la República Francesa de 1792, celebrado en Londres en 1845, el manifiesto declaraba que "los demócratas de todos los países desean que la igualdad a la cual aspiró la Revolución Francesa renazca en Francia y se extienda a toda Europa". En su informe respecto de dicho festival, Engels escribía que "actualmente la democracia es el comunismo. La democracia se transformó en principio proletario, principio de masas" (destacado nuestro). Dos años después, en 1847, como ya fue dicho, la Liga de los Justos, que había organizado el festival junto a los cartistas ingleses y otros exiliados, encargó a Marx y Engels la redacción de su programa, que se transformaría en el Manifiesto Comunista, lo que llevó a cambiar el nombre de la Liga.
La asimilación entre "democracia" y "comunismo" era propia de la época, y sería superada por la defensa de la dictadura del proletariado —concepto erróneamente atribuido a Blanqui— que Marx va a realizar después de las revoluciones de 1848, como balance de las derrotas de esas revoluciones (el folleto de Marx Las Luchas de Clases en Francia 1848-1850 registra ese pasaje teórico-programático). Pero aún en julio de 1846, Marx y Engels dirigirán, desde Bruselas, en nombre de un grupo de emigrados alemanes, una declaración de apoyo y de adhesión al líder cartista inglés, O’Connor (IX), publicada en la hoja cartista The Northern Star, y firmada "por los comunistas democráticos alemanes de Bruselas, el Comité: Engels, Ph. Gigot, Marx" (destacado nuestro).
David Riazanov fuerza el texto y la historia al afirmar que, cuando El Manifiesto asimila la "constitución del proletariado como clase dominante" a "la conquista de la democracia", Marx "se refiere a una democracia proletaria, opuesta a la democracia burguesa" (10). Esto no es verdad: a mediados de la década de 1840, la "democracia" era el movimiento general de lucha contra el statu-quo monárquico-aristocrático prevaleciente. Más allá de eso, Marx y Engels no fueron, antes de ser comunistas, demócratas vulgares. Ellos "proporcionaban por primera vez al movimiento democrático una comprensión real y completa de su tiempo. Las ideas atrasadas e infantiles sobre el desarrollo económico-social del mundo, a las que estaban apegados los líderes democráticos de todos los países antes de 1848", les eran ajenas. Marx y Engels fueron, por lo tanto, "los primeros demócratas que se liberaron completamente de esas ilusiones y del gusto por las experiencias abstractas. Comprendieron su tiempo porque se apropiaron de todo lo que los pensadores de la burguesía tenían que decir de su propia clase. Los economistas ingleses y los filósofos alemanes habían comprendido perfectamente la esencia de la sociedad burguesa moderna. Marx y Engels, al colocar las doctrinas de Ricardo y de Hegel al servicio de la revolución democrática, descubrieron los fundamentos teóricos de los cuales carecían Louis Blanc, O’Connor y Mazzini" (11) (X). Pero haciendo esto, Marx y Engels se vieron obligados a superar ese fundamento teórico, esto es, la filosofía clásica alemana y la economía política inglesa, elaborando una síntesis teórico-práctica que dio un nuevo fundamento científico al ya existente comunismo.

Historicidad de la democracia

El carácter ilusorio de la democracia burguesa ya había sido denunciado por Juan Jacobo Rousseau en el siglo XVIII: "El pueblo inglés piensa ser libre, sin embargo se engaña totalmente. Es libre solamente durante la elección de los miembros del Parlamento: después que éstos son electos es esclavo, no es nada. La soberanía no puede ser representada: consiste esencialmente en la voluntad general y la voluntad no se representa. Es ella misma o es otra cosa: no hay término medio".
El Manifiesto colocó positivamente la superación de la naturaleza no democrática del Estado constitucional: "La primera fase de la revolución obrera es el advenimiento del proletariado como clase dominante, la conquista de la democracia". Democracia y dominio político de la burguesía son incompatibles, no existe "Estado democrático bajo hegemonía burguesa" —e hipotéticamente, bajo hegemonía proletaria—, ni dictadura burguesa bajo formas democráticas. La "conquista de la democracia" exige, por lo tanto, una revolución, cuyo primer paso es, como en toda revolución, la destrucción de la máquina represiva que es la esencia del antiguo régimen de explotación, sin lo cual la democracia no pasa de una fachada de dictadura de la clase explotadora.
Democracia y comunismo no son idénticos: el proletariado en el poder sólo comienza a efectuar el pasaje hacia la sociedad comunista a través de la supresión de la propiedad privada burguesa y de la progresiva socialización de los medios de producción. "La democracia tiene como consecuencia inevitable el dominio político del proletariado, y ese dominio es la primera premisa de todas las medidas comunistas", escribió Engels en octubre de 1847.
Con la sociedad comunista (de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades) se crean las bases para la superación de la alienación política (representación por medio de la burocracia estatal), de la separación entre la sociedad política y civil. Pero, en las palabras del Manifiesto, con la supresión del fundamento de esa separación —la propiedad privada burguesa— desaparece el Estado Político y, por lo tanto, la democracia, la forma más desenvuelta de ese Estado: "Una vez desaparecidos los antagonismos de clase en el curso de los acontecimientos, y estando concentrada toda la producción en manos de los individuos asociados, el poder público perderá su carácter político... En lugar de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y antagonismos de clase, surge una asociación donde el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desenvolvimiento de todos" (destacado nuestro).
En El Manifiesto, Marx y Engels combatieron anticipadamente la ilusión de los revolucionarios de 1848, para quienes en la base de las diferencias y antagonismos de clase se encontraba la desigualdad política. Consecuentes con eso, cuando el gobierno revolucionario decretó el sufragio universal, ¡también declaró abolidas las clases de la sociedad! (Tal declaración se encuentra ipsis litteris en la proclama del gobierno provisorio francés surgido de la "revolución de febrero" de 1848).
La idea de la universalidad atemporal de una forma política (la democracia) presentada como propia de Marx, no tiene nada que ver con éste. Ciertamente, Marx y Engels no despreciaban la lucha por el sufragio universal, aun bajo dominio burgués, de la misma manera que no despreciaban la lucha por aumentos salariales o por la reducción de la jornada de trabajo. El primer partido obrero independiente, el movimiento cartista inglés, había surgido justamente de la lucha por la extensión del derecho al sufragio.
Lo que Marx y Engels hacían era poner de relieve el carácter revolucionario de esa lucha, la cual, por modestas que fuesen sus reivindicaciones iniciales, conducía necesariamente a un enfrentamiento decisivo entre la burguesía y el proletariado. Por eso Marx calificó la obtención de la jornada de 10 horas en Inglaterra, en 1847, como "la primera victoria de la economía política del proletariado". En Francia, en 1848, la lucha por la república acabó colocando frente a frente a la burguesía y a la clase obrera. Las simples reivindicaciones del derecho al trabajo originaron la "Comisión de Luxemburgo" —que no pasó de algunos intentos de cooperativización—, pero su existencia bastó para que Marx afirmase que "a esta creación de los obreros de París le cabe el mérito de haber revelado desde lo alto de una tribuna europea el secreto de la revolución del siglo XIX: la emancipación del proletariado" (12).

Comunismo y Revolución

Hasta las revoluciones de 1848, los comunistas, ya una tendencia independiente, se consideraban junto a la "democracia", del mismo lado de la barricada (en el mismo movimiento) contra la reacción feudal y monárquica. "Los comunistas trabajan por la unión y el entendimiento de los partidos democráticos en todos los países", dice El Manifiesto. La democracia revolucionaria (la Montaña en Francia, los Fraternal Democrats en Inglaterra) aún planteaba revolucionariamente sus reivindicaciones, en el sentido de la lucha de las masas contra la aristocracia y de un gobierno independiente de las masas populares, sin diluirlas en una democracia formal, que sólo aspira a la extensión del derecho al sufragio.
El desarrollo revolucionario del proletariado, no obstante, llevó a la burguesía a aliarse a la reacción, al precio incluso de sus menguadas aspiraciones democráticas. El liberalismo burgués trajo la revolución, y la democracia radical (la Montaña) fue una caricatura del jacobinismo de 1792-1794. A mitad de camino entre el proletariado y la burguesía —su vieja base social, las masas pobres de sans-culottes, se había escindido, de cuyo seno ya surgirá un proletariado socialmente diferenciado—, tuvo un papel lamentable en la revolución. Con la derrota de ésta, "estaba liquidada la democracia revolucionaria, tal como la modelara la Revolución Francesa. Ledrú-Rollin (XI), declamando inconscientemente entre las clases, y Raveaux (XII), llevaron al sepulcro lo que había sido fundado por Robespierre (XIII) y Saint Just (XIV)" (13). En su lugar surgió la "democracia pura" (pequeño-burguesa), de la cual Marx dice, en 1850, en la Circular a la Liga de los Comunistas, que "este partido democrático es más peligroso para los obreros de lo que fue el partido liberal", pues, tal como lo constató Engels en 1884 ("[Ella] puede tener importancia, en el momento de la revolución, como la más extrema tendencia de la burguesía, forma bajo la cual se presentó en [la Asamblea de] Frankfurt [en 1848-1849] y que pueda convertirse en la última tabla de salvación de toda la economía burguesa e incluso la feudal. En ese momento, toda la masa reaccionaria se coloca por detrás de ella y la fortalece. Todo lo que es reaccionario se comporta entonces como democrático. Nuestro único enemigo, en el día de la crisis y al día siguiente, es esa reacción total, que se agrupa en torno de la democracia pura"), sólo podría ser un recurso extremo de la burguesía contra la revolución proletaria.
La derrota del proletariado y la crisis de la democracia revolucionaria tenían también un contenido positivo: "La derrota de los insurrectos de junio preparaba y allanaba el terreno sobre el cual la república burguesa podía ser fundada y edificada, pero demostraba al mismo tiempo que, en Europa, las cuestiones en foco no eran sólo la República o la Monarquía. Revelaba que la república burguesa significaba el despotismo ilimitado de una clase sobre las otras" (14). Así se va esclareciendo el camino político para el advenimiento del proletariado como clase dominante: "El proletariado se va agrupando cada vez más en torno del socialismo revolucionario, del comunismo (que es) la declaración de permanencia de la revolución, de la dictadura del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción en que reposan tales diferencias, de todas las relaciones sociales que corresponden a estas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que resultan de esas relaciones sociales" (15).
En la lucha por las libertades democráticas (de organización sindical y política), el proletariado defiende su derecho a organizarse contra el capital, su derecho a la vida. Situándose a la cabeza de esa lucha, los comunistas no lo hacen en nombre de un ideal democrático ‘universal’, por encima de las clases, que sería común al proletariado y a la burguesía. En la lucha por la defensa y ampliación de la democracia política contra la reacción burguesa, la clase obrera actúa con sus propios métodos (acción directa, huelga general), preparando las condiciones para el derrocamiento de la burguesía. En esas condiciones, "el sufragio universal es el índice que permite medir la madurez de la clase obrera. En el Estado actual, no puede, ni podrá jamás, ir más allá de eso, pero es suficiente. El día en que el termómetro del sufragio universal registre para los trabajadores el punto de ebullición, ellos sabrán —al igual que los capitalistas— lo que les resta hacer" (16).
En su escrito de octubre de 1937, Noventa Años del Manifiesto Comunista (XV), León Trotsky rescató la interpretación revolucionaria del Manifiesto, contra su deformación democratizante: "El proletariado no puede conquistar el poder dentro del sistema legal establecido por la burguesía. ‘Los comunistas declaran abiertamente que sus fines sólo pueden ser alcanzados a través del derrocamiento violento de todo el régimen social existente’. El reformismo procuró explicar este postulado del Manifiesto en base a la inmadurez del movimiento obrero de esa época, y en el desarrollo inadecuado de la democracia. El destino de las ‘democracias’ italiana, alemana (XVI), y de un gran número de otras, prueba que la ‘inmadurez’ es el rasgo que distingue las ideas de los propios reformistas".

Los Orígenes del Manifiesto

El gran antecedente del Manifiesto Comunista son los Principios del Comunismo, redactados por Engels por encomendación de la Liga de los Justos, bajo la forma de preguntas y respuestas (catecismo), en las cuales el comunismo es definido como "el aprendizaje de las condiciones de liberación del proletariado" (17). Así como el Manifiesto, los Principios contienen un "programa de acción" (en verdad, un verdadero programa transicional) de doce puntos, y define claramente que la revolución proletaria no "será hecha en un solo país", ya que "la gran industria, al crear el mercado mundial, aproximó ya tan estrechamente unos pueblos de otros de la Tierra, que cada pueblo depende estrechamente de lo que acontece con los otros... la revolución social no será una revolución puramente nacional. Se producirá al mismo tiempo en todos los países civilizados". Engels fue el primer anti-stalinista...
Fue el propio Engels quien sugirió la sustitución de los Principios por el Manifiesto, que podría contener los elementos históricos que el "catecismo" no contenía. De acuerdo con Franz Mehring, la forma de los Principios "había, en todo caso, contribuido para volverlo accesible a todos y no lo contrario. Había sido más apropiado a las necesidades de agitación del momento que el Manifiesto que lo sustituyó; en cuanto al desarrollo de las ideas, los dos documentos coinciden internamente. No obstante, Engels, mostrando hasta qué punto él era escrupuloso, sacrificaría de movida las veinticinco preguntas y respuestas por una exposición histórica: el manifiesto con el cual el comunismo se anunciaría como un fenómeno histórico universal, debería —como decía el historiador griego [Tucídides]— ser una obra duradera y no un panfleto para ser olvidado tan rápidamente ni bien leído". El Manifiesto posterior, "no contiene una sola idea que Marx y Engels no hubiesen ya expuesto anteriormente. El no revelaba nada; apenas concentraba la nueva concepción del mundo de sus autores en un espejo cuyo vidrio no podría ser más transparente ni el cuadro más circunscripto. A juzgar por el estilo, la forma definitiva del Manifiesto se debe principalmente a Marx, en tanto que Engels, como lo demuestra su proyecto, conocía con la misma certeza las ideas que fueron expuestas, mereciendo plenamente el título de co-autor" (18).
El propio Engels reconoció, posteriormente, la paternidad de Marx sobre las "ideas fundamentales" del Manifiesto. Engels, mientras tanto, había tenido un papel mucho más activo que Marx en la "Liga", lo que da origen a una supuesta división del trabajo entre un Engels "práctico" y un Marx "teórico", olvidando el importante trabajo de organización hecho por Marx en los tres años precedentes. Riazanov protestó contra esa leyenda: "Los historiadores no tomaron en consideración todo ese trabajo de organización de Marx cuando hicieron de él un pensador de biblioteca. No percibieron el papel de Marx en cuanto organizador, perdiendo así uno de los ángulos más interesantes de su fisonomía. Sin conocer el papel que Marx (y yo digo Marx, y no Engels) ejerció entre 1846/47 como dirigente e inspirador de todo ese trabajo de organización, sería imposible comprender el gran papel que ejerció inmediatamente como organizador, entre 1868/69, y en la época de la Iº Internacional" (19). La exageración de Riazanov —en cuanto al papel de Engels, no al de Marx— es un exceso polémico contra la social-democracia que, en el período de la obra de Riazanov, hacía mención al "reformismo" —inexistente— de Engels, contra el revolucionarismo bolchevique.

El Manifiesto y la Dialéctica

El punto de partida histórico-universal total y, simultáneamente, clasista, ya contenido en los Principios y desenvuelto en el Manifiesto, les permitió a Marx y Engels superar la filosofía de la cual ambos eran tributarios (el hegelismo) en la cuestión-clave del Estado, que Hegel (XVII) aún veía bajo una forma abstracta y, al mismo tiempo, localista (alemana): "Una multitud de seres humanos solamente puede ser llamada Estado si estuviera unida para la defensa común de la totalidad (Gesamtheit) de (aquello que es) su propiedad... Para que un multitud constituya un Estado precisa organizar una defensa y una autoridad política común" (20).
Para Marx y Engels, el Estado nace de los antagonismos de clase y, en la era burguesa, él es, de acuerdo con el Manifiesto, el "comité administrativo de los intereses comunes de la burguesía". Esta afirmación nada tiene de circunstancial, como se pretendió posteriormente, y resulta el planteamiento metodológico más profundo del Manifiesto, o sea, del marxismo.
Lo más notable, sin embargo, es que el Manifiesto no es sólo una novedad en relación a la concepción "lineal" de los pensadores histórico-sociales del siglo XVIII, sino también en relación a la misma concepción defendida por los pensadores del siglo XX, los mismos que consideran a Marx como "un pensador del siglo XIX", cuyas concepciones sólo se vincularían a la realidad histórica de su época.
Compárese así el preciso y vivo análisis del Manifiesto sobre la ruptura cualitativa impuesta por la era del capital en la historia universal, sus raíces diferenciadas de los modos de producción precedentes, abriendo el período de la historia mundial propiamente dicha, con las concepciones de un Immanuel Wallerstein acerca del "capitalismo histórico", para quien el capital siempre existió, siendo el capitalismo el "sistema" en el cual "el capital vino a ser aplicado (invertido) de forma muy específica". El "capitalismo histórico" significaría "la mercantilización generalizada de los procesos... que anteriormente habían recorrido vías que no eran las de un mercado" (21). Un retroceso de un siglo y medio en relación a la superación de la producción mercantil por la producción capitalista, y a la concepción dialéctica de la historia (que incluye las rupturas históricas) ya expuestas en el Manifiesto.
El Manifiesto reconoce sus antecedentes, aparte del ya citado de Engels (los Principios), en toda la obra teórica precedente de Marx. Maximilien Rubel ya dijo que fue en París donde Marx escribió "para los Anales Franco-Alemanes, un primer manifiesto revolucionario, que fuera calificado como ‘el germen del Manifiesto Comunista’: Zur Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie-Einleitung. En ese ensayo él se refiere por primera vez al ‘proletariado’ como ‘clase’, y habla de ‘formación’ (Bildung) de la clase obrera. Esos dos conceptos ya habían sido asociados concretamente en un documento publicado en París cuatro meses antes de su llegada: en L’Union Ouvrière de Flora Tristán" (22).
En 1843, la gran organizadora obrera francesa, Flora Tristan, hacía un llamado: "Vengo a proponer la unión general de los obreros y obreras, de todo el reino, sin distinción de oficios. Esta unión tendría por objetivo construir la clase obrera y construir establecimientos (Palacios de la Unión Obrera) distribuidos por toda Francia. Serían así educados los niños de los dos sexos, desde los 6 a los 18 años, y serían también recibidos los obreros enfermos, los heridos y los viejos. Hay en Francia 5 millones de obreros y dos millones de obreras". En su Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel, Marx cuestionaba en el filósofo alemán que reclamase "no sólo el ‘espíritu del Estado’, sino también el ‘espíritu de autoridad’, el espíritu burocrático", llegando a criticar "la inconsecuencia sorda y el ‘espíritu de autoridad’ de Hegel (que) llegan a ser verdaderamente repugnantes" (destacado de Marx) (23).

El "Fantasma que recorre Europa"

En el mismo momento en que Marx llegaba a esas conclusiones, el comunismo se transformaba en una fuerza política en Alemania y en Europa (el "fantasma" del que habla el Manifiesto en su fase inicial).
De acuerdo con David McLellan, "el socialismo y el comunismo (los términos eran usados aleatoriamente en Alemania en aquella época) habían existido como doctrina en Alemania desde por lo menos el inicio de la década de 1830, pero fue en 1842 que ellos atrajeron la atención general por primera vez. Eso se debió en parte gracias a Moses Hess, quien convirtió tanto a Engels como a Bakunin al comunismo y publicó anónimamente propaganda comunista en la Rheinische Zeitung, y en parte gracias al libro de Lorenz von Stein, Sozialismus und Kommunismus des heutigen Frankreichs (‘Socialismo y Comunismo en la Francia contemporánea’). Este consistía en una investigación de la difusión del socialismo francés entre los obreros alemanes inmigrantes en París" (24). En carta de Engels a Marx, del 22 de febrero - 7 de marzo de 1845, aquél relata la situación en Elberfeld: "Nuestra propaganda realiza un progreso extraordinario. Las personas sólo hablan de comunismo y todo el día reclutamos nuevos partidarios. En el valle del Wupper el comunismo ya es una realidad —mejor dicho, es virtualmente una fuerza. No puedes imaginar lo favorable que es la situación. Las personas más ignorantes, más prejuiciosas y más filisteas, que hace poco no se interesaban por nada, están prácticamente vanagloriándose de su comunismo. No sé cuánto tiempo durará esto. La policía enfrenta verdaderas dificultades y no sabe lo qué hacer".
Lo que Marx y Engels aportaban al comunismo ya existente era una capacidad de formular sus objetivos basada en una síntesis de conocimientos que ninguno de sus teóricos previos (principalmente franceses e ingleses) poseía, por diversos motivos: "Antes de 1848, la única praxis sobre la cual Marx podía reflexionar era la de los jacobinos y sus sucesores entre las sectas radicadas en París; por otro lado, su economía (y la de Engels) era ya la de los socialistas ricardianos y owenistas de Gran Bretaña. Pero el arsenal de instrumentos conceptuales con que contribuyó para el conocimiento de los hechos comprendía un elemento que ni el racionalismo francés ni el empirismo británico podían proveer; la filosofía de la historia de Hegel y la visión de que la totalidad del mundo forma un conjunto ordenado que el intelecto puede comprender y dominar" (25).
En 1860, en Herr Vogt, Marx expuso el camino teórico que lo llevaría a la redacción del Manifiesto como programa para la Liga de los Justos (o de los Comunistas), recorrido en la década de 1840: "Publicamos al mismo tiempo una serie de folletos impresos o litografiados. Sometimos a una crítica impiadosa la mixtura de socialismo o comunismo anglofrancés y de filosofía alemana, que constituía en la época la doctrina secreta de la Liga; establecimos que sólo el estudio científico de la estructura económica de la sociedad burguesa podía proporcionar una sólida base teórica, y expusimos, por último, en forma popular, que no se trataba de poner en vigencia un sistema utópico, sino de intervenir, con conocimiento de causa, en el proceso de transformación histórica que se efectuaba en la sociedad". En La Sagrada Familia, de 1845, Marx ya tenía claro que se trataba de dotar de un programa a un movimiento ya existente y consciente de sus objetivos: "No hay necesidad de explicar aquí que una gran parte del proletariado inglés y francés ya está consciente de su tarea histórica y trabaja constantemente para desarrollar esa conciencia con total claridad".
El objetivo político del Manifiesto, por lo tanto, es dotar de un programa a un partido cuyos contornos están todavía poco definidos: "El ‘partido comunista’ del que habla el Manifiesto es un partido internacional cuyos embriones son la Liga de los Comunistas y los Fraternal Democrats, esto es, de un lado, una organización compuesta sobre todo por alemanes, pero dispersa por toda Europa y, del otro, una organización concentrada en Londres pero compuesta de representantes exiliados de grupos obreros y comunistas de varios países del continente" (26).

El Manifiesto y la Revolución

El Manifiesto, en 1848, fue por lo tanto el remate de una obra teórica, política y organizativa, cuyos diversos aspectos son inseparables o, como dice Fernando Claudín, "análisis de la coyuntura pre-revolucionaria, formación de la Liga de los Comunistas, elaboración teórica, están estrechamente entrelazadas en la actividad de Marx y Engels durante el año de 1847 y enero-febrero de 1848, teniendo su resultado político-organizacional en el segundo congreso de la Liga y su gran síntesis teórico-política en el Manifiesto" (27).
El centro del Manifiesto, sin embargo, es la elaboración de un programa para la revolución venidera, en el cual Jean Jaurès fue el primero en ver "una teoría de la revolución proletaria que coincide con aquella que más tarde será llamada de la revolución permanente" (28). El socialista argentino Juan B. Justo criticó la "dialéctica" de Marx, culpable, según él, por haber previsto, en el Manifiesto, revoluciones proletarias en el horizonte de 1848 (29). Para Karl Korsch, el pronóstico de Marx sobre 1848 quedó impreso en la visión de los revolucionarios del pasado, al contraponer el programa de la revolución social a la revolución democrática concreta que se desarrollaba: "La sociedad burguesa nacida de la revolución, en su sobria realidad, acabó por contradecir en gran medida tanto las elevadas ideas que de sus resultados se habían formado sus participantes y espectadores entusiastas, como el heroísmo, el sacrificio, los horrores, la guerra civil y las matanzas populares que había necesitado para ver el mundo" (30).
No obstante, aunque la explosión política de 1848 fuese previsible, como dijimos antes, su alcance social estaba lejos de ser evidente antes de su acontecimiento: "La crisis económica que precedió a 1848 —y sin la cual los movimientos insurreccionales no podían haber alcanzado en aquel año una amplitud muy superior a la de las conspiraciones tramadas a lo largo de las décadas precedentes, por sociedades secretas o grupos de conspiradores, e inclusive a la de las ‘agitaciones’ populares comunes— tuvo probablemente un carácter excesivamente clásico, ‘normal’, para provocar una peculiar inquietud en todos aquellos que físicamente no fueran víctimas de ella" (31).
Cabe a Marx, justamente, el mérito de haber sido el único en prever la amplitud social de los acontecimientos inminentes, y de formular un programa de acuerdo con esa perspectiva, que no era vista por la burguesía "liberal" revolucionaria, sus ideólogos y jefes políticos: "Los jefes del movimiento liberal son profesores universitarios. Ellos son hostiles tanto a los plutócratas de Francia como a la aristocracia privilegiada. Ellos no se ocupan del pueblo. Creen que los problemas de éste no se refieren al problema político, que es lo único que les interesa. ¿No le gustaría finalmente a Dahlmann ver cerrado el acceso a la escuela para los hijos de los pobres, para mantener el volumen de la mano de obra? Lo mínimo que podemos decir es que la burguesía comprendía mal el problema social" (32). El programa de Marx superaba, en virtud de eso, la perspectiva de una revolución puramente burguesa en los países en que la burguesía aún no había ascendido al poder político: "Contrastando con esas justificaciones economicistas de una inevitable etapa revolucionaria burguesa, Marx y Engels también argumentaban a partir de una perspectiva socio-política que anunciaba una concepción explícitamente permanentista de la revolución. En esta problemática transicional, la revolución burguesa aparece como precondición en la medida en que, aboliendo la monarquía y el poder de la nobleza feudal, el terreno político queda libre para la contraposición directa entre burguesía y proletariado" (33).

El Pronóstico del Manifiesto

El famoso pronóstico del Manifiesto ("Alemania se encuentra en las vísperas de una revolución burguesa, y realizará esa revolución en las condiciones más avanzadas de la civilización europea y con un proletariado infinitamente más desarrollado que el de Inglaterra en el siglo XVII y el de Francia en el siglo XVIII; la revolución burguesa alemana, por consiguiente, sólo podrá ser el preludio inmediato de una revolución proletaria") se realizó por la negativa: la revolución alemana no triunfó como revolución proletaria pero, por eso mismo, también abortó como revolución democrática ("burguesa"). Según el balance ulterior de Trotsky, en 1848 se llegó a la peor de las situaciones históricas: el término medio. La burguesía ya no quería más hacer la revolución ("Su tarea consistía antes en —y de eso ella se daba cuenta claramente— incluir en el viejo sistema las garantías necesarias, no para su dominación política, sino simplemente para una división del poder con las fuerzas del pasado"); el proletariado aún no podía hacerla, por insuficiencia en el desenvolvimiento social y político: "En 1848 se necesitaba de una clase que fuese capaz de tomar el control sobre los acontecimientos, prescindiendo de la burguesía e inclusive en contradicción con ella, una clase que estuviese dispuesta no sólo a empujar a la burguesía adelante con toda su fuerza, sino inclusive a tirar del camino, en el momento decisivo, su cadáver político. Ni la pequeña burguesía ni el campesinado eran capaces de hacerlo... El proletariado era demasiado débil, se encontraba sin organización, sin experiencia y sin conocimientos. El desarrollo capitalista había avanzado lo suficiente como para volver necesaria la abolición de las viejas condiciones feudales, pero no lo suficiente como para permitir que la clase obrera —el producto de las nuevas condiciones de producción— se destacase como una fuerza política decisiva" (34).
Según el mismo Trotsky, el error del Manifiesto "surgió, por un lado, de una subestimación de las posibilidades futuras latentes en el capitalismo y, por otro, de una sobreestimación de la madurez revolucionaria del proletariado. La revolución de 1848 no se transformó en una revolución socialista como el Manifiesto había calculado, pero permitió a Alemania un vasto crecimiento posterior de tipo capitalista" (35).
De acuerdo con Engels, la desgracia de la revolución alemana fue haber llegado a remolque de la revolución en Francia, habiendo manifestado la burguesía su pavor a ser superada por la "revolución social" no a partir de los acontecimientos alemanes, sino de las "jornadas de junio" en París ("la primera jornada política independiente de la clase obrera"). Pero más allá del error de pronóstico, queda el hecho de que los ejes metodológicos del Manifiesto se revelaron correctos: "1º) la idea de que el desarrollo económico y social (la ‘civilización’), su grado de ‘maduración revolucionaria’, no pueden ser medidos en los límites de un solo Estado sino a escala internacional (europea, en el siglo XIX); 2º) la comprensión del hecho de que una revolución burguesa clásica (de tipo inglés o francés) no se puede repetir en Alemania en función del peso social y político que ganó el proletariado en el país; 3º) la intuición de que la revolución burguesa y la revolución proletaria no son dos etapas históricas distintas, sino dos momentos de un mismo proceso revolucionario ininterrumpido" (36). La reserva final de Löwy ("la afirmación de una prioridad necesaria de la revolución burguesa abre la puerta para un interpretación de tipo ‘etapista’ del texto") no se justifica frente al texto, el desarrollo histórico y, sobre todo, frente al balance arrojado por los propios Marx y Engels.

El Destino del Manifiesto

Las revoluciones de 1848 culminaron en la desmovilización del proletariado: "Fue un año de desmovilización para el movimiento obrero en su conjunto, dominado por el desánimo. En abril, Inglaterra conoció el fracaso de la gran manifestación cartista de Kennington Common, punto culminante de la agitación política y social. En junio, la fusilería de la Guardia Nacional coloca, en Francia, un punto final en la era de los buenos sentimientos, surgida bajo la euforia de la revolución de febrero" (37). En la propia Alemania sucede una cosa semejante, según Engels, no sin dejar establecidas las bases del movimiento obrero futuro: "Con la condena de los comunistas de Colonia, en 1852, se bajan las cortinas sobre el primer período del movimiento independiente de los trabajadores alemanes. Se trata de un período hoy casi olvidado. No obstante, se extendió desde 1836 hasta 1852, y el movimiento se reflejó, con la dispersión de los trabajadores alemanes por el extranjero, en casi todos los países civilizados. Eso no es todo. El actual movimiento internacional de los trabajadores es, en el fondo, una continuación directa de ese movimiento alemán, que fue el primer movimiento obrero internacional, de donde saldrían muchos de aquellos que en la Asociación Internacional de Trabajadores tuvieron un papel de liderazgo" (38).
El Manifiesto Comunista corrió la misma suerte. En el prefacio a la edición alemana de 1890, Engels recuerda que "fue luego colocado en un segundo plano por la reacción que siguió a la derrota de los obreros en París, en junio de 1848", y que "con la desaparición del escenario público del movimiento obrero, que comenzara con la Revolución de Febrero, también el Manifiesto salió de la escena política".
La geo-historia del Manifiesto, en tanto, acompañó el desarrollo político de la clase obrera. A partir de la década de 1870, se multiplicaron las ediciones en alemán, al calor del surgimiento, del desenvolvimiento del Partido Socialdemócrata en ese país. Entre 1880 y 1900, de acuerdo con Eric Hobsbawm (39), hubo un cambio significativo: a las 18 ediciones del Manifiesto en alemán, le correspondieron 31 ediciones en ruso: "Entre la muerte de Marx (1883) y la de Engels (1895), ocurrió una doble transformación. En primer lugar, el interés por las obras de Marx y de Engels se intensificó con la afirmación del movimiento socialista internacional. En el curso de esos doce años, según B. Andreas, aparecerán no menos de 75 ediciones del Manifiesto, en 15 lenguas. Es interesante hacer notar que esas ediciones traducidas en las lenguas del Imperio Zarista eran ya más numerosas que las editadas en el original alemán (17 contra 11)" (40).
Era como si el Manifiesto hubiese ganado vida propia, acompañando el hilo de la revolución, y hasta anticipándola. Nos falta un estudio sobre las ediciones del Manifiesto en América Latina, semejante al trabajo realizado por Edgard Carone para el Brasil.
La casualidad hace coincidir los 150 años de la redacción del Manifiesto con el 80º aniversario de la Revolución de Octubre. Cuando, en la comisión preparatoria brasileña del 150º aniversario, varios militantes propusieron una edición del Manifiesto Comunista de un millón de ejemplares, tal vez los autores de la propuesta no supiesen que el fantasma invocado acostumbra a presentarse cuando es llamado.

Osvaldo Coggiola


I. Graco Babeuf: (1760/1797) Dirigente y fundador de la Sociedad de los Iguales, considerado el primer movimiento "comunista" de la historia. Murió ejecutado.(nota del traductor)
II. Felipe Buonarroti: compañero de Babeuf en la dirección de la Sociedad, deportado después de la "conspiración" de los Iguales (NdelT).
III. Congreso de Viena: Celebrado tras la derrota de Napoleón, entre octubre de 1914 y junio de 1915. Reunió a los principales Estados europeos consagrando la "Santa Alianza" (1815/26), que establecía el predominio del zarismo ruso, de la burocracia austríaca y de la aristocracia inglesa contra la revolución democrática en todo el continente (NdelT).
IV. Carbonarismo: movimiento conspirativo italiano de principios del siglo pasado, basado en sectas secretas. Luchaba por la unificación nacional, contra la dominación austríaca y por un régimen constitucional. Famoso por el "juramento" secreto que adoptaban (NdelT).
V. Louis Blanc: (1811-1882) Dirigente obrero francés, líder moderado de las revueltas de 1848. Afirmaba combatir al capitalismo, pero era decididamente enemigo de la lucha de clases. Integró el gobierno provisional, en febrero de 1848, en "representación" del movimiento obrero (NdelT).
VI. Anabaptistas: Durante el siglo XVI, en Alemania, movimiento de sectas campesinas que se sublevaban contra el feudalismo. Fueron exterminados por los príncipes aliados al luteranismo (NdelT).
VII. Revueltas de Germinal y Prairial: se refiere a las insurrecciones populares que, bajo el calendario de la época, se corresponden a los meses de abril y mayo de 1795 (NdelT).
VIII. Constitución jacobina de 1793: arrancó los principios democráticos más avanzados durante la gran revolución francesa, entre ellos el sufragio universal y el derecho a la insurrección (NdelT).
IX. Feargus O’Connor: dirigente del movimiento cartista inglés. Se destacó en la lucha contra la "ley de Pobres", de 1834, denunciada como "ley maldita" porque condenaba al obrero desocupado a confinarse en "casas de trabajo", virtuales cárceles destinadas a sancionar a "los vagos y los disolutos". Años después, O’Connor va a encabezar el ala más avanzada del cartismo (NdelT).
X. Giusseppe Mazzini: (1805/1872) Líder italiano que defendió la lucha por la unidad italiana, la independencia y la república. Forjó el movimiento de la Joven Italia (NdelT).
XI. Ledrú-Rollin: Representante de la pequeñoburguesía en el gobierno provisional surgido de la revolución de febrero de 1848 (NdelT).
XII. Raveaux:
XIII. Maximilien Robespierre: (1758/1794) Máximo representante de los jacobinos. Guillotinado tras su caída (NdelT).
XIV. Saint Just: (1767/1794) Líder jacobino, compañero y principal apoyo de Robespierre en el gobierno revolucionario. Murió, como éste, en el cadalso (NdelT).
XV. Este artículo de Trotsky se reproduce en la página 66 de esta edición de En Defensa del Marxismo (NdelT)
XVI. Se refiere a su capitulación ante Mussolini y Hitler, respectivamente (NdelT).XVII. Jorge Federico Hegel: (1770/1831) Filósofo alemán que revolucionó las leyes del pensamiento con su "Lógica". Fundó la dialéctica en términos metafísicos —idealistas. Marx va a aprovechar el sistema hegeliano, poniéndole "los pies sobre la tierra", estableciendo la dialéctica materialista (NdelT).

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1. Eric J. Hobsbawm. Las Revoluciones Burguesas, Madrid, Guadarrama, 1971, pág. 544.
2. Emilio Frugoni. Fundamentos del Socialismo, Buenos Aires, Americalee, 1947, vol. I, pág. 127.
3. D.I. Riazanov. Manifiesto del Partido Comunista. Notas de D.I. Riazanov, México, Cultura Popular, 1978, pág. 135.
4. In: Hans M. Enzensberger. Conversaciones con Marx y Engels, Barcelona, Anagrama, 1974, vol. 1, pág. 62.
5. Bert Andreas. La Liga de los Comunistas, México, Cultura Popular, 1977, págs. 15-24.
6. David Riazanov. Marx et Engels, París, Anthropos, 1970, pág. 79.
7. Wolfgang Abendroth. Historia Social del Movimiento Obrero Europeo, Barcelona, Laia, 1978, pág. 45.
8. Idem, pág. 39.
9. David Riazanov. Op.Cit., pág.. 37. La respuesta concreta de Marx fue: "La Gazeta Renana (Rheinische Zeitung), que no puede siquiera conferir una realidad teórica a las ideas comunistas en su actual forma, y mucho menos desear o considerar posible su realización práctica, someterá esas ideas a una crítica severa. Si el Augsburger quisiese y pudiese producir más que frases resbaladizas, percibiría que escritos como los de Leroux, Considérant y, sobre todo, el trabajo penetrante de Proudhon, sólo pueden ser criticados después de estudiados larga y profundamente, y no a través de nociones pasajeras y superficiales... Debido a ese desacuerdo, tenemos que considerar con toda seriedad esos trabajos teóricos. Estamos firmemente convencidos de que el verdadero problema reside no en el esfuerzo práctico, sino en la explicación teórica de las ideas comunistas. Tentativas prácticas peligrosas, lo mismo que realizadas en gran escala, pueden ser derrumbadas de un solo golpe, pero las ideas conquistadas por la inteligencia, incorporadas en nuestra perspectiva, forjadas en nuestra conciencia, son amarras de las cuales no nos liberamos sin partir nuestros corazones; son demonios que superamos recién cuando nos sometemos a ellos" (destacado nuestro).
10. David Riazanov. Manifiesto..., ed. cit., pág. 136.
11. Arthur Rosenberg. Democracia e Socialismo, San Pablo, Global, 1986, págs. 89-91.
12. Karl Marx. As Lutas de Classes na França, Textos, San Pablo, Sociais, 1977, vol. 3, pág. 120.
13. Arthur Rosenberg. Op. Cit., pág. 108.
14. Karl Marx. O 18 Brumário de Luis Bonaparte, Textos, ed. cit., vol. 3, pág. 220.
15. Karl Marx. As Lutas de Classes na França, Textos, ed. cit., vol. 3, pág. 121.
16. Friedrich Engels. Origem da Familia, da Propriedade Privada e do Estado, Río de Janeiro, Vitória, 1964, pág. 138.
17. Cf. Friedrich Engels. Principios do Comunismo e Outros Textos, San Pablo, Mandacaru, 1990.
18. Franz Mehring. Vie de Karl Marx, París, Pie, 1984, págs. 662-663.
19. David Riazanov. Marx et Engels, ed. cit., pág. 72.
20. G.W.F. Hegel. La Constitución de Alemania, Madrid, Aguilar, 1972, págs. 22-23.
21. Immanuel Wallerstein. O Capitalismo Histórico, San Pablo, Brasiliense, 1985, págs. 10-14.
22. Maximilien Rubel. Karl Marx. Ensayo de Biografía Intelectual, Buenos Aires, Paidós, 1970, pág. 77.
23. Karl Marx. Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel, México, Grijalbo, 1968, págs. 154-155.
24. David McLellan. Marx before Marxism, Londres, Penguin Books, 1972, pág. 125.
25. George Lichteim. El Marxismo. Un estudio histórico y crítico, Barcelona, Anagrama, 1971, pág. 55.
26. Michael Löwy. La Teoría de la Revolución en el Joven Marx, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972, pág. 225. Sobre el trabajo político-literario de Marx en el período, ver: Karl Obermann. Aux origines de la "Neue Rheinische Zeitung", Le Mouvement Social nº 77, París, octubre-diciembre 1971.
27. Fernando Claudin, Marx, Engels y la Revolución de 1848, Madrid, Siglo XXI, 1975, pág. 2.
28. Cf. Aimé Patri. Jean Jaurès et le Marxisme, in: Jean Jaurès, Le Manifeste Communiste de Marx et Engels, París, Spartacus, 1948.
29. Cf. Osvaldo Coggiola. Juan B. Justo y la Cuestión Nacional, En Defensa del Marxismo, nº 12, Buenos Aires, mayo 1996.
30. Karl Korsch. Marx y la Revolución de 1848, Sobre la Teoría y la Práctica de los Marxistas, Salamanca, Agora, 1979, págs. 262-263.
31. Guy Palmade. La Epoca de la Burguesía, México, Siglo XXI, 1986, pág. 27.
32. Félix Ponteil. Les Classes Bourgeoises et l’Avènement de la Démocratie, París, Albin Michel, 1968, pág. 157.
33. Michael Löwy. The Politics of Combined and Uneven Development, Londres, Verso Books, 1981, pág. 6.
34. León Trotsky. 1789-1848-1905, Resultados y Perspectivas, Buenos Aires, El Yunque, 1975, págs. 30-32.
35. León Trotsky. Noventa años del Manifiesto Comunista, Escritos, t. IX, vol. 1, Bogotá, Pluma, 1977, pág. 27.
36. Michael Löwy. Revolucão Burguesa e Revolucão Permanente em Marx e Engels, Discurso, nº 9, San Pablo, FFLCH-USP, noviembre 1978.
37. Jean Christian Petitfils. Os Socialismos Utópicos, Río de Janeiro, Zahar, 1978, pág. 128.
38. Friedrich Engels. Introducción, in: Karl Marx, Revelaciones sobre el Proceso de los Comunistas de Colonia, Buenos Aires, Lautaro, 1946, pág. 9.
39. Eric J. Hobsbawm. La difusión del marxismo entre 1890 y 1905. Estudios de Historia Social, nº 8-9, Madrid, enero-junio 1979, pág. 17.
40. Eric J. Hobsbawm. El destino de las ediciones de Marx y Engels, História do Marxismo, Río de Janeiro, Paz e Terra, 1979, vol. I, pág. 425. Cf. también: Dieter Fricke. La cuestión de la organización y propagación del marxismo en el movimiento obrero internacional en la época de transición al imperialismo, Estudios de Historia Social nº 8-9, enero-junio 1979.

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