lunes, mayo 28, 2007

LA SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DEL POUM.

Diez años después de la muerte de Franco y casi en las puertas del cincuenta aniversario de la Revolución y de la guerra civil, España, su pasado, su presente y su porvenir, suscitan un nuevo interés en los círculos políticos e intelectuales de Europa y América. En todas partes se celebran o se preparan actos conmemorativos, coloquios, seminarios. Los editores se agitan, lanzan o van a lanzar al mercado libros que parecían olvidados, se disponen a reeditar las obras más "clásicas" sobre la guerra civil o a publicar los libros que han escrito estos últimos años jóvenes historiadores de diversos países.
Por su parte, sectores importantes de las nuevas generaciones, decepcionados por el proceso político de lo que se ha dado en llamar la transición -una transición más larga y compleja de lo que generalmente se imaginaba- vuelven sus miradas hacia el pasado, hacia el periodo histórico de 1930-1939, uno de los más ricos, fecundos y dramáticos de la España contemporánea, al objeto de recuperar la historia de nuestro movimiento obrero y encontrar en ella elementos que puedan ayudarles a comprender el presente y a situarse con relación al futuro.
En la literatura política que se publicó en los primeros años de la transición había de todo: obras interesantes y más o menos objetivas, libros partidistas en el sentido más estrecho del término, memorias en las que sus autores tendían ora a idealizar el pasado, ora a transformarlo, presentándolo no como fue, sino como ellos lo veían a través de las brumas del tiempo, de las decepciones políticas sufridas o -lo que era peor- de los intereses políticos del momento, con frecuencia muy distintos de los del pasado. Esperemos que la nueva hornada sea mejor.
Para la nueva generación revolucionaria de los años 70, que había buscado sus motivos de esperanza más bien en los acontecimientos exteriores (revolución cubana, resistencia del Vietnam al imperialismo, Mayo del 68 en Francia...) que en el pasado del movimiento revolucionario español, no fue cosa fácil enfrentarse con la literatura política sobre la Revolución y la guerra civil españolas. Pero hay que suponer que esa tarea será más sencilla para los jóvenes de hoy, más libres y mejor informados. La Historia no se repite. Pero el pasado de un país condiciona su presente y su porvenir.
Para los que vivimos ese pasado y no tenemos alma de ex-combatientes, nos interesa mucho más el presente. Ahora bien, sería absurdo que nos negáramos a aportar nuestro testimonio y a dialogar con los que, muy legítimamente, tienen el tipo de preocupaciones a que acabamos de referimos. De ahí que nos prestemos a este coloquio y que intervengamos en él para aportar un poco de luz sobre acontecimientos que nos han marcado a todos -a las viejas y a las nuevas generaciones- y sobre los cuales no hay más remedio que reflexionar una y otra vez si queremos abrir realmente la perspectiva de la libertad y del socialismo en España y en Europa.
Durante mucho tiempo, en nombre de la famosa política de "reconciliación nacional", cuyos resultados están a la vista. se ha pretendido presentar la Revolución y la guerra civil española como una especie de tragedia absurda, indigna de un "país civilizado". Inútil decir que los que han opinado u opinan así han operado de una manera completamente oportunista y anticientífica. ¿Hay que recordar que la Revolución y la guerra civil españolas se produjeron en un periodo histórico particularmente dramático para Europa y para el mundo entero? Cuando las fuerzas reaccioccionarias encabezadas por un sector del Ejército pasaron al ataque contra la República y contra el movimiento obrero, no actuaron teniendo en cuenta simplemente la situación específica de nuestro país, sino la situación europea en general. Estábamos en la época del ascenso del fascismo y del stalinismo. Hitler había triunfado en Alemania. Italia estaba sumida en una dictadura fascista desde 1922. Austria se encontraba desde 1934 bajo un régimen reaccionario de inspiración vaticanista, impuesto tras la derrota de una insurrección obrera. En Portugal, Polonia, Hungría, en los países bálticos y en los Balcanes, reinaban regímenes reaccionarios o semifascistas. Por otra parte, el gobierno del Frente Popular francés, terminado el periodo de ocupación de las fábricas por los obreros, se orientaba hacia la derecha y seguía dócilmente la política exterior de la burguesía inglesa, tendente a llegar a un compromiso con la Alemania nazi, compromiso que se realizó finalmente en 1938 en Munich a costa del sacrificio de Checoslovaquia. En fin, en semejante situación, la política de Stalin consistía en la eliminación de toda oposición revolucionaria en el interior de la URSS y en la búsqueda de una alianza militar con Francia y con Inglaterra para hacer frente al peligro hitleriano, política a la que se subordinaron los intereses del movimiento obrero europeo, exactamente igual que en 1939, cuando, haciendo un viraje de 180 grados, el Kremlin firmó la alianza con Hitler.
El drama real, el drama profundo reside en que la réplica del proletariado español a la insurrección militar-fascista -que, por cierto, contaba desde el principio con el apoyo de la Alemania hitleriana y de la Italia fascista, se produjo en esas condiciones políticas sumamente desfavorables. Y, a este respecto, es necesario reconocer hoy que ninguno de los hombres que más aportaron a la comprensión del periodo histórico que nos ocupa -Joaquín Maurín, en "Hacia la Segunda Revolución en España", y León Trotsky en diversos artículos, por no citar más que a dos de los más destacados- no llegaron a tomar la medida de las inmensas dificultades con que iba a tropezar el proceso revolucionario español. El optimismo revolucionario, que suele ser con frecuencia creador, puede conducir a veces a una valoración desacertada de la correlación de fuerzas. Trotsky había escrito en varias ocasiones que una victoria proletaria en Occidente tendría el efecto de una descarga eléctrica en la URSS, despertando todas las energías revolucionarias soterradas por el despotismo burocrático. Maurín y Nin pensaban en términos bastante parecidos, pero ellos, como tantos otros, subestimaron el peso aplastante de la victoria de Hitler en 1933 y no creyeron que el Kremlin, bajo la dirección de Stalin, pudiera desempeñar un papel tan funesto como el que llevó durante la Revolución española.

Dos concepciones de la Revolución

Todos los historiadores serios, salvo los que se han limitado a justificar la política de la burguesía o de Stalin, coinciden en que la sublevación de Julio de 1936 no sólo provocó una respuesta fulgurante de la clase trabajadora en los centros vitales del país, desbaratando así los planes iniciales de las fuerzas reaccionarias, sino que desencadenó en España un proceso revolucionario de carácter socialista. En efecto, en breves semanas, los trabajadores no se contentaron con vencer a los sublevados en Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, etc., sino que desmantelaron el aparato del Estado burgués, disolvieron el Ejército, anularon a la Iglesia ultrareaccionaria, dieron la libertad a las nacionalidades, se apoderaron de las fábricas y de las tierras y constituyeron por doquier los elementos de un segundo poder. Como dijo Andrés Nin, las tareas pendientes de la revolución democrático-burguesa fueron resueltas en un abrir y cerrar de ojos y se abordaron sin solución de continuidad las tareas socialistas. La Revolución caló más hondo en Cataluña, donde la confluencia de un movimiento obrero potente y bien organizado, representado esencialmente por la CNT y el POUM, y la existencia de un fuerte movimiento de emancipación nacional llevó las cosas al nivel más alto: solución radical de la cuestión catalana, colectivización de las industrias, los transportes y el comercio, rápida organización de la lucha amada bajo la dirección del Comité Central de Milicias. En cambio, el proceso revolucionario quedó contenido en límites reducidos en Euskadi, donde el Partido Nacionalista Vasco, con la complicidad de las direcciones del Partido Socialista y del Partido Comunista, logró eliminar las Juntas Revolucionarias (Comisarías) y mantener los elementos esenciales del poder capitalista, y en los lugares donde la política de Frente Popular desfiguró el sentido de los Comités que habían surgido durante la lucha contra la insurrección militar fascista los puso incondicionalmente a las órdenes del gobierno republicano de Madrid, completamente superado por los acontecimientos y responsable, por su temor a los trabajadores, de la victoria de los sublevados en Zaragoza, Sevilla, La Coruña y otros lugares. Este desfase entre el proceso revolucionario en Cataluña y Euskadi y otras regiones de España es uno de los aspectos peor estudiados por los historiadores y, no obstante, es uno de los que mejor explica el desarrollo ulterior de los acontecimientos, la reconstrucción progresiva del aparato del Estado burgués, las Jornadas de Mayo de 1937, el triunfo de la coalición formada alrededor de Negrín y del Partido Comunista y la derrota final.
En realidad, en España, en el llamado campo republicano, se enfrentaron durante todo el proceso, y en particular entre Julio de 1936 y Mayo de 1937, dos concepciones de la Revolución: la que había sido teorizada por el POUM y que la CNT y un sector de la Izquierda Socialista seguían intuitivamente, y la que desarrollaron los dirigentes stalinistas, bajo el control del "sólido equipo de la Internacional Comunista (Stalin) instalado en España para supervisar la acción del PCE, ,junto con el no menos sólido equipo de consejeros militares y políticos soviéticos" (Ferando Claudín en "La crisis del movimiento comunista"), con el beneplácito y el apoyo de los partidos republicanos y de la derecha socialista. En resumen, se trataba de saber si la realidad de Julio de 1936 impuesta por las masas correspondía a la concepción de la revolución democrático-socialista o permanente o, si por motivos ajenos a la situación española, "había que hacer refluir la revolución proletaria al recinto democrático-burgués, del que no debía haber salido"(Claudín); es decir, si la disyuntiva se planteaba entre el fascismo y el socialismo o entre el fascismo y la democracia. Este segundo término de la alternativa fundamental, condujo al Kremlin, al Partido Comunista y a los partidos republicanos a lanzar la teoría de la "guerra nacional revolucionaria", de la defensa de la "República democrático-burguesa".
Si bien la primera concepción correspondía a la situación real en la mayor parte del país, y principalmente en Cataluña, Valencia, Aragón y Andalucía, chocaba con fuerzas poderosas en Europa y en España mismo. Por otra parte, las fuerzas auténticamente revolucionarias no lograron nunca, salvo en breves momentos, como en Lérida en Julio-Septiembre de 1936, en la breve etapa del Frente de la Juventud Revolucionaria y en otras circunstancias locales y limitadas, articular un auténtico frente capaz de neutralizar la política del stalinismo y de los partidos republicanos. A este respecto, se puede afirmar hoy, muchos años despues, que las responsabilidades están muy repartidas. La incomprensión del problema del poder político por parte de los militantes de la CNT y la FAI, que según Santillán y otros "no querían establecer su dictadura", pesó terriblemente en todo el proceso revolucionario, contribuyendo a desfigurarlo y a dislocarlo. Pero hay que decir también que la división del PSOE, la "conquista" de las Juventudes Socialistas Unificadas por el equipo stalinista de Carrillo y las inconsecuencias y vacilaciones de ka Izquierda Socialista, influyeron también fuertemente. En lo que se refiere al POUM, el desequilibrio entre su fuerza en Cataluña y en otras nacionalidades y regiones del país, su excesiva confianza en las posibilidades de evolución de la CNT y los inconvenientes derivados de su tardía formación, le crearon dificultades y problemas superiores a sus posibilidades efectivas.

El stalinismo y el proceso revolucionario

Femando Claudín ha escrito en "La crisis del movimiento comunista" que "en los primeros meses de la guerra existían grandes posibilidades para la unificación de comunistas, caballeristas, poumistas y anarcosindicalistas tipo Duriuti en un gran partido revolucionario o, al menos, para su colaboración estrecha en la construcción de un Estado proletario. Pero el aprovechamiento de estas posibilidades dependía, ante todo, de que el PCE se situase sin reservas en el terreno de la revolución y abandonase todo esquema dogmático. Semejante partido y Estado tenían que ser plenamente independientes de la IC y del Estado soviético. Sólo así podían ser plenamente aceptables para las otras fracciones revolucionarias del proletariado español". Pero Claudín concluye así: "sobra decir que nada de esto era posible siendo lo que eran la IC y la política staliniana".
En este dominio estamos en parte de acuerdo con Claudín, tanto en su hipótesis inicial como en su conclusión final. Sólo haremos la salvedad de que nosotros no estábamos por un "partido único", sino más bien por la colaboración a que él se refiere, que hubiera podido modificar el rumbo y corregir los errores ultraizquierdistas de la CNT. Sin embargo, importa aclarar que el POUM se formó como una tentativa de reunir a todos los marxistas revolucionarios en una fuerza unificada y que jamás renunció a semejante perspectiva. Pero ni esa "colaboración estrecha en la construcción de un Estado proletario", ni la formación de un gran partido marxista revolucuinario en todo el país fueron posibles por múltiples razones que no podemos analizar en este momento, pero principalmente por la política que Stalin impuso en España en función de su estrategia, una estrategia que hemos definido en distintas ocasiones y que el propio Claudín ha resumido diciendo: "Entre las dos guerras mundiales, la política española de Stalin, aplicada por la IC y el PCE, . fue el caso más relevante de la supeditación de una revolución en acto a la razón de Estado de la potencia soviética". En su libro "Eurocomunismo y Estado", Santiago Carrillo no ha llegado -y se comprende- a los análisis y a las conclusiones de Claudin. Su obra estaba destinada a dar verosimilitud al "eurocomunismo" y, como la empresa era bastante difícil a la luz de la práctica constante del autor y de su equipo, el secretario del PCE trata, con muy poca fortuna, de descubrir lo que él llama las "raíces del eurocomunismo" en el periodo de la Revolución y de la guerra civil. En uno de los capítulos (el quinto) llega a sostener: "Al formarse el Frente Popular cuando en el tablero soviético y en el seno de la IC la lucha contra el trotskismo estaba en su apogeo, el Partido Comunista acepta la inclusión de los trotskistas españoles en el Frente Popular e incluso colabora con ellos durante un cierto periodo en el Gobierno de la Generalidad de Cataluña"..."Las necesidades del proceso político español se impusieron entonces por encima de las incompatibilidades abiertas por la lucha de fracciones en el seno del partido soviético y de la Internacional". Todo esto, con algunas importantes salvedades de vocabulario, es cierto. Pero Carrillo, a diferencia de Claudín, miente por omisión o se busca justificaciones que no tienen valor alguno. Los dirigentes stalinistas españoles no están tan Iimpios de culpa como él pretende. La verdad es que si aceptaron la participación del POUM en la coalición obrero-republicana de febrero de 1936, en el Comité Central de Milicias de Cataluña, en el Comité Ejecutivo Popular de Valencia y otros organismos, fue porque la correlación de fuerzas no les permitía proceder de otro modo y porque las órdenes imperativas de Stalin con respecto al POUM llegaron más tarde, cuando comenzaron en Moscú los procesos de brujería y la eliminación física de la vieja guardia bolchevique, y cuando el Kremlin vio en el POUM un peligro efectivo de renovación del movimiento revolucionario y que este peligro tenía importantes derivaciones en toda Europa, puesto que las fuerzas más sanas del movimiento marxista internacional se agrupaban en defensa de nuestro partido y de sus posiciones políticas.
Por lo demás, si bien Carrillo ha necesitado 40 años para reconocer al fin que el asesinato de Nin fue "un crimen abominable e injustificable", no ha tenido la honestidad de ir hasta el fin en este terreno y de reconocer sus propias responsabilidades en la preparación psicológica, política y material de este crimen y de muchos otros. Del mismo modo, resulta sorprendente que Carrillo trate de "explicar" el crimen cometido con Nin sacando a relucir las jornadas de Mayo de 1937. Basta echar una ojeada a cualquier libro de historia o a la prensa de la época para comprobar que la campaña y la represión contra el POUM comenzaron mucho antes de Mayo del 37. Ya en Noviembre de 1936, cuando el secretario de las JSU formó parte durante un cierto tiempo de la Junta de Defensa de Madrid, en las horas en que había que concentrar todas las energías y todos los esfuerzos para salvar la capital, por instigación de Carrillo y su equipo se intentó privar al POUM madrileño de sus locales y de sus medios de expresión y se empezó a tratar de agentes del fascismo a los militantes poumistas que luchaban y morían en las trincheras de la Moncloa.

El POUM en la Revolución española

Como se sabe, el POUM se formó en Septiembre de 1935 en Barcelona, en el periodo comprendido entre la Revolución de Octubre de 1934 y las Jornadas de Julio de 1936. Se constituyó prácticamente al calor de la Alianza Obrera, bloque de las organizaciones del proletariado que cumplió una misión capital para derrotar finalmente a la coalición Lerroux-Gil Robles, pues la derrotó a través de la batalla de Octubre del 34, de las movilizaciones ulteriores y de las elecciones de Febrero de 1936. Sin la Alianza Obrera no hubiera sido posible todo ésto y ni siquiera la réplica de Julio de 1936 a la sublevación militar fascista. Por eso, la Alianza Obrera ha quedado como un ejemplo de frente único obrero que se ha querido imitar en muchos otros países, sin repetirlo ni superarlo nunca.
El POUM fue el producto de la fusión de dos organizaciones comunistas independientes de Moscú -independientes de un modo efectivo y no aparentemente, como ocurre hoy con ciertos partidos que se reclaman del "eurocomunismo"-, el Bloque Obrero y Campesino y la lzquierda Comunista. Esta última organización, por su fuerte personalidad y por el valor de sus cuadros, había estado en conflicto frecuentemente con Trotsky y con el movimiento internacional que éste inspiraba. En 1934-35, al sacar las lecciones de Octubre, se produjo un proceso de clarificación y de unificación en el movimiento obrero. En ese marco, la Izquierda Comunista rechazó lo que se llamó entonces el "viraje francés" del movimiento trotsksta -entrada en los partidos socialistas a fin de contribuir a su radicalización- y optó, tras una fase de discusión y de colaboración, por la unificación con el BOC, a fin de crear las bases de un gran partido marxista revolucionario en toda la península. El POUM, que fue en seguida el primer partido obrero en Cataluña, se extendió rápidamente a otras nacionalidades y regiones de Españ, implantándose especialmente en Valencia, Madrid, Asturias, Euskadi, Galicia y Extremadura. Mas los acontecimientos revolucionarios se precipitaron y no le permitieron consolidarse en ciertos lugares donde contaba con fuertes simpatías, ni alcanzar la fuerza de que disponía en Cataluña. Por otra parte, la represión franquista le privó brutalmente de las secciones y de los militantes de que disponía en Galicia, Andalucía y Extremadura.
Hay pocos casos en la historia del movimiento obrero que puedan compararse con el del POUM. Un historiador que no ha escatimado las críticas a nuestro movimiento, Pierre Broué, ha escrito a este respecto: "La discusión sobre la política del POUM durante la guerra y la Revolución españolas concentra en realidad todos los problemas fundamentales de la estrategia y de la táctica revolucionaria, de la construcción de un partido y de una internacional revolucionaria. Pero sería insensato llevarla a cabo perdiendo de vista en qué condiciones concretas los revolucionarios del POUM tuvieron que cumplir su misión: fundado en la clandestinidad en Septiembre de 1935, este partido se vio inmerso unos meses después en un ascenso revolucionario sin precedentes, luego en la guerra civil, frente a la represión desencadenada contra él por el aparato internacional del stalinismo. La aceleración brutal del ritmo de la lucha de clases, la multiplicación de sus propias tareas de organización, de formación, de defensa, no le dejaron el tiempo necesario para realizar tan seria y metódicamente corno él lo hubiera deseado -y habría sido necesario hacerlo- las discusiones políticas fundamentales, y tuvo que volver a sumirse en la clandestinidad antes mismo de poder celebrar su primer congreso".
A decir verdad, Broué, en un coloquio parecido al presente y celebrado en 1969, en París, no hizo más que resumir políticamente una realidad que en el fondo puede precisarse mejor diciendo que desde la época de la Oposición rusa o desde el movimiento espartaquista de Rosa Luxemburgo, ninguna organización marxista revolucionaria ha asumido un papel similar al del POUM y en condiciones tan dramáticas. Los camaradas de la Oposición rusa o los espartaquistas alemanes tuvieron que luchar contra un solo adversario. Pero nosotros hemos tenido enemigos por doquier. Tuvimos que luchar contra el franquismo con las armas en la mano, al igual que las demás organizaciones obreras de España. Pero tuvimos que hacer frente también a la formidable campaña de calumnias y a la represión organizada por el stalinismo. Y después, o al mismo tiempo, fuimos perseguidos por la policía de Vichy, por la Gestapo, por todas las policías de Europa durante la ocupación nazi. Los militantes del POUM, y entre ellos algunos de sus dirigentes más prestigiosos, cayeron fusilados por los franquistas, asesinados por la GPU y los stalinistas, muertos en las guerrillas de Francia o en los campos de concentración de Alemania, fusilados por los nazis en Bruselas o en Hamburgo. Quizás valga la pena decir, al menos por una vez, que desde hace cincuenta años ninguna organización marxista revolucionaria ha tenido que hacer frente a luchas tan difíciles y tan duras como el POUM.
El papel del POUM en la Revolución y en la guerra civil españolas y en las luchas contra el fascismo en Europa está en la Historia y figura en multitud de libros, de películas y de diversas publicaciones. Resultaría imposible resumirlo en unas breves páginas. Quizás sea preferible hoy referirse a las críticas que, desde los campos más diversos, se han formulado a propósito del POUM. Pasaremos por alto toda la literatura stalinista de los años 30 a los 50, entre otras razones porque la ha enterrado la Historia después de las revelaciones de Jruschov en el l XX Congreso del PC de la URSS, y nadie se atreve a sacarla, salvo en casos excepcionales, que no merecen hoy consideración alguna. Lo más corriente, a lo sumo, es que ciertos dirigentes del PCE declaren que "no fueron justos con el POUM" (López Raimundo), o atribuyan a las "circunstancias especiales de la época" o a la presión de los rusos y del aparato policiaco de Stalin (Teresa Pamies y otros), sobre cuyos archivos habría que investigar para descubrir cosas como "el secreto de Andrés Nin". Tales declaraciones no están siempre exentas de ambigüedades y se sitúan en el terreno de lo que Gramsci llamaba la hipocresía de la autocrítica.
Nos referiremos sobre todo a las críticas que se han realizado en el campo revolucionario y, especialmente, en el movimiento trotskista, entre otras razones porque es uno de los más próximos a nosotros y ha sido objeto asimismo, desde su creación y durante largos años, de las calumnias y del terrror stalinista.

Las críticas de una política revolucionaria

Desde hace algunos años -y ahora en España- disponemos de una obra, "La Revolución Española"de León Trotsky, preparada y comentada por Pierre Broué, que brinda la posibilidad de abordar este problema en mejores condiciones que en otros tiempos tiempos. En primer lugar, porque en este libro se recogen casi todos los trabajos de Trotsky sobre la Revolución española y sobre el POUM y algunos de los escritos más críticos sobre nuestro movimiento elaborados por militantes extranjeros que vivieron o pasaron ocasionalmente por nuestro país en aquellos años cruciales. Cierto, faltan en esta obra muchos documentos del POUM y sobre todo la correspondencia entre León Trotsky y Andrés Nin que, por desgracia, no se ha descubierto en el arclúvo de Harvard.
Sin embargo, disponemos ya de de documentos que nos permiten llegar a un determinado número de conclusiones. Las dos más importantes, a nuestro juicio, son las siguientes: Trotsky no tuvo, contrariamente a lo que se imaginan ciertos neófitos, una actitud sistemática de oposición al POUM y, en ciertos momentos, sobre todo cuando estalló la Revolución española, rectificó ciertas exageraciones críticas y hasta injuriosas en las que había incurrido al principio, para preconizar una política de colaboración con un partido empeñado en una batalla formidable y en el que ocupaban puestos de responsabilidad algunos de sus mejores camaradas y amigos; el movimiento trotskista no reaccionó de una manera coherentemente negativa contra el POUM y, en la práctica, el papel y la política de nuestro partido abrió una crisis en su seno. A este respecto, basta con recordar que algunas de sus figuras más prestigiosas, como Alfred Rosmer, el escritor ruso Victor Serge, tan ligado al proletariado español por su vida militante, hombres como Vereecken y Snevliet y las organizaciones trotskistas de Bélgica y Holanda, manifestaron una solidaridad constante con el POUM (sin que ello les eximiera de formular críticas), al que sostuvieron y defendieron en los momentos más graves.
Esta es la historia real. Como, asimismo, que algunos de los que combatieron más vigorosamente al POUM cayeron en exageraciones francamente delirantes, como el norteamericano Félix Morrow, que llegó al extremo de escribir que si el POUM hubiera tomado el poder en mayo de 1937 -cosa que solamente podía haber hecho enfrentándose incluso con la CNT- se hubiese podido "resistir al imperialismo extendiendo la revolución a Francia y a Bélgica y luego hacer una guerra revolucionaria a Alemania y a Italia en condiciones que precipitarían la revolución en los países fascistas". Naturalmente, hoy resulta asombroso que haya podido escribirse con semejante ligereza e irresponsabilidad.

A propósito de ciertas críticas políticas

Las críticas políticas fundamentales sobre el POUM se concentraron en varios puntos que no pensamos eludir: su propia formación, su participación en el frente electoral obrero-republicano de Febrero de 1936, su colaboración en el Consejo de la Generalidad de Cataluña en los primeros meses de la Revolución y su intervención en las Jornadas de Mayo de 1937. Varios militantes del POUM, y entre ellos Juan Andrade, en su prefacio al libro de Nin "Los problemas de la Revolución Española", y el autor de estas líneas en el coloquio celebrado en París en 1969, recogido en un volumen editado en Francia por el Círculo de Estudios Marxistas, han respondido ya a estas críticas. No es posible tampoco repetirse una vez más. Mas quizás resulte necesario formular, con la mayor brevedad posible, algunas observaciones.
La creación del POUM fue un gran paso hacia adelante, sin el cual los marxistas revolucionarios no hubieran podido intervenir eficazmente en la Revolución española v en la Historia. Con toda probabilidad, sin el POUM, el marxismo revolucionario hubiera pesado tan poco como en la Revolución cubana, en la Revolución portuguesa o en el proceso revolucionario chileno, por no citar más que los ejemplos más recientes, ejemplos que revalorizan retrospectivamente lo que fue y lo que representó el POUM en España. Por lo demás. es completamente absurdo definir al POUM como un partido "centrista", tesis cada día más difícil de sostener a la luz de las piruetas oportunistas que han hecho y siguen haciendo en muchos países grupos izquierdistas o que se reclaman del marxismo. Lo que sí hay que decir es que el POUM era un partido marxista revolucionario que no quiso limitarse a copiar mecánicamente la experiencia rusa, que tuvo en cuenta siempre las circunstancias específicas en que debía desenvolverse y que rechazó los esquemas sectarios. Trotsky dijo en cierta ocasión que la revolución en Alemania "tendría que hablar en lengua alemana", Lenin repitió constantemente que no había que "copiar a los rusos", que en Occidente se "harían las cosas mejor" y , hasta Zinoviev, el hombre de la "bolchevización" que tantos estragos hizo en el movimiento comunista, manifestó su admiración por el militante peruano Mariategui diciendo: "He aquí alguien que no nos copia".
En Febrero de 1936, el POUM participó en la coalición electoral obrero-republicana sin dejar de criticar la política del Frente Popular y conservando su independencia de clase. Ello le permitió aparecer, con su bandera y su programa, ante millones de trabajadores y aportar su contribución a la derrota de las fuerzas reaccionarias, que era lo que las masas querían en ese momento. Y, meses después, sin haber caído jamás en la demagogia guerrillerista (tan corriente estos últimos años) y sin haber hablado nunca a tontas y a locas de "lucha armada", supo tomar las armas en Julio de 1936 y hacer frente en primera fila a la sublevación franquista.
La participación en el Consejo de la Generalidad -que era, no hay que olvidarlo, el organismo de una nacionalidad oprimida y cuya destrucción fue uno de los objetivos fundamentales de todos los reaccionarios- fue muy discutida en el interior del POUM, que no era un partido monolítico. Se puede juzgar que esa posición fue un acierto o un error. Se puede pensar, como lo pensaron Nin, Molins i Fábregas y Landau -todos ellos antiguos militantes trotskistas- que la Generalidad de entonces "presentaba una mezcla de órganos de doble poder", que era "una situación de tipo transitorio", en la que lo determinante consistía en la mayoría obrera y en el programa socialista de la coalición. Se puede discrepar de este punto de vista con argumentos igualmente valederos. Pero lo que no se puede, lo que no es ya admisible, es presentar a Andrés Nin, que fue fiel hasta su muerte al combate por el socialismo, como un oportunista vulgar o como una especie de Millerand o de Blum. Esto no sólo es completamente injusto, sino sencillamente ridículo.
En fin, en lo que se refiere a las Jornadas de Mayo, provocación oscura que determinó la insurrección espontánea del proletariado de Barcelona, se puede opinar -como lo hicimos algunos entonces- que era posible, militarmente hablando, tomar el poder en Cataluña. Pero el desfase entre el espíritu que reinaba entre los trabajadores de Barcelona y de una parte de Cataluñaa y el que prevalecía en Madrid -donde los propios militantes del POUM y de la CNT tuvieron muchas dificultades para explicar la marcha de las cosas-, en Valencia y en otras zonas del país, era enorme. Y fue justamente ese desfase el que aisló políticamente al proletariado barcelonés y permitió la ofensiva político militar del Gobierno de Valencia, bajo la presión del PC y de sus consejeros rusos, y la anulación de la soberanía política de Cataluña. El POUM estuvo al lado del proletariado y sus militantes combatieron en las barricadas hasta el fin, y sólo se retiraron cuando comprendieron que la correlación de fuerzas en España en general era desfavorable y no se podía llamar a la toma del poder contra la propia CNT. Los que conocen la Historia y los escritos de Trotsky saben que, ya en 1931, el fundador del Ejército Rojo había previsto una situación de desfase semejante y había puesto en guardia a sus amigos políticos ante una acción revolucionaria en Cataluña que no estuviera en consonancia con el estado de espíritu de los trabajadores de las otras nacionalidades y regiones de la península. El POUM se ajustó a ese principio, sin renunciar a nada ni abandonar las armas. Y, después, cuando fue objeto, a partir del 16 de Junio, de la represión stalinista, prosiguió la lucha en los frentes y en la retaguardia en condiciones casi inimaginables.
¿Quiere decir todo esto que el POUM no cometió errores y que reclama de sus críticos la aceptación total de su política? En manera alguna. Todos los partidos revolucionarios que han tenido una influencia real han cometido errores. Los bolcheviques los cometieron, y Lenin, que en la última fase de su vida llegó a reconocerse "gravemente culpable ante el pueblo ruso", denunció vigorosamente las "deformaciones burocráticas" del Estado soviético, el chovinismo pan-ruso de Stalin y la política que se desarrolló contra Georgia. Hoy, como ayer, el POUM se siente responsable ante el proletariado español e internacional y no se opone a que se haga el balance crítico de su política durante la Revolución española. Pero es para él particularmente injusto y doloroso que en un momento en que los propios stalinistas de ayer, tras su bautismo "eurocomunista", retroceden, reconocen parcialmente sus tremendos errores y, aunque en términos ambiguos, tratan de situar al POUM en un terreno que no es el del pasado, algunos militantes revolucionarios sigan repitiendo sin discernimiento, sin el menor espíritu crítico, los tópicos ocasionales de otra época, de una época terrible, en la que, como dice Pierre Broué en la "Tentativa de Balance" de su obra sobre los escritos de Trotsky relativos a España, lo esencial es lo siguiente: "Reconozcámoslo francamente: en este debate (entre el POUM y el trotskismo) ciertas polémicas dejan un gusto a ceniza. Después de todo, fueron asesinos de la misma especie, guiados por la misma mano, los que, con tres años de intervalo, asesinaron sucesivamente a Andrés Nin y luego a Trotsky, reuniendo así en la muerte a estos dos amigos separados por la vida, a estos dos revolucionarios incorruptibles de la generación de 1917, enfrentados el uno con el otro en el interior del mismo campo, en 1937".
Estos hechos -Andrés Nin asesinado por los agentes de Stalin en España, con la colaboración del aparato del PC español, como lo reconoció hace unos años uno de los sobrevivientes de la brigada encargada de efectuar las detenciones de los dirigentes del POUM en 1937, y León Trotsky, asesinado en México por Ramón Mercader, agente de la GPU y militantedel PSUC - son mucho más instructivos de lo que pudiera parecer a primera vista.
El balance completo del periodo más negro y sangriento del stalinismo está por hacer y quedan muchas cosas por descubrir. La escritora comunista catalana Teresa Pamies sostuvo hace algún tiempo que "una desestalinización a fondo, no interrumpida, podía haber aclarado la ramificación de los procesos de Moscú en Barcelona, porque el secreto de Andrés Nin está en alguna parte. Los soviéticos, muy burocráticos, lo escriben todo, y estos papeles del Partido Comunista de la URSS, donde fue nombrada una comisión que tuvo acceso a los archivos secretísimos". Pues bien, estamos convencidos de que esos "archivos secretísimos" se abrirán algún día y que el "secreto de Nin" terminará por descubrirse. Ahora bien, en espera de ese día, por la salud y el honor del movimiento obrero y del socialismo, los dirigentes del Partido Comunista y del PSUC podrían comenzar por hacer su propio balance, para lo cual disponen de muchos más elementos de los que nos han insinuado hasta el presente Carrillo, López Raimundo y Teresa Pamies. Y podrían, entre otras cosas, reclamar a los dirigentes del Partido Comunista de la URSS que se levante "el secreto de Nin", que se aclare en qué condiciones fue secuestrado y asesinado el secretario político del POUM durante la guerra civil, el ex-secretario de la internacional Sindical Roja, el compañero y amigo de Lenin y Trotsky, de Bujarin y de Zinoviev.
Como hemos dicho al principio, la guerra civil y la Revolución española se desarrollaron en un contexto europeo e internacional muy preciso: el del ascenso del fascismo y del stalinismo, dos de los fenómenos más negativos y más trágicos del siglo XX. Anular o destruir al POUM en 1936-1939 era un objetivo de la más alta importancia para Stalin. Por una parte, se privaba al proletariado español de una de sus fuerzas más clarividentes -y de una fuerza que no cedía ni capitulaba- y, por otra, se evitaba que el ejemplo del POUM fuera un potente estímulo para el renaciniento y la consolidación del movimiento que en toda Europa pretendía recoger lo mejor de las tradiciones de Octubre, combatir la degeneración stalinista y suscitar una auténtica esperanza de renovación socialista.
El examen crítico de la Revolución española de 1936 -que incluso el PC y el PSUC tendrán que hacer finalmente- corresponde, sobre todo, a los que se reclaman del marxismo revolucionario en esta época de conformismo y de frivolidad ideológica, en la que un falso liberalismo pasa al asalto fraudulento de las conquistas obtenidas por el movimiento obrero en 150 años de luchas y de combates incesantes; a los que no desean incurrir en los errores del pasado y quieren sacar de una experiencia extraordinaria que, como dijo Nin, fue más profunda que la Revolución rusa, las lecciones necesarias para afrontar las tareas de hoy, para terminar con lo que queda del franquimo, transformar la sociedad española y crear las condiciones de un nuevo ascenso hacia el socialismo en España y en toda Europa.

WILEBALDO SOLANO
* Iniciativa Socialista, nº40, junio 1996. Texto de la conferencia pronunciada por Wilebaldo Solano, último secretario general del Partido Obrero de Unificación Marxista, en el Ateneo de Madrid en Diciembre de 1985

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