miércoles, junio 27, 2007

LA MASACRE DE BADAJOZ.

Raúl Calvo Trenado

A modo de presentación

Desde que era crío he oído a mi abuelo, oriundo de la provincia pacense, contar los sucesos de la toma de la ciudad de Badajoz durante la Guerra Civil. Creo que toda la familia le escuchaba con un punto de incredulidad: la historia de que miles de personas fueron lidiadas y banderilleadas vivas en la plaza de toros de la ciudad era demasiado sádica como para ser cierta. Debía de ser un mito de la propaganda de guerra como aquel de los niños belgas con las manos cortadas por alemanes de la Primera Guerra Mundial o, por citar un ejemplo más moderno, el episodio de los bebés kuwaitíes sacados de las incubadoras por los soldados iraquíes. ¡Claro que en las guerras suceden episodios horribles de este tipo!, pero también, si es necesario, se inventan, para exaltar el odio contra el enemigo. Como he dicho, el episodio de la plaza de toros resultaba demasiado sádico.

Desgraciadamente, tal suceso es rotundamente cierto. La crueldad de los “nacionales” no conoció límite.
A medida que crecí me interesé por la historia y se la he seguido preguntando en numerosas ocasiones mientras que paralelamente traté de buscar algo de información al respecto; no ha sido fácil: es un episodio oscuro y silenciado al máximo. Me reconstruí los sucesos para mí mismo a base de recopilar lo poco que encontraba.
Hará unos tres o cuatro años escribí un artículo sobre la masacre de Badajoz que repartí entre algunas amigas y amigos y que dejé por alguna asociación de Madrid; ciertamente no realicé muchas copias. Poco después en el periódico El Otro País se trató el tema de la masacre de Badajoz e incluso aparecía en portada.
Como los sucesos de Badajoz son muy desconocidos me extrañó que la casualidad fuera la responsable de la aparición de esta crónica. Tal vez alguno de mis folletos cayó en las manos adecuadas (¡me alegra pensar que fue así y que por tanto fueran útiles para difundir!)
Quizá el recordar esa posible utilidad y el pensar que puede ser interesante explicar al lector el que quizá es el episodio más criminal de nuestra guerra (tanto que hasta el propio franquismo lo convirtió en uno de los más tabúes) me ha llevado a recuperar este texto de la estantería y volverlo a sacar a la luz sin apenas modificaciones.

3 de Octubre de 2005

Introducción
«La plaza de toros de Badajoz no se llenó de rojos la otra vez. Esta vez la llenaremos». Todavía en 1977, año de las primeras elecciones legislativas, los hombres y mujeres de izquierda de Badajoz recibían anónimos amenazándoles de muerte.

La toma de Badajoz por las tropas mandadas por Yagüe y los acontecimientos en el coso taurino de la ciudad es quizá el episodio más atroz de la Guerra Civil Española y sin embargo no es muy conocido. La terrible magnitud de los hechos hizo que los propios franquistas siempre hayan ocultado lo sucedido.

La ciudad tenía en aquella época unos 40.000 habitantes; en las dos províncias extremeñas, y en particular en las zonas latifundistas de la provincia de Badajoz, había triunfado el Frente Popular en las elecciones de Febrero de 1936.
Al estallar la guerra en julio, la ciudad de Cáceres y gran parte de su provincia caen pronto en manos de los rebeldes mientras que Badajoz permanece fiel a la República.
Nota: a lo largo de este artículo aparece varias veces la palabra “moro”. Por supuesto, carece de sentido peyorativo, simplemente es el término que se empleaba para designar a las tropas norteafricanas que apoyaron a Franco.

Las primeras semanas de la guerra en el Sur
En los primeros días de la sublevación, los republicanos toman la iniciativa en el Sur: el 28 de julio de 1936, el general Miaja marcha con una columna desde Albacete a Despeñaperros con el fin de cortar el paso hacia Madrid a las tropas que llegaban desde Marruecos. El 20 de agosto ataca Córdoba, que no llegó a tomar.
En estos momentos se encuentra todavía partido el territorio sublevado entre la zona Norte bajo la dirección de Mola y el foco de Andalucía occidental bajo el mando de Queipo de Llano.
La zona Sur de los rebeldes no fue fácil de dominar. En todas las provincias andaluzas había triunfado el Frente Popular y además en Sevilla, Cádiz y Málaga tenía una gran fuerza la CNT. Tras vencer una dura resistencia, las tropas de Queipo se aseguran las ciudades de Sevilla, Jerez, Córdoba, Granada y Huelva y las ciudades portuarias de Algeciras y Cádiz. No consigue tomar Málaga, controlada por las milicias populares.
No obstante la situación era inestable y Queipo no hubiese podido controlar ese territorio de no ser por la ayuda recibida por las tropas de Marruecos que empezaron a llegar, aunque todavía en pequeña cantidad.
El día 2, al mando de Asensio, un tabor (batallón) de Regulares y una bandera de la Legión parten de Sevilla rumbo a Extremadura y al día siguiente parte otra columna al mando de Castejón.
Existían dos posibles rutas para un avance hacia Madrid:
La más rápida y natural era atravesar Despeñaperros y La Mancha pero no contaban los alzados con fuerza suficiente para atravesar unos 400Km por territorio enemigo.
La ruta Sevilla-Badajoz-Talavera-Madrid que, si bien era 100Km más larga, sólo cruzaba 200Km de terreno republicano y tenía la retaguardia cubierta por la dictadura salazarista en Portugal, por donde podían llegar refuerzos y aprovisionamiento. Además había tropas de Mola en Cáceres, que ya se encontraba en poder de los sublevados.
Mientras, casi todo el ejército de Marruecos permanecía allí inmovilizado hasta que Franco consigue la ayuda alemana e italiana para cruzar el estrecho pero no para ayudar a los sublevados del Sur sino para marchar sobre Madrid y así aumentar su protagonismo, casi inexistente en estos primeros momentos de guerra. E igualmente decidió atravesar Extremadura para enlazar con los alzados de Cáceres. Desde el 29 de julio al 5 de agosto se habían transportado a Sevilla 1.500 hombres del ejército de África. A partir de este día se trasladan unos 500 hombres diariamente1. Además, el mismo día 5, barcos mercantes transportaron de Marruecos a la Península 3.000 hombres, protegidos por cinco bombarderos italianos Saboia 81.

El día 7 de agosto, Franco parte de Sevilla hacia Extremadura con la columna de choque de las tropas africanas, Tercio y Legión, al mando del teniente coronel Juan Yagüe2 y alcanza a Asensio y Castejón. Las tropas se unifican en la Columna Madrid, al mando de Yagüe, hombre de confianza del futuro generalísimo, que tenía a sus órdenes a los coroneles Asensio, Delgado, Serrano, Tella y Barrón, todos ellos veteranos de la Guerra de Marruecos. En total se juntaron 8.000 hombres.
La toma de Badajoz
Mérida resistió hasta el 11, día en que la tomó Asensio y, a continuación, Tella cortó la carretera y la línea férrea Madrid-Badajoz. Los miembros del Comité de Defensa de la ciudad, encabezados por la anarquista Anita López, fueron ejecutados. La mayoría de los niños, mujeres y ancianos, todos ellos desarmados, se refugiaron en las ruínas del Teatro Romano; cuando los moros entraron, decapitaron a casi todo el mundo y muchos cuerpos fueron colgados al sol. A las niñas las violaban y a continuación las mataban introduciéndoles la gumía o la bayoneta por la vagina y rajándolas3
Fosas comunes han sido encontradas en Don Benito, Llerena, Villanueva de la Serena, Herrera del Duque, Guareña, Jerez de los Caballeros y Almendralejo4
En Zafra era el propio cura del pueblo, Juan Galán Bermejo, el que señalaba a los que se debía ejecutar y declaró a Marcel Dany, periodista de la agencia Havas, que «todavía no hemos tenido tiempo de legislar cómo y de qué manera será exterminado el marxismo en España. Por esta razón todos los procedimientos de exterminio de esas ratas son buenos, y Dios en su inmenso poder y sabiduría los aplaude». A semejante personaje, que siempre llevaba la pistola bajo la sotana, se le atribuyen 750 fusilamientos.

El día 13 comenzó el asalto a Badajoz, defendido por 500 soldados y 3.000 milicianos inexpertos dirigidos por el coronel Ildefonso Puigdendolas frente a 3.000 sublevados. La ciudad cayó en 14 por la tarde. La aviación alemana e italiana bombardeó con los Junker52 que despegaban de los aeródromos portugueses sin que los sitiados recibiesen ninguna ayuda de la aviación republicana.

El corresponsal de Le Temp escribe el día 15 que «Los milicianos sospechosos detenidos son inmediatamente ejecutados» y da la cifra de 1.200 asesinados. A este corresponsal declara Yagüe: «Ha sido una espléndida victoria. Antes de seguir adelante vamos a terminar la limpieza de Extremadura, ayudados por los falangistas». Los milicianos capturados en el coro de la catedral fueron ejecutados ante el altar.
También fueron fusilados los republicanos comandante Alonso y los coroneles Pastor Palacios y Cantero. Puigdendolas logró huir con parte de sus hombres a Portugal, pero serían entregados por el gobierno de este país. Puigdendolas conseguirá escapar y regresar a zona republicana5
Mario Neves relata en el Diario de Lisboa: «Acabo de ser testigo de auténticas escenas de desolación y horror de las que no me olvidaré mientras viva. Cerca de los establos todavía pueden verse muchos cuerpos yaciendo como resultado de la implacable justicia militar. En las avenidas principales, una no muy larga mirada como la que he echado esta mañana, muestra una larga hilera de cadáveres insepultos tirados allí, los legionarios extranjeros y las tropas moras que están encargados de las ejecuciones quieren los cuerpos en las calles para que sirvan de ejemplo, consiguiendo el efecto deseado»
Entre los falangistas que protagonizaron la cacería de seres humanos destacan Mariano Ramallo6; el padre Lomba, encargado de realizar las listas de los que había que ejecutar; Arcadio Carrasco, que con el tiempo sería nombrado Marqués de la Paz (¡!) y presidente del Sindicato Vertical, y Jorge Pinto, terrateniente de Olivenza, que hacía bailar a las mujeres antes de matarlas abriéndoles en canal y arrancándoles las tripas.
A los habitantes se les llegó a marcar a fuego vivo, como a las reses. Falangistas y moros hacían apuestas entre ellos, y en la Plaza de Penacho estos últimos se divertían abriendo la tripa de los prisioneros y metiendo la cabeza dentro.
Hasta tal punto llegó el salvajismo que el propio Franco ordenó a Yagüe que se detuviesen las castraciones; en efecto, los moros castraban a los cadáveres y los oficiales alemanes hicieron fotos de los cuerpos como “souvenir”. Pero se siguió realizando.
Masacre en la Plaza de Toros
Durante los días 14 y 15 de agosto se produjo el que fue quizá el episodio más trágico de toda la guerra. Miles de civiles fueron lidiados (sic) y rematados en la plaza de toros de Badajoz.
El horror de semejante carnicería ha sido históricamente ocultado por el bando vencedor y casi ha caído en el olvido. La Guerra Civil trae a la memoria los nombres de Gandesa, Gernika, Jarama, Brunete, Teruel, Guadalajara, pero no el de la ciudad extremeña, protagonista de un acontecimiento que pone los pelos de punta: de los 8.000 fusilamientos que hubo en la ciudad, más de la mitad sucedieron en el coso de Badajoz.
Muchos historiadores han minimizado los acontecimientos. Según Hugh Thomas, «la cifra de muertos no llegaba a dos mil»; calculaba esta cifra a los veinte años del fin de la guerra y utilizaba fuentes oficiales del régimen que, entre otras cosas, olvidaron señalar que hasta se entregaron invitaciones para acudir a tan taurino festejo7
Yagüe ordenó el encierro de los prisioneros, la mayoría civiles, en el coso de la plaza de toros el día 14. en los tendidos se instalaron focos para iluminar la arena; en ese mismo tendido donde señoritos, falangistas, terratenientes, señoritas cristianas y devotas de la alta sociedad, monjas y frailes, entre ellos el citado padre Lomba, aguardaban impacientes la orgía de sangre que se avecinaba.
Entre los más despiadados destacó un sargento moro de nombre Muley que se colocó un traje de torero encima del suyo y comenzó la “faena”: usaba la bayoneta como estoque contra los prisioneros y los mataba clavándoles el hierro en la cara y en el cuello. Mientras, la gente de ley y orden daba los olés y los correspondientes aplausos cuando los prisioneros eran banderilleados.
El espectáculo duró toda la noche. Durante las primeras horas del día 15, el miliciano Juan Gallardo Bermejo le arrebató la bayoneta a uno de los legionarios-torero y lo mató. En ese momento se retiraron de la arena moros y legionarios y comenzó un ametrallamiento masivo.
Durante largo rato silbaron las balas, hasta el extremo de que los tiradores fueron reemplazados en varias ocasiones. No más de dos o tres personas sobrevivieron de las más de 4.000 que se hacinaban en el foso y que fueron a parar a fosas comunes8
Al amanecer del día 15 se volvió a llenar la plaza de prisioneros y hacia las seis de la mañana comenzó un nuevo tiroteo de ametralladoras que duró dos horas. Las tropas moras saquearon a los asesinados en busca de anillos (aunque hubiese que cortar dedos), cadenas e incluso arrancaban las muelas de oro a golpe de bayoneta.
El Gobierno portugués entrega a los huidos
Durante los días siguientes a la matanza en la plaza de toros se siguió asesinando a numerosas personas que se recogían por la provincia o huidos que entregaba la dictadura portuguesa.
El 19 de agosto se estrenaron las nuevas autoridades de la ciudad en un acto público en el que fueron fusiladas 13 personas: siete españoles (entre ellos el alcalde Sinforiano Madroñero y el diputado socialista Nicolás de Pablos) y seis portugueses.
Tras la misa que celebraron los sacerdotes se realizaron los fusilamientos mientras la banda de música amenizaba el espectáculo. Los cuerpos estuvieron expuestos tres días y se les colocó un letrero que decía: “Estos son los asesinso de Badajoz”.
Tiempo después de todos estos acontecimientos, todavía continuaron las ejecuciones. Todos los días, a las doce de la mañana, en la Plaza de Penacho se asesinaba a los prisioneros mientras se oía el himno de Falange y la Marcha Real. Los habitantes eran obligados a contemplar el espectáculo; negarse equivalía a participar en el mismo. Fascistas portugueses vinieron desde Elvas para regocijarse ocn la función, en especial cuando, en vez de fusilar, los moros degollaban con la gumía.

La prensa recoge la noticia
«Naturalmente que los hemos matado. ¿Qué suponía usted? ¿Iba a llevar 4.000 prisioneros rojos en mi columna, teniendo que avanzar contrareloj? ¿O iba a dejarlos a mi retaguardia para que Badajoz fuera rojo otra vez?» Esta fue la respuesta que dio Yagüe al corresponsal del New York Herald, John Whitaker.
Las primeras noticias de la matanza de Badajoz la dieron los periodistas franceses Marcel Dany y Jacques Berthel y el periodista portugués Mario Neves. En 1937, el comandante McNeil negaba los hechos basándose en el testimonio de dos voluntarios británicos de las tropas franquistas que no se incorporaron a la guerra hasta el 9 de septiembre.
El periodista norteamericano Jay Allen publicó el día 25 de agosto la crónica “Masacre en Badajoz” en The Chicago Tribune y si bien utilizó información del bando franquista y además era partidario de éste, narró con veracidad lo que vio, por lo que los rebeldes le acusaron de “calumniador”.
«Esta es la historia más dolorosa que por mi azar me tocó realizar (...) Hubo fuego, hay cuerpos quemados. Cuatro mil hombres y mujeres han muerto en Badajoz desde que los legionarios extranjeros del general Francisco Franco y los moros treparon sobre los cuerpos de su propia muerte (...) Miles fueron asesinados sanguinariamente después de la caída de la ciudad (...) desde entonces, de 50 a 100 personas eran ejecutadas cada día. Los moros y legionarios están saqueando. Pero lo más negro de todo: la “policía internacional” portuguesa está devolviendo gran número de gente y cientos de refugiados políticos hacia una muerte certera por las descargas de las cuadrillas rebeldes (...) Aquí [en la plaza de la catedral] ayer hubo un ceremonial y simbólico tiroteo. Siete líderes republicanos del Frente Popular fueron fusilados ante 3.000 personas (...) Todas las demás tiendas parecían haber sido destruídas. Los conquistadores saquearon según llegaron. Toda esta semana los portugueses han comprado relojes y joyería en Badajoz prácticamente por nada (...) Los que buscaron refugio en la torre de Espantaperros [torre medieval de Badajoz] fueron quemados y fusilados.»
«De pronto vimos a dos falangistas detener a un muchacho vestido con ropa de trabajo. Mientras le agarran, un tercero le echa atrás la camisa; descubriendo su hombro derecho se podían ver las señales negras y azules de la culata del rifle. Aún después de una semana se sigue viendo. El informe era desfavorable. A la plaza de toros fui con él. Fuimos entre vallas al ruedo en cuestión (...) Esta noche llegará el pienso para el ‘show’ de mañana. Filas de hombres, brazos en aire. Eran jóvenes, en su mayoría campesinos, mecánicos con monos. Están en capilla. A las cuatro de la mañana les vuelven a llevar al ruedo por la puerta por donde se inicia el ‘paseillo’. Hay ametralladoras esperándoles. Después de la primera noche se creía que la sangre llegaba a un palmo por encima del suelo. No lo dudo, 1.800 hombres –había mujeres también- fueron abatidos allí en doce horas. Hay más sangre de la que uno pueda imaginar en 1.800 cuerpos»
«Volvimos al pueblo pasando por la magnífica escuela e instituto sanitario de la República. Los hombres que los construyeron están muertos, fusilados como ‘negros’ porque trataron de defenderlos. Pasamos una esquina, “hasta ayer había aquí un gran charco de sangre renegrida”, dijeron mis amigos. “Todos los militares leales a la República fueron ejecutados aquí, y sus cuerpos se dejaron durante días a modo de ejemplo”. Les dijeron que salieran, así pues, dejaron sus casas precipitadamente para felicitar a los conquistadores y fueron fusilados allí mismo, y sus casas saqueadas. Los moros no tenían favoritos»

El 27 de Octubre en La Voz de Madrid se daba a conocer lo sucedido. Lamentablemente no he tenido oportunidad de consultarlo.

--------------------------------------------------------------------------------

No hay comentarios.: