domingo, junio 17, 2007

Las luchas de la clase obrera en los orígenes del peronismo en la Argentina.

1. El peronismo debe analizarse junto con la historia de la clase obrera y el sindicalismo ya que será un actor principal de su propia historia. Rescataremos y comentaremos un libro reciente –enmarcado en lo que hemos llamado escuela del CICSO- que amplía la hipótesis de la importancia de la actividad del movimiento obrero previa en los orígenes del peronismo. Una hipótesis que lejos de ver en la clase obrera argentina un objeto de políticas clientelistas del populismo de Perón, explora la formación de este “populismo” como expresión de su propia actividad e intereses tanto económicos como políticos. El libro La estrategia de la clase obrera. 1936. estudia una serie de hechos que no han sido tomados en cuenta por los relatos existentes en la historia obrera de la Argentina, y menos como antecedente en el estudio de los orígenes del peronismo. Iñigo Carrera investiga las luchas obreras de la década del ‘30 y especialmente sus confrontaciones mas intensas –la huelga general del 7 y 8 de enero de 1936– como un antecedente central en el origen del peronismo y en la ciudadanización de los sectores populares. Nuestro comentario retomará una sintética exposición del libro para dar lugar posteriormente a la cuestión de la autonomía o heteronomía de la clase obrera en el proceso de su formación y del peronismo.
2. La huelga general de trabajadores del 7 y 8 de enero de 1936 ha pasado desapercibida en la historiografía argentina. También para las reconstrucciones de la memoria obrera y popular de muchos de los mismos protagonistas de la historia. Sin embargo, sería la más importante huelga general de la década del ‘30. Partiendo de esta constatación, Iñigo Carrera reconstruye los hechos como punto significativo de ciertas tendencias generales. En la historiografía se ha investigado la evolución institucional de los sindicatos y de las líneas políticas alternativas en el movimiento obrero, más que los procesos donde se generan, es decir las luchas mismas, los intereses que se confrontan y cuales se realizan en cada momento histórico. La mirada debería abarcar la génesis y no la resultante expresada en los alineamientos políticos sindicales. Los “estudios culturales” sobre los sectores populares compartirán una concepción “que niega, de distintas maneras, la centralidad de la observación de los enfrentamientos sociales para conocer los procesos históricos de formación y desarrollo de una sociedad, y de las clases sociales que la forman” (p8).
El autor nos dice que había partido del interrogante inicial acerca de porqué, entre los 30 y los 40, se produce el cambio “de bando” de los obreros desde una posición de izquierdas hacia su identificación con el peronismo. Este paso es fuente de un problema clásico en las ciencias sociales de la Argentina. Esta forma de interrogarse por el proceso de la clase obrera cambiaría por otra, en donde se centren las acciones del sujeto obrero y no las formas-resultados del proceso político. De este modo, lo que se estudiará es la estrategia misma de la clase obrera entendiendo a ésta la que se cumple en el ordenamiento (relación) de sus luchas.
3. El autor contrasta su noción de estrategia obrera con la que generalmente se estudia como la de los discursos y declaraciones de organizaciones y dirigentes. La constitución de las clases –la clase obrera en particular– debe verse desde el proceso de sus acciones. “El sujeto colectivo de la historia son las clases sociales que actúan y cuyas metas, en cada momento histórico están vinculadas con los grados de conciencia que tienen de sí. Los hechos son resultado de un proceso que involucra al conjunto de la clase”. No sólo a dirigentes u organizaciones. Las clases sociales se constituyen en sus acciones de enfrentamientos con otras clases. Así, el autor remite a la concepción, muchas veces llamada “subjetiva”, de las clases presente en pasajes de La ideología alemana o Miseria de la filosofía. Las luchas, por tanto, son el eje de los procesos de formación y recomposición de las clases. Estas, en sus ordenamientos y lógicas, remiten a “estrategias”. “El objetivo es descubrir en las acciones la existencia de una estrategia”. Aquí ubica el autor cierta discusión con la escuela “culturalista” de la historiografía obrera. Estrategia refería a la acción conciente de clases y grandes grupos, aunque no al voluntarismo o a las personalidades. Si estudiamos formas de conducción esto nos remite a la conciencia. Las formas de conciencia que median las acciones colectivas han sido vistas como procesos culturales. Pero, “la cultura hace referencia –tal como ha sido estudiada– a algo indeterminado que diluye el hecho de que los seres humanos actúan en situaciones a las que perciben y caracterizan o conceptualizan de determinada forma para poder actuar sobre ellas. Y esa es la forma de su conciencia de la situación” (p18). Respecto del grado de conciencia un hecho puede ser espontáneo o conciente, esto es un producto histórico de la experiencia de lucha (diferente, señala el autor, de lo que es en E.P. Thompson la “experiencia”). Conciencia como experiencia de lucha, y no cultura-experiencia, será la oposición en discusión . El problema de investigación, entonces, será conocer cual conciencia se articula, en qué grado de su constitución como clase está, cual es la estrategia que se hace observable en los enfrentamientos sociales. “Es en la lucha por los intereses comunes que la clase de los proletarios se constituye como clase para sí”. Las estrategias obreras, volviendo, refieren a dos procesos, el que hace al orden de los enfrentamientos, en conjunción con las distintas alternativas políticas propuestas.
4. El hecho a investigar en el libro será la huelga general, ya que ésta es la forma de acción obrera que corresponde a su situación en el modo de producción capitalista, asumiendo distintos objetivos y papeles según la situación histórica. El estudio de la huelga se enmarcará en las condiciones previas, la historia de la clase y las condiciones materiales de vida. Para lo primero (capítulo 2), el autor nos ofrece una periodización de la historia de la clase obrera argentina. Esta se conforma en “tres grandes ciclos”. El primero, desde su surgimiento en 1870 hasta 1920. El segundo va desde los primeros 30 hasta los 70, y el tercero que comienza en los 70/80 y aún está vigente. En el primero ciclo, la clase obrera lucha por fuera y contra el sistema institucional, en el segundo las luchas penetran y finalmente lo desbordan, mientras que el tercero y actual se caracteriza por una repulsión desde el sistema institucional de la clase obrera. Mientras que en el primer ciclo se conforma el predominio del capital industrial en la Argentina, en el segundo es cuando entra en crisis esta forma de capital.
El proceso de desarrollo de las relaciones propias del capital se encuentra bien avanzado en la Argentina de finales del siglo XIX. “Pero el proceso de expansión capitalista brevemente descrito, que remite a la formación del proletariado como grupo social, sólo constituye la base para la formación de la clase obrera. Para conocer el proceso de su génesis como clase social debemos tomar en consideración los enfrentamientos sociales en los que se va constituyendo” (p31). “Es en este proceso en que, desde la perspectiva que asumimos, ha emergido la clase obrera” (p33).
El año 1936 se encuentra en un momento ascendente de las luchas obreras, en este contexto se realiza la huelga general. Otro elemento decisivo en el análisis serán las acciones políticas a favor de una alianza social política expresada en los actos del 1 de mayo de 1936 (después de la huelga) y 22 de agosto del mismo año. Estos actos perseguirán la formación de un frente democrático por la libertades sociales y políticas, con la característica de ser convocado por la Confederación General de Trabajo (CGT) junto con los partidos radical (UCR), Socialista y Comunista.
Las condiciones materiales de vida que se expresan en la estructura económica y en las relaciones productivas han cambiado en la década del 30. La expansión de la industria manufacturera sigue el patrón extensivo del desarrollo capitalista. Dado la localización de la huelga y las acciones de confrontación de calles en ciertas zonas de la ciudad de Buenos Aires y no en otras el autor se pregunta por la influencia del desarrollo económico en las zonas de la ciudad. ¿En que medida ese crecimiento industrial afecta a los barrios - en que suceden las protestas populares que caracterizan la huelga general – y cambia su composición social? (p63). El autor hace una considerable reconstrucción de la historia de los barrios de la ciudad de Buenos Aires para mostrar una asociación entre la composición obrera de la población y el lugar de la protesta. El análisis de esta investigación contemplará el conjunto de relaciones sociales en que están involucrados los individuos que realizan la huelga. Así como las relaciones sociales materiales condicionan la acción, las relaciones no materiales o ideológicas deben formar parte del mismo análisis. En el capítulo sobre “el terreno” de los acontecimientos se dice que el mismo “está constituido por conjuntos de individuos, es decir, por conjuntos de relaciones sociales, pero involucra lo que clásicamente se definió como relaciones ideológicas, es decir, relaciones sociales no materiales que pasan por la conciencia humana, y como parte de ellas, la ¨argamasa´ de ideas y valores que une los distintos componentes de una fuerza para la acción”. (p105)
Así se describe la “vida en los barrios” donde está presente “la intensidad y densidad de las relaciones entre los habitantes de los barrios que constituía la base de una activa solidaridad”. En este análisis entra la sociabilidad y las formas de comunicación y reunión que constituyen este “terreno”. Otros elementos “subjetivos” hacen al “clima de bronca popular” o desprestigio del gobierno (corrupción entre otros) y a las acciones políticas populares que se reflejan en la actividad electoral con mensajes antiimpe-rialistas.
5. Después de este análisis de las condiciones de emergencia de la acción obrera se pasa al análisis de la lucha misma. (Metodológicamente esto es planteado en términos gramscianos de “disposición de fuerzas objetivas”). La huelga general del 7 de enero fue declarada por el “Comité de Defensa y Solidaridad con los obreros de la Construcción” que se encontraban en huelga desde el 23 de octubre de 1935. Esta huelga de la construcción tiene su historia. La industrialización tuvo como efecto el crecimiento del sector y la transformación en los procesos de trabajo tradicionales (“difusión del hormigón armado y de la arquitectura racionalista”). Esto repercutió en las formas de organización sindical, donde se produjo el pasaje a una organización por rama, dando lugar a la anterior forma de sindicatos por oficio. Así, no sin disputas entre fracciones políticas obreras, especialmente con el sindicato “forista” que se opuso a esta renovación, el 23 de julio de 1935 se fusionan estos sindicatos en la FOSC (Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción). En Octubre lanzarán la huelga por el reconocimiento del sindicato, por la jornada de 8 horas, salarios y condiciones de trabajo (el pliego se encuentra en la p.128). La huelga sumó entre 15.000 y 20.000 trabajadores. La misma se extendió posteriormente a todos el país y a Montevideo. Las empresas mantuvieron una actitud desconocedora del sindicato y de las reivindicaciones. Un elemento importante fue la solidaridad de otros sectores obreros y populares. La huelga general de enero de 1936 es una expresión de la misma, pero no la única. La relación principal entre huelga de la construcción con la huelga general de solidaridad es que luego de ésta los trabajadores de la construcción lograrán de parte del gobierno el reconocimiento de sus reclamos, dando así por concluida la huelga el 23 de enero. El análisis de la “lucha misma” ocupa la mayor parte del libro, los capítulos 7 a 15. El momento culminante de la misma es la confrontación de masas de los días 7 y 8 de enero en los barrios de la ciudad de Buenos Aires ya mencionados. Estas acciones le dan a la huelga rasgos de “insurreccional” o de rebelión. Las protestas se acompañan de destrucción de vehículos, enfrentamientos armados con las patrullas de la policía y represión por parte de éstas. Para el autor se trata de un “combate de masas”. La “concentración en tiempo y espacio y la disposición a la lucha nos permiten caracterizar al hecho investigado como un combate social, en que se produce el encuentro entre dos fuerzas: una, acaudillada por los obreros y de la que forman parte otras capas y fracciones proletarias y populares”. Los trabajadores de la construcción lanzarán una huelga en 1935 por reclamos de mejoras laborales y en defensa de su incipiente organización (la FOSC). La solidaridad que se generaliza, que recoge este reclamo como interés general de la clase, se expresa en una huelga general en el año siguiente, la cual es exitosa. Por un lado, la FOSC consigue lo básico de sus reivindicaciones, el fortalecimiento y expansión de la organización obrera en primer lugar. Pero no solo eso. “Existe también otro objetivo, que hace al proceso de formación de una fuerza social y a la lucha democrática de la clase obrera”.
6. Esto nos remite a la lucha política que protagonizan los trabajadores. Había una serie de puntos en las discusiones internas del movimiento laboral. Sobre el tipo de organización sindical ha tomar (oficio, rama), sobre el reconocimiento de la intervención del estado en las negociaciones trabajo/capital, la relación con las centrales sindicales existentes, las alianzas con otras clases, y las metas y reivindicaciones mismas del conflicto. En estas discusiones se vislumbra el carácter político. El sector interno más influyente en la huelga sería el de los comunistas, logrando desplazar a la antigua hegemonía anarco sindicalista (FORA), que queda prácticamente marginado del proceso. Hay un sector intermedio expresado por organizaciones “anarco comunistas” que compartirán puntos con los comunistas. Junto con las centrales sindicales (y el Partido Socialista influyendo aquí) estarán mostrados así las alternativas políticas. Estas plantearían tres estrategias de conjunto al movimiento. Por orden, la mejora mediante reformas dentro del capitalismo, la obtención de estas como parte de un cambio radical del mismo, y el rechazo de toda participación dentro de instituciones desde la postura revolucionaria (pp279/80). Aquí se expresaría la discusión respecto a la “inserción en el sistema”. El autor sostiene que mientras la huelga de la construcción expresa la “alternativa de insertarse en el sistema, en las acciones de masas de la huelga general aparecen elementos de confrontación” (p282). Si toda huelga general es política. ¿Qué tipo de lucha política se desarrolla, con que estrategia de la clase obrera se corresponde? Esto remite a la “lucha democrática de la clase obrera”. Aquí hay que analizar otros hechos que integran al movimiento (extienden, por decir así, al plano político) como el 1 de mayo de este año, donde la CGT y los partidos socialista, radical y comunista logran una convocatoria de masas en pos de reivindicaciones políticas democráticas. “En conclusión, el aspecto que estamos analizando de la huelga general de enero de 1936 muestra un momento del pasaje de la lucha económica por intereses inmediatos de los obreros de la construcción y de la clase obrera argentina como conjunto, a su lucha política por insertarse en el sistema institucional político en las mejores condiciones posibles, logrando el reconocimiento legal de sus organizaciones sindicales y políticas, para lo que se necesita formar parte de una alianza social. Cuando se toma el proceso histórico en conjunto, y se considera el período que culmina en el momento de la conformación y triunfo del peronismo, se advierte que, finalmente, ésta es la estrategia que logra imponerse, con el apoyo mayoritario de los obreros” (287)
Si en la huelga general hubo elementos de una estrategia “insurreccional”, no es la que se impondrá. Este hecho “se corresponde – dice el autor – con la tendencia dominante en el momento histórico: momento ascendente de la lucha de la clase obrera pero que difícilmente pueda ser considerado como de revolución proletaria”. Habría, más bien, una conclusión de la revolución burguesa, a manos del peronismo, dando forma a la ciudadanización de los trabajadores. Entonces, la lucha obrera (“que una estrategia no sea socialista no significa que no sea proletaria”, p290) desde lo político creó las condiciones en los 30 de lo que sería después el peronismo. Este resultado para el autor esto constituye un grado de formación de la clase obrera. Un grado de conciencia que “hace al proceso de elevación del proletariado a condición de clase nacional, a su constitución en nación, a su lucha por el poder político. Y, a la vez, constituye un paso necesario en el proceso de la formación de la conciencia de la clase obrera.” No se le escapa que esto resulta “afín a la estrategia que desarrolla la burguesía en el período que estamos analizando”. Pero desde un punto de vista general, en el análisis de Iñigo Carrera lo que aparecería es la especificidad de la acción popular. En este sentido, fueron sus luchas, la huelga de 1936, lo que “le permitió ocupar el lugar destacado en el escenario político que tuvo a partir de ese momento en la historia política argentina” (291).
La hipótesis puede expresarse – si tomamos el problema de Charles Tilly de Popular contention in Great Britain 1758-1834, (Cambridge, 1995) en términos de la relación entre el aporte de las acciones populares en los procesos generales de cambio social. El autor es claro sobre este punto. Son las luchas proletarias – acompañando procesos de transformación capitalista - las que crean las condiciones de la ciudadanización que se cristalizaría en los 40 y 50 en la Argentina, es decir, la incorporación de las masas populares al sistema institucional. El peronismo y la ciudadanización es producto de las luchas populares. Es decir, no es algo “extraño” a estrategias propias de los trabajadores. Lo que Iñigo Carrera pone en observación es que los elementos básicos de este resultado político habían sido planteados antes por las formaciones políticas de la izquierda (especialmente los socialistas y sindicalistas que proponían la primera de las tesis enumeradas), y puestas en el escenario político a través de radicales confrontaciones en la década del 30.
Hemos visto que en el análisis de Iñigo Carrera hay una continuidad entre las luchas sociales protagonizadas por la renovada clase obrera de la sustitución de importaciones y el crecimiento de la industria de la expansión del capitalismo, y la ciudadanización que es un proceso de logro de derechos para la mayoría antes excluida de los mismos. La continuidad está marcada por el hecho de que esta ciudadanía era uno de los objetivos de las intensas luchas por el reconocimiento de sus organizaciones sindicales y mejoras económicas, pero también por los derechos políticos de libertades y participación política. La década del 30 había estado caracterizada por gobiernos dictatoriales o fraudulentos. Los derechos de participación habían tenido un hito importante con la Ley de sufragio secreto de 1912, aunque no universal ya que no estuvieron incluidas las mujeres en la “Ley Sáenz Peña”, a partir de la cual, en 1916, accede al gobierno la Unión Cívica Radical liderada por Hipólito Irigoyen. Por otro lado, sólo se había dado un paso en el reconocimiento de las organizaciones obreras (el gobierno radical tendría una política dual, de negociación y represión). En la periodización de Iñigo Carrera de la clase obrera distinguió tres ciclos, con distintos valores para la relación entre el movimiento obrero y el “sistema institucional”. A una primera etapa de “exclusión” del sistema y de lucha desde afuera, le sigue otra de inclusión y de lucha desde adentro y “rebasamiento” del mismo por la clase obrera. Indudablemente, esta “integración” (término clave en el análisis de Daniel James) se corresponde con otro proceso específico: el peronismo. “Si bien este proceso de creciente ciudadanización tiene su momento de realización desde mediados de los 40, su génesis se encuentra en las luchas obreras y en las políticas de gobierno de la década del 30” (p46, cursiva mía).
La investigación del libro toma como objeto estas luchas. Pero su marco de interpretación las trasciende, tomando al peronismo como un hecho clave en la interpretación de los hechos anteriores. En este sentido puede establecer una relación entre luchas previas y peronismo. En este punto el autor se distinguirá a quienes ven bajo el peronismo a una clase obrera “dócil” y pasiva (cuyo paradigma ha establecido Gino Germani), y se acerca estudios posteriores. Así Daniel James dice. “Más recientes, esos estudios no han presentado la imagen de una masa pasiva manipulada sino la de actores, dotados de conciencia de clase, que procuraban encontrar un camino realista para la satisfacción de sus necesidades materiales. En consecuencia, dentro de este enfoque la adhesión política ha sido vista, al menos implícitamente, como reductible a un racionalismo social y económico básico.”
James entonces establece al peronismo como la solución a necesidades obreras, pero “nos falta comprender por qué la solución adoptó la forma específica de peronismo y no una diferente. Otros movimientos políticos se habían preocupado por esas mismas necesidades y habían ofrecido soluciones”. ¿Cómo responde esto Daniel James? A diferencia de los antecedentes rastreados por Iñigo Carrera, aquel basará su hipótesis en la propuesta de la “ciudadanía social” que Perón ofrece a los trabajadores. Es decir, la extensión de la participación a los derechos sociales. “El éxito de Perón con los trabajadores se explicó, más bien, por su capacidad para refundir el problema total de la ciudadanía en un molde nuevo, de carácter social”
En este análisis el aspecto principal se encuentra en la acción de Perón desde el estado y no en las luchas obreras previas. Lo que en Iñigo Carrera es un reconocimiento logrado por las confrontaciones radicales en James parecer mas algo unívoco implemen-tado desde el estado. “El peronismo, en cambio, fundaba su llamamiento político a los trabajadores en un reconocimiento de la clase trabajadora como fuerza social propia-mente dicha, que solicitaba reconocimiento y representación como tal en la vida política de la nación...como fuerza social autónoma”. Aún más, los análisis – si bien para perío-dos distintos – se diferencian en cuanto a la constitución misma de la clase. El peronismo para Iñigo Carrera es un proceso que encuentra constituida a la clase. Para James, “en un sentido importante, la clase trabajadora misma fue constituida por Perón” (p56).
También Iñigo Carrera se diferencia de otros análisis como el de Horowicz . Es posible encontrar un paralelo aquí. Este autor encuentra un hecho (mas reciente al peronismo que el de Iñigo) que daría el tono de la dinámica política posterior. La visión “pasiva” que es posible encontrar en Horowicz sorprendentemente coincidiría en un punto con James. Veamos. El conflicto abierto con la resistencia de los patrones al pago de aguinaldos decretado por Perón para el 7 de enero de 1946 da lugar a una confrontación directa entre gobierno y cámaras patronales, “mientras la clase obrera observaba el curso de los acontecimientos”. Cuando el gobierno los vence, “una dialéctica insuperable quedó instaurada: si la clase obrera ata su suerte a la del coronel porque los empresarios atan la suya a enfrentarlo, existe políticamente. La dinámica de la política argentina queda instaurada: la clase obrera, un fragmento de las clases medias de la ciudad y el campo y buena parte de los sin bandera, se alinean detrás de la figura de Perón...” (p155, cursiva mía)
Así podemos realizar una serie de reflexiones. En la hipótesis de Iñigo Carrera sobre la relación luchas previas-peronismo-ciudadanización ¿no queda toda la fase política más inmediata a los orígenes del peronismo sin estudiar (años 1943-1946)? ¿Podría cambiar este examen la validez de la conexión que Iñigo Carrera quiere poner en pie (que es clave en la ciudadanización posterior la génesis y la forma de las luchas de la década del 30)? Vimos que Horowicz señala otro hecho más inmediato que da el sentido de subordinación de una “dinámica política” entre Perón y la clase obrera, que será distinto del sentido de autonomía que podríamos ver sugerido en la forma del análisis de Iñigo Carrera. Es decir, si las luchas propias de la clase obrera son el aspecto principal del proceso político peronista, es fácilmente ver un sentido de autonomía, de estrategia obrera en el peronismo mismo, aún cuando ésta estrategia coincida o sea “afín con la de la burguesía”. Por nuestra parte, esta última hipótesis debería confrontarse con el conjunto de hechos posteriores a la década del 30, los cuales muy posiblemente cambien la forma de la dinámica, dando una nueva lógica en el seno del movimiento obrero que cambie definitivamente el impulso “democrático” autónomo que las luchas obreras tenían.
7. Por último, se puede pensar en otra sorprendente conexión a propósito de ciertas discusiones sobre la historia obrera reciente. En efecto, quienes usan el instrumental de “estudios culturales” frecuentemente oponen la ventaja de su enfoque en términos de que éste nos permite ver con la noción de experiencia la actividad propia de los trabajadores. Pero si tomamos el análisis de Daniel James ¿no es posible ver precisamente lo contrario? Si volvemos a la idea ya citada de que “la clase fue constituida por Perón”, todo su análisis desde la categoría de “experiencia” sirve para analizar el sentido de una subordinación y no de la actividad propia en el sentido de creación autónoma. En este punto, el enfoque brindado por Iñigo Carrera en su discusión con los “estudios culturales” tiene una sorprende consecuencia. Al tomar la noción de conciencia como resultado de la lucha y no la “experiencia” a secas éste libro muestra la forma en que la clase efectivamente se constituye a partir de sus propias acciones y no como resultado de un proceso heterónomo. Puesto en este marco, la investigación empírica de Iñigo Carrera es una invitación a revisar el debate metodológico sostenido en la historia laboral, que actualmente se inclina a sostener que el enfoque cultural de la experiencia o lenguajes de clase es el más apropiado con la tesis política de la autonomía obrera, es decir, en última instancia, con el protagonismo real de la clase obrera, y con la posición que el investigador tiene frente a ello. Efectivamente, la revisión de este debate es necesaria. Además de lo que hemos propuesto reciente debiera ser criticada la idea que asocia necesariamente la metodología “cultural” con la tesis política que cae en el populismo. Las ideologías obreras, incluyendo al socialismo en ellas, son un tema tan real e importante también para la tesis política que afirma críticamente la autonomía obrera, es decir, que no quiere caer en el populismo a-crítico de la cultura burguesa. Estudiar empíricamente y no especulativamente cómo se conforma y modifica la conciencia obrera no es un tema menor para los investigadores socialistas.
8. Pero quedan aún más discusiones que realizar ¿es realmente el peronismo la expresión de la lucha democrática proletaria? ¿No existe una diferencia entre ésta – tal como por ejemplo era propagada en la concepción de Lenin acerca de la lucha democrática – y la lucha democrática a secas? Estas son preguntas que deberían ser retomadas. La hipótesis marxista de la política de la lucha democrática proletaria tiene como objetivo el desarrollo del capitalismo como fase del desarrollo un vinculación con la hegemonía proletaria del proceso revolucionario (ver artículo de Alan Shandro en este número de Razón y Revolución). El desarrollo de la autonomía de clase requiere que los trabajadores construyan su expresión política estratégica de clase, “el partido político”. Pero éste último elemento es el que ha sido roto por el peronismo, y que marca una diferencia sustancial entre las décadas del 30 y del 40.

Agustín Santella

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