domingo, septiembre 30, 2007

El "Negro"



Homenaje al médico guerrillero al cumplirse 40 años de su asesinato

Carlos A. Alvis

En los próximos días se cumplirán 40 años de las muertes del Comandante Ernesto “Che” Guevara y varios de sus camaradas.

A cuarenta años de su fusilamiento deseo rendir homenaje a la memoria de uno de ellos que, al igual que el “Che”, era Médico egresado de la Facultad de Medicina de la UBA. Me refiero a Restituto José Cabrera Flores, Médico del cuerpo guerrillero, hecho prisionero el 31 de agosto de 1967 y fusilado el 4 de setiembre de 1967.

Sobre su actuación en la isla y dicha expedición hay documentación cubana, limitándose mi deseo a rescatar sus vivencias durante su paso por nuestro país.

Lo conocí en marzo de 1954, cuando mi ingreso a la Facultad de Medicina de la UBA. Con mi hermano Oscar, del cual era muy amigo, habían decidido “democráticamente”, que un hermano de el, también ingresante a la Facultad y yo debíamos conocernos a fin de que estudiemos juntos. Ese fue el comienzo de una amistad, que en su caso fue truncada por la tragedia, y que con su hermano persiste en la actualidad.

El encuentro se realizó en el legendario bar “Los Estudiantes” en la Avenida Córdoba entre Pasteur y Uriburu (que, según contaban los mozos de nuestra época, contó también entre sus parroquianos a Ernesto Guevara,). (Nota aparte merece la historia de ese bar, donde el los años 50 y 60 se incubaron muchas ideas que han influido en los acontecimientos de los últimos 50 años).

Compañeros de mesa de estudios, en ese entonces, mi hermano y el ya habían terminado de cursar el quinto año de la carrera. Lo conocían como el “Negro” Cabrera. Con la llegada del hermano pasó a ser el “Negro Cabrera Grande” y su hermano, Carlos, el “Negro Cabrera Chico”. Fue opinión generalizada que “El Negro Cabrera Grande” era poseedor de uno de los cerebros más brillantes que transitaron por esos años la Facultad de Medicina.

Nacido en Callao, Perú, debió bajar a Buenos Aires a realizar sus estudios de medicina, luego de dos intentos infructuosos de ingresar en una Universidad de su país (¿San Marcos?). Por ser cholo como decía él.

Durante sus estudios en Buenos Aires vivía en una de las legendarias pensiones de estudiantes latinoamericanos, de la calle Junín, entre Córdoba y Paraguay, frente al viejo Hospital de Clínicas, ahora Plaza Houssay, donde en cada habitación había cinco camas y huéspedes con estómagos flacos.

De origen humilde, realizó todo tipo de trabajos para costearse los estudios (estibador en el puerto, pintor de barcos, tareas de limpieza nocturna en un colegio de curas, asistente disfrazado de un luchador de Cach en el Luna Park, etc.).

Pese a los trabajos indicados, cursó la carrera sin contratiempos y con duración normal siendo en varias ocasiones felicitado por los profesores “cucos” en materias cardinales como Medicina Interna y Medicina Externa.

Con una “pinta” llamativa, alrededor de 1.90 m. de altura, atlético, con piel morena aceitunada (mi hermano decía que era verde), facciones armónicas, vestido con trajes claros, logró la envidiable hazaña, en la calle Florida, de que algunas mujeres se dieran vuelta para mirarlo.

Hombre observador y reposado nos enriqueció a mí y a otros, que comenzábamos a caminar la Universidad de los 50 y su clima político, con sus conocimientos de César Vallejo, Mariátegui y muchos otros pensadores, filósofos, artistas y poetas latinoamericanos y del mundo.

De ideas marxistas-leninistas, pues había abandonado el Aprismo, toda su vida fue consecuente con ellas. Vivió y murió divulgándolas y defendiéndolas.

De gran vuelo intelectual y político, todo respaldado por una tremenda honestidad para vivir, fue respetado y escuchado por los compañeros que tuvimos la suerte de frecuentarlo. Le dolía la realidad peruana y latinoamericana. Le dolía el mundo.

Como practicante de guardia del viejo Hospital Rawson, colaboró en la asistencia médica a las víctimas del el bombardeo de Plaza de Mayo del 16 de junio del 55, siendo grande su condena por lo vivido en esa jornada. Dramáticos e indignados fueron sus recuerdos de la asistencia a los pobres soldados-granaderos mutilados en la Casa Rosada.

Recibido de Médico hizo sus primeras armas en el Instituto Modelo de Clínica Médica “Dr. Luis Agote” del Hospital Rawson donde también fue reconocido su talento.

Por todos los lugares que pasó dejo un recuerdo cariñoso y de gran respeto. Médicos de ideologías de derecha que lo conocieron dijeron de el, al enterarse de las circunstancias de su muerte, que siempre lo respetaron y admiraron porque vivía como pensaba. Ni hablar del concepto del resto de los amigos y compañeros.

No aguantó mucho la medicina de la Ciudad, y aceptó ir a Chaco como Médico contratado por una compañía que explotaba un obraje de quebracho, en una zona en lo profundo del monte, a 460 Km. de Resistencia, en el límite con Salta y Santiago del Estero, llamada Taco Pozo. Allí conoció de cerca la superexplotación en los obrajes y lo tremendo del trabajo a destajo. Simultáneamente con su tarea asistencial, comenzó a enseñar a leer y escribir a los obreros con un método imaginado por el que fue definido como bueno y novedoso por maestros que consultó. Paralelamente les enseñaba sobre las organizaciones obreras y políticas, de sus orígenes, principios, objetivos, funcionamiento y organización. Duró poco en ese trabajo, pues basados en sus enseñanzas y sugerencias los obreros elaboraron un petitorio de mejoras. Cuando la patronal les preguntó como habían escrito eso contestaron: “nos ayudó el doctor que es muy bueno”. Fuera.

Continuó en Chaco en una población llamada Tres Isletas donde se asoció con otros dos médicos haciendo una especie de cooperativa socialista.

Al poco tiempo nos comunicó a sus compañeros y amigos más cercanos su decisión de ir a colaborar con la naciente Revolución Cubana.

Sabemos que cuando decidió integrarse al cuerpo expedicionario defendió su posición ante las mas altas autoridades de Cuba, que planteaban era necesario como cardiólogo en la isla, sosteniendo que así como ellos habían realizado la revolución en Cuba, no le objeten su decisión de hacerla en Perú.

Sus restos hallados en Bolivia el 7 de junio de 1999 reposan en el Memorial de Ernesto Guevara en Santa Clara, Cuba.
Rebelión,30/09/2007

Doctor Restituto José Cabrera Flores. Internacionalista en Cuba y en Bolivia*
Por Elsa Blaquier
* Publicado en Periódico Granma, septiembre 3 de 1997.

Pocos conocen la hermosa historia de humanismo y desinteresada entrega protagonizada en el Hospital Provincial de Santiago de Cuba por Restituto José Cabrera Flores, el médico peruano quien con el seudónimo de El Negro, integró la guerrilla del "Che" en Bolivia.

El Negro Cabrera, como le llamaban sus compañeros cuando estudiaba medicina en Buenos Aires y colaboraba de forma entusiasta en organizar la lucha armada en su país natal, fue de los primeros en acudir a la isla mayor del Caribe a entregar sus conocimientos, cuando Estados Unidos trataba de dejar al país sin profesionales de la salud.

Hasta la Ciudad Héroe llegó el joven nacido en El Callao, el 27 de junio de 1931. Acompañado de su esposa, una farmacóloga argentina, Cabrera desplegó iniciativas que aún permanecen en la memoria de quienes compartieron con él los primeros años de la década del 60.

El doctor Alberto Galvizu Borrell ocupaba entonces la subdirección de asistencia médica del hospital santiaguero y atesora entre sus impresiones la actitud consagrada, honesta, moral, ética y, sobre todo, revolucionaria, mantenida por el especialista en Medicina Interna y Cardiología, Restituto José Cabrera Flores.

El aporte brindado por el doctor Cabrera al desarrollo de los departamentos donde laboraba, resultó decisivo para el ulterior desarrollo de la instalación hospitalaria, ya que era un médico muy actualizado, estudioso y servicial, cualidades que le hicieron merecedor de formar parte de los Consejos de Dirección y Científico del centro, además de ser elegido por los trabajadores para integrar la directiva de la sección sindical.

El doctor Galvizu lo recuerda como una persona medida, parca al hablar, pero al mismo tiempo muy precisa y con una elevada conciencia revolucionaria. Era un hombre de gran sencillez, modestia y devoción por su trabajo. Después de concluir su jornada, laboraba como maestro voluntario en las aulas de seguimiento para alcanzar el sexto grado que funcionaban en el hospital.

Subraya, además, que impartía cursos de actualización para médicos y técnicos. Fue el impulsor del sistema de consultas ambulatorias voluntarias nocturnas para atender a los obreros, en un momento en que eran muchas las necesidades y pocos los especialistas. Formó parte también de la reserva de médicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y como tal participaba en los entrenamientos que hacían en la entonces División 50 del Ejército Oriental.

"A la altura de los años, lo veo así, no porque esté ahora en la grandeza de la historia americana, sino porque dejó en todos la grata impresión de su humanismo, de consagración a una causa que tenía bien definida y hacia la que marchó con seguridad en lo que hacía. Por eso no fue una sorpresa cuando supimos su heroica caída en Bolivia," señala.

En Cuba lo vio también por última vez Héctor Cordero Guevara, uno de los fundadores del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) de Perú, quien conoció al Negro Cabrera cuando éste cursaba estudios en Argentina. Ambos compartieron inquietudes y desvelos a inicios de los años 50, y fue Héctor quien le consiguió trabajo en una imprenta en Buenos Aires para ayudarlo a sufragar la carrera, ya que los escasos recursos familiares no le permitían continuar costeándoselo.

"Era un magnífico alumno. Alto, fuerte, apasionado futbolista, con gran simpatía personal y una total entrega a la causa. Había sido simpatizante de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), pero en esos momentos concentró sus esfuerzos en concluir sus estudios," explica Héctor. Cuenta que volvieron a encontrarse en La Habana, durante la celebración de la Conferencia Tricontinental. Entonces supo su decisión de integrarse a la lucha armada en Perú. Le dijo que se había casado y tenía una hija, pero estaba decidido a combatir por su país.

Los sueños hechos realidad en Cuba influyeron grandemente en su determinación. El 14 de febrero de 1967 llega al campamento de Ñacahuazú acompañado de El Chino (Juan Pablo Chang-Navarro) y de Eustaquio (Lucio Edilberto Galván) con el propósito de entrenarse durante un tiempo en el combate y pasar más tarde a un grupo guerrillero que actuaría en la zona peruana de Ayacucho, bajo el mando de Chang-Navarro.

El 19 de marzo, cuando el "Che" regresa al campamento base, después de la caminata de exploración y entrenamiento que realizara durante casi dos meses, es recibido por El Negro. La llegada de los tres peruanos, junto a Tania (Tamara Bunke), Regis Debray y Ciro Bustos, se produce en el momento en que han desertado dos hombres.

El Comandante Guevara anota en su diario que El Negro fue testigo presencial del ataque a la finca de Ñacahuazú, descubierta por el ejército, cuyas fuerzas realizan misiones de exploración en busca de los revolucionarios.

De inmediato el jefe guerrillero pone al Negro bajo su mando, en el grupo del Centro. El 10 de abril, es el médico peruano quien avisa al Guerrillero Heroico sobre la presencia de parte de una compañía de 100 soldados que caen dos veces, durante ese día, en la emboscada tendida por los revolucionarios bajo el mando de Rolando (Eliseo Reyes, "San Luis").

La noche del 16 de abril el "Che" decide dejar a Serapio y al Negro responsabilizados con la atención a Tania y Alejandro (Gustavo Machín), ambos con fiebre alta, ya que por su estado de salud retrasaban la marcha en el intento de sacar a Regis Debray, Ciro Bustos y al periodista George Andrew Roth de la zona insurgente.

El 17 de abril quedan los cuatro, más El Chino, también enfermo, y el grupo de la Retaguardia, comandado por Joaquín (Juan Vitalio Acuña), con la indicación de mantenerse en la cercanía del caserío de Bella Vista, hacer una demostración y esperarlos durante tres días.

Nunca más volverían a encontrarse, pero durante los 136 días que el pequeño destacamento combatió en la zona contra efectivos del Ejército de Bolivia, El Negro constituyó un baluarte en el cuidado de los enfermos y del orden, en las difíciles condiciones de un grupo aislado y perseguido.

José Castillo Chávez (Paco), integrante de la resaca y sobreviviente de la emboscada en el vado de Puerto Mauricio, destaca cómo aquel combatiente de tez morena y alta estatura se mantenía al tanto de la disciplina del grupo, pues decía que de no cuidarse podía descomponerse la moral de la columna. Señala igualmente sus cualidades como galeno solícito que velaba todo el tiempo por la salud de la pequeña tropa.

La tarde del jueves 31 de agosto, cuando la traición de Honorato Rojas les lleva a caer en la emboscada preparada muy cerca de la confluencia de los ríos Grande y Masicurí, El Negro ve cuando una ráfaga alcanza el cuerpo de Tania y de inmediato trata de prestarle ayuda.

Nada desesperadamente en el turbión que forman las caudalosas aguas, hasta dar alcance a la compañera cuya vida le fuera encargada por el Comandante Guevara. Cuando comprueba su muerte, la acerca a la orilla y se deja llevar por la corriente hasta llegar al río Palmarito.

Pasados tres días, camina por la orilla para buscar alimento e intentar encontrar ayuda, pero choca con la compañía Toledo de la Cuarta División, desplegada desde el trágico 31 de agosto para apoyar a la Octava División. Sus captores no respetan el estado en que se encuentra y de inmediato disparan sobre el valioso médico.

No llevaba arma alguna. En los bolsillos de su pantalón verde olivo sus captores sólo encontraron dos cargadores con algunos proyectiles, un encendedor y su cortauñas, junto a cuatro limones y algunas frutas de monte.

Pero los asesinos no se saciaron con la sangre derramada y entablaron una disputa entre las dos divisiones, pues mientras que el coronel Zenteno Anaya atribuía su muerte a la acción del 31 de agosto, el coronel Roque Terán insistía en que había sido capturado por ellos, por lo tanto, les correspondía la recompensa.

El 4 de septiembre el "Che" anota en su diario: "La radio trae la noticia de un muerto cerca de donde fue aniquilado el grupo de diez hombres (...) dieron todas las generales del Negro, muerto en Palmarito y trasladado a Camiri".

Hasta hoy se desconoce el lugar exacto donde reposan sus restos, pero el ejemplo de hombre íntegro, profesional ejemplar y revolucionario intachable será recordado siempre en Cuba donde brindó su desinteresada ayuda y en toda Latinoamerica, por cuya definitiva liberación entregó la vida.

1 comentario:

El hijo de la madre de Santo Biasatti dijo...

Emocionante relato.. era mi tío. Es fidedigno 100%.

Saludos Javier S. Cabrera