domingo, enero 27, 2008

A 89 años del asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht


El pasado 13 de enero, una multitud de más de 70.000 personas cubrió de claveles rojos la tumba de Rosa Luxemburg en el cementerio de Berlín al cumplirse el 89 aniversario de su cobarde asesinato a manos de los cuerpos especiales del ejército bajo órdenes del gobierno de la Socialdemocracia alemana, tras la derrota del llamado “levantamiento espartaquista”, el último episodio de la revolución alemana de 1918.

El clima de agitación y descontento causado por los padecimientos de la Primera Guerra Mundial había llevado al establecimiento de un gobierno “parlamentario” en reemplazo del Kaiser Guillermo II, encabezado por su primo, el príncipe Max von Baden y con participación del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). Pero las reformas llegaban muy tarde y los desastres militares llevaron a los soldados y obreros a la insurrección.

El 29 de octubre de 1918, los marineros de Kiel se negaron a obedecer las órdenes de sus superiores de enfrentar a la armada británica. A comienzos de noviembre se habían extendido los concejos de obreros y soldados a las principales ciudades de Alemania. Sin embargo, a diferencia de la revolución rusa de octubre de 1917 estos concejos bajo la dirección mayoritaria de la socialdemocracia y del Partido Socialdemócrata Independiente (USPD), no destruyeron el Estado burgués ni expropiaron a los capitalistas. El gobierno socialdemócrata decidió aplastar la revolución en curso y abrir el camino a la normalización burguesa por la vía de las elecciones. Para esto montó una provocación a comienzos de enero de 1919 a la que los obreros de Berlín respondieron con una semana de enfrentamientos, apoyados sólo por el recientemente fundado Partido Comunista Alemán (KPD) y aislados del resto del país. Para el 13 de enero los cuerpos especiales del ejército -Freikorps- ya habían derrotado el levantamiento de Berlín y lanzaron una persecución brutal contra los dirigentes del KPD y activistas obreros encarcelando y asesinando a miles.

El 15 de enero Rosa fue detenida en el Hotel Eden de Berlín y asesinada. Su cadáver fue arrojado a un canal. Poco antes las tropas de asalto habían matado a Karl Liebknecht. El entonces canciller (primer ministro) socialdemócrata Ebert se transformaría un mes después en el primer presidente de la República de Weimar, fundada sobre la sangrienta derrota de la revolución de 1918-19.

Reproducimos a continuación el último artículo de Rosa Luxemburg, escrito el día anterior a su muerte, en el que reflexiona sobre el significado histórico de la derrota del levantamiento de Berlín y su relación con la revolución socialista internacional.

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El orden reina en Berlín

Rosa Luxemburg (14 de enero de 1919)

El orden reina en Varsovia”, anunció el ministro Sebastiani a la Cámara de París en 1831 cuando, después de haber lanzado su terrible asalto sobre el barrio de Praga, la soldadesca de Paskievitch había entrado en la capital polaca para dar comienzo a su trabajo de verdugos contra los insurgentes.

“¡El orden reina en Berlín!”, proclama triunfante la prensa burguesa, proclaman Ebert y Noske [1], proclaman los oficiales de las “tropas victoriosas” a las que la chusma pequeñoburguesa de Berlín acoge en las calles agitando sus pañuelos y lanzando sus ¡hurras! La gloria y el honor de las armas alemanas se han salvado ante la historia mundial. Los lamentables vencidos de Flandes y de las Ardenas han restablecido su renombre con una brillante victoria sobre...los 300 “espartaquistas” del Vorwärts. Las gestas del primer y glorioso avance de las tropas alemanas sobre Bélgica, las gestas del general von Emmich, el vencedor de Lieja, palidecen ante las hazañas de Reinhardt y Cía., en las calles de Berlín. Parlamentarios que habían acudido a negociar la rendición del Vorwärts asesinados, destrozados a golpes de culata por la soldadesca gubernamental hasta el punto de que sus cadáveres eran completamente irreconocibles, prisioneros colgados de la pared y asesinados de tal forma que tenían el cráneo roto y la masa cerebral esparcida: ¿quién piensa ya a la vista de estas gloriosas hazañas en las vergonzosas derrotas ante franceses, ingleses y americanos? “Espartaco” [2] se llama el enemigo y Berlín el lugar donde nuestros oficiales entienden que han de vencer. Noske, el “obrero”, se llama el general que sabe organizar victorias allí donde Ludendorff ha fracasado.

¿Cómo no pensar aquí en la borrachera de victoria de la jauría que impuso el “orden” en París, en la bacanal de la burguesía sobre los cadáveres de los luchadores de la Comuna? ¡Esa misma burguesía que acaba de capitular vergonzosamente ante los prusianos y de abandonar la capital del país al enemigo exterior para poner pies en polvorosa como el último de los cobardes! Pero frente a los proletarios de París, hambrientos y mal armados, contra sus mujeres e hijos indefensos, ¡cómo volvía a florecer el coraje viril de los hijitos de la burguesía, de la “juventud dorada”, de los oficiales! ¡Cómo se desató la bravura de esos hijos de Marte humillados poco antes ante el enemigo exterior ahora que se trataba de ser bestialmente crueles con indefensos, con prisioneros, con caídos!

“¡El orden reina en Varsovia!”, “¡El orden reina en París!”, “¡El orden reina en Berlín!”, esto es lo que proclaman los guardianes del “orden” cada medio siglo de un centro a otro de la lucha histórico-mundial. Y esos eufóricos “vencedores” no se percatan de que un “orden” que periódicamente ha de ser mantenido con esas carnicerías sangrientas marcha ineluctablemente hacia su fin. ¿Qué ha sido esta última “Semana de Espartaco” en Berlín, qué ha traído consigo, qué enseñanzas nos aporta? Aun en medio de la lucha, en medio del clamor de victoria de la contrarrevolución han de hacer los proletarios revolucionarios el balance de lo acontecido, han de medir los acontecimientos y sus resultados según la gran medida de la historia. La revolución no tiene tiempo que perder, la revolución sigue avanzando hacia sus grandes metas aun por encima de las tumbas abiertas, por encima de las “victorias” y de las “derrotas”. La primera tarea de los combatientes por el socialismo internacional es seguir con lucidez sus líneas de fuerza, sus caminos. ¿Podía esperarse una victoria definitiva del proletariado revolucionario en el presente enfrentamiento, podía esperarse la caída de los Ebert-Scheidemann y la instauración de la dictadura socialista? Desde luego que no si se toman en consideración la totalidad de los elementos que deciden sobre la cuestión. La herida abierta de la causa revolucionaria en el momento actual, la inmadurez política de la masa de los soldados, que todavía se dejan manipular por sus oficiales con fines antipopulares y contrarrevolucionarios, es ya una prueba de que en el presente choque no era posible esperar una victoria duradera de la revolución. Por otra parte, esta inmadurez del elemento militar no es sino un síntoma de la inmadurez general de la revolución alemana.

El campo, que es de donde procede un gran porcentaje de la masa de soldados, sigue sin estar apenas tocado por la revolución. Berlín sigue estando hasta ahora prácticamente aislado del resto del país. Es cierto que en provincias los centros revolucionarios -Renania, la costa norte, Braunschweig, Sajonia, Württemberg- están con cuerpo y alma al lado de los proletarios de Berlín. Pero lo que sobre todo falta es coordinación en la marcha hacia adelante, la acción común directa que le daría una eficacia incomparablemente superior a la ofensiva y a la rapidez de movilización de la clase obrera berlinesa. Por otra parte, las luchas económicas, la verdadera fuerza volcánica que impulsa hacia adelante la lucha de clases revolucionaria, están todavía -lo que no deja de tener profundas relaciones con las insuficiencias políticas de la revolución apuntadas- en su estadio inicial.

De todo esto se desprende que en este momento era imposible pensar en una victoria duradera y definitiva. ¿Ha sido por ello un “error” la lucha de la última semana? Sí, si se hubiera tratado meramente de una “ofensiva “ intencionada, de lo que se llama un “putsch”. Sin embargo, ¿cuál fue el punto de partida de la última semana de lucha? Al igual que en todos los casos anteriores, al igual que el 6 de diciembre y el 24 de diciembre: ¡una brutal provocación del gobierno! Igual que el baño de sangre a que fueron sometidos manifestantes indefensos de la Chausseestrasse e igual que la carnicería de los marineros, en esta ocasión el asalto a la jefatura de policía de Berlín fue la causa de todos los acontecimientos posteriores. La revolución no opera como le viene en gana, no marcha en campo abierto, según un plan inteligentemente concebido por los “estrategas”. Sus enemigos también tienen la iniciativa, sí, y la emplean por regla general más que la misma revolución. Ante el hecho de la descarada provocación por parte de los Ebert-Scheidemann, la clase obrera revolucionaria se vio obligada a recurrir a las armas. Para la revolución era una cuestión de honor dar inmediatamente la más enérgica respuesta al ataque, so pena de que la contrarrevolución se creciese con su nuevo paso adelante y de que las filas revolucionarias del proletariado y el crédito moral de la revolución alemana en la Internacional sufriesen grandes pérdidas.

Por lo demás, la inmediata resistencia que opusieron las masas berlinesas fue tan espontánea y llena de una energía tan evidente que la victoria moral estuvo desde el primer momento de parte de la “calle”.

Pero hay una ley vital interna de la revolución que dice que nunca hay que pararse, sumirse en la inacción, en la pasividad después de haber dado un primer paso adelante. La mejor defensa es el ataque. Esta regla elemental de toda lucha rige sobre todos los pasos de la revolución. Era evidente -y haberlo comprendido así testimonia el sano instinto, la fuerza interior siempre dispuesta del proletariado berlinés- que no podía darse por satisfecho con reponer a Eichhorn en su puesto. Espontáneamente se lanzó a la ocupación de otros centros de poder de la contrarrevolución: la prensa burguesa, las agencias oficiosas de prensa, el Vorwärts. Todas estas medidas surgieron entre las masas a partir del convencimiento de que la contrarrevolución, por su parte, no se iba a conformar con la derrota sufrida, sino que iba a buscar una prueba de fuerza general.

Aquí también nos encontramos ante una de las grandes leyes históricas de la revolución frente a la que se estrellan todas las habilidades y sabidurías de los pequeños “revolucionarios” al estilo de los del USP, que en cada lucha sólo se afanan en buscar una cosa, pretextos para la retirada. Una vez que el problema fundamental de una revolución ha sido planteado con total claridad -y ese problema es en esta revolución el derrocamiento del gobierno Ebert-Scheidemann, en tanto que primer obstáculo para la victoria del socialismo- entonces ese problema no deja de aparecer una y otra vez en toda su actualidad y con la fatalidad de una ley natural; todo episodio aislado de la lucha hace aparecer el problema con todas sus dimensiones por poco preparada que esté la revolución para darle solución, por poco madura que sea todavía la situación. “¡Abajo Ebert-Scheidemann!”, es la consigna que aparece inevitablemente a cada crisis revolucionaria en tanto que única fórmula que agota todos los conflictos parciales y que, por su lógica interna, se quiera o no, empuja todo episodio de lucha a su más extremas consecuencias.

De esta contradicción entre el carácter extremo de las tareas a realizar y la inmadurez de las condiciones previas para su solución en la fase inicial del desarrollo revolucionario resulta que cada lucha se salda formalmente con una derrota. ¡Pero la revolución es la única forma de “guerra” -también es ésta una ley muy peculiar de ella- en la que la victoria final sólo puede ser preparada a través de una serie de “derrotas”!

¿Qué nos enseña toda la historia de las revoluciones modernas y del socialismo? La primera llamarada de la lucha de clases en Europa, el levantamiento de los tejedores de seda de Lyon en 1831, acabó con una severa derrota. El movimiento cartista en Inglaterra también acabó con una derrota. La insurrección del proletariado de París, en los días de junio de 1848, finalizó con una derrota asoladora. La Comuna de París se cerró con una terrible derrota. Todo el camino que conduce al socialismo -si se consideran las luchas revolucionarias- está sembrado de grandes derrotas.

Y, sin embargo, ¡ese mismo camino conduce, paso a paso, ineluctablemente, a la victoria final! ¡Dónde estaríamos nosotros hoy sin esas “derrotas”, de las que hemos sacado conocimiento, fuerza, idealismo! Hoy, que hemos llegado extraordinariamente cerca de la batalla final de la lucha de clases del proletariado, nos apoyamos directamente en esas derrotas y no podemos renunciar ni a una sola de ellas, todas forman parte de nuestra fuerza y nuestra claridad en cuanto a las metas a alcanzar.

Las luchas revolucionarias son justo lo opuesto a las luchas parlamentarias. En Alemania hemos tenido, a lo largo de cuatro decenios, sonoras “victorias” parlamentarias, íbamos precisamente de victoria en victoria. Y el resultado de todo ello fue, cuando llegó el día de la gran prueba histórica, cuando llegó el 4 de agosto de 1914, una aniquiladora derrota política y moral, un naufragio inaudito, una bancarrota sin precedentes. Las revoluciones, por el contrario, no nos han aportado hasta ahora sino graves derrotas, pero esas derrotas inevitables han ido acumulando una tras otra la necesaria garantía de que alcanzaremos la victoria final en el futuro.

¡Pero con una condición! Es necesario indagar en qué condiciones se han producido en cada caso las derrotas. La derrota, ¿ha sobrevenido porque la energía combativa de las masas se ha estrellado contra las barreras de unas condiciones históricas inmaduras o se ha debido a la tibieza, a la indecisión, a la debilidad interna que ha acabado paralizando la acción revolucionaria?

Ejemplos clásicos de ambas posibilidades son, respectivamente, la revolución de febrero en Francia y la revolución de marzo alemana. La heroica acción del proletariado de París en 1848 ha sido fuente viva de energía de clase para todo el proletariado internacional. Por el contrario las miserias de la revolución de marzo en Alemania han entorpecido la marcha de todo el moderno desarrollo alemán igual que una bola de hierro atada a los pies. Han ejercido su influencia a lo largo de toda la particular historia de la Socialdemocracia oficial alemana llegando incluso a repercutir en los más recientes acontecimientos de la revolución alemana, incluso en la dramática crisis que acabamos de vivir.

¿Qué podemos decir de la derrota sufrida en esta llamada Semana de Espartaco a la luz de las cuestiones históricas aludidas más arriba? ¿Ha sido una derrota causada por el ímpetu de la energía revolucionaria chocando contra la inmadurez de la situación o se ha debido a las debilidades e indecisiones de nuestra acción?

¡Las dos cosas a la vez! El carácter doble de esta crisis, la contradicción entre la intervención ofensiva, llena de fuerza, decidida, de las masa berlinesas y la indecisión, las vacilaciones, la timidez de la dirección ha sido uno de los datos peculiares del más reciente episodio. La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y a partir de las masas. Las masas son lo decisivo, ellas son la roca sobre la que se basa la victoria final de la revolución. Las masas han estado a la altura, ellas han hecho de esta “derrota” una pieza más de esa serie de derrotas históricas que constituyen el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y por eso, del tronco de esta “derrota” florecerá la victoria futura.

“¡El orden reina en Berlín!”, ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya “se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto” y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!


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Rosa Luxemburg

(Polonia, 1871/Alemania, 1919)

Comenzó su actividad política muy joven en el partido Proletariat, más tarde Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia (SDKPL). Tuvo que abandonar Polonia por la persecución policial. Emigró primero a Zurich, Suiza, y luego a Alemania, donde se unió en 1898 al Partido Socialdemócrata (SPD). Enfrentó en E. Bernstein y su tesis de la evolución pacífica hacia el socialismo con su famoso folleto “¿Reforma o revolución?”. Luego de la revolución rusa de 1905 sostuvo una dura polémica con K.Kaustky sobre el rol de las masas en la revolución y la necesidad de tener una orientación revolucionaria.

En 1914 tras el apoyo del SPD a la Primera Guerra Mundial fundó la Liga Espartaco junto con Karl Liebknecht -el único diputado socialdemócrata que se opuso a los créditos de guerra- Clara Zetkin y Franz Mehring. Al igual que Liebknecht fue encarcelada por su actividad contra la guerra y liberada por la revolución de noviembre de 1918. El 1 de enero de 1919 participó de la fundación del Partido Comunista Alemán (KPD). A pesar de que no consideraba oportuno el levantamiento armado de los obreros de Berlín, el KPD acompañó esa experiencia que terminó ahogada en sangre y le costó la vida a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht.

Sostuvo una discusión con Lenin con quien mantenía diferencias sobre la política hacia la cuestión nacional y sobre la relación entre el partido revolucionario y la actividad espontánea del movimiento de masas. En 1917 criticó también la política de los bolcheviques hacia la Asamblea Constituyente. Pero contra toda la socialdemocracia y los dirigentes históricos como Kautsky, fue una defensora acérrima de la revolución de octubre y de la dictadura del proletariado.

Años después, muchos escépticos pretendieron usar su nombre para justificar un supuesto “espontaneísmo” en detrimento de la necesidad de un partido revolucionario o para denigrar la revolución rusa. Una escandalosa falsificación de esta revolucionaria que dedicó su vida a la construcción de un partido obrero revolucionario e internacionalista y a la lucha por el socialismo.

Fue además una destacada economista marxista.


[1] Friedrich Ebert, dirigente de la Partido Socialdemócrata alemán, fue nombrado canciller (primer ministro) del gobierno provisional por el príncipe Max von Baden tras la abdicación del Kaiser Guillermo II. Junto con Philipp Scheidemann dirigía la fracción mayoritaria del partido que apoyó hasta el final la participación alemana en la Primera Guerra Mundial. El gobierno provisional estaba integrado exclusivamente por el SPD y el USPD (el Partido Socialdemócrata Independiente, fundado por K. Kautsky en 1917) en un intento por derrotar la revolución que se había desatado tras el fin de la Primera Guerra Mundial en noviembre de 1918. Gustav Noske era otro socialdemócrata que ocupaba el cargo de ministro de defensa y fue quien dirigió la represión de la revolución y el levantamiento de enero de 1919.

[2] La Liga Espartaco fue fundada por Luxemburg y Liebknecht junto a otros dirigentes luego de que el SPD votara en agosto de 1914 los créditos de guerra. Posteriormente fue el ala izquierda del centrista Partido Socialdemócrata Independiente (USPD) fundado por K. Kautsky quien luego de apoyar la participación alemana en la Primera Guerra Mundial pasó a la oposición, al igual que E.Bernstein. Con el ingreso al gobierno socialdemócrata del USPD durante la revolución de 1918 la Liga Espartaco rompe y funda, junto con otros grupos socialistas menores, el Partido Comunista Alemán, el KPD afiliado a la III Internacional, el 1 de enero de 1919.

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