domingo, junio 29, 2008

El Ché y Manuel Marulanda


Dos figuras. Dos revolucionarios. Dos guerrilleros. Dos hombres nuevos.

Por Allende La Paz, ANNCOL

Escribir sobre los grandes hombres (como especie) es quizá una de las tareas más difíciles para un aprendiz de escritor como yo. Aquí estoy con la imagen vívida de esos inconmensurables revolucionarios que fueron el Ché y Manuel Marulanda, sentado frente a mi computador sin atinar a escribir el primer párrafo. Qué escribir sobre el Ché que no esté escrito ya. Qué escribir sobre Marulanda que no sea la etérea figura que nos señalan los medios oligárquicos colombianos. Qué decir de dos revolucionarios auténticos…
Evidentemente que ambos como revolucionarios estaban motivados por las más elevadas pulsiones y por su conciencia revolucionaria. Pero por sobre todo, por su infinito amor por el pueblo o por qué no decirlo, por sus pueblos. Todos. Todos los pueblos del mundo, pero especialmente los latinoamericanos. Por ese amor que los llevaba a la internalización de que la satisfacción de sus necesidades pasaba por la satisfacción de las necesidades del colectivo, muestra del más profundo desprendimiento revolucionario.
Cualidades estas que demuestran que el Ché y Marulanda habían traspasado la dimensión de la creación del hombre nuevo. Ya ellos eran hombres nuevos, que no necesitaban transformarse, sino contribuir a que los demás combatientes se convirtieran en los hombres nuevos, los revolucionarios que requería –y requiere- la lucha contra el imperialismo e indispensable para lograr la unidad de los pueblos. Es además la conciencia la que les muestra que es el imperialismo el enemigo de todos los pueblos del mundo y contra ese imperialismo hay que adelantar la lucha según la forma de lucha que permitan, incluso la más sacrificada pero también la más valorada por los revolucionarios, que es la única que en últimas deja el imperio.
Guerrilleros uno y otro, nunca abrigaron siquiera la posibilidad de renunciar al destino que les estaba señalado. Sólo la muerte truncaría sus pasos. El Ché moriría el 9 de octubre de 1967 asesinado por orden del imperialismo enemigo de los pueblos; Marulanda en cambio murió de muerte natural en medio del más salvaje operativo de exterminio planificado por ese mismo imperialismo, el Plan Colombia (Patriota). A uno los pueblos del mundo le conmemoran sus 80 años de nacimiento. El otro acaba de morir cercano a los 80 años. A uno y otro los odian a muerte el imperialismo estadounidense y las oligarquías cipayas. Uno y otro deben sentirse más que satisfechos porque ese odio es muestra y reflejo de su lucha inclaudicable.
Al Ché y a Marulanda les tocó adelantar sus luchas como guerrilleros por imposición del imperialismo y las oligarquías. Enguerrillerados en los Andes majestuosos. Tierra fértil para el cultivo y las ideas. Tierra que dio cobijo a sus cuerpos. Alturas que son guardianes de su fecundidad revolucionaria. Del Ché y de Marulanda. Creadores que ‘sobre la marcha’ van torneando su obra. Guerrilla. Cuerpo de combatientes que aprenden y saben su arte militar. Pero sobre todo, su arte político-militar. Arte que dará al traste con las pretensiones imperiales.
Manuel Marulanda guerrillero experto en romper cercos militares, en moverse ágilmente cuando el enemigo mantiene copada el área, porque ‘hay cercos operacionales’ pero ningún cerco es completo, según su decir. Siempre hay una salida por la cual escabullirse. Marulanda que como el Ché hicieron de la astucia su forma de ver la vida. Siempre recelosos caminaban por la Cordillera Central y por la Higuera. Manuel el maestro en la práctica: “Enseguida, pasando una mirada por sobre cada quien expresó en tono de orden perentoria: “todos, tomen sus posiciones y estén alertas hasta que claree un poco más”. Habiendo dicho esto y ubicado al personal con unos cuantos gestos y señales, Manuel Marulanda llamó a Guzmán un poco aparte para dialogar con él como en privado; Guzmán había terminado de cerrar la última correa de su equipo y acababa de colocar la carpa de marcha encima de si mismo cuando avanzó dos pasos para escuchar más de cerca al comandante, quien tenía una hora de estar sentado al pie de una mata de rucio contemplando el panorama: “parece que rompimos el cerco…”, le escuchó decir con tono de certeza. “Pero no nos confiemos”, puntualizó y continuó dándole orientaciones a Guzmán para que procediera a explorar un acceso seguro hasta la casa tomando las previsiones que ameritaba la situación difícil que hasta el día anterior habían vivido. “Vaya con la muchacha”, le dijo poniéndose de pie con el fusil en la mano agregando: “yo quedo en guardia mientras usted regresa y me dice por dónde nos podemos salir sin dar visaje”.”
Y ese campesino que vivía en esa casa respondió como responden los de su clase. Hospitalidad, cariño, convencimiento, solidaridad e identidad de clase. Todos hablan de Manuel que estaba en todas partes y en ninguna. Todos hablan del Ché que está en todos los corazones rebeldes del mundo. Todos los ven hoy caminando aquí o allá. Que es mentira que esté muerto, es una treta más del guerrillero, dicen. Pero los dos han muerto y en sus muertes les han ganado la apuesta a la parca porque ellos murieron para seguir viviendo en otra dimensión desconocida por los vivos. La dimensión del Amor Universal. La misma dimensión desde la cual nos han acompañado todos los revolucionarios muertos en el mundo. Simón Bolívar que está cabalgando su brioso caballo ‘Palomo’. Marx, Engels, Lenin. Los revolucionarios que aún hoy siguen iluminando el camino de la lucha contra el imperio, el mismo imperio de ayer que hoy es mil veces más agresivo y mejor armado.
Pero ahí están las enseñanzas del Ché y Manuel Marulanda. Esas son el mejor blindaje contra el sátrapa asesino. Esas son los mejores escudos contra el seudo-revolucionario estéril que claudica ante la primera dificultad. Esas son las enseñanzas sobre las que vuelvo una y otra vez cuando mi espíritu requiere refrescar las enseñanzas y afirmarme en las ideas. Al Ché aún lo escucho en sus discursos en la OEA. A Manuel Marulanda aún lo veo en las entrevistas en el Caguán. Y los dos se ven y se oyen realmente vivos! Hoy están más vivos!
Pero hoy me siento huérfano. De hecho lo estoy. Sin embargo vivo mi lucha interna y trato de elaborar mi duelo. Sé que como dialéctico superaré el dolor que hoy me embarga, pero no por eso dejo de sentirlo. Dos rebeldes lágrimas asoman a mis ojos cuando revivo al Ché y a Marulanda. Y recuerdo de memoria una de las frases del argentino: “En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria”.
Esa victoria que puede que esté lejos o puede que esté cerca. Nadie lo sabe. Nadie lo podrá saber nunca. Sólo sabemos que cada día, cada acción, cada lucha, nos acerca más y más a la victoria. Esa victoria que el Ché y Manuel nos enseñaron a no dejar de vislumbrar nunca, a no dejar de luchar por ella. Porque como ellos bien decían, “el deber de todo revolucionario es hacer la revolución!”

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