miércoles, julio 23, 2008

Los gritos de la memoria


Imágenes de la Guerra Civil Española

Idania Trujillo y Elizabet Rodríguez • La Habana

Vivimos en un mundo de significados. Cualquier imagen de nuestro entorno (presente o pasado) resuena en nuestra mente. Caminamos por un flujo de hechos donde nuestra impresión visual nunca permanece inmóvil. Tampoco permanece inmóvil la memoria. Ella se alimenta de la Historia y de las historias cotidianas; de los hechos heroicos y de los que definen a cada instante nuestra existencia.
Cualquier persona es capaz de fotografiar con su retina todo lo que comunica en su entorno cotidiano para, a la vez, tener herramientas de comunicación con su medio. Por eso, los seres humanos utilizamos a diario el metalenguaje, o mejor aún, desarrollamos la capacidad de metacomunicarnos para tener un discurso lingüístico propio. De este modo se produce un efecto multiplicador del signo cuando este se transforma en símbolo mediante la imagen fotográfica que se afirma como medio artístico.
Un símbolo es, en esencia, un recurso para transmitir información; pero es también un objeto, una imagen que representa algo más que él mismo. En ocasiones, un símbolo profundo no tiene que ver solamente con lo racional, también apela a la parte intuitiva, emocional y psíquica del ser humano. Aquello que transmite es de tal connotación que puede, incluso, cambiar la vida de los receptores.
Si una fotografía es un registro visual que se encuentra entre una infinidad de otras posibles que una mirada subjetiva decidió plasmar, ¿qué hace el fotógrafo? Convierte la imagen en icono. En este sentido, la fotografía se sumerge en las realidades urbanas para convertir sus calles, sus mensajes, sus vidas, su pensamiento… en mito y también en poesía.
No exagero si afirmo que ningún otro acontecimiento histórico del pasado siglo XX fue tan fotografiado como la Guerra Civil Española. En los escenarios de aquella guerra actuaron cientos, decenas de fotógrafos: unos ya famosos, otros profesionales, algunos anónimos que enviaron al mundo sus instantáneas para que todos conocieran lo que sucedía en las ciudades, aldeas, los frentes y la retaguardia de un conflicto por el que España se jugaba la suerte a cara o cruz.
La antítesis secular de “las dos Españas” había pasado de ser un concepto metafísico e ideal para convertirse en un fenómeno físico y real. La trágica evidencia eran las ciudades, escenarios de la lucha callejera, con sus barricadas, sus edificios dañados, sus huellas de sangre y horror. Esos instantes fueron captados por el lente de los fotógrafos: lo bello, lo horroroso, lo bueno, lo malo, la existencia cotidiana, tumultuosamente febril.
Se dice, se especula que muchas de las mejores escenas bélicas que han pasado a la historia como paradigmas de la fotografía de guerra fueron “preparadas” por fotógrafos de renombre con la colaboración de los fotografiados. Qué importancia podría tener este detalle aun cuando se partiera del supuesto de que muchas fotografías que se tomaron durante la defensa de la República hayan sido, efectivamente, “montajes”. Lo esencial es que, a pesar de eso, no deja de haber verdad en ellas.
Por otra parte, las escenas de combate fueron, en realidad, las menos interesantes de todas las que se registraron de aquel acontecimiento, pues la mayoría están mal encuadradas o desenfocadas, mientras que las “preparadas” tienen composiciones impecables.
Son las fotografías cotidianas, las del pueblo en movimiento, los actos de masas, los desfiles, los retratos las que nos develan una realidad inequívoca: allí estuvo el fotógrafo o la fotógrafa y su cámara captó lo que pudo ver y nada más. El resto lo pone el observador.
Antes del estallido de la Guerra Civil Española en 1936, más precisamente entre 1920 y 1930, la fotografía alcanzó un considerable desarrollo técnico, sobre todo en cuando a su óptica, portabilidad y la resolución de los carretes de películas. Por otra parte, el fotógrafo de guerra dejó de depender de aparatos y accesorios que le impedían seguir a las tropas para fotografiarlas en acción, pudo arriesgarse a tomar instantáneas en condiciones desfavorables de luz y movimiento y tuvo mayor libertad para acceder a los puntos álgidos de la acción. Estos elementos técnicos y también el auge y las exigencias de las empresas publicitarias y los grandes medios de comunicación contribuyeron a que la fotografía y los profesionales de la imagen se “arriesgaran” en las acciones bélicas para tratar de captar el mayor dramatismo y realismo en sus instantáneas; a cambio muchos comenzaron a morir.
Quizá no sea aventurado decir que la profesión de fotógrafo de guerra en su concepto “moderno” nació en la Guerra Civil Española. La necesidad de imágenes que tenían las revistas y los diarios europeos y de los EE.UU. para “alimentar” a sus millones de lectores en un conflicto que apasionó a todo el planeta provocó que centenares de fotógrafos profesionales y aficionados se trasladaran a España y trabajaran, unos desde el bando franquista, y otros, tal vez la mayoría, desde el republicano. Entre estos reporteros que llegaron de todos lados del mundo estaban Robert Capa —nacido en Budapest, Hungría en 1913— que fue, quizá, el más famoso corresponsal gráfico de guerra del siglo XX. Su verdadero nombre era Ernö o Ernest Andrei Friedman. A los 18 años abandona su país envuelto por aquel entonces en graves turbulencias políticas, trasladándose a Berlín. La llegada de Hitler al poder en 1933, le obliga a abandonar Alemania y marcha a París donde conoce al fotógrafo David Seymour quien le consigue un trabajo como reportero gráfico en la revista Regards para cubrir las movilizaciones del Frente Popular. En el ambiente parisino conoce a la que sería su novia, una chica judía polaca llamada Gerda Taro, aunque su nombre real era Gerda Pohorylles. Fue ella la que ideó el cambio de nombre de ambos y fue también, junto con Kati Horna y Tina Modotti, una de las mujeres fotógrafas que testimoniaron con sus cámaras y su sensibilidad artística el conflicto.
Al estallar la Guerra Civil, Capa se traslada a España con su novia para cubrir los principales acontecimientos de la contienda española. Implicado en la lucha antifascista y a favor de la causa de la República, estuvo presente, desde ese lado, en los principales frentes de combate, desde los inicios en el frente de Madrid hasta la retirada final en Cataluña.
En julio de 1937, durante la retirada del ejército republicano en la batalla de Brunete, Gerda Taro muere al frenar el coche en cuyo estribo viajaba, caer y ser arrollada por un tanque que el conductor intentó evitar, lo que afecta profundamente a la personalidad de Capa.
Entre otros extranjeros que trabajaron como fotógrafos de guerra en España figuran: Dezvo Rabai, David Seymour, Hans Namuth, Georg Reiner, Walter Reuter y Albert-Louis Deschamps, quien estuvo con el bando franquista.
Pero la historia recoge otros importantes nombres de fotógrafos españoles que también reportaron la guerra. Entre ellos el inquieto Agustí Centelles, los Hermanos Mayo (Faustino, desde el 5to Regimiento, y Francisco como altavoz del Frente), Benítez Casaus, Luis Torrens, Juan Guzmán, Alfonso Sánchez Portela, Manuel Albero, Francisco Segovia, Santos Yubero, Josep Renau, Luis Escobar, Hermes Pato, Juan Pando, Catalá Pic, Constantino Suárez, Enrique Tapia Jiménez y Francisco Boix, quien fotografió los horrores de Mauthausen.
Vale la pena aclarar que el reporterismo de guerra no tenía en aquella época su libro de estilo, sin embargo los profesionales de la imagen no dudaron en llevar adelante sus ideas y conceptos técnicos y artísticos. La fotografía de la Guerra Civil Española no es ni muy técnica ni espectacular. Eso sí, expresa el más crudo dramatismo. Su propósito era captar el instante preciso para revelar el horror, el miedo, la destrucción, la desesperanza y también los valores y las pasiones humanas enfrentadas al terrible hecho de una guerra, ensayo general y antesala de la segunda contienda mundial.
El retrato de grupo, el tipismo, los gestos guerreros se componían sobre la marcha para suerte de los fotógrafos. Cada frente tenía su propia publicación y existían secciones de prensa y propaganda donde se escogían las mejores fotos para los carteles murales que fueron profusamente difundidos en todas las ciudades durante la guerra. La imagen acompañó a la palabra y a los acontecimientos que estremecieron la vida y la memoria del pueblo español. Gracias a su contribución se pueden comprender hoy algunas de las claves que movieron a personas, escenarios, sucesos políticos, culturales y militares.
Casi toda la fotografía de la Guerra Civil Española es, en cierto sentido, un inmenso reportaje ya que capta la imagen que percibe el objetivo de la cámara y el ojo humano. Es también una fotografía de crudo lirismo porque muestra en primer plano y eleva a categoría de símbolo aquellos elementos que rodearon, marcaron una época, una experiencia humana. Denuncia, dolor, drama, rabia, esperanza traicionada, desolación, muerte, angustia y también solidaridad, humanismo, ruptura frente al orden burgués, sacudida, acción popular, improvisación y rebeldía.

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