viernes, agosto 29, 2008

Bolivia: Un proceso amenazado que crece

Se dice que todos retornan a su origen de clase. El retorno quiere
decir el devolverse al origen del cual uno es lo que es. Pero hay que
agregar lo siguiente: un tipo de extracción genera un tipo de
subjetividad. Esto quiere decir: el modo de acumular riqueza es el
modo que constituye, en definitiva, al individuo. Entonces, la
acumulación no es fútil, pues constituye el modo de ser del que
acumula. Y lo constituye para siempre; de modo que, en este caso,
cambiar significa cambiar el modo de acumulación, renunciar a ser lo
que se ha sido: optar por una nueva forma de vida. Uno da lo que
tiene, y si la oligarquía sólo sabe dar violencia, entonces es
violencia lo que constituye su forma de vida. Es como una enfermedad
crónica que requiere un cambio en los hábitos: cambiar de forma de
vida. Pero sucede que, en muchos casos, es el enfermo quien se resiste
a aceptar su condición de enfermo, y esa resistencia es el causante
del empeoramiento de su situación. Ante una sociedad enferma
espiritualmente, se requiere algo más que la audacia política. Es
parte de nuestro cuerpo que se resiste a cambiar y que nos arrastra,
en su resistencia, al malestar.
Pero comprendamos el origen del actual malestar que enferma a nuestra
sociedad. Por lo general se cree que la acumulación originaria del
actual capital del oriente (y su foco radical: la oligarquía cruceña)
radica en la extracción de goma o azúcar, la ganadería o la
agroindustria, etc. Esa creencia describiría una linealidad casi
homogénea del comportamiento histórico de la oligarquía oriental. Lo
cual no es cierto. Pues los últimos veinte años de neoliberalismo
fueron la fiesta del capital oriental (pues casi todos los gobiernos
neoliberales estuvieron en manos de la oligarquía cruceña, tarijeña,
beniana y pandina); y esa presencia en el Estado no coincide con lo
que pudo haber significado una acumulación histórica de liderazgo. El
modo iracundo y hasta salvaje de asaltar otra vez el poder no coincide
con esa pretendida acumulación histórica.
La acumulación originaria de la actual oligarquía que no cede y que,
de modo irracional, quiere imponernos una democracia, a imagen y
semejanza de su condición original, debe entonces buscársela en otro
lado: Su modo de extracción es el narcotráfico y su modo de ser es el
fascismo. Pues se trata de un modo de extracción que se origina y
constituye en las dictaduras militares y, despliega, desde su origen,
la violencia desmedida y sistemática de un apetito parasitario que,
para vivir, necesita destruir. La democracia, made in USA, que
trajeron los graduados de Chicago (los economistas que ahora, en las
pantallas, parecen alquimistas, transformando la mentira en verdad
mediática), le sirve para lavar su condición, pero la lava ensuciando
toda su sociedad; accede al poder corrompiendo las instituciones:
empieza por los partidos y acaba con los medios. Por eso, una vez
gobierno, abre su país a otro apetito más voraz que el suyo: el
capital transnacional; pues no se trata de una acumulación producto
del esfuerzo sino de la inmoralidad. Y esa inmoralidad le permite
vender hasta a su propia madre, con tal de ganar algo más. El origen
de este capital es entonces espurio y trepa socialmente al modo de la
mafia. En veinte años de neoliberalismo encontró su paraíso fiscal: el
Estado policiaco. Y ahora retorna a su origen y nos promete lo único
que tiene: la violencia; por eso agrede, porque es lo único que ha
aprendido como forma de vida.
Esa es la triste oposición que retrata a una oligarquía cooptada por
un sector que, a base de pura violencia, trepó socialmente
corrompiendo a una sociedad (que se denomina clase media) que, como su
base de reclutamiento, está llamada a defender los intereses del
ladrón, en desmedro de sí misma. Ya no pueden acudir al discurso
liberal o socialdemócrata, quienes fueron paridos por el fascismo, y
cuyo modo de acumulación es inadmisible por los mismos principios que
se encargan de, otra vez, corromper. Por eso lo de "Consejo Nacional
Democrático" (que es la sigla que roba los mismos principios que
atropellan) es una burla, porque no tiene nada de consejo ni de
nacional ni de democrático; y ese modo abusivo de ampararse en
banderas ajenas los retrata de cuerpo entero: robar como forma de
vida.
Por eso el aparente triunfo que logran es sólo la demostración de su
derrota, porque la violencia no es gratuita y eso manifiesta la
perdida de hegemonía de aquel que no sabe siquiera sacarle partido a
una batalla. Por eso la estrategia del presidente era sabia: es mejor
que se desmorone por sí solo lo que no tiene poder real. Enfrentarle
significaba darle crédito a algo que no lo tiene, caer en la trampa
mediática: la legitimidad inventada. Ser realista consistía en saber
advertir esto; por eso el referéndum ratificatorio era fundamental
realizarlo. Ahora el desenmascaramiento no sólo es paulatino sino
total y demuestra que las supuestas demandas regionales eran un
magnífico pretexto para ocultar la intención última; aquella que
caracteriza a la oligarquía boliviana en su conjunto: su interés nunca
coincidió con el interés nacional, porque ese interés se logró
precisamente atropellando el interés nacional. El relevo oligárquico
fue un relevo extractivo y que configuró una casta improductiva y
ávida por comprometer el patrimonio nacional para lograr beneficios
inmediatos. Por eso pierde el Acre o el Litoral y, ahora, prefiere
despedazar su país que verlo desarrollarse de modo auténtico.
Esa historia degenera en el actual relevo oligárquico que, asiste a
esta definición histórica, cargando no sólo el fracaso centenario de
su incapacidad, sino la inmoralidad inherente de su última
acumulación. Así como el narcotraficante transforma un alimento
sagrado (como la coca) en un veneno, no le tiemblan las manos (ni le
remuerde la conciencia) cuando transforma la vida en muerte, la
libertad en opresión, la democracia en fascismo. Y para ello hurga y
manipula los asuntos más delicados para sembrar odio y sangre en la
tierra que nunca respetó ni amó. El asunto nunca fue autonomía versus
centralismo. Porque el centralismo no fue de una región sobre las
otras sino de una oligarquía que capturó para sí el poder central y,
desde allí, recondujo todos los recursos en beneficio propio. Por eso
se corrobora lo siguiente: nadie es poderoso por tener mucho dinero
sino por haber accedido al Estado.
Si la crisis aparece estando el narcotráfico en el poder entonces
hacen del Estado un estado totalitario; las armas se amparan en la ley
para asesinar al pueblo. Pero si el poder público se les es
arrebatado, entonces llaman a la movilización civil de su ámbito de
reclutamiento: la clase media. Pero la legitimación no cambia, se
trata de legitimar la dominación en el asesinato. Por eso conducen a
sus convocados a la violencia, porque, en el fondo, no saben otra
manera de legitimar su poder sino es asesinando; pero para que no
aparezca como lo que es: asesinato puro, tienen, necesariamente, que
encubrir el asesinato ideológicamente. El que asesina debe asumir su
acto como algo "bueno" y, mientras "más bueno" lo considere, más
muertes estará dispuesto a ocasionar. Es cuando el totalitarismo se
desnuda y toma como rehén a todo un país y le exige, como pago, no
cambiar nada: la legitimación consiste en asesinar y cuanto más se
asesine más legitimidad tendrá el asesino. No se trata de una demanda
sino de una amenaza, por eso sus términos no admiten concesiones o
terceras vías. Es este totalitarismo el que provoca una situación sin
salida; provoca la confrontación, porque es a lo que apuesta, de modo
que justifica esta porque previamente ha asumido que es legítimo
asesinar; el origen de su legitimación se encuentra siempre en la
disposición que tiene a matar; está seguridad es la que intimida y da
fuerzas a sus convocados: su fidelidad está en la disposición suicida
de acabar con todo si no se le cumple lo que quiere. La ideologización
de sus creencias (el racismo hecho "catecismo autonomista") es lo que
apalea a todos los demás convertidos en enemigos.
Ese es el discurso de los prefectos, en el que advertimos dónde hace
nido la confrontación y la intolerancia. Es un discurso que no sabe
medir sus palabras y sólo reafirma una insolencia que sólo podría
provenir de la soberbia. Precisamente los medios (los grandes
perdedores del referéndum) son quienes dan alas para que el soberbio
se crea amo y señor de algo que no le pertenece. Ni siquiera el
triunfo virtual de los prefectos, inventado por los medios (que ahora
no hay que decirles nada porque se enojan, lujo que no se puede dar el
pueblo, que es quien padece sus mentiras), era triunfo, porque ¿qué
significaba ganar si sólo habían ganado entre sus compadres y sus
caporales? Los medios, que se creen Dios, porque juzgan sin apelación
alguna (pues hasta ahora ningún medio rectificó la asquerosa
manipulación que hizo), repartiendo vida y muerte a granel,
decidiendo, por anticipado, como Dios, quién gana y quién pierde (como
la sentencia del tribunal supremo gringo, cuando le robaron la
elección a Al Gore: "quizás no sepamos quién ganó, pero sí estamos
seguros quién perdió"). Los "dos tercios", el 67.4% (bandera de la
derecha en la Constituyente, pero ahora inexistente en sus bocas) de
apoyo nacional al gobierno es un triunfo, dicen estos medios, sólo
"relativo": "la revocación es en 5 departamentos", decía el padre
Pérez y los analistas de Gonitel y sus gemelas PATB, buscando
desesperadamente argumentos para quitarle el triunfo al gobierno (si
tal situación fuese cierta, entonces habríamos dejado de ser nación,
gracias a Dios somos nación y el referéndum dejó establecido eso). El
baño de humildad que precisa la derecha se hace imposible, pues ni
siquiera en sus "triunfos" son capaces de sensatez. "No odies a tu
enemigo, eso afecta tu juicio". Es una lección que dictamina la
prudencia política. La virtud consiste en reconocer la dignidad del
adversario; de ese modo el conflicto no se absolutiza y el diálogo es
posible. Pero desgraciadamente no hay prudencia ni virtud en la
oposición que ahora mengua a menos de un tercio de luna; pues la
"media luna" quedó reducida a su tamaño real: los adictos de los
medios (quien se alimenta de mentiras sólo sabe escupir veneno).
Acusado de populista y caudillo autoritario, el presidente Evo
Morales, es quien, curiosamente, le devuelve al pueblo su condición de
sede originaria de la legitimidad y la soberanía. Los prefectos,
todavía hijos del absolutismo del dieciocho (l'Etat c'est moi), son
incapaces de reconocer que su poder es una delegación que el pueblo
siempre y, en última instancia, produce como sede originaria del poder
real. El referéndum consistía precisamente en devolverle al pueblo esa
su cualidad originaria. De modo que el acusado de autoritarismo otorga
al pueblo la posibilidad de su revocación y quienes le acusan son
aquellos que, más bien y acorde a su condición inmoral, usurpan de
nuevo aquella delegación y ofenden, como primera muestra de la
arrogancia de aquel que cree que el poder reside en él. Después de más
de "dos tercios" de aprobación nacional, el discurso del presidente
Evo Morales es todavía conciliador y muestra una sabiduría y
magnanimidad propia del estadista. Lo cual lo distingue de toda la
lacra política que nos gobernó (y pretende todavía usurpar de nuevo el
poder) y manifiesta una verdad que aparece de cuerpo entero: sólo
quien venía de abajo podía entender, en su verdadera dimensión, las
contradicciones de nuestro país; y que esa sabiduría no podía proceder
de Harvard o Cambridge o Lovaina o Chicago, sino de aquí mismo, de la
tierra que nos parió y sufrió con nosotros nuestra suerte. La leyenda
de la coca era cierta, sólo ella podía producir un líder merecedor de
esta nuestra tierra.
Eso es lo que distingue a un proyecto nacional de un interés
particular. Y lo que distingue a la autoridad moral de la inmoralidad
autoritaria. Al Evo de los prefectos. Por eso nunca hubo "empate
catastrófico", y eso sólo fue un triste empantanamiento de una
intelectualidad que quería quedar bien con Dios y con el diablo.
Frente al iracundo desafío de la oligarquía (cuyos paros y bloqueos
son pagados por los recursos que dicen defender) el pueblo no puede
sino responder como acumulación histórica de la memoria. No se trata
de una lucha de hegemonías que, en última instancia, es la opción del
más fuerte: ¿quién puede matar más?; sino de algo más allá que la mera
audacia política. Propiciar el conflicto es lo más fácil, pero en
política lo más fácil es lo más peligroso. La prudencia nos obliga a
sostener este proceso de modo democrático; es el marco en el que se ha
producido este proceso y dentro del cual debe saber llevarse a cabo.
Ese es el verdadero desafío que adoptamos como pueblo: el tránsito
democrático hacia una nueva forma de vida; de modo que la resolución
sea siempre política y no bélica. Porque hasta con las piedras que nos
ponen en el camino podemos todavía seguir construyendo. La oligarquía
se mueve en el todo o nada, por eso su lucha es a muerte. Nosotros
proponemos la vida, por eso no provocamos la muerte. El derecho a la
defensa le pertenece a la víctima porque defiende la vida.
Es lo que confirma el "Consejo Nacional por el Cambio" que,
curiosamente, resignifica la sigla del MAS (que puede ahora ser lo que
en su origen ha sido, el Instrumento Político para la Soberanía de los
Pueblos, IPSP); ahora se trata de: "Movimientos al Socialismo", en
plural; porque las organizaciones aglutinadas se reúnen y confirman un
horizonte. Lo que resta ahora es explicitar ese horizonte: ¿en qué
consiste el socialismo como horizonte de una "revolución democrático-
cultural"? El pueblo boliviano se propone a sí mismo como opción
histórica y lo hace en Cochabamba (el centro recuperado). La unidad en
primera instancia, la organización estratégica (como "Consejo Nacional
para el Cambio") y el reencauzar sostenido del proceso; allí aparece
la propuesta inmediata: un referéndum por la nueva constitución.
Después del aplastante triunfo nacional, la sabiduría popular opta por
la consulta y no por la imposición. El gobierno tratará de abrir los
espacios del dialogo y la concertación, como es su deber, pero la
resolución política del conflicto ya fue dada, otra vez, por el
pueblo. La concientización o, dicho de otro modo, la nacionalización
de nuestra conciencia, es el suelo desde donde el siguiente paso es
posible. No se puede transformar un Estado colonial si no se
transforma sus estructuras, y esto empieza con otorgarle un nuevo
proyecto, es decir, un nuevo sentido. El camino es y será arduo. La
metáfora lo ilustra de este modo: siempre hay un Egipto que oprime,
pero también siempre hay una tierra prometida, y el único camino que
nos conduce a este es el desierto, donde el pueblo debe saber crear lo
nuevo. Pero en el desierto el pueblo no está solo.
Por eso la comunidad no es sólo humana sino comparece en ella Aquel
que dice: "He escuchado el clamor de mi pueblo y te encomiendo a ti
que lo liberes". Cuando un deseo es sincero y generoso, el universo
entero conspira con uno para realizarlo. Y no hay mayor deseo generoso
que la liberación del pueblo.

Rafael Bautista (especial para ARGENPRESS.info)

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