miércoles, mayo 06, 2009

Notas sobre Miguel Hernández (y la cultura obrera durante la República)


Miguel Hernández representa uno de los pocos casos de poeta y artista nacido entre las clases trabajadoras, y que consigue trascender el atraso secular impuesto por una sociedad radicalmente injusta.

El ideal socialista pasa entre otras cosas, por la unión entre la ciencia, la cultura y el pueblo. Sobre esto y sobre Miguel Hernández hablamos jóvenes y veteranos…
Sucedió en el marco del Ateneu Rebel y con una cierta presencia juvenil..
En una primera parte el camarada de Orihuela Manuel Mazón, evocó con todo lujos detalles, como en su pueblo natal se dejó de hablar de Miguel, y como cuando se ha empezado a hacer se le ha sustraído toda la parte más “roja”, la que le llevaron desde una mística cristiana más o menos “liberadora” hacia el compromiso con el pueblo y con el partido comunista. Nos habló de cómo esta evolución quedó enmarcada en su poesía, y como ésta en su trama final se convirtió en expresión viva del sentir del pueblo militante. Luego como fue abandonado, y sus vicisitudes hasta su muerte en 1942, muerte que cierra el ciclo de condenas de muerte que llevó al franquismo a acabar con las vidas de García Lorca, Antonio Machado y Miguel Hernández.
A mí me tocaba hablar del encuentro entre la cultura y el pueblo durante la II República, y para más detalle incluyo al final como anexo un artículo sobre la cuestión. Ahora me limitaré a unas cuantas notas…
a) Miguel Hernández representa dentro de la cultura universal uno de los pocos casos de poeta y artista nacido entre las clases trabajadoras, y que consigue trascender el atraso secular impuesto por una sociedad radicalmente injusta, jerárquicamente clasista, y fue gracias a unas circunstancias de cambios favorables (el ascenso del movimiento obrero);
b) Esta evolución hacia el pueblo no fue personal, es más, por su edad, se da más bien tardíamente, de ahí su escasa formación política…De hecho se inserta en un extenso proceso que comienza a finales de los años veinte, y que se manifiesta tanto por la radicalización de un sector de la generación del 98 (Valle-Inclán, Machado), como por la opción obrerista, militante y comprometida de la mayor parte de la generación del 27…
c) Dicho encuentro es coincidente con el auge del movimiento obrero que fue la espina dorsal de la República, y que tuvo su mayor expresión entre los maestros; de que el franquismo se ensañara especialmente con ellos;
d) Igualmente se expresó con una enorme voluntad cultural que permitió que el libro dejara de ser una “exquisitez” de la clase media para llegar a los trabajadores a través de sindicatos y partidos, de sus secciones culturales, Casas del Pueblo, Ateneos…
e) También se traduce en el impulso de revistas, editoriales, conferencias, debates, y en la proliferación de ediciones de todos los clásicos socialistas y anarquistas pasados y presentes; de hecho, la mayor parte de las ediciones que se dieron en los años sesenta-setenta se sustentaron en el trabajo editorial desarrollado durante la República…
f) La actual desvinculación del arte y la cultura del pueblo, se debe ante todo a la extrema debilidad moral e ideológica del sindicalismo y de la izquierda “realmente existente”, así como a la capacidad e inteligencia del sistema de “colocarlos” y darles una tribuna y un escaparate en los que ganar fama y prestigio;
g) La lectura de la poesía y su estudio fue durante los años sesenta-setenta una de las armas de culturalización y sensibilización de amplios sectores del pueblo y de la juventud que descubrió a Machado, Lorca, Celaya, León Felipe, Marti i Pol, Celso Emilio Ferreiro, Blas de Otero, etc, como “camaradas”, y testimonio de esto fueron cantores como Ramón o Paco Ibáñez, símbolos de la resistencia y de nuevas aspiracone4s de vida

Anexo

Cuando la cultura levantó el puño (artículo publicado en Combate en octubre de 1987)

No hay la menor duda de que si el desenlace de la guerra civil española hubiera dependido de la correlación de fuerzas en el ámbito cultural, la derrota del bando militar-fascista hubiera sido aplastante. Como es sabido, el “Movimiento” odiaba profundamente a los intelectuales, sobre todo a los que trataban de establecer profundas conexiones con el pueblo. De ahí la sinceridad del grito de Millán Astray, ¡Abajo la inteligencia!, el carácter revelador del asesinato de García Lorca —como de las muertes trágicas de Antonio Machado y de Hernández—, la especial inquina en la represión de los maestros y la voluntad de destruir todos los vestigios de las conquistas culturales del pueblo desde los tiempos de la Ilustración. Por el contrario, el campo republicano tuvo en la actividad cultural más diversa, uno de sus puntos más avanzados.

Una convergencia contra la reacción

Esta desigualdad en la correlación de fuerzas puede ser establecida muy brevemente. Mientras que en el campo mal llamado “nacional” sólo logró convocar a figuras de muy segundo orden —Unamuno se arrepintió al poco tiempo, d’Ors agonizaba como creador; incluso los jóvenes falangistas de talento no tardaron en abrazar la disidencia después de la guerra, unos pronto y otros más tarde—, en el campo republicano se sumaron todas las generaciones, desde la del 98 —Valle Inclán que no conoció la guerra pero que simpatizó con la extrema izquierda, y Machado—, hasta la llamada “de la República”, pasando por la del 27 (Alberti, Buñuel, Guillen, Aleixandre, etc.) y que configuraron lo que se ha venido a llamar la “edad de plata” de la cultura española.
Algo parecido y si cabe todavÍa más claramente, ocurre en el Orden internacional donde al lado de los sublevados se erigen las figuras oficiales de los regimenes fascistas, y la figura aislada de Paul Claudel —al frente del batallón de la Action Française que servirá al régimen de Vichy más tarde—, al servicio de la República se coloca parte de la flor y nata de la cultura mundial, algunos combatiendo —como Hemingway, Dos Passos, Orwell, Caudwell—, otros trabajando en la retaguardia —como Neruda, Ehrenburg o Vallejo, que murió queriendo ser un miliciano—, o apoyando diversas campañas favorables a su causa como Tagore, GB. Shaw, Russell, Selma Lagerloff, y un etcétera impresionante, como nunca se había conocido en ningún otro conflicto mundial.
En esta convergencia republicana hay un punto de partida elemental y que Gide define como algo parecido a un enfrentamiento entre el bien y el mal, entre la reacción y el progreso, entre las fuerzas sociales opresoras y las que llevan la promesa de una emancipación. Esta división necesita, naturalmente, muchos matices, pero así de rotunda parecía en momentos como los de Badajoz, Guernica o el frente de Madrid. En España se libraba una batalla contra la peste fascista que se había impuesto sin apenas resistencia en Italia, Alemania y Austria, y se jugaba también una nueva edición de una guerra internacional que habla comenzado victoriosamente con la toma del Palacio de Invierno en octubre de 1917. También se sentía como un preludio de “la próxima guerra”, esa que, según aparece en una memorable novela del conservador pero muy contradictorio Evelyn Waugh, vela venir todo el mundo menos los gobernantes.
La guerra por lo tanto aparecía como varias cosas a la vez, unos enfatizaban su aspecto más antifascista, su carácter de resistencia nacional, popular y democrática, de acuerdo con los planteamientos vigentes en los aledaños del Komintern —Neruda, Aragón, Buñuel, Hernández, Machado, de hecho la mayoría—; para otros era la defensa de las tradiciones republicanas y democráticas aunque no estaban de acuerdo con el auge de los comunistas, mientras que para un sector minoritario aunque también importante, se trataba de una revolución socialista surgida en la defensa de las libertades democráticas. Por esta convicción trabajaron, no solamente los que lo hicieron al lado de la CNT —León Felipe, Simone Weil, Kaminski, Berneri, etc.—, o del POUM —Orwell, Benjamin Peret, etc—, sino también, a su manera, muchos de los cuales se alinearon con otras posiciones aunque aceptaron de buena fe la idea de los dos plazos, primero la guerra, luego la revolución. Recordemos que éste fue el planteamiento Inicial del propio Orwell, y es el que aparece en gran medida en la extraordinaria película de Joris lvens, Tierra de España, en cuyo guión contribuyeron Dos Passos y Hemingway.

El Congreso de Valencia

La culminación pública de esta convergencia y también, en cierta medida, de la contradicción guerra-revolución, tuvo lugar en julio de 1937 en el Congreso de Escritores Antifascistas celebrado en Valencia bajo la presidencia de Negrín, y que reunió prácticamente a todo el plantel de escritores demócratas y de Izquierdas del mundo en un debate en el que se insistió sobre todo en la lucha contra el fascismo y en la defensa del compromiso del Intelectual con el pueblo, pero esto ya en un sentido un tanto diferente al que le hablan dado Gide y Malraux en el congreso anterior celebrado en París en 1935. Este congreso se celebró cuando el estalinismo ya ha “normalizado” el bando republicano y no se permiten voces disidentes, ni siquiera la del prestigioso Gide que, en rigor, venia a refrendar la línea general antifascista del encuentro, Su pecado era haber escrito su Retour de l´ URSS y ser sospechoso de “trotskismo”. El “trotskismo” estaba fuera de la ley y los agentes del Komintern en el sitio —Ehrenburg, Neruda, Koltzov, etc— le impidieron expresarse. La protesta fue mínima.
Con ser esplendoroso este momento para la cultura e impresionante la convergencia Internacional con la República, hay una dimensión del hecho cultural que permanece casi invariablemente oculto y sin el cual difícilmente Se puede explicar fa emergencia de grandes figuras, se trata de lo que podíamos denonimar “revolución cultural” en los años treinta y que se caracteriza por un creciente encuentro entre todas las vanguardias —desde la teatral hasta la política— y el pueblo.
Desde 1917 se va desarrollando un giro hacia la izquierda entre la intelligentzia que alcanza hacia 1934 su apogeo y que se manifiesta en la creciente radicalización de nombres como Lorca, Machado, Bergamín, etc. Paralela a esta radicalización viene a ser una multiplicación de los libros de Izquierda, y el auge de obras teatrales y cinematográficas de signo “comprometido”; el obrero ocupa el lugar predominante entre los consumidores de cultura, fenómeno que hasta Ortega y Gasset observará con sentimientos ambivalentes. Los campesinos buscan a los que entre ellos saben leer para que les de a conocer obras de Kropotkin u otros, y los obreros forman grupos de teatro y devoran a Zola, Lenin, Bakunin o las novelas de Sender. Los Ateneos Libertarios y las Casas del Pueblo se extienden cada vez y arrastran a un número creciente de trabajadores ávidos de conocimientos para cambiar el destino de sus vidas. El tipo humano del trabajador-medio pasa de ser el conformista que rehuye los peligros del activismo para refugiarse en el deporte, a ser el militante abnegado y autodidacta que, con todas sus limitaciones, dará vida y un potencial formidable a todas las formaciones proletarias sin excepción, aunque muy particularmente a la cenetista que es la que cuenta con la acumulación de militantes llanos más amplia y extendida.

Tan poco tiempo...

Serán estos hombres y mujeres los que protagonizarán en primera línea no sólo los grandes acontecimientos sociales de la República y las grandes batallas de la guerra, sino también la odisea de los campos de concentración y de la resistencia y el exilio, cuando no —más minoritariamente—, la guerrilla y la lucha clandestina contra el franquismo, ayudando a forjar las nuevas generaciones .que, a la postre, harán Imposible la mera continuidad de la dictadura. En este terreno, en el de los hombres y las mujeres que fueron militantes, la crisis española encontró su expresión más fascinante y avanzada, aunque no fue en absoluto correspondida con una expresión politica consciente, capaz de convertir lo que era conciencia en si, en conciencia para sí.
...¡Fue tan poco tiempo! Esta expresión de un viejo libertario plantea todo lo que se consiguió en unos pocos años —que continuaban una larga tradición de lucha casi siempre de élites— y lo que pudo ser. No era posible un movimiento social y cultural desde abajo tan avanzado y así lo comprendió justamente —para sus intereses— la derecha, y así lo han comprendido los actuales “padres” de la democracia que saben que la ‘consolidación” de una democracia en la que todo lo fundamental estuviera “atado y bien atado”, pasaba por la domesticación de sus movimientos sociales, sobre todo de los sindicalismos. Pero también de la cultura, y lo cierto es que lo ha conseguido, al menos hasta ahora.


Pepe Gutiérrez-Álvarez en Kaos en la Red

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