domingo, noviembre 22, 2009

La arboleda compartida de los Alberti


■Presentación del libro La arboleda compartida, de Aitana Alberti, en el Instituto Cubano del Libro, este sábado 21 de noviembre.

Este es un libro muy raro. Abundan las memorias de infancias junto a un padre o una madre célebre, pero no hay muchos donde el hijo -en este caso, la hija- reconstruya el ambiente de un hogar en el que la madre y el padre son dos catedrales de la Literatura Hispanoamericana, y por la sala de la casa pasan de tarde en tarde, entretienen a la pequeña y hasta juegan con ella al “burro en pie” una constelación de escritores, pintores, cineastas y poetas que calzan nombres como Pablo Neruda, Juan Ramón Jiménez, Oliverio Girondo, Nicolás Guillén, Miguel Ángel Asturias, Victoria Ocampo, Luis Buñuel, Pablo Picasso…
La arboleda compartida de Aitana Alberti es un libro que dialoga con otros dos -La arboleda perdida, de Rafael Alberti, y Memorias de la melancolía, de María Teresa León- e incorpora la tercera voz de la familia, la de la niña Aitana, “más pequeña y más modesta”, diría ella en una entrevista que le hice hace 15 años, a lo que yo le agregaría: más íntima y más virginal. Porque esta niña que lleva el nombre de una sierra de España, último pedazo de patria que vieron sus padres cuando partieron al largo exilio franquista, nos habla del mundo familiar con los ojos de la criatura que todavía no tenía conciencia de ser la hija de quienes era. “Yo solo los amaba mucho y punto”, añadiría.
Por tanto se equivoca quien viene a buscar en este libro primeros planos grandilocuentes de algunos de los más célebres personajes que habitaron el Siglo XX y la casa de Aitana, a quienes ella tuvo a la mano mientras la mayoría de los mortales debemos consolarnos con tenerlos en los libros. Es la mirada de una niña y de una joven, que como cualquier hijo de vecino, no está pendiente de la posteridad y por tanto los amigos de sus padres se insertan en un espacio coral donde hablan las casas que habitó la familia, anda de cuerpo presente el fantasma del “poeta más llorado” -Federico García Lorca-, ladran los perros Niebla, Tusca, Centella, Don Amarillo y Chispita, se asoman lugareños de humildísima condición, como Ramona, y rumorean los pinares y las playas de Punta del Este.
Estas evocaciones tienen otra rara cualidad. Fueron hechas para el Suplemento Cultural del diario ABC, de España. Se publicaron por entregas, cada 15 días, desde 1993 hasta 1997, y al nacer como proyecto periodístico, para un espacio previamente fijado, nos cuenta cada vez una historia que se cierra en sí misma, con trazos rápidos donde se hilvana lo esencial de esa vida compartida o como ella misma dice en el prólogo del libro, de lo que suele ser el “sentido del recuerdo”, “una confusión de imágenes, de conversaciones, de cantos, de sollozos, de alegres encuentros y trágicos desencuentros”.
Lo incitante es que Aitana, hija de maestros de la literatura y poeta y narradora ella misma, acepte el reto de la palabra periodística y no rehuya el desafío del lenguaje, de la reinvención del lenguaje periodístico, hoy devaluado hasta la incomunicación, hasta el silencio.
El libro de la Colección Sur Editores, que dirige Alex Pausides, por primera vez reúne la mayoría de las crónicas de Aitana publicadas en el ABC que, sin embargo, no son totalmente desconocidas para el público cubano. Algunas aparecieron en 1994 en el diario Juventud Rebelde, tomadas del Suplemento Cultural del periódico español, que llegaba puntualmente a nuestra redacción gracias al proyecto Periolibros de la UNESCO. Esta iniciativa interconectó a una veintena de diarios hispanoamericanos que se imprimían con formato tipo tabloide y comenzaron a reproducir, con tiradas millonarias, las obras de grandes escritores y pintores de habla hispana y portuguesa.
Al releer ahora los textos de La arboleda compartida, ha regresado como la primera vez una particular sensación de complicidad y de extraña pertenencia al mundo de los Alberti, como si las ramas de ese árbol familiar se extendieran hacia nosotros, sus lectores. La clave quizás esté en una frase de Victoria Ocampo, con quien, por supuesto, Rafael, María Teresa y la niña Aitana solían tomar el té: “Los muertos a quienes queremos nos habitan.”

Rosa Miriam Elizalde

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