domingo, marzo 14, 2010

Los consejos obreros.


Ahora que volvemos a hablar de algunos de temas capitales de la memoria obrera, pienso que no estará de más decir cuatro cosas sobre los momentos más atrevidos de su historia, comenzando por la primera revolución obrera del siglo XX, la rusa de 1905, y especialmente en San Petersburgo, y aunque tuvo un alcance local, algunos de sus protagonistas cupieron vislumbrar de qué se trataba. Así Trotsky pudo escribir en su obra 1905 que el “soviet organizó a las masas obreras, dirigió las huelgas y las manifestaciones políticas, armó a los obreros y protegió a la población contra las matanzas en masa”. Trotsky sostenía que esta era una “democracia auténtica” puesto que no disponía de cámara alta y cámara baja, como la mayoría de las democracias occidentales; prescindía de la burocracia profesional y los votantes tenían derecho a revocar a sus diputados en cualquier momento. Se basaba en la clase obrera de las fábricas y el alcance de su poder radicaba simplemente en que era un gobierno obrero “en embrión”. Lecturas como estas se nos fueron haciendo familiares gracias a obras como la de Oscar Anweiler, Los soviets en Rusia, que la editorial Zero-ZYX hizo asequible tempranamente.
Obviamente, los soviets alcanzarían mucha mayor importancia en la Revolución de 1917, ni Lenin ni Trotsky escribieron un tratado teórico general sobre ellos como forma de organización política. Lenin, en especial, parece haber considerado a los soviets, que tenían una base mucho más amplia que en 1905, como posibles medios de tomar el poder y destruir el Estado burgués. Pero, cuando cayeron bajo la influencia de los mencheviques, Lenin retiró el lema de Todo el poder para los soviets y buscó otros medios organizativos —tales como los comités de fábrica, con una base más estrecha en la clase obrera empleada— para lograr su objetivo. Durante todos esos cambios de táctica, le preocupaba hacer hincapié en la necesidad de destruir el Estado burgués y sustituirlo por un nuevo tipo de Estado que gobernase durante la transición al socialismo; en este argumento, se veía a sí mismo como replanteando simplemente las teorías básicas del marxismo.
De hecho, El Estado y la revolución (que acaba de editar Público) consistían, en no poca medida, en una reafirmación de los escritos de los escritos sobre la democracia obrera de Marx y Engels. En septiembre y octubre de 1917, mientras los soviets reasumían su carácter revolucionario, Lenin los definió como los nuevos portadores del Poder del Estado. En su artículo más importante antes de la revolución, escribió Los bolcheviques deben tomar el poder (1917), texto en el que mantenía que los soviets eran un nuevo aparato estatal que “suministra una fuerza armada de obreros y campesinos; y esta fuerza no está divorciada del pueblo, como lo estaba el antiguo ejército permanente, sino que está estrechamente unida al pueblo [...]. Hacía hincapié en que era mucho más democrático que ningún aparato estatal anterior, porque podía evitar el crecimiento de una burocracia de políticos profesionales y conferir, a los representantes electos del pueblo, funciones legislativas y ejecutivas. Al contrario que los anarquistas y sindicalistas, defendía con fuerza la centralización del poder de los soviets”.
Durante esta fase, Trotsky compartió las ideas de Lenin sobre los soviets durante la Revolución de 1917. Pero conceptualizó la situación existente en ese periodo como una situación de poder dual, o bien ocurriría que la burguesía dominaría el viejo aparato del Estado y haría cambios de poca importancia de acuerdo con sus propios fines, en cuyo caso los soviets acabarían por ser destruidos, o los soviets constituirían los cimientos del nuevo Estado, con lo que se destruiría el viejo aparato gubernamental y el dominio de las clases a las que servía. Después de la toma del poder, Lenin insistía constantemente en lo irreconciliable del poder de los soviets y la democracia burguesa, considerando al primero como la expresión directa del poder de la clase obrera. En consecuencia, después de obtener una mayoría (con los social revolucionarios de Izquierda) en los soviets, disolvió la Asamblea Constituyente justificando este paso con el argumento de que los soviets representaban una forma de democracia superior a la de los parlamentos burgueses.
En el texto titulado Las Tareas inmediatas del poder soviético (1918), Lenin justificaba otra medida señalando la distinción entre los dos tipos de Estado: “El carácter socialista de la democracia soviética, es decir, proletaria, tal como se aplica hoy, radica, en primer lugar, en el hecho de que los electores son los obreros y los explotados; la burguesía está excluida.”
Es evidente que en este punto, Lenin y Trotsky representaban la postura de la extrema izquierda con respecto a los consejos obreros, pero en la ola de revoluciones que barrió la Europa Oriental y Central después de 1918, en la que los consejos obreros tuvieron un papel preponderante, no prevaleció su punto de vista. En este período hubo otras dos posturas políticas. El ala derecha, representada por figuras como Ebert y Cohen en Alemania, y que en cualquier caso tenía una relación bastante tenue con el marxismo, consideraba a los consejos como simples organizaciones provisionales que serían abolidas tan pronto como pudieran establecerse las instituciones de la democracia parlamentaria. Los exponentes de la postura marxista más representativa eran figuras del llamado “centro marxista” de antes de la “Gran Guerra”, como Kautsky o Max Adler (1919), que intentaban reconciliar en la teoría los dos extremos.
En su obra La dictadura del proletariado (1918), el veterano socialdemócrata Karl Kautsky, éste concedió que la organización en soviets era uno de los fenómenos más importantes de nuestro tiempo, pero se oponía violentamente a la disolución de la Asamblea Constituyente por los bolcheviques y a sus intentos de hacer de los soviets un órgano de gobierno, cuando hasta entonces habían sido la organización de lucha de una clase. En especial, Kautsky criticaba severamente la exclusión de los miembros de la burguesía en los soviets, basándose en que eso supondría en Alemania privar de derechos civiles a un número muy elevado de personas; los criterios para la exclusión eran muy poco claros, y excluir a los oponentes impediría la formación de una conciencia política de clase en el proletariado, puesto que se vería privado de la experiencia de lucha política. Finalmente, el gobierno soviético, tal como lo habían establecido los bolcheviques, estaba destinado a convertirse en la dictadura de un partido dentro del proletariado. Esta polémica prosiguió en los años siguientes, y fue de hecho, el primer debate entre comunistas y socialdemócratas que tuvo una importante repercusión en España donde a finales de los años diez se editaron tanto las obras de Lenin de Trotsky contra Kautsky, como la de éste contra el bolchevismo que se encontraba inmerso en una guerra civil que iba a sabotear los islotes industriales que habían dad lugar a la clase obrera rusa y a los soviets.
Es importante anotar que en tanto los demás autores examinaban la organización en soviets con relación a cuestiones políticas inmediatas, Gramsci (1977) intentó un análisis más teórico, a veces rayando en lo utópico, de la naturaleza de los consejos, y especuló sobre sus relaciones con otras organizaciones proletarias. El consejo de fábrica (que Gramsci igualaba al soviet) no es sólo una organización para la lucha de clases, sino «el modelo del Estado proletario. Todos los problemas inherentes a la organización del Estado proletario son inherentes en la Organización del consejo.» Conectar esas instituciones y ordenarlas en una jerarquía centralizada de poderes será crear una auténtica democracia obrera, preparada para sustituir a la burguesía en todas sus funciones esenciales de administración y control. Ningún otro tipo de organización proletaria es adecuada a esta tarea. Los sindicatos son una organización de la sociedad capitalista, no un sucesor en potencia de esa sociedad; son parte integrante del capitalismo y tienen un carácter esencialmente competitivo, no comunista, Porque organizan a los obreros no como productores, sino como asalariados que venden la mercancía de su fuerza de trabajo.
Los consejos obreros que emergieron en varios lugares de Europa como Alemania, Hungría o Italia, contenían en sí mismos una orientación politica, deben distinguirse de los consejos de fábrica que se ocupaban de la administración económica de fábricas individuales. Los consejos de fábrica se consideraban fundamentalmente como un instrumento para lograr la «democracia industrial». Este era un concepto formulado por un grupo bastante heterogéneo de pensadores, que incluía a sindicalistas y socialistas de izquierda, y a marxistas tan variopintos como Korsch y Bauer. Este último (1919), muy representativo de la Internacional Dos y Media, expresaba la idea como sigue: “Por medio del establecimiento de comités de fábrica llegamos a la monarquía constitucional en la fábrica: la soberanía legal se comparte entre el jefe, que gobierna la empresa como un monarca hereditario, y el comité de fábrica, que tiene el papel de parlamento. Después de esta etapa se pasa a la constitución republicana de la industria. Desaparece el jefe; la dirección económica y técnica de la industria se confía a un comité administrativo”.
No hay que decir que las dificultades inherentes a esta concepción, que se puede considerar como más bien utópica, del potencial político de los consejos de fábrica fueron expuestas por otro socialdemócrata austriaco, Karl Renner (años más tarde uno de los socialistas gobernantes), quien señaló que la democracia económica basada en los consejos de fábrica no podía representar más que a intereses idénticos, limitados y sectoriales, y que los conflictos de interés entre las distintas clases o grupos sólo podían resolverse por medios políticos: por medio de la democracia política y no por la dictadura de los consejos, según él. Así pues, Renner consideraba la democracia económica, de la que los consejos de fábrica no representaban más que una forma, y que ya había tenido éxito en Inglaterra bajo otras formas (cooperativas, sindicatos, etc.) como complemento de la democracia política de parlamentos.
Sin embargo, tras el fracaso de las revoluciones en la Europa Central y con el declive de la importancia de los soviets en la URSS, disminuyeron los escritos teóricos sobre la importancia de los consejos, con la excepción de los Comunistas Internacionales de Holanda, de Anton Pannekoek, y el Grupo Comunista de Consejo, de Paul Mattick, con el que estaba relacionado Korsch. Los dos grupos atribuían a los consejos un papel mucho más crucial en las revoluciones políticas de lo que les habían atribuido los teóricos anteriores, y veían en el poder de los soviets una indicación del éxito de la revolución. Por tanto, criticaban a la URSS por no mantener el poder de los consejos. Tendían a identificar a éstos con la forma específica de poder de la clase obrera y, en cuanto tal, a considerarlos como una forma espontánea de organización de la clase obrera que no debería estar subordinada a los dictados del partido revolucionario…
Como no podía ser menos, el debate llego a estos lares donde el concepto “consejista” vino a designar una franja amplia de la izquierda radical ligada a la generación del mao del 68, y en los mejores casos, lejos de ser un pretejo o una bandera bonita, se expresó con la defensa de la democracia extrema, con la defensa del asambleismo en todos los movimientos. Asambleas, un concepto que después de los Pacto de la Moncloa y del pacto constitucional, se comenzó a citar como una muestra de un “resistencialismo” que persistía en la defensa de métodos de lucha ya fuera de lugar.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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