martes, abril 06, 2010

Cuba: el bastión irreductible para la Alianza Transatlántica


Las noticias y las reacciones que más se propagan en los medios antagónicos a Cuba sobre la situación generada alrededor de los DDHH, por la intensidad de la carga ideológica y emocional, ocupan la zona de lo paroxístico. Por la diversidad de escenarios pronosticados en medio de ese paroxismo, el tema central sin duda es el cambio de régimen.
Como decía el celebrado analista singalés Tarzie Vitacchi, “el verdadero tema siempre es otro”, refiriéndose a lo que no se discute realmente. El tema sobre Cuba cubierto por la pátina de la propaganda, es menos Derechos Humanos y más cambio de régimen. Los DDHH desde la época de Jimmy Carter, un pionero en la materia, ha sido un instrumento de presión para cambiar regímenes antagónicos al liderazgo occidental.
La necesidad de un cambio de régimen es una asignatura pendiente en Washington desde 1959 cuando Cuba se reinventa a si misma, fuera de los designios de la Alianza Transatlántica, cuando la Guerra Fría comenzaba a ponerse más dura y menos tolerante.
En este sentido, Cuba es la asignatura pendiente de la Guerra Fría para esta alianza que tiene la necesidad de compactar zonas de control y Cuba es un territorio con un tipo de autonomía disfuncional a ese esquema. Charles Wilhelm, ex comandante en jefe de las FFAA de los EEUU para el Comando Sur, estima que Cuba es el punto negro del sistema de seguridad, a sólo 75 millas de Florida.
La opción de intervención militar en Cuba ha estado siempre latente y es como un “dossier fijo”, así como lo es Irán y Corea del Norte. No caben dudas de que un cambio de régimen en Cuba es una aspiración de los EEUU y la Comunidad Europea de Naciones.
Este último debate en torno a Cuba y los DDHH, representa el doble estándar en su mayor expresión porque se comienza a desarrollar cuando existía casi unanimidad para el regreso de Cuba a la OEA, a menos de un año de los nuevos vientos de paz y concordia que los discursos internacionales de Barack Obama anunciaban, y especialmente el nuevo trato con la región. Entremedio, se interpretaba en esos discursos una nueva postura frente Cuba, esencialmente poner fin al bloqueo.
Pero algo sucedió camino al foro, que de repente comienza a cambiar aquel escenario de disminuir la confrontación, y empiezan los hechos de Honduras y de pronto el gobierno de Barack Obama no puede zafarse de la presión republicana neoconservadora, en su estrategia de hacerlo fracasar en su gobierno a toda costa. Es así que a Obama y su equipo no le queda otra alternativa que acomodar su agenda internacional a los designios del poderoso lobby internacional del Partido Republicano.
Estos hechos propagados profusamente en torno a los DDHH en Cuba, no podrían haberse producido en un momento más singular para Washington, cuando el gobierno de Barack Obama necesita de un rápido éxito en el campo internacional con todos los otros frentes importantes estancados en cierta forma, en los casos de Irak, Afganistán, e Israel.
El cambio de régimen en Cuba es la gran oportunidad para el acosado gobierno de Barack Obama, y es fundamental que ocurra en los años de su período.
Se convertiría en el gran tapaboca para los republicanos y equivaldría al gran triunfo del que se ufana la derecha neoconservadora, de haber dado el puntapié final al sistema soviético a comienzos de los años 90. En la dimensión política, tiene igual o mayor significado porque Cuba ha representado el bastión irreductible.
Cuba ha incomodado al capitalismo global, pero por las coordenadas de la crisis mundial política y económica, el futuro político de Cuba es más bien una preocupación del hemisferio occidental sur, por lo que representa frente a gobiernos -en la región- con altos grados de corrupción, montados sobre democracias altamente deficitarias, precisamente en áreas como las sociales, en las que Cuba destaca.
Estimular el cambio de régimen en Cuba y recomendar modelos democráticos de la región que han fracasado y que en el mejor de los casos representan sistemas políticos semi abiertos manejados por las elites de siempre, resulta grotesco así como grotesca es la ausencia de autocrítica por el bloqueo estadounidense a Cuba.
Hay un grado de irresponsabilidad en los gobiernos latinoamericanos antagónicos a Cuba, al preparar bayonetas políticas sobre todo cuando la disidencia interna al gobierno cubano es débil y con poca organicidad para hacerse cargo de una transición a un sistema opuesto al existente.
Jaime Sushlicky, ex director del Proyecto “Cuban Transition” de la Universidad de Miami, indica que acelerar la transición sólo generará un daño innecesario debido a la fortaleza estructural del gobierno cubano y la debilidad de los disidentes.
En la situación cubana, se tiende a privilegiar en la noticia y en el análisis, dos aspectos que terminan siendo una distorsión.
El primero se refiere a un sistema político tan centralizado y personalizado, como que el funcionamiento del mismo se sustentara en figuras omnipresentes. Se van las figuras y el sistema se desploma. Se enfatiza el tema de la centralización del poder, que es un término muy utilizado por la ciencia política convencional (decimonónica a veces) que sobredimensiona la política de sistemas abiertos, como si en éstos no existiera autoritarismo ni centralismo.
El segundo es la inclinación de pronosticar el futuro de Cuba como que no hubiera un sistema.
Sucedió con China y Vietnam: pasaron los líderes y el esquema global continuó. Y si bien Cuba no está en Asia, hay bases comparables, principalmente, porque el gran peso se lo ha llevado un capital humano formado en tres estructuras esenciales: partido de gobierno, Estado y ejército.
El sistema se sustentará en la medida de sus condicionantes intrínsecas y es posible que se consolide más al adaptarse a una situación de presión sin las figuras que ha sido centrales al régimen. Si en casi medio siglo no se logró formar una disidencia que desestabilizara al gobierno, los indicadores del puzzle no están solo en las características del sistema político.
Francisco Wong-Díaz, en un trabajo para el Pentágono (2006), señala cinco posibles escenarios, todos centrados en la ausencia de un sistema político, y basados en las figuras centrales del sistema especialmente, Fidel y Raúl Castro y su circuito inmediato. Sin ellos, el sistema colapsa.
Para Wong- Díaz, no hay sistema ni generación de recambio. Lo que existiría es una lucha entre elites del poder, separadas por su proclividad a adherir al actual régimen.
Wong-Díaz sostiene que el régimen se sustenta sobre el “fidelismo” y éste no es una ideología como el marxismo o el fenómeno de Al Qaeda. Se disipa con su caída.
Lo más probable es que su legado político se convierta en un regreso al tradicional estilo latinoamericano de la política del control militar, o de poderes civiles débiles a merced del poder militar. Y agrega: “Es preferible un gobierno autoritario que el colapso total del Estado. Una intervención militar se descarta de plano”.
Wayne Smith (en F. Wong-Díaz, 2006) postula que el régimen establecido puede ser garante de la transición porque representa la estabilidad en el sistema de autoridad y control.
En 2006 Smith sostenía que levantando el bloqueo ayuda a que el régimen no tenga la excusa de la amenaza externa. Por otra parte, Bill Ratcliff y Roger Fontaine (Wong-Díaz) sostienen que sin el bloqueo, Castro no tendrá la excusa para justificar el fracaso del sistema.
En un sistema político donde la jerarquía y el control son fundamentales para una nación que ha vivido prácticamente en pie de guerra durante casi medio siglo, surge una pregunta: ¿qué sucede con el resto de la estructura de poder, la participación o el sentimiento de la población?
En los detractores de Cuba, se minimiza la capacidad de la población cubana para formar un cuerpo político protagónico. Se les atribuye a los habitantes de la isla capacidad de resiliencia, pero no se les asigna ningún atributo político. Se descarta que el proceso cubano del futuro sea algo más que un cuerpo de elites en la lucha por el poder.

Juan Francisco Coloane

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