martes, abril 27, 2010

García Lorca y la República en el Ateneo Rebel


Lo dicho, son muchas las puertas para entrar en la República, el preferido pro nosotros es sin duda la del movimiento obrero, y dentro de éste, en los sectores que mejor representaron las aspiraciones de una República democrática, socialista e internacionalista (o sea en ruptura con el colonialismo español que tan rotundamente encarnaba la guarida “africanista”), también nos apasiona la puerta que nos lleva al internacionalismo militante…La de los poetas sin embargo es una puerta especial, primero porque refleja hermosamente un encuentro entre la cultura y el arte con el pueblo, segundo porque casi todos ellos se comprometieron con la causa social, y también porque con muertes simbolizaron la resistencia popular y dejaron evidencia atroz de lo que significaba el dilema luxemburguiano entre el socialismo de los trabajadores organizados o la barbarie.
También existen muchas maneras de hablar de estos poetas, se están haciendo toda clase de recitales aquí y allá, y concretamente los del Ateneo Rebelde organizan este sábado 24 de abril un acto sobre Lorca en el que se ofrece una charla del que escribe, con un recital de Júlia Morell, y un concierto acústico de José sin red…
Puesto en Loca, también hay muchas maneras, por ejemplo yo podría decir algo sobre el abuelo vagabundo que allá por la mitad de los años cincuenta nos reunía a los chicuelos alrededor de la fogata al borde de una mísera y piojosa cueva –la fogata servía a veces para pasar el fuego por sus paredes para matar los piojos-, y nos hablaba de viejas historias, de Machado, de García Lorca. Pero tengo una que me es mucho más próxima por devociones particulares y es la que pasa por la pantalla, un lugar empero en el que García Lorca no ha tenido –todavía- la suerte merecida más allá de lagunas adaptaciones interesantes como las Bodas de sangre (1980), de Carlos Saura, lo muy curiosa versión de la misma producida en Marruecos (1976) de Sauhel BenBaka con la gran Irene Papas y Laurent Terzieff, tan apreciado por Pasolini.
Quizás la película sobre Lorca más importante y más actual sea García Lorca: muerte de un poeta, una miniserie televisiva que se puede encontrar en formato DV, y que da de pleno en los debates y conflictos actuales sobre la “memoria histórica”, de la batalla de la memoria contra el olvido de los culpables, porque, para los culpables, existen dos grandes razones previas a todos: primero, que no se sepa nada sobre sus atrocidades, y esto fue lo consiguieron durante los años de dictadura (aunque en los sesenta-setenta todo empezó a moverse), y también en los años que siguieron a la dictadura porque como dice un refrán kurdo, al que le ha mordido una serpiente tiene miedo de una cuerda que se mueve…segundo, que sí sin finalmente se ha conocido el crimen, este pase inmediatamente al olvido. Baste decir que sí los víctimas del franquismo hubieran tenido tanta energía reivindicativa como las víctimas de la ETA, este país habría sido un clamor sin precedentes en la historia de la infamia, una historia en la que el franquismo figura en primera fila.
Esta serie fue algo más bien inusitado en el mediocre panorama Feliciano, tan “militante” a favor del olvido. La idea original de Bardem es de 1979, fecha en la que considera que ya se puede tratar el tema de Lorca. La producción no interesó al capital privado nacional, y Bardem encontró empero sus primeros apoyos en la URSS y en México. La crisis de la moneda mexicana dejó sola a la URSS y está claro que la entrada de TVE como productora podía condesarse en una frase: “mejor lo hacemos nosotros para no hacer el ridículo más extremo”.
En aquel momento nuestro Juan Antonio Bardem (sobre el que los lectores encontraran un par de trabajos míos en Kaos) estaba desahuciado para la gran pantalla desde hacía tiempo, e imprevisiblemente consiguió rodar un producto que se pasó por todos los hogares, y cuyo contenido era un desafío a lo que durante décadas habían venido a decir los amigos de Franco en el mundo, que no fueron pocos. A saber: que el asesinato de Lorca como parte de "una reyerta entre homosexuales". Luego se justificó su muerte como un "error", al tiempo que se venía a decir que su fama era dependiente de dicha muerte. Al margen de estas interpreta­ciones, Lorca había sido digerido por aquella “cultureta” dominante que lo identificaba con un folklorismo barato o con supuestas "audacias" poéticas como aquella de "yo me la lleve al río"', aunque también es verdad que mucha gente sabía que había escrito algo memorable sobre la Guardia Civil.
Insistamos porque es verdad: Bardem fue la principal víctima cinematográfica de la censura franquista que impidió parte de su obra --Los inocentes tuvo que rodarse en Buenos Aires- cuando no la cortó hasta hacerlas casi irreconocible --Sonatas, La venganza--, Bardem es, al tiempo, autor de algunas de las obras cumbres del cine español –Muerte de un ciclista, Calle mayor, Nunca pasa nada-, pero también de media docena de bodrios imperdonables. Durante la "transición" apenas sí pudo hacer el cine testimonial que quería --Siete días de enero fue boicoteada por los dis­tribuidotes por miedo a los atentados fascistas--, y los productores lo convirtieron en algo así como un "maldito".
La elección del tema Lorca no fue por lo tanto fruto de un "encargo" sino de una opción muy consciente, una empresa que Bardem asumió como un desafío ya que el asesinato de Lorca contiene en sus dimensiones particulares y públicas una serie de mundos imposibles de sintetizar en un guión y en una película. Se puede decir que la serie, consigue una línea general de bastante dignidad con momentos inolvidables, al tiempo que se ve afectada por una horrible enfermedad que se llama doblaje y que ha hecho hablar a Lorca con una voz que identificamos con las habituales de los telefilmes extranjeros. Asesorado en el guión por lan Gibson, el cineasta enfocó la serie como una ilustración rigurosa y al mismo tiempo, abierta. Se atuvo a un orden cronoló­gico, ha acotado todos los grandes mo­mentos o al menos los más significativos de la bio­grafía, ha reunido a todos los personajes .próximos, sin olvidar a nadie significativo, y trabajó el trasfondo histórico con fragmentos documentales. El método que evoca la calidad habitual de las series históricas de la BBC, con su voz en off explicando lo que no podía aparecer en los diálogos acentuadamente representativos. La fuerza de las imágenes quedan confiadas a los momentos claves, aquí cifrados en los casos más vivos de cada capítulo - inolvidables cuando trata la posición cristiana herética de Federico, su drama interior como homosexual, en su recital de la elegía A las cinco de la tarde, y muy especialmente en la convulsión, el terror y el miedo de la represión franquista en Granada--, de manera que se logra un equilibrio bastante atractivo entre lo didáctico --muy propio por otro lado del cine de Bardem-- y lo más puramente ci­nematográfico.
Creemos que acertó plenamente en la recrea­ción del paisaje granadino con su blancura y luminosidad, en el evidente cariño con que son tratados los personajes "secun­darios" -servidos, dentro de una tradición que comparte el mejor cine de Bardem, por impresionantes actores de reparto como Margarita Lozano, Amparo Baró, Antonio Iranzo o una Lola Gaos ¡doblada! - , especialmente en gentes como esos bande­rilleros anarquistas que le acompañan en la hora de la muerte. Después de pasar por di­versas ilustraciones bastante discutibles que tratan de dar una imagen vívida de la llamada "generación del 27" , una tarea real­mente ardua que no depende solamente de metraje en nuestra opinión. Con todo, Bardem consiguió hacer avanzar coherentemente el climax previo a la guerra, presentando vi­gorosamente acontecimientos como el Octubre asturiano de 1934 y el enfrenta­miento de Lorca contra la opresión y la bur­guesía para llegar al tiempo del levanta­miento con un retrato soberbio de las auto­ridades republicanas, representadas en Granada por un gobernador civil empecina­do, a lo Casares Quiroga, en quitar hierro al golpe y en impedir que el pueblo se le fuera de las manos.
En este capítulo la situación, el apogeo del exterminio, ya se nos hace agobiante.
Parece claro que Bardem fue cons­ciente desde el primer momento de la im­posibilidad de representar a García Lorca a la verdadera altura en la que realmente voló. Lo explica cuando nos subraya el increíble encanto del personaje, pero no es difícil comprender que es por otras muchas cosas más inaprensibles como reconoce el propio Gibson que lo ha estudiado en miles de páginas, y que, por lo tanto, lo que se trataba es de ofrecer una aproxima­ción lo más fehaciente posible. Para ello era necesario cubrir al menos dos requisitos básicos, uno, el .del actor protagonista, otro, el de la selec­ción de los nudos determinantes de la vida y la obra del autor de Poeta en Nueva York.
Se podrá discutir aquí todo lo que se quiera, y cada uno podrá hacer su propia evaluación de lo "principal" en alguien como Lorca, pero no se podrá discutir el rigor y la honestidad de Bardem. En la serie está clara la compleja conexión de García Lorca con Granada, con su gente y su his­toria y con la altura de su tiempo, se ilustra con claridad sus relaciones determinantes con Dalí, Buñuel y Alberti, se detalla su " evolución poética y teatral --aunque quizás no se maticen las rectificaciones habidas en uno y otro caso--, y lo que era muy impor­tante, porque hay una tendencia a olvidar­lo: se presenta claramente la temprana op­ción, inconformista del poeta, antimilita­rista desde los tiempos de la Gran Guerra, cristiano en un área que ahora limaríamos de la "teología de la liberación", amigo de la Rusia que todavía parecía revolucionaria, Anotemos la dimensión de agitador teatral de Lorca, un “trabajador” de la cultura que representa obras como Fuenteovejuna en los pueblos, autor de numerosas denun­cias contra el fascismo y contra el capitalis­mo, etc. No se trata solamente de un Lorca del "partido de los pobres", de alguien con buen corazón que no molesta a nadie. Ni mucho menos. Lo que escribió el antiguo diputado cedista Ramón Ruiz Alonso contra él refleja claramente todo lo que la derecha tradicional encuentra insoportable en él, cosas que no se le pueden perdonar y menos en un momento como en el de la guerra civil.
Por eso la serie sube en intensidad y en autenticidad cuando nos evoca el carácter subversivo de obras como el Romancero gitano o Poeta en Nueva York, que apuntan con radicalidad hacia el corazón de la "Benemérita" y de la "modernidad" capitalista de esa ciudad en que a Felipe González le gustaría vivir. También sube enfocando sin titubeos el capitulo de su homosexualidad intensa y dolorosa, oculta y despreciada y que es clave para com­prender toda su obra, su sensibilidad hacia los pobres --que nada tienen ya los que les quitan hasta lo que no tienen- y las minorías oprimidas, hacia las mujeres a las que trata con un claro contenido feminis­ta. Este es pues, un Lorca al completo, asesinado por su disidencia y su compromiso con todo lo que la derecha abominaba, en medio y como parte del cuadro dantesco --atenua­do, según confesión propia por Bardem­ de la represión franquista en Granada, espejo de tantas otras grandes masacres, era demasiado para la torva sensibilidad de nuestra nueva extrema derecha que podía asimilar tragos semejantes en lujosas obras completas pero no ante la mirada de gente habituada a embrutecerse viendo los diversos “shows” televisivos que inoculan más estupidez a la estupidez.
El hecho de que algunos "contras" notorios como Jiménez Losantos o el “memorable” Emilio Romero, desde el ilustre ABC o Época, bramaran en su día contra la serie, hay que considerar como un valor añadido; lo temible habría sido el elogio. La serie motivo toda una campaña contra el presunto "transcendentalismo" de un medio, la TV, al que se estaba condenando al cultivo de lo trivial, y sobre todo el hecho de que se siga hablando de la guerra especialmente en términos que evocan la naturaleza absolutamente bárbara del “Movimiento” y de la Falange, creada siguiendo el modelo hitleriano. En este punto, con los matices que se quiera, se ha esta­blecido la conexión entre la derecha y el partido gubernamental que ha depositado en la institución monárquica el atributo de superadora de la "contienda fratricida" en la que los principales responsables fueron --al parecer- los "extremistas" de uno y otro lado. El "centro" lo representa en la serie el gobernador civil y el capitán general republicano, los mismos que se negaron a dar las armas a los trabajadores.
En su momento, la serie dio lugar a un debate televisivo en el que el presentador cumplía su cometido “orgánico” arremetiendo contra la "acritud" de Bardem, en tanto que un miembro del PSOE, Félix Grande, poeta y kantiano --con perdón de Kant--, de agua dulce, hacia una defensa innecesaria del flamante Premio Cervantes Luis Rosales, al que en fechas recientes a tenido a bien de reivindicar. Nadie, y menos que nadie Bardem, dudaba del empeño de Rosales y de su familia por salvar a Lorca, pero la cuestión no se agotaba aquí. Hay que repetirlo; Lorca fue uno más. Para la familia Rosales era su amigo, uno de su clase, un poeta famoso, algo por tanto muy dis­tinto al bajo pueblo con que se encontraban las escuadras falangistas, en las que participó sin aparente remordimiento, sin que se excusara nunca de haber formado parte de aquellos “escuadrones de la muerte” que quedaran para siempre jamás en la historia del terror blanco. El propio Grande realizó también una carga en toda la regla en defensa de la Guardia Civil, argumentando con el hecho de que la institución no participó directamente en el fusilamiento --hecho divinamente acotado por el presentador que había recibido tal confir­mación de los servicios históricos del glorioso cuerpo-, y por la tangente de que no todos los guardias civiles apoyaron el Movimiento… La serie, por tanto, era "ma­nifiestamente mejorable" --dicho en el tono propio de la diplomacia- ya que el hombre sufría por cómo pudieron recibir las imágenes de la pantalla los guardias civiles de ahora, convertidos además en víctimas del terrorismo. La mano de Felipe González era bastante alargada.
Más que otra cosa, las palabras de Grande nos ilustran cómo su brújula --y de los suyos- apunta hacia un campo magnético muy diferente al de Lorca, al que se elogia la obra artística pero sustrayéndole todo su hierro subversivo. Lorca no escribió su obra en ninguna to­rre de marfil, despreciaba el olímpismo en el arte. La escribió en una estrecha vinculación con su gente - del pueblo concreto, del pueblo militante que lo reconocía como propio-, y en franca conexión con los movimientos culturales más avanzados de su época --en particular del surrealismo--, y en un momento histórico en el que la revolución --el sueño del pueblo- parecía posible. Por lo tanto no cabe imaginar a Lorca al margen de esto, y su muerte fue también la muerte -momentánea- de ese sueño de emancipación. Por eso el lugar del arte y de la vida el nombre de Lorca hay que inscribirlo en el punto de encuentro entre la vanguardia artística y la marcha del pueblo hacia otra forma de vida. Por ello muchos, muchos años después Lorca sigue siendo otra cosa, inintegrable dentro de un sistema que para vivir tiene que embrute­cer a esa gente que rezumaba y resuma "cultura en la sangre" y que quería tanto como él abrir todas las puertas y ventanas.
La historia sigue, ahora resulta que no se ha encontrado el cuerpo donde se preveía que estuviera, y la siguiente hipótesis es que es posible que estos fueran extraídos secretamente, primero para “desactivar” el carácter “subversivo” del lugar, y después, para utilizarlo como “relleno” para los muertos que les faltaba en el Valle de los Caídos.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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