domingo, junio 06, 2010

La guerra de Argelia: historia y cine


No deja de ser sintomático que haya tenido que ser el cine el que rememore “la guerra sin nombre”, io sea la guerra de Argel, y ahí está el “escándalo” provocado en el reciente Festival de Cannes por la película de Rachid Bouchared, Fuera de la ley…Ahí está “La guerre sense nom”, de Bertrand Tavernier, que causó una considerable perturbación en su momento y que sigue inédita por estos pagos…Y ahí está Cache, la penetrante aproximación de Michael Hanecke, no tanto a la guerra sino al “olvido” de las responsabilidades personales por parte de un personaje sumamente representativo de la viad cultural gala encarnado por el estupendo Daniel Auteil…
Habría que recordar que Argelia fue apenas poco más que un espacio exótico que el cine empleaba sin el menor rigor como escenario de “fantasías orientales” con la bellísima María Montez, como simple “western” revestido con el traje de intrépido legionarios, o de oscuros “noir”…
Desde este punto de vista, los aficionados más veteranos quizás recuerden anodina Argelia (Fort Algiers, 1952), que el prolífico Lesley Selander dirigió a la mayor gloria de la belleza "mora" de Ivonne de Carlo.
El título más representativo de este cine inequívocamente colonialista sería sin duda Pepe le Moko (Francia, 1937), cuyo éxito puede considerarse como uno de los más claros antecedentes de la extraña moda norteamericana de efectuar "remakes" de títulos franceses. Escrita y dirigida por el interesante Julien Duvivier, basada en una novela firmada por un apócrifo Detective Ashelb, se trata de un singular "thriller" que convirtió en mítico el barrio árabe Casbah (Alcazaba), un equivalente de nuestro "barrio chino" con dos peculiaridades: su construcción está cubierta de toda clase de recovecos, y se erige en oposición a la ciudad abierta ocupada por los franceses. Es un "territorio comanche" por el que deambula Pepe Le Moko (Jean Gabin en su mejor momento), un gángster que adora su lejano París, y cuya seguridad acechada por el avieso inspector Slimane (Lucas Gridou), depende de las calles y de la solidaridad de la Casbah. Después de burlar una y otra vez a la policía colonial, Pepe se deja llevar por un romanticismo en el que la "femme fatale" (Mireille Balin) es también el barco que le llevaría a Marsella y a los bajos fondos de París, su verdadero mundo, y muere trágicamente.
Un año más tarde, Hollywood produjo su “remake” Alger (Algiers, 1938), que incluso aprovecha una parte importante del material, incluida la música de Vicent Scotto y Mohamed Uguerbuchen) de la versión de Duvivier. Como es propio, esta producción resulta actualmente mucho más asequible que el original. Fue producida por el independiente Walter Wanger con diálogos adicionales de James M. Cain, y se encuentra entre los trabajos m s reputados del aplicado (e izquierdista, tuvo problemas durante la “caza de brujas”) John Cromwell que cuida en detalle la oscura fascinación del escenario ayudado por la fotografía. Cuenta también con un cuadro de actores muy en su papel, comenzando por un escasamente convincente por su blandura Charles Boyer, una bellísima Hedy Lamar (en su estreno en Hollywood) que atrae al Pepe m s famoso de su época, a la trampa, la arabizada Sigrid Gürie. Anotemos también un notable Joseph Calleia como Slimane, el policía que urde la trampa como un enrevesado psicólogo que sabe que la atracción de una parisina viene a ser más eficaz que cien redadas en el laberinto de la Casbah. La parte más indiscutible de esta versión es la excepcional fotografía "noir" de Jules Kruger y Marc Fossard.
Mucho más trivial resulta todavía Casbah (1948) que combina el "thriller" con el musical con una banda compuesta por Harold Arlen y Leo Robin. La dirigió con cierto brío el inquieto (y conocido "black liste") John Berry, y lo hizo como profesional a la mayor gloria del envidiado Señor Charisse: un engolado e inexpresivo Tony Martin como Pepe Le Moko, obligado además a cantar. El insulso Tony estuvo bien acompañado por Ivonne de Carlo en papel de la celosa amante mora, mientras que a la malograda Marta Toren le correspondió interpretar a la parisina fatal que arrastra al gángster nostálgico hacia la perdición. Ofrecida recientemente por TVE, se descubre como un producto digno, de buen ritmo y con una buena ambientación, pero muy lejos de sus precedentes.
Cuando la resistencia a la ocupación se hizo actualidad diaria, y el tema llamaba la atención de la gente, el cine comercial buscó su espacio con algunos títulos circunstancialistas, empezando por una olvidada y (entonces) típica coproducción europea, realizada a mayor gloria del colonialismo en la que los "paracas" resultan sospechosamente "traicionados por los políticos". Se trata de Marcha o muere (1962) firmada por un técnico alemán responsable de varios dudosos éxitos en películas de "hazañas bélicas" ("Stalingrado", 1959), Frank Wysbar, un reciclado del nazi. Rodada en una Andalucía “mora” de pueblos blancos con chumberas y con algunas "pintadas" contra la ocupación francesa, cuenta la pueril trama de un comando de "paras" rudos, pero simpáticos (además españoles como Leon Anchóriz y Enrique Ávila, con otros europeos como Fausto Tozzi y el torvo Peter Carsten), encabezados por un decadente Stewart Granger, menos convincente que nunca como un "duro" e indisciplinado comandante, pero que a la hora de la verdad es el “único” capaz de realizar la misión que le ordena un alto mando (Alfredo Mayo): raptar a uno de los perversos líderes de los perversos insurrectos (un despistado Carlos Casaravilla) con la intención de doblegar sus huestes. El pretexto sirve para que el comando despliegue toda su violencia, que algunos de los más valientes mueran heroicamente al final, con la misión cumplida, el comandante, debidamente desengañado de la "politiquería" de sus superiores, acaba adoptando a un niño argelino, cuyos padres, claro está, han sido víctima de la guerrilla.
Otro título hispano del mismo año que hace referencia al conflicto fue Pacto de silencio (1963), autoremake de otra tentativa homónima de vocación “internacional” por parte de Antonio Román (recordado por Los últimos de Filipinas, en la que los nativos, son rebeldes porque son paganos). El personaje que en el original era un británico antinazi (lo cual no era poco en la españa de entonces), en esta se trata de un oficial francés que se finge muerto después de un atentado de la OAS, y únicamente un agente argelino del FLN no se traga el anzuelo. Todo es tan banal que los datos históricos no tienen más interés que el de su presunta oportunidad, pero a pesar del oportunismo, ninguno de los dos títulos fue más allá de complementar algún programa doble de la época.
Hollywood también produjo su propia aportación, aunque con el mismo entusiasmo que estaba mostrando por la guerra del Vietnam, o sea casi ninguno. Se trata de Mando perdido (The lost command, 1965), es una blanda adaptación del entonces "best-seller", Los centuriones del hoy totalmente olvidado Jean Lartegüy, un novelista de fama efímera que trataba de ofrecer una visión sobre los procesos de descolonización africano. Se puede decir el enfoque de Lartegüy trata de asimilar realidades y problemas para situarlo a la altura de lectores instalados, y ofrece una visión distorsionada de una guerra que discurrió inicialmente por unos cauces muy semejantes a los de cual­quier otra guerra revolucionaria. La guerrilla se mostraba inaccesible a unas fuerzas del orden que se obstinaban en aplicar unas tácticas de policía en lo que era una verdadera guerra irre­gular, algo que queda explicado aunque no sus motivaciones de fondo. Empero, pronto las autoridades galas comprendieron la gravedad del problema al que se enfrentaban, y tomaron la decisión de emplear a sus mejores tropas, paracaidistas y legionarios, casi todos veteranos de indochina como los de la película, que provo­caron un vuelco en la situación militar, acosan­do sin cesar a las bandas rebeldes y empujándo­las hacia las zonas más inhóspitas de la geogra­fía argelina.
Rodada también en el sur de España con actores españoles como sórdidos argelinos --Barta Barry, Aldo Sambrell-, fue dirigida por un cineasta como Mark Robson, ya jubilado de las inquietudes "liberales" de su primera época (El ídolo de barro); de hecho, sus créditos se reducen enteramente a su primera época. La trama es larga y prolija, y establece una conexión inicial entre Dien-Bien-Phu con la guerra de Argelia, con un prologo en el que se trata bobamente de ridiculizar a los vietnamitas para esconder lo que había sido una clamorosa derrota. Después de la rendición, un grupo de "paracas" animados por otro informal y duro comandante (Anthony Quinn) con problemas con el Alto Mando (Jean Servais), regresa a su lugar de origen agrario en Marsella, donde es calurosamente recibido por su familia tradicionalista y es bendecido por el sacerdote (George Rigaud). Su reposo se lo facilita nada menos que una condesa (Michele Morgan), viuda de un ilustre militar, sin embargo, el comandante se siente llamado por el deber y marcha a Argelia, donde un argelino que había estado a sus órdenes (George Segal), lidera con mano de hierro (asesina a sangre fría a uno de sus hombres poco serio). Se evoca una guerrilla que trae en jaque a unas autoridades corruptas, liderada por un alcalde venal (Jacques Marin). Los "paracas" intervienen con dureza, pero mientras que unos torturan y matan (Maurice Ronet), otro (Alain Delon), un teniente que ya había mostrado su admiración por los vietnamitas, discrepa aunque, a pesar de sus escrúpulos sigue “lealmente” las ordenes. Sus vacilaciones dan hasta para enamorarse de la "mora" Aissa (Claudia Cardinale). Aissa representa el punto de vista de los insurrectos, y justifica incluso la acción terrorista. No duda en utilizar a su amante como tapadera para efectuar uno de sus atentados, dejando en un café una falsa caja de cerillas que explosionara poco después. Al final, la guerrilla es aniquilada, el comandante recibe sus medallas, y el teniente "liberal" (Delon) abandona el ejército, y cuando abandona el cuartel contempla como en uno de sus muros un árabe vigilado por soldados borra una pintada independentista, pero al volver la primera esquina se encuentra que otro están justamente pintando lo mismo; no en vano, en la fecha de la producción los argelinos ya habían ganado la guerra. A pesar de sus toques "liberales", la película deja bien claro que los buenos son los "paracas" y que los argelinos destrozan vidas inocentes con sus actividades, si acaso se cuestionan los excesos en la represión, aunque en realidad nada importa demasiado. No manifiesta ninguna voluntad de hacer buen cine ni de retratar un trozo de historia. Todo resulta pues, perfectamente funcional, y los actores se limitan a hacer su "número" sin el menor interés, lo que acaba contagiando al público que no llenó las salas precisamente, pero que se estrenó en Francia en unas fechas en que Senderos de gloria de Kubrick seguía estrictamente prohibida, a pesar de estar situada en la guerra de 1914-1918.
Mayor éxito conoció Chacal (The day of the Jackal", 1973), otro producto de Hollywood que aborda tangencialmente la guerra de Argelia, en concreto desde el capitulo de las actividades terroristas de los militares golpistas de la OAS que trataron por todos los medios de eliminar a Charles De Gaulle empleando a tal efecto, un peligroso y escurridizo asesino a sueldo magníficamente interpretado por Edward Fox. Estaba basada en el best-sellers de Frederick Forsyth, y fue dirigida fría y minuciosamente por Fred Zinnemann. Sin ser nada del otro jueves, ha ganado consideración últimamente gracias al deleznable "remake" del mismo titulo “dirigido” por Michael-Caton Jones como un mercenario al servicio del cine más violento y fascistoíde del Hollywood actual, y con dos actores como Bruce Willis y Richard Gere, capaces de arruinar cualquier película. En este caso, la trama argelina resulta desplazada por otra mucho más alambicada en la que el IRA y ETA entre otros, se dan la pistola o la bomba.
Se puede asegurar que, como ha ocurrido tantas otras veces, el pueblo argelino no llegó a tener una voz propia hasta que gracias al entusiasmo de los primeros años de la revolución se desarrolló una cine argelino, pro lo general totalmente desconocido entre nosotros. Es un cine que había nacido ya en el "maquis" durante la larga guerra de independencia que tiene obviamente en esta su principal referente temático. Su principal representante es Mohamed Lakhdar-Hamána que en su día fue reclutado forzosamente por el ejército francés al poco de haber iniciado estudios de Agricultura y Derecho en distintas universidades francesas (1958). A los dos meses deserta y huye a Túnez donde trabaja en la realización de noticiarios y cortometrajes militantes al año siguiente tiene la oportunidad de ir a Praga para estudiar cine. Su primer largometraje, El viento de los Aurés (1968) que "puede considerarse sin exageración el hito fundacional del cine argelino (...) tanto por su repercusión en el contexto nacional como por su hondura poética y la intensidad dramática de sus imágenes" .
La más famosa fue Crónica de los años de la brasa (Waqai sanauat al-yamr), de Lakhadr-Haména, que consiguió la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1975. Se trata de una ambiciosa epopeya que transcurre en la región de M'Zab en vísperas de la independencia. Deudora de la tradición del cine soviético de Dovjenko, es considerada como la obra máxima del cine argelino hasta el presente.
La temática nacionalista se encuentra presente también en otra obra del mismo año, Diciembre (Disambar) cuya temática se puede decir que es contrapuesta a la un films militarista y patriótico francés de Pierre Schlendorffler ya que en ‚ésta se narra la crisis de conciencia de un militar francés que practicó la tortura durante la guerra...
Otro cineasta formado en el "maquis" es Ahmed Rachedi, responsable de algunas obras de montaje como El alba de los condenados (Fayar al-muazibin, 1967) y "La guerre de Algerie" (1993). Rachedi debutó en el cine de ficción con una ambiciosa coproducción protagonizada por Jean-Louis Trintignant, que trata de un soldado francés que se pasó al FLN, y que constituyó un rotundo fracaso por su simplismo.
Una escritora y cineasta argelina, Assia Djebbar se ha aproximado al papel jugado por las mujeres en la lucha independentista en La nuba de las mujeres del monte Chenoua (1980). También es conocido su montaje Zarda o los cantos del olvido que se apoya en los numerosos documentales rodados por los franceses en el norte de Africa para ofrecer una lectura anticolonialista.
En resumen, escasamente visitada por el cine comercial, Argelia se convirtió en un tema espinoso y controvertido con su guerra de liberación. No obstante, a pesar de la parquedad de títulos y de que los producidos por los cineastas argelinos no nos han llegado, se puede resaltar la existencia de una filmografía que nos ayuda a situarnos en las "entretelas" de un drama que marcó el fin del colonialismo clásico francés, el punto más alto de la revolución anticolonial en el continente africano y en los países árabes, y que, con la perspectiva que ofrece el tiempo, resulta inestimable para todas las personas interesadas por una revolución nacional, democrática y social que empezó que conoció unos años e lucha de resistencia, y luego otros de inquietud con Ben Bella, para luego entrar en la más dolorosa descomposición, y desembocar en una de las guerras civiles más retorcidas, prolongadas y trágicas de la historia moderna.
Ahora la historia vuelva a la portada de los diarios, pero algo ha cambiado. Fuera de la ley es una película francesa dirigida por un argelino instalado en otra Francia, una Francia multicolor tal como se puede ver en la misma selección nacional de fútbol…finalmente, volveremos a hablar de Cache, de Michael Hanecke, una película imprescindible sobre el “olvido” y la “memoria”.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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