lunes, junio 07, 2010

Okinawa en la memoria


Era yo un jovencito cuando conocí al “coronel Peláez”, un cubano que formando parte del ejército de los Estados Unidos, había combatido en la II Guerra Mundial y contaba fascinantes historias de aquellos sucesos. A él le escuché un relato sobre la batalla de Okinawa.
Aunque existen reportes anteriores, la historia de las relaciones de los Estados Unidos con Japón comienza en 1853 cuando el presidente Millard Fillmore ordenó al comodoro Matthew Calbraith Perry bloquear los puertos de aquel país para imponerle un tratado comercial. Entonces Okinawa no formaba parte de Japón sino que era una especie de protectorado chino.
En 1879 Japón anexó la Isla a su territorio para, 62 años después, el 8 de diciembre de 1941, un día después del bombardeo a Pearl Harbor, arrastrarla a la guerra que le declararon los Estados Unidos; una guerra que no era suya porque ella no era japonesa pero en la cual, cuatro años después sería escenario de la más encarnizada, sangrienta y costosa batalla de la Guerra en el Pacifico.
La batalla de Okinawa, desplegada a lo largo de casi tres meses fue mayor que la de Normandía, implicó a más de 300 000 efectivos, más de la mitad de los cuales, 100 000 japoneses y más de 70 000 norteamericanos fueron baja. Una cuarta parte de la población nativa pereció en la batalla, muchos de ellos en suicidios colectivos inducidos por las derrotadas tropas japonesas a las que los pobladores de la isla consideraron siempre como ocupantes.
Fue del coronel Peláez de quien primero escuché la afirmación que la resistencia japonesa en Okinawa llevó al mando norteamericano a la convicción de que, aun en 1945 con la guerra virtualmente perdida, tomar el archipiélago japonés mediante desembarcos aeronavales implicaba un precio demasiado alto, según Truman hasta un millón de hombres, argumento que inclinó la balanza por la opción atómica y selló la trágica suerte de Hiroshima y Nagasaki.
Tan intensa fue la batalla por Okinawa que en ella murieron sus dos comandantes, el general norteamericano Simón Bolívar Jr. Jefe del X Ejército caído bajo fuego de artillería y el general Mitsuri Ushijima que ante la derrota aplicó el código de honor japonés y se hizo el harakiri.
El general norteamericano, tocayo del libertador de América que murió el día después de la victoria en Okinawa a consecuencia de las heridas recibidas en combarte, llevaba el nombre de su padre, también general que había participado en dos guerras, la primera contra México a las ordenes de Ulises Grant y luego en la Guerra Civil norteamericana donde fue hecho prisionero por el propio Grant, que luego sería el décimo octavo presidente de los Estados Unidos. El general Bolívar Jr. que en Okinawa llegó a comandar 180 000 efectivos fue el militar norteamericano de mayor rango caído en combate en la guerra del Pacifico. Al mencionarlo, Peláez se ponía de pie.
En aquella gigantesca y cruenta batalla murió también Ernie Pyle, el más famoso de los periodistas norteamericanos durante la II Guerra Mundial, cuya columna se publicaba en unos 700 periódicos. Se cuenta que durante la Gran Depresión Pyle atravesó el país de costa a costa en 35 ocasiones para escribir las más dramáticas historias de aquella conmoción. En 1940 viajó a Inglaterra para cubrir la Guerra en Europa, estuvo con las tropas norteamericanas en África del Norte, las acompañó en el asalto aliado en Sicilia y fue uno de los 28 corresponsales que desembarcaron con ellas en Normandía.
Según un testigo, en Okinawa Pyle cayó alcanzado por un francotirador en un territorio cubierto por el fuego de una ametralladora. Durante horas, los jóvenes soldados que lo adoraban porque gracias a él, el país los conocía y el gobierno les había aumentado el sueldo (Ley Pyle) intentaron auxiliarlo o rescatar su cadáver. Cuando finalmente la ametralladora fue neutralizada y pudieron llegar al sitió donde el reportero había sido abatido, no había un cadáver sino varios. La humilde tarja levantada en el lugar lo cuenta todo: “Aquí la 77ª división de infantería perdió a su mejor amigo…”
Con los años y el fin de los tiempos heroicos de la lucha contra el fascismo y el militarismo japonés, Okinawa se menciona por la base establecida allí por los norteamericanos y por los incidentes en torno a ella y, con frecuencia se olvida que esa instalación, como mismo ocurre con Guantánamo, no fue cedida a los Estados Unidos por un gobierno soberano, sino como resultado de una guerra, una derrota y una ocupación militar.
Al término de la II Guerra Mundial dos de sus iniciadores: Alemania y Japón se convirtieron en países ocupados por los aliados. En Japón la ocupación se prolongó durante siete años. En ese período conducidas por el gobernador militar estadounidense Douglas MacArthur, se llevó a cabo la desmilitarización y la restructuración económica, la reforma agraria y la democratización del país, lo que incluyó una nueva constitución. En 1946 tuvieron lugar las primeras elecciones legislativas de posguerra y en 1951, durante el gobierno de Truman, se adoptó el Tratado de Seguridad y las tropas norteamericanas partieron hacia Corea del Sur.
En virtud del Tratado y no de ninguna decisión soberana de Japón, Estados Unidos mantuvo cierta cantidad de tropas en territorio nipón, las que instaló en bases militares, la mayor de ellas la de Okinawa que continuo siendo hasta 1972 territorio ocupado bajo administración norteamericana, aun cuando en 1954 terminó oficialmente el “estado de guerra”.
Todavía hoy la realidad es que los habitantes de la isla de Okinawa, no sienten que tienen una base norteamericana dentro de su territorio, sino que viven ellos dentro de una base estadounidense. De hecho la isla está plagada de instituciones castrenses o de administración norteamericana que por razones de seguridad no permiten el establecimiento de grandes industrias, no es posible desarrollar el turismo y la presencia foránea limita considerablemente la actividad de las instituciones y menoscaba la autoridad del gobierno local o nacional sobre el territorio.
En estos días Okinawa es otra vez eje de intrigas, mentiras y de peligrosas acciones que involucran a Estados Unidos, Corea del Sur y la República Popular Democrática de Corea y se desenvuelven en torno al hundimiento de la corbeta antisubmarina Cheonan, han provocado la renuncia del primer ministro del Japón y pudieran dar lugar a una cruenta guerra en la cual Okinawa no solo seria protagonista, sino también, presumiblemente blanco. Esa es otra historia.

Jorge Gómez Barata

Foto: Japón - Protesta de habitantes contra la permanencia de bases militares norteamrecianas en la isla de Okinawa. / Autor: ANPOMOVIE

No hay comentarios.: