sábado, agosto 07, 2010

Memoria animal


Se podría bien decir que una de las maneras de medir el grado de humanidad de una sociedad radica en el trato que dicha sociedad dispensa a los animales, a nuestros compañeros de vida en el planeta…Esto, que debía de resultar un criterio elemental, apenas si comienza a cobrar sentido gracias la movilización de un sector social cada vez mayor…
En este país de países, algunos de los derechos fundamentales de las personas y de la vida, retrocedieron brutalmente con la victoria de los militares fascistas...
La mujer fue la principal derrotada de la guerra, de ahí que, aunque el feminismo existía entre nosotros desde el siglo XIX, pero no fue hasta principio de los años setenta que la cuestión de los derechos de la mujer volvieron a plantearse como algo primordial de la resistencia…
La cuestión de la homosexualidad llegó un poco después, irrumpiendo en la vida social, y provocando un intenso debate dentro de las izquierdas…
La ecología también venía de lejos, pero no fue hasta el final de la dictadura que comenzó a cobrar fuerza y sentido…Algo por el estilo se podría decir de los derechos de los pueblos a asumir su propio destino, pero entre nosotros, la soberanía popular todavía es un objetivo. El pueblo tiene una serie de derechos pero dentro de un orden.
Hablamos y tenemos mucho que hablar de las enormes crueldades de la dictadura con la gente trabajadora, y poco a poco vamos levantando la manta del “gran terror”...
Es dentro de este contexto donde habría que hablar de la “tradición” de malos tratos a los animales, tradición en la que, no hay que decirlo, la tortura del toro de lidia podría parecer una minucia, no faltaba más.
De buen seguro que la gente “antigua” como dicen los muchachos de hoy, tienen muchas cosas que contar al respecto. En mis recuerdos permanece la visión de las palizas a las yeguas o a los asnos, que se negaban a seguir arrastrando los carros. Estas cosas sucedían en plena calle, sin que a nadie se le ocurriera poner reparos.
Habían pocos perros, y es que tener perros domestico es signo de riqueza. En las sociedades más subyugadas y empobrecidas, los perros sirven para caza o como peeros guardianes, y esto explica que entre los emigrantes siga persistiendo el recelo. Un perro grande es como una amenaza. En la Andalucía que yo conocí, la expresión de “perro sin amo” significaba que cualquiera lo podía apalear. En este contexto de atraso, la crueldad con los animales se cultivaba desde la infancia, y una de las “gracias” infantiles más corriente con los “perros sin amo” era atarles unas latas en la cola, para que corrieran como enloquecidos.
En cualquier reunión de gente del campo se pueden escuchar historias terribles sobre los perros maltratados por sus amos.
Habían muy pocos gatos domésticos, los que sobraban eran exterminado, y no siempre de una manera rápida, “humana”. Una de las diversiones infantiles radicaba en tirar la camada de gatos a un pozo que tenía un amplio perímetro, y desde arriba apostar haber quien le daba más pedradas. Los que sobrevivían, se tenían que buscar la vida comiendo lo que pillaban en las cocinas o atacando a los polluelos, y los vecinos se prestaban un cepo para cazarlos.
Obviamente, estas cosas ya no son así, lo que no quiere decir que no abunden los “amos” capaces de hacer cualquier cosa con un perro que le decepciones, o que a una banda de chicuelos de familias desestructuradas le de por ahorcar gatos, suceso que se contaba en Ribes cuando yo llegué, allá por 1991. Todavía es de moneda común que hasta la familia más modosa reaccione violentamente contra la presencia de cualquier animal, así por ejemplo, no es extraño encontrar muchachos que se distraen durante los veranos cazando salamandras, o que tal cuchado te cuente que se encontraron con un bicho raro y que lo mataron a garrotazos.
Todo esto forma parte de “tradiciones” como lo es esa filosofía que repetida en los años de la postguerra, y según la cual “siempre hubo ricos y pobres”, “el pez grande siempre se come al pez chico” o “donde hay capitán no manda marinero”, y con la cual se mantenían situaciones de opresión y miseria.
No hay duda de que la tauromaquia es una “tradición” como lo es la monarquía, la iglesia constantaniana, o la avaricia empresarial, y hasta lo fue el garrote vil, una de las principales señas de identidad del franquismo hasta el año en que murió aquel personaje que condensó las “tradiciones” patria. Tradiciones son también todas esas enfermedades que la ciencia médica trata de erradicar, algunas tan antiguas como la lepra, que cuando reaparece, se entiende que existe un retroceso en las condiciones de vida de los que la padecen, o sea los pobres. Antes, ser leproso era también ser pobre, y si eras pobre y leproso, todo el mundo rehuía. No te acerques mucho a esas casa que tal la lepra, te decían.
Los toros, son una tradición en declive. Desde los tempos de Manolete, cuya muerte quedó como una fecha que, al saberla de memoria, los aficionados demostraban su sapiencia. Hasta principios de los años cincuenta, era de los más común escuchar debates taurinos en bares, barberías o encuentros familiares. Pero después el fútbol lo arrasó todo, y desde entonces no ha hecho más que declinar.
La reciente prohibición catalana de las corridas, plantea un debate de mucho mayor alcance. No voy a entrar en el dato de su significado social, y que puede ser una manera de desmarcarse por la izquierda sin tocar lo que no se atreven a tocar: la dictadura del capital. Porque aún y así, el gesto no pierde su significado histórico en un país en el que el espectáculo que tan profundamente describió Goya (“más corná da el hambre”), celebraba el encuentro con la muerte y con el horror. Reflejaba esa divisa de filosofía fascista de Millán Sarai –un hombre que tenía sus ideas, según nuestra derecha-, manifestada en aquellos gritos de “Viva la muerte¡, ¡Abajo la inteligencia¡, quintaesencia de lo que prometía el franquismo. Se debate es el de lo de derechos de los animales.
Ese debate no pertenece exclusivamente a las meritorias minorías animalistas que, por lo demás, representan a un segmento de la población para nada minoritario. Pertenece a todos los hombres y mujeres que quieren cambiar los parámetros opresivos, y por lo tanto, las propuestas animalistas deberían de incorporarse a las propuestas emancipadoras como tan otras “especificidades”. Su adopción va en la misma dirección que apunta contra la corrupción, la prepotencia empresarial, el patriarcado…No es por casualidad que una buena lista de toreros figure entre los firmantes de la “bienvenida” al papa lo mismo que antes figuró entre los adictos al régimen. Tampoco es por casualidad de que algunas de las espadas del neoliberalismo (Vargas Llosa, Savater, etcétera), hayan dado su capotazo en honor de “la fiesta nacional”.
No es casualidad que esa gente que aparece soliviantada porque le han querida la fiesta (de momento en Canarias y en Catalunya), parezca extraída de esa “corte de los Milagros” que forma la base social de la derechota. La misma que ni tan siquiera se planea la evidencia de una crueldad extrema con los animales, crueldades que, pro supuesto, se manifiestan de muchas otras maneras. En todas esas “fiestas” de gañanes borrachos y vociferantes que, a falta de otro argumento, se remiten a la tradición, como si no existieran oras tradiciones.
La tradición del derecho y del respeto a los animales magníficamente expresada en este texto que añado como anexo y como propuesta para su asimilación por todos y todas que ven necesario otro mundo, y que deben de contribuir al que la inquietud “animalista” sea una más entre otras muchas de las que luchan por ello. Por un mundo en el que el mal trato a los animales sea penalizado y no catalogado como manifestación cultural.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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