martes, agosto 17, 2010

Mil veces asesinado, mil veces renacido.


Cada vez que muero un poco, o que me matan en beneficio de algo prosaico como el dinero y el poder, mi existencia se alarga en centurias y siglos, y se fortalece mi espíritu. Me han matado tantas veces, como tantas veces he renacido con mayor fortaleza.
Es la historia de mi vida…aunque mi vida es la Historia. La memoria de mis muertes se amalgama en un todo indivisible con el recuerdo de mis luchas. Así como la gota de lluvia desprendida desde la nubosa altura cae en el campo y forma una huella de acequia, del mismo modo aquellas muertes que he fallecido forman el nutriente de las nuevas vidas que comienzan sus propias luchas, las cuales, después de todo, son las mismas de ayer.
Nadie logrará asesinar el pensamiento, la esperanza, o la conciencia. Sólo el envoltorio físico que las contiene puede ser abatido para convertirlo en inasible energía, pero lo construido por una mente libre nunca podrá ser negado ideológicamente. Cuando se mata un cuerpo, una mente se libera y de ella fluye el raciocinio crítico embadurnando pampas, selvas, llanuras y montañas donde moran los seres laboriosos que aguardan el tiempo exacto en el que la coyuntura histórica les abrirá la puerta.
Morir un poco, para volver a nacer, y de esa forma ser parido con el ideal fortalecido y la conciencia imbatible. He muerto ya tantas veces…me han cortado la vida durante muchos años, siglos y mundos. La memoria de mi consecuencia condúceme por laberintos de sombras y junglas, de nieves y alturas, de mares y fosas. De amores y engaños. De dolores y alegrías. Esa memoria es la que guía mis pasos de forma certera, aun a través de senderos cobijados por la espesura del odio. Finalmente llega a su punta de rieles primigenia, allí donde revolotean las incipientes imágenes del primer expolio, del primer horror... del primer combate.
Hablo cien lenguas, he cruzado múltiples ríos y domeñado selvas, llanos, montes, hielos y mares. Nunca el universo ha podido reemplazarme por máquina o artelecto alguno. Soy el centro de la creación y el hijo favorito del cosmos. Es a mí a quien espera de verdad el Paraíso y sus mieses…pero es también sobre mí que han llovido –desde aquella vez primera que puse mis pies sobre la Tierra- las injurias, inquinas y malas artes disparadas por exiguos y escuálidos potentados.
Desde el tomo 50 de mi propia historia, me veo crucificado a las puertas de Roma por orden del aristócrata pretor Licinio Craso, y junto a mi cruz otros miles de maderos soportan a quienes me acompañaron en la gran rebelión contra los poderosos dueños del antiguo régimen imperial. Es una de las tantas muertes que mi memoria logra recordar. Y es también el mejor momento de este interminable renacer donde los supuestamente más débiles, tarde o temprano, coparán todas las instancias del poder.
Volvieron a matarme, cobardemente por la espalda, en la hacienda Chinameca, en Morelos, en abril de 1919, tiempo después de haber triunfado en la revolución mexicana junto a Francisco Villa. Y siguieron matándome en mil lugares, como ocurrió en Chile, en Ranquil, en Pampa Irigoin, en El Salvador mineral, o como acaeció antes, cuando asesinaron a mis mejores compañeros el año 1907 en Iquique, en la escuela Santa María…
Pero, a los criminales no les bastó usar fusiles y metrallas…tiempo después echaron mano a veloces aviones y bombas lanzadas desde la altura para matar a placer y despedazar el palacio de La Moneda, signo inequívoco de una democracia que hasta ese momento resultaba envidiable para todos los latinoamericanos…así como bombardearon Guernica creyendo que bajo el estruendo del arma nazi iba a volatilizarse para siempre el recuerdo del pueblo español, de la República, que olvidaríamos a Unamuno, a Lorca, a Buñuel, a Picasso. ¡¡Imbéciles ignorantes quienes eso pretendían!! Fracasaron, pues allí está la “Casa de Bernarda Alba, allí está también “Nada menos que todo un hombre”, y acullá tenemos los cuadros pintados por Pablo y las películas de Luis. Inmortales, eternas.
Pero, no les bastó, no fue suficiente según su patrón Don Dinero. Años más tarde, en el otro lado del ‘charco’, tramontada la cordillera de los Andes, quisieron nuevamente borrarme de la existencia planetaria. Me llevaron a las bodegas húmedas de barcos de guerra y de naves comerciales facilitadas por empresarios para torturarme. Fui golpeado y azotado en el velódromo del estadio Nacional, en la calle Londres, en Villa Grimaldi, en Tres Álamos, en Ritoque y en Baquedano. ¡¡Me fusilaron en broma y en serio tantas veces!!
Mil veces me mataron, mil veces renací. Fui traicionado después por los mismos náufragos que rescaté, quienes se sumaron a mis enemigos de siempre entregando sus conciencias por un puñado de monedas. Pero sigo vivo, vivo y dispuesto a dar nuevamente la lucha por mis derechos, por mi gente, por mi Historia.
He perdido batallas, pero jamás la guerra. Algunos hacen lo imposible por no ser parte de mis huestes, pero todos, sin excepción, me buscan para privilegiar sus intereses ya que sólo a través de mi concurso, mi esfuerzo y mi sangre pueden mantener el poder y sus granjerías.
En nombre de dioses intangibles y falaces, en nombre de sistemas atentatorios contra la dignidad humana, en nombre de una justicia que privilegia el clasismo sobre la paz, quienes así me buscan, más temprano que tarde intentarán asesinarme no bien se percaten que también puedo pensar, construir, crear, tecnificar, administrar, y caminar -con la testa erguida y el corazón ancho- por las veredas de un gobierno propio.
Soy hombre…soy mujer…y soy puerto, soy túnel, casa, barco, puente, soy obrero,maestro constructor, campesino, minero, pescador, profesor, médico, ingeniero, mecánico, artista, cantante, poeta, sastre, cocinero, deportista…soy todo lo que existe de bueno en este planeta minúsculo y bello.
No pueden extinguirme, jamás han podido. No lograrán difuminarme, ni aherrojarme ad infinitum. No podrán. En cambio, yo sí puedo vivir millones de años sobre la faz de la tierra sin requerir patrones ni capitalistas, empresarios ni especuladores financieros, militares ni obispos ¡¡Soy el pueblo…eterno e inmortal!!

Arturo Alejandro Muñoz

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