domingo, septiembre 19, 2010

La huelga general y el reformismo (boca abajo)


Aunque debería de estar más claro que el agua –al PSOE solo le queda de socialdemocracia y de reformista el nombre-, todavía queda por hacer…No solamente porque la mayor parte de la clase trabajadora permanece –mientras no cambie la situación- a la hora de los “socialistas”, sino también, y quizás sobre todo, porque todavía hay una parte determinante en IU –en especial la más ligadas a las instituciones, y a los pactos institucionales-, que sigue hablando de la…izquierda, de la unidad de la izquierda, y que incluso participa en la misma lógica “reformista”…
Es muy importante dejar de hablar de “reformistas”, esa es una palabra actualmente desprovista de su contenido digamos “clásico”. Reformistas, o socialdemócratas fueron los partidos socialdemócratas de antes de 1914, cuando pensaban que las reformas –mejoras parciales, pero muy concretas, para la mayoría trabajadora-, eran el camino garantizado para el socialismo. El reformismo tuvo un cierto sentido después de la II Guerra Mundial, y fue ante todo el producto de un tiempo en el que las clases dominantes temían a la revolución, la URSS era un modelo desarrollista que bastante prestigio al menos hasta los años sesenta, y la socialdemocracia se apoyaba en el movimiento directo, en los sindicatos, y ocasionalmente en movilizaciones, o huelgas generales como la que conoció Bélgica a principios de los sesenta (y en la que tuvieron mucho que ver veteranos anarcosindicalistas, e intelectuales como Ernest Mandel-, y cuyo máximo nivel de logros llegó justo después del gran susto de los mayos del 68…La burguesía europea no era como la española –que respondió a sangre y fuego contra las reformas auspiciadas por los trabajadores durante la República-, y sabía recular para luego mejor saltar…
Pero quizás sea mejor comenzar pro el principio, por explicar que se entendía por “reformas” en el movimiento obrero e antes de la restauración conservadora que siguió a la “debâcle” de la URSS.
Tradicionalmente, en los movimientos sociales se ha tendido hacia las reformas, no es otra lo que han hecho muchos ayuntamientos de izquierdas en los años ochenta, incluyendo lo más avanzados como Marinaleda. En ausencia de otra perspectiva, la reforma social: se justifica tanto en el caso de los movimientos que no tienen en mente la transformación completa de la sociedad capitalista en un orden social absolutamente distinto, como los que si lo tienen, y que consideran que las luchas parciales son una escuela necesaria para la clase obrera. En realidad, la mayoría siguió claramente una estrategia “reformista” por más que en los días de fiestas se hablará de la “revolución” y del “socialismo”.
Hasta fechas relativamente recientes, tanto los reformistas como los revolucionarios coincidían en reconocer la necesidad de la “meta final” o sea del socialismo. De hecho, no fue otro el discurso de la izquierda hispana hasta los ochenta, incluyendo al PSOE que, por citar un ejemplo, hablo de socialismo en la moción de censura que llevaron a cabo contra el gobierno de Adolfo Suárez. Su desacuerdo se ha centrado más bien en los medios para lograrlo, así por dar otro ejemplo, los del PSOE (y los “eurocomunistas”), decían en las asambleas cosas como que ellos querían lo mismo que nosotros (los revolucionaros), solo que lo querían gradualmente, evitando lo que podía ser una guerra civil, un argumento poderoso en un país como este. Sin embargo, hubo un tiempo en el que los socialistas dieron un paso más allá, por ejemplo, lideraron un gobierno de consejos obreros en Baviera en 1923 con comunistas y anarquistas. El discurso de Largo Caballero entre 1933 y 1936 fue en ese sentido, y era evidente que respondía a las creencias de una mayoría de afiliados de base del PSOE, la UGT y sobre todo e las Juventudes Socialistas. Se hablaba de una “ruptura social” mientras que en la cúspide de la II Internacional lo que primaba era –como diría León Blum- ser “gerentes leales del capitalismo”.
Con la “Gran Guerra” (1914-1918), pero sobre todo desde 1917, la corriente revolucionaria del marxismo occidental ha tendido a considerar necesaria esta “ruptura”, y abogaban por una sustitución del régimen imperante por otro basado en los consejos obreros o los sindicatos. Por el contrario, los abogados del reformismo creían en la posibilidad de alcanzar el socialismo por medios constitucionales. En primer lugar, trataron de ganar la batalla encaminada a controlar la mayoría del Estado democrático; a continuación utilizaron su posición como gobierno democráticamente elegido para dirigir una transición pacífica y legal al socialismo. Seguramente el último gran representante de esta corriente socialista de raigambre kaustakiana fue Salvador Allende.
Esta tendencia de los movimientos socialistas en las sociedades capitalistas avanzadas fue antaño importante, pero actualmente solamente está representado por sectores minoritarios y/o disidentes. El socialiberalismo se ha llevado por delante hasta partidos comunistas como el italiano, el más importante de los tiempos de la “guerra fría”. Durante mucho tiempo fue el elemento fundamental de la estrategia socialdemócrata, e influyó poderosamente en la práctica política (y, últimamente, la teoría) de los grandes partidos comunistas de la Europa Occidental, que combinaban el “reformismo” con referencias a la revolución y a la URSS. Estos dos tipos de partidos se vieron arrastrados hacia un reformismo cada vez más atenuado, sobre todo dado los fracasos de las vías violentas, y sobre todo después de que el golpe Pinochet-Trilateral en Chile en 1973, demostrará que el imperialismo no estaba para márgenes reformadores. El asesinato de Olf Palme sería también una señal del inicio de un proceso involucionista que diezmaría parte de la vieja socialdemocracia como la italiana.
No obstante, a pesar de ser popular, el reformismo tiene también sus problemas especialmente la propensión aparentemente inexorable de los partidos reformistas a pasar de un compromiso con el socialismo a la búsqueda menos ardua de reformas sociales y ventajas electorales dentro del capitalismo, y las dificultades asociadas que experimentan incluso los reformistas divididos para desmantelar el capitalismo en un grado cada vez mayor y sin precipitar la violencia reaccionaria. Lejos de resultar una vía efectiva hacia el socialismo, los partidos reformistas fueron más bien el mecanismo político crucial mediante el cual la clase obrera acabó aceptando un puesto subordinado dentro de un orden burgués reforzado (como en Inglaterra, Noruega, Suecia, Alemania Occidental y Austria); alternativamente, en las pocas ocasiones en que han actuado con mayor decisión, han sido los precursores no del socialismo, sino de la violenta represión de los obreros por parte de los Estados capitalistas represivos. Por el fascismo que fue –antes que cualquier ora cosa-, una contrarrevolución preventiva.
Cabe añadir que el dilema de los partidos socialdemócratas de la Europa Occidental acabaron sometidos a la paradoja primordial del reformismo: mientras más negaban la posibilidad de otra estrategia apoyada en las masas –en la “revolución”-, más se restringían sus posibilidades de mejoras parciales, olvidando el aserto leninista de que las reformas son un subproducto de la revolución. Esta paradoja dejaba en evidencia las propuestas de ciertos eurocomunistas de izquierda y de los socialdemócratas de izquierda, que hablaban de buscar una “tercera vía”, de un presunto trayecto ni reformista-parlamentario ni insurreccional. Planteaban que la simple búsqueda de una mayoría parlamentaria o de un breve período de doble poder antes de desmantelar el Estado burgués, debía de sustituirse por una estrategia que combinaba la mayoría con la puesta en marcha de formas de democracia directa y el crecimiento rápido de instituciones de autogobierno, sobre todo en los municipios más avanzados siguiendo el modelo de “Viena la roja” en los años veinte-treinta.
Todo esto ya es historia, y actualmente las sucesivas victorias del capitalismo han dado lugar a un “engendro” como resulta ser el PSOE-PSC, y cuya última manifestación ha sido las declaraciones de Zapatero dando su principio de aceptación a “los argumentos de Francia” (o sea Sarkozy), “que los tiene”, mientras que, al parecer los gitanos, carecen totalmente de ellas. En este proceso de inversión de los conceptos –democracia, reforma, socialismo-, ha habido un tiempo que se ha acabado. Con todas las dificultades derivadas de esta suma de derrotas, la clase trabajadora, y en particular sus sectores más jóvenes, se está viendo obligada a removilizarse si no quiere perderlo todo. En este nuevo movimiento, una de las primeras cosas que han de aprender es que tal como está “montado” el sistema en el periodo neoliberal, no hay márgenes para las reformas, y mucho menos para negociaciones sindicales sin lucha social, sin organización y movilización. Ni tan siquiera en la vida municipal, al menos que se haga desde la negación de las instituciones y de su lógica empresarial. No hay pues ninguna izquierda mínimamente consecuente que persista en la “unidad” de unas izquierdas que desde el poder, llevan a cabo reformas cien por favorables a los poderosos.
El programa mínimo del movimiento social es ahora recomponerse radicalmente, haciéndose verdad y autenticidad en la medida en que se opone frontalmente a los cada vez mayores ataques a los trabajadores de todas las edades y condición.
Repetir aquello de que se están en la calle y en las instituciones, es liza y literalmente, mentir a los de abajo. Por el contrario, hay que interpelar a la gente que se llama o que sigue considerándose “socialista”, y echarles en cara en toda ocasión posible que están de pleno en la otra barricada, y con el tiempo, hay que vaciarle su base social.
Será arduo, pero no creo que exista otro camino.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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