jueves, diciembre 09, 2010

CNT: cien años y un dia


Se cumplen ahora 100 años de la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), lo que nos permite hablar de una historia que es parte de nuestra vida. De la vida de todos aquellos que, en mayor o menor grado, nos hemos sentido hijos y nietos del movimiento obrero que representó la CNT, una herencia que, también en mayor o menor grado, nos ha dejado una marca que no podían ser las de una continuidad sin más, como las derrotas devastadoras, las crisis, y los grandes cambios geoestratégicos y socioeconómicos, no hubieran tenido lugar.
Comenzar una militancia obrera en la Catalunya de los años sesenta, no podía pasar al margen del peso de la historia por mucho que el espacio social estuviese siendo ocupado por tras corrientes, el PSUC en primer lugar, pero también los católicos de izquierdas, y corrientes de la “nueva izquierda” como Front Obrer de Catalunya, que tuvo una importancia en toda la década en la gente que desconfiaba de los métodos “del Partido”. Trabajar en las fábricas, sobre todo en algunos ramos, y el del vidrio era un buen ejemplo, era encontrarse con trozos de la CNT, gente que contaba historias, dramas sobre todo, y a veces, también traiciones. Los mismos dueños de Can Pedret, una de las fábricas más grandes, estaba llena tanto de una cosa como de la otra. Los dueños habían sobrevivido y se habían enriquecido con el “estraperlo”, y luego habían “colocado” gente por motivos incluso opuestos.
Entre los buenos, recuerdo cuatro casos diferentes. El más veterano que era, de los la pistola según su propia expresión. Estaba un punto alcoholizado, y supongo que no podía ser menos, la ira le podía. Había estado detenido no sé cuantas veces, le habían dado palizas para matarlo, y siempre que Franco aparecía por Barcelona habían dos cosas invariables, una era que las barracas más cercanas a la capital eran tapadas, por ejemplo las que se encontraban en la Riera que luego sería la calle Riera Blanca que separa Barcelona de L´Hospitalet, la otra era que las cárceles se llenaban de anarquistas, y el colega de las pistolas hasta hacía bromas como diciendo que ya no le asustaba nada. Estaba uno de los encargados que no era amigo de hablar, pero que en las pocas veces que lo hacía, te ofrecía su lección: estaba muy bien que los jóvenes comenzáramos a luchar, pero, ¡ojo¡, había que tener mucho cuidado. Consecuente con ello, el hombre nos ayudaba a preparar coartadas, por ejemplo “fichando” por los dos o tres que íbamos a las reuniones de las primeras Comisiones.
El más joven era una entusiasta…de hablar y de leer, pero sus historias familiares ponían el pelo de punta, desde que era muy pequeño se había casi acostumbrado a que la policía entrara en su casa, se llevara a su padre, a uno de sus hermanos mayores. Y recordaba una ocasión en que la emprendieron a patadas con su madre. Lo tenía todo claro, pero descubrimos que cuando empezamos a hablar de reuniones y de propaganda clandestina, le cambiaba el semblante. Conseguimos que viniera a una, y fue peor. El mayor era un hombre fornido, de muy buen planta, y también de pocas palabras. El primer día me aconsejó que no dejara e que los mayores abusaran e mí, algo que era de los más natural. Resulta que era una viejo conocido del Pedra, mi papa en estas lides, y con el tiempo me enteré de su perfil. Era un militante de los que no hablaban en las asambleas ni se hacía notar. No decía nada, pero resultaba que cuando alguien hablaba de un encargado, o de un obrero que era un chivato, abusada de las mujeres, y cosas así, los pocos días le sucedía un “accidente”. Aparecía en el lugar de trabajo con un brazo o unas costillas rotas, desde luego, sin más ganas de perpetrar traiciones o abusos. Muy poca gente sabía que esa faena la hacía en el anonimato más absoluto el amigo, el Ricard. Luego, en más de una ocasión, he dicho para mí, “!aquí necesitaríamos un Ricard¡”
Por supuesto, también estaban las lecturas. En 1967 se publicó El sindicalismo en Barcelona, de Albert Balcells, que habla de anarcosindicalismo en Barcelona antes de la dictadura de Primo de Rivera, también recuerdo haber adquirido en una librería (¿la Porter de Porta d´Angel?), la edición mexicana de Apostols i Mercaders, de Pere Foix, y también de otras obras similares…También de haber asistido a una conferencia de un joven Isidro Moleas sobre el anarquismo dada en un gran habitación de una casa de cuya dirección no teníamos que acordarnos…En las discusiones de los jóvenes, el referente anarcosindicalista era una orientación muy a considerar, sobre todo desde el momento en que se comenzó a discrepar con la orientación mayoritaria de Comisiones…
Entre los veteranos que conocíamos, algunos unían a su espíritu de lucha un poderoso fervor por la cultura, por los libros, por los librepensadores, una de las definiciones más atrayentes que recuerdo. Dentro del movimiento, de la lucha, uno puede pensar hacia aquí, o hacía allá, pero su pensamiento ha de ser libre, un pensamiento propio, crítico sobre todo contigo mismo. Entre ellos, recuerdo un tal García del barrio de la Torratxa de L´Hospitalet, cuyo objetivo fundamental ra hacer de biblioteca. No estaba para otras cosas, tenía motivos para el escarmiento, pero se nos ponían los ojos como melones cuando le oíamos hablar de La Revista Blanca, de los Ateneos…
Esta mirada no se da en cualquier momento, transcurre cuando todavía se creía que a Franco todavía le quedaba mucha cuerda, y la transmisión se da retomando las viejas canciones, pero también bajo la advertencia de que lo peor podía ocurrir, y seguía siendo lo que les había ocurrido a ellos. Los ideales llegaban marcados por la luz de los grandes omentos, pero también bajo el peso de los desaciertos, y sobre todo del miedo al horror. No se pasaba una derrota como aquella, por tales y cuales campos de concentración, de saber que la mayor parte de tus amigos cayeron aunque quizás algunos podían estar por ahí, por el espacio perdido del exilo, un fardo al que había que sumar las amarguras personales, sobre todo en los lugares donde el ejército pudo mostrar su alma despiadada. La piedra de Sísifo había caído otra vez, solo que ahora no había sido una piedra más. A las grandes esperanzas (y contradicciones), le sucedió la más cruel de la derrotas. El exilio, los campos de concentración, la resistencia, los años de silencio. El mapa perdido, los amigos muertos, y los que habían cambiado, que no fueron pocos.
Pero la vida, y la lucha seguían, seguía, el mundo estaba agitado –sobre todo el “tercero”- se estaba moviendo, llegó mayo del 68 y todo lo demás que alguno identificaron con la misma ilusión, la recomposición social contra el franquismo, Portugal… Pero la historia estaba ahí, tan cerca aunque también tan lejos, casi se podía tocar con las manos, pero la piedra estaba allí, debajo, y la montaña era muy alta, habían aparecido otras organizaciones –Comisiones, los “comunistas” y demás-, pero había un hilo, el de los internacionales…Un hilo que, aunque lleno de dolor y de tragedia, seguía allí como el camino de una tradición que sin tener un sólo cargo institucional hasta 1936 –luego habría que hablar-, había hecho temblar a los señores, había logrado que los trabajadores y las trabajadoras fuesen la sal de la tierra.
Estamos pues hablando de una historia que con todas sus contradicciones y limitaciones, es la nuestra, es muy nuestra, va más allá de siglas y de fracciones, y se revista bajo un hilo que es de la cultura, la participación y la libertad para cumplir el viejo objetivo de los pobres del mundo: los últimos serán los primeros.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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