miércoles, febrero 16, 2011

La "memoria histórica" crece al calor de un cambio de época


Guste o no, lo cierto es que la tarea de recuperar lo que se ha venido a llamar la “memoria histórica” ha venido para quedarse. Lo anómalo era justo lo contrario, que los acontecimientos más trágicos y decisivos de la historia del Reino de España se mantuvieran en el desván.
Dicha recuperación, fue de entrada la recuperación de un hilo que se había empezado a restablecer en la lucha contra la “historia oficial” del franquismo. Lo primero que todos aprendíamos en el momento de optar por la resistencia (aunque no fue necesariamente activa por los miedos), era que todo lo que nos habían contado, era mentira. Más que mentira incluso, era más bien al revés.
Así fue que, a lo largo de los años sesenta y setenta, tuvo lugar una creciente movilización por una memoria que permanecía vive en el exilio, y bajo los recodos del exilio interior. Anteriormente, esta pasión por restablecer la verdad de los hechos, se manifestaba en las catacumbas familiares, o en los rincones del trabajo. Sin saber, sin que nadie te hubiera contado otra versión, se sabía que lo que ellos llamaban “desorden” no era otra cosa que las luchas sociales, de un pueblo trabajador que había desfilado por las calles con el puño levantado gritando aquello “UHP, o “La tierra para el que la trabaja”. Se sabía que República era democracia y que era lo que había en los países que nos daban envidia.
En el terreno de la verdad histórica, la resistencia se manifestó por una impresionante ofensiva editorial animada desde el exilio (Ruedo Ibérico), de películas prohibidas (Morir en Madrid), de obras literarias (Orwell, Sender, Hemingway), un torrente general que se trasladó las actividades clandestinas para llegar en la segunda mitad de los años setenta a revistas y diarios como parte de un periodismo combativo. Paradójicamente, este potencial se anula junto cuando se nos dice que tenemos ya la democracia, y que su precio exige, entre otras cosas, el olvido. No solamente el olvido de nuestros dioses proletarios y republicanos, también de las luchas por los derechos sociales más elementales.
Este silenció vendrá a ser algo así como el precio de que “la izquierda” pudiera gobernar, la misma izquierda que para hacerlo había sacrificado sus referencias al marxismo y a todo lo que pudiera molestar al poder restablecido. Durante al menos un par de décadas, se nos vino a decir que todo aquello formaba parte de un pasado que había que enterrar, echando más tierra sobre la gente que había sido asesinada my lejos de los campos de batalla. Era como un peaje que había que pagar para despertar los viejos demonios, y que por lo tanto, había que dejar la memoria a la historia y la historia a los historiadores. Curiosamente, buena parte de estos eran los que nos insistían en la necesidad del olvido desde los medios más influyentes, desde diarios como “El País” que se había erigido en el órgano de la “única izquierda posible”, la misma que dejaba que los antiguos franquistas pudieran mirar con la cabeza muy alta a los “comunistas” y “totalitarios” diversos.
Esto fue posible por una suma de factores que han comenzado a ser cuestionado. La derrota y la represión había dejado tras de sí un enorme pozo de miedos que fueron reavivados por movimientos de sables como los de 23-F 1981. Se creyó que, bueno, que caminábamos hacia la Europa social que tano había deslumbrado a nuestros emigrantes con sus maletas de cartón. Además, con la gestión “socialistas” se podían ir logrando reformas graduales, mejorando lentamente nuestras vidas. Pero el camino no era hacia la Suecia de los setenta sino para atrás. Cierto que una extensa élite ligada a la nueva clase política en sentido amplio (o sea, incluyendo cargos municipales y sindicales), ha podido beneficiarse de este juego, pero esta misma gente es la que ahora está gestionando las agresiones que las mafias capitalistas, sin partido ni sindicatos de oposición, no estén llevando a una polarización social creciente…A un estado de cosas que están atentando contra las conquistas sociales de la historia del movimiento obrero y popular.
Pero, a pesar del desconcierto, son muchas cosas las que están cambiando, aunque no siempre sean perceptibles. Se está cerrando un ciclo de nuestra historia, y está surgiendo una nueva mirada en la que cada vez hay más gente que tiene claro que:
a. La famosa Transición no fue “modélica”, y eso por muchos motivos. Primero, porque no fue tan pacífica como se ha pretendido, murió mucha gente, sobre todo desde el lado de la resistencia antifranquista. Los culpables, al igual que los jerarcas del régimen, los torturadores, y cia, siguieron en sus puestos. Pero sobre todo, porque al final, los reformistas del franquismo consiguieron ganar la partida que estaban perdiendo, sobre todo los empresarios a los que no les servía el sindicato vertical, ni tan siquiera los “grises”.
El “reformista desde dentro” de Arias Navarro fracasó totalmente. Esto obligó al régimen a dar un golpe de timón con Suárez, un “reformista hacia fuera”. El plan de encarnado por Suárez partía del supuesto del fracaso de Arias, y por lo mismo, abordó la “reforma” en el sentido de entrar con las nuestras (libertad, amnistía, estatutos de autonomías), y así recuperar la iniciativa. Libertad para recomponer el orden (así las movilizaciones pasaron de crear “zonas de libertad” a ser acusadas de “desestabilizar” la democracia): la amnistía sirvió (también) para blanquear a los sicarios del régimen (cuando a Pilar Bravo le preguntaron por el ascenso de un reconocido torturador, respondió que con la democracia todos empezamos de nuevo), y los Estatutos fueron amalgamados y luego cercados…Esta faena fue cubierta en dos fases, la primera con Suárez (que todavía se vio obligado a hacer cosas más de izquierdas que Felipe), y la segunda, contra Suárez…Pero la iniciativa y las medidas ya estaban dictadas, la izquierda podía jugar, pero en el campo de lo que la derecha permitía.
b. Semejante maniobra tuvo un as en la apuesta por la recomposición del PSOE, efectuada con la suma inteligencia: éste se presentó como socialista en oposición a la vulgar socialdemocracia, liderado por gene joven y “limpia” en oposición a la “gerontocracia comunista”. El PSOE aceptó el marco impuesto porque sus intereses eran ya electorales, por lo tanto, opuestos a los movimientos de bases. El PCE-PSUC fue el que, por su enorme importancia entonces (mostrada con ocasión de la matanza de Atocha), oponiéndose a cualquier “aventura” o sea a cualquier huelga, asumió el papel protagonista en la desmovilización, pensado que tenía una oportunidad similar a la italiana para ocupar el lugar de la socialdemocracia. Esta desmovilización fue impuesta en base a dos argumentos básicos:
-a) no se podía seguir con las mismas movilizaciones porque ese provocaría un golpe de Estado (ese fue el gran argumento para hacer tragar los pactos de la Moncloa), como si ese riesgo no hubiese existido antes…;
-b) ahora se trataba de una primera etapa, una etapa para acumular fuerzas mientras se avanza con n pie en la calle y otro en las instituciones. El pie de las instituciones desplazó totalmente al de la calle, así los cargos se subieron al carro, y la militancia honesta siguió su camino (desconcertada)
c. Esta nueva fase requería un nuevo paradigma histórico. Cierto, ahora ya no podía ser tan “totalitario” como antes; de hecho, el paradigma franquista estaba ya en ruinas. El “nuevo régimen” no podía reconocer la II República sin cuestionar el ejército (que todavía en 1986 escribía su propia historia en clave franquista con prólogo de Narcís Serra, un auténtico potentado actualmente como muchos otros “socialistas”, baste señalar a Bono), y la Iglesia (que tuvo con Wotyla un ferviente defensor de lado “católico” del franquismo)…
No se podía defenestrar a Franco sin tocar al monarca (quien no permite que se hable mal del Caudillo en presencia suya), además, la “modernidad” pasaba por encima del un pasado en el que la memoria incluía los años de miseria, el miedo y la represión. Al PSOE esto le vino al dedo, el pasado le servía como refrendo de izquierdas de antes de la guerra, algo que pudo encauzar institucionalmente con fundaciones como la Pablo Iglesias. Además, el pasado reciente le acusaba: ¿dónde habían estado? En cuanto al PCE-PSUC, también tenía sus historias para olvidar, un pasado de liquidaciones y expulsiones ligadas al estalinismo. No se puede explicar el desplome del movimiento comunista sin esta grave enfermedad. Esta adaptación del aparato no habría sido posible sin el peso de las tradiciones jerárquicas que tuvieron su justificación en los años de mayor clandestinidad. De esta manera, los movimientos sociales que estaban recomponiendo, entraron en abierta crisis.
d. Está claro que el “pacto del silencio” fue un pacto de vergüenza y conveniencias en la que la primera víctima fue la República, y la segunda, la resistencia antifranquista. Se ha querido ocultar, pero de tal manera que Javier Tusell, uno de sus principales valedores, podía negarlo mientras achacaba a Alfonso Guerra la irresponsabilidad de montar una exposición sobre el exilio, y eso que dicha exposición fue presidida por Juan Carlos I…De hecho, el propio PSOE llegó a darse cuenta que habían cedido demasiado, y que estaban perdiendo la batalla identitaria derecha-izquierda que les había funcionado antes. En ese contexto tiene lugar una cierta recuperación del republicanismo (rehabilitación de Negrín), y la “Ley sobre la Memoria Histórica” que recogía aspectos parciales del movimiento memorialista, pero que se quedaba en eso, en lo que podía permitir la derecha.
e. Todo esto se ha tratado de justificar con el argumento de que Franco había muerto en la cama, y está claro que el hecho peso lo suyo ya que detrás dejó los aparatos represivos del régimen prácticamente intactos. Sin embargo, Mussolini no murió en la cama, y la cultura de la Resistencia pesó en Italia, por lo menos hasta el Novecento, de Bertolucci. Aún y así, no parece que la situación de la “memorias popular” italiana goce de mejor salud que la nuestra, más bien al contrario. ¿Por qué?, pues ha pasado la restauración neoliberal que vendría como agua de mayo para la derecha neofranquista, y que también se impondría en el PSOE. El neoliberalismo reinante ha desplazaría el meridiano de la izquierda (anticapitalismo), all anticomunismo, llevándose también por delante el antifascismo. Desde luego, esto no hubiera sido posible sin el previo descrédito total del “socialismo real” y de sus groseras falsificaciones…
f. Lo que podemos llamar el “nuevo régimen” en relación al “viejo régimen” como algunos llaman al franquismo, necesitaba obligatoriamente unos nuevos parámetros históricos. Una vez la izquierda renunció al socialismo y la democracia plena (que fueron señas de identidad básica en la clandestinidad), por la democracia liberal, concretamente esta, la única posible, resultó que Fraga era un padre de la patria, que Aznar es la derecha civilizada, y el PSOE, la única izquierda posible…Fuera quedaba la desestabilización. El referente histórico ya no eran Octubre y la experiencia soviética, sino la “democracia” americana.
La izquierda institucional y mediática hizo suyo el canon Soljenitsin sobre tal cuestión, y el comunismo fue puesto contra las cuerdas. Esto no sucedió mediante una victoria en el debate teórico, en los años sesenta-setenta, la izquierda cultural logró aportaciones y avances muy considerables en todos los terrenos, incluyendo el ajuste de cuentas contra el estalinismo. Pero este escenario fue ninguneado, sobre todo porque las viejas redes sociales reivindicativas entraron en crisis: los diarios, revistas, editoriales, foros. Conversando con un viejo colega con el que había dado más de una charla sobre la revolución de Octubre en clave antiestaliniana, le dije, ¿pero tu sabes que todo eso que dicen es mentira? Su respuesta fue: “Bueno, pero es lo que hay hacer ahora. Cuando volváis a ganar volveremos a decir lo mismo que antes”. Con la Transición, la izquierda operó este cambo en la percepción histórica. Se trataba de ajustarse a la nueva ideología dominante en su desarrollo específico por estos lares.
g. Eso último y n otra cosa fue lo que ocurrió con la historia social, la crisis de los años treinta y la resistencia antifranquista…Quedaron sacrificadas por la historia oficial que ahora tocaba: había que miar hacia adelante y no hacía atrás. Teníamos por delante Europa, y la buena vida, esto por no hablar de otras cuestiones, por ejemplo, el menosprecio generalizado hacia el “tercermundismo” cuyas manifestaciones últimas han sido el descubrimiento de las felices relaciones del PSOE con las dictaduras de Túnez y Egipto, etc. La correlación de fuerza había dado un vuelco, también en la “guerra de las interpretaciones”…Desde este punto de mira, el llamado “revisionismo” (palabra infeliz donde las haya, la historia siempre será revisión, lo mismo que lo es una película o una novela cada vez que la vemos o la leemos), es la historia escrita por encargo de la derecha aquí y ahora, en tanto que el “revisionismo” de izquierdas…Es el revisionismo que hace que la izquierda lo sea de la derecha, sin fines propios. Esto significaba abandonar la historia social. El movimiento obrero histórico fue interpretado en clave del presente, como el área del servicio, el pariente pobre de la democracia con funcionarios dedicados a “negociar” sin movimiento. En este cuadro, la memoria de la izquierda institucional tenía como horizonte la derecha republicana en línea de la ”tercera España”. La misma que estaba por “encima” de los “totalitarismos” de derecha y de izquierdas. Por supuesto, este esquema se puede matizar, el centrismo historicista es un totalitarismo en los medios, no con una torpe disciplina estricta. Los Santos Juliá y compañía representan a las instituciones, y a los medias orgánicos como El País.
h. Desde este punto de mira, y no desde el de la investigación, desde donde quieren mirar. El historiador en plantilla escribe sobre la memoria histórica como dictan las editoriales de su periódico que, además, publica y publicita su obra. Pueden ser historiador, pero dicen lo mismo cuando son escritores en plantilla: Fernando Savater, Elvira Lindo, Antonio Muñoz Molina, por no hablar de Joaquín Leguina ahora sentado a la diestra de Esperanza Aguirre, la “liberal”. Sus trabajos están orientados a.C. la recuperación del lector de izquierda, para llegar donde quieren llegar: a los pies de la Coronas.
Como sucede en la vida política y económica, esta orientación “superadora” tiene una base fundamental de coincidencias con la derecha, y con los otros emporios mediáticos, con la historiografía oficialista representada por ejemplo, los convergentes, la derecha neoliberal (Fernando García de Cortázar, Stanley Payne, Bartolomé Benassar, etc), pero todos coinciden en lo mismo…La adopción de los parámetros de la historia oficial no tiene porque anulas unas posibles capacidades y trabajos como investigador, a veces ocurre, -y Santos Juliá es un buen ejemplo-, que sus obras, o a al menos algunas de ellas, pueden contradecir su narración como tribunalista oficioso”.
i. Se está abriendo una nueva fase en relación a las últimas décadas, se está acabando la hegemonía agobiante del dominio “oficialista”, radica –básicamente- en lo siguiente:
a) un sector cada vez más amplio de la población se ha olvidado de los miedos y de las prudencias y se ha puesto a trabajar por desenterrar sus muertos (más la verdad y la justicia);
b) un grupo amplio de historiadores que raramente publican en los medias institucionalizados ni tienen soporte mediático, han desarrollado una labor de campo en base a la reconstrucción fidedigna de los hechos y de los datos, situando la “guerra de las interpretaciones” en otra dimensión…,
c) han surgido otros medios alternativos (como Kaos y otros) animados por las nuevas generaciones, que han desbloqueado aunque sea parcialmente aquello de que si no sale en El País es que no existe…Esta nueva realidad ha reavivado también nuevas experiencias de revistas, editoriales, ámbitos sociales y universitarios, e incluso ha ampliado el espectro de los medias que, aunque sea solo en parte, abren sus páginas a las verdades no establecidas…
Esta nueva situación es coincidente con una crisis económica, social y ecológica generalizada, o sea con un nuevo ciclo histórico y con la emergencia de una nueva generación de izquierda que se está fraguando más lentamente de lo que quisiéramos, pero más rápido de lo que caían pensar ayer mismo. Lejos quedan por lo tanto, los grandes miedos, emergen nuevas generaciones, y el escenario aparece ocupado por las insurrecciones populares en los países árabes, los mismos en los que “nunca pasaba nada”, todo al tiempo en el que el gobierno socialista consensúa con las cúpulas sindicales un conjunto de medidas impuestas por los grandes amos. Unas medidas que están siendo justificadas desde unos medios cada vez más desacreditados, y como cualquiera pueden comprobar hablando con la gente, está provocando una indignación generalizada. Una rabia sorda que se está acumulando.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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