miércoles, marzo 30, 2011

Moshe Lewin: El “testamento” de Lenin


Este texto es el capítulo VI de El último combate de Lenin, obra clave de Moshe Lewin, autor sobre el que hemos tratado ya en varias ocasiones en Kaosenlared. Fue editada por Lumen, Barcelona, 1970 en traducción de Esther Busquets para la colección Palabra en el tiempo que dirigía Santiago vilanova, uno de los líderes universitarios más reconocidos de OC-Bandera Roja…
Moshe Lewin estudió historia, filosofía y francés en la Universidad de Tel Aviv y luego en la Sorbona, y también fue profesor de historia en la Universidad de Pensilvania, Estados Unidos. Entre sus libros anteriores, algunos traducidos al castellano, cabe mencionar El campesinado y el poder soviético, la citada El último combate de Lenin, La formación del sistema soviético, La gran mutación soviética, y finalmente, El siglo soviético, que sería, junto con el último Lenin, los únicos que yo sepa, que se tradujeron al castellano. Así pues, El siglo soviético se puede considerar como su “testamento”, y en su introducción, Lewin se despacha a gusto con la prepotencia “liberal” y con la presunción –tan repetida- que el acceso a los nuevos archivos convertían en obsoletos los grandes estudios operados por autores de los sesenta como los mencionados.
En una reseña aparecida en Viento Sur con ocasión del fallecimiento del historiador franco polaco, se hace mención de sus obras en francés y en inglés, una lista en la que se distinguen:
1) La grande mutation soviétique, Ed. La Découverte (1989); La formation du système soviétique, Ed. Gallimard (1987); Le dernier combat de Lénine, Ed. de Minuit (1967) (en español también está publicado El último combate de Lenin en Editorial Lumen, descatalogado).
2). Russia-USSR-Russia. The Drive and Drift of a Superstate, Ed. New Press (1994) y Russian Peasants and Soviet Power: a Study of Collectivization, Ed. Norton & Co (1975). Y otras dos obras de una gran importancia para los debates socio-político-económicos: Political Undercurrents in Soviet Economic Debates, Plusto Press (1975); Stalinism and the Seeds of Soviet Reform. The Debates of the 1969s, Pluto Press (1991).
El texto también hace hincapié en que “algunos militantes, no muy numerosos, antiestalinistas, pero comunistas, socialistas-revolucionarios –comprometidos en la acción política y social antes de 1968, fecha mitológica que ha sustentado otro mito pseudo-sociológico: “la generación de 1968”, del que algunos se reivindican fraudulentamente –la obra El último combate de Lenin tuvo importancia. El último combate de Lenin permitió reforzar sus críticas frente al sistema estalinista revalorizando a la vez las aprensiones del Lenín “que tocaba a su fin”. Al mismo tiempo, destacaba las fuerzas y las debilidades del aparato analítico de los comunistas críticos desde comienzos de los años 1920”.
Un tema viejo por supuesto, pero sobre el que estamos obligados a buscar más luz, siempre más luz.

Moshe Lewin: El “testamento” de Lenin

Las notas que Lenin empezó a dictar el 23 de diciembre tenían por objeto, como manifiesta él mismo ya en la primera línea, proponer al próximo congreso del Partido la realización de “una serie de cambios en nuestro sistema político”.1 Enumera con extrema concisión las razones que le llevan a proponer estos cambios: la dirección del país deberá hacer frente sin duda a un encadenamiento de circunstancias poco favorables, puesto que la lucha se agravará en el terreno internacional. Es preciso en primer lugar reforzar la unidad del Comité Central, a fin de que sea capaz de cumplir la urgente tarea que representa la reorganización o mejor la reconstrucción del aparato estatal, a fin también de impedir que el Partido sucumba al peligro que le acecha: la escisión susceptible de producirse como consecuencia de las luchas entre grupos o entre personalidades. Según Lenin está en peligro la estabilidad del Partido. Y a este problema concede él la prioridad.
Primer remedio: un importante aumento del número de miembros del Comité Central haría que esta asamblea fortaleciera “varios millares de veces” la estabilidad del Partido. Lenin propone asimismo “otorgar, bajo ciertas condiciones, carácter legislativo a las decisiones del Gosplan, avanzando así en el sentido de las posiciones del camarada Trotsky, hasta cierto punto y bajo ciertas condiciones”.2 Estos conceptos sólo pueden comprenderse insertándolos en el conjunto del plan de Lenin, pero, lo que aquí nos interesa, es el papel que las notas jugaron en el desarrollo de las relaciones entre los jefes y de sus luchas.
La primera nota, la del 23 de diciembre —lo hemos sabido recientemente— fue enviada directamente a Stalin, y estaba destinada a los miembros del Buró Político. Es probable que Stalin no la mostrara a nadie. 3 Este nuevo indicio de aproximación a Trotsky era inconfundible: se trataba, en efecto, de un tema (el Gosplan) que había sido motivo de litigio entre Lenin y Trotsky durante todo el año 1922. Seguirían otras notas, que habrían podido tranquilizar a Stalin si las hubiera visto. Pero no fueron comunicadas a nadie durante algún tiempo; eran, por indicación de Lenin, “categóricamente secretas”
Las divergencias más serias y la escisión que podía resultar de ellas —los enemigos del régimen tenían razón en contar con ella— podían tener dos orígenes. Uno consistía en la misma base social del régimen. Todo el sistema se basen la alianza entre los obreros y los campesinos: si ésta fallaba, era “inútil hablar siquiera de la estabilidad de nuestro Comité Central”. Pero esta eventualidad era lejana e improbable. El peligro más inmediato residía en las relaciones personales en la cumbre del poder. “Más de la mitad del peligro de escisión” que Lenin quería remediar dependía de las relaciones entre Stalin y Trotsky. Después de haber llegado a esta comprobación profética, Lenin esboza los retratos de seis personalidades: Stalin y Trotsky, Zinóviev y Kamenev, Bujarin y Piatakov. Estas notas, redactadas los días 23 y 24 de diciembre —cuando el estado del enfermo era alarmante en extremo , revelan un doloroso esfuerzo de reflexión y Ponderación, para expresar lo esencial sin frustrar a causa de una palabra imprudente el objetivo perseguido: la continuidad y la estabilidad del poder en manos de un Partido unido.
De los dos hombres más jóvenes, Bujarin y Piatakov, uno es un brillante teórico, favorito del Partido, y el otro posee voluntad y gran capacidad Pero también tienen defectos. El pensamiento de Bujarin no es enteramente marxista, “ya que hay en él algo de escolástico (no ha aprendido nunca, y creo que nunca ha comprendido plenamente, la dialéctica)” Piatakov, por su parte, está “demasiado ligado al lado administrativo de las cosas para que se le pueda Confiar una cuestión política importante”. Sin embargo, al tener respectivamente treinta y cuatro y treinta y dos años, todavía estaban a tiempo ambos de corregir sus defectos.
Respecto a Zinoviev y Kamenev, hay una sola observación, cuya interpretación provoca, sin embargo, ciertas dificultades. Se trata de su “episodio de Octubre”, de su actitud en el momento del golpe de Estado: “Evidentemente no fue fortuita, pero no debe invocarse más contra ellos personalmente que el no-bolchevismo de Trotsky”. ¿Por qué esta alusión al pasado? ¿Significa una advertencia? ¿Una disculpa? ¿Ambas cosas a la vez? Quizá Será más fácil responder a estas preguntas a la luz de los retratos que Lenin traza de Stalin y de Trotsky, Cuyos caracteres opuestos podían provocar una escisión súbita y no intencionada:
“El camarada Stalin, al convertirse en secretario general, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, pero no estoy seguro de que sepa Usar siempre de él con la necesaria prudencia Por otra parte, el camarada Trotsky, tal como lo ha demostrado su lucha contra el Comité Central en la cuestión del comisa nado de vías y comunicaciones se distingue no sólo por su capacidad excepcional —personalmente es en forma incontestable el hombre más capaz del actual Comité Central, sino también por una excesiva confianza en sí mismo y por una tendencia algo excesiva a Considerar sólo el lado puramente administrativo de las cosas.” 5
La idea de que Stalin y Trotsky eran los dos grandes jefes podía con motivo —por la categoría que se otorgaba a Stalin— asombrar al país, herir a Trotsky y sorprender desagradablemente a Zinóviev y a Kamenev que, durante unos años, en el futuro triunvirato, iban a creerse los más fuertes. Por parte de Lenin significaba quizá la comprobación de dos nuevos factores: la importancia del cargo de secretario general creado escasamente ocho meses atrás, y la posibilidad para su detentador de haber adquirido en tan poco tiempo un poder inmenso. Puede observarse asimismo que el paralelo entre Trotsky y Stalin se formula en tales términos que no se puede descubrir en él la menor preferencia, ya que las cualidades que se reconocen a Trotsky tienen como Contrapartida importantes defectos. ¿Cuál era la gravedad de su “tendencia a considerar sólo el lado puramente administrativo de las cosas”? Es preciso analizar las cualidades que Lenin exigía a un verdadero jefe: las pone de relieve en sus notas sobre el Gosplan. Los días 27, 28 y 29 de diciembre, Lenin enumera y repite con insistencia cuáles eran en su opinión las cualidades que se requerían para dirigir toda gran institución del Estado, las mismas que sin duda debían exigirse a los hombres que ocupaban los cargos supremos.
El jefe, según Lenin, debe poseer una sólida preparación científica en una de las ramas de la economía o de la tecnología, debe ser capaz de captar “una realidad global”, debe poder ejercer cierta atracción sobre la gente a fin de guiar y controlar su trabajo. Al mismo tiempo, debe estar dotado de capacidad organizativa y administrativa. Pero, “la coincidencia de estas dos cualidades en una sola persona se encuentra raramente y no es indispensable”. En una institución como el Gosplan, el aspecto administrativo era secundario De los dos hombres que formarían un equipo ideal, era el científico, hombre reflexivo y a la vez dotado para las relaciones humanas, quien debería ser el jefe. Lenin creía sin duda haber encontrado así la fórmula ideal para la dirección del Estado. No insistiría tanto si sólo se tratara de mantener a Krijijanovsky a la cabeza del Gosplan, poniéndole de adjunto a Piatakov. Ahora bien, Trotsky y Stalin no formaban un tandeo de este tipo. En lugar de complementarse se empeñarían en excluirse mutuamente.
Era sin duda injusto reprochar a Trotsky una actitud que respondía a las circunstancias de la guerra civil y que representaba entonces una fuerza y una garantía de éxito. En circunstancias distintas, Trotsky era más capaz de abordar los problemas del Estado y de la revolución de una forma científica que el resto de Los miembros del Comité Central. Podía perfectamente captar “una realidad global” como Lenin exigía de un jefe modelo. Por el contrario, era dudoso que tuviera “poder de atracción”, y, por otra parte, Lenin sabía que carecía de ciertas cualidades de político en un sentido más estricto: flexibilidad con los hombres, afición a la táctica, capacidad de maniobra, habilidad para navegar en la “cocina” política de la dictadura sin inhibiciones ni excesivos escrúpulos. El desarrollo de los acontecimientos demostró que Trotsky era incapaz de jugar este juego, y con mayor razón de salir airoso de él. Lenin tenía razón en dudar de sus facultades de político, aunque las críticas formuladas contra él no lo fueran en términos muy explícitos. En resumen, la posición de Trotsky resulta algo disminuida por las consideraciones del “testamento”, en especial porque no se le sitúa en un plano superior a Stalin y porque su no-bolchevismo, aun no debiendo “ser invocado personalmente contra él”, no deja de ser mencionado.
Si Lenin no encuentra aparentemente nada concreto que reprochar a Stalin, hace, no obstante, una reserva en cuanto a él: ¿sabrá utilizar con suficiente prudencia el inmenso poder que detenta? Pero, en la práctica, esta reserva, cualquiera que fuera el valor de la intuición que la inspiraba, no tenía gran importancia política en estos primeros días de 1923 y no podía perjudicar a Stalin. Supongamos por un momento que la redacción de las notas se hubiera detenido aquí y que hubieran sido leídas seguidamente en la tribuna de un congreso del Partido: hubieran parecido dominadas por un afán de equilibrio, por la voluntad de mantener el statu quo, para evitar la escisión. En efecto, salta a la vista el carácter intencionado del reparto equitativo de elogios y censuras. Lenin no podía legar su poder; no era un monarca. No se sentía autorizado a proponer un delfín al Partido, aunque el problema de su sucesión ya le hubiera preocupado antes de su enfermedad. En espera de la hora de “entregar la guardia” se esforzaba en no perjudicar la cohesión de su partido con una preferencia personal demasiado marcada. Y, en el momento de dictar estas primeras notas, seguramente no tenía todavía ninguna. Aunque ya entonces simpatizaba más con Trotsky, tenía que ocultarlo para no envenenar las relaciones entre los dirigentes. No podía ignorar la actitud hacia Trotsky de sus antiguos compañeros de lucha, la de Zinóviev y de Kamenev, la de Stalin y diversos grupos de militantes. Su no-bolchevismo le había perjudicado a menudo en numerosas querellas a propósito de las cuales Lenin había tenido que emplear todo su prestigio para defenderlo. No podía pensar en imponerlo como heredero, tanto menos cuanto que, hasta formarse una nueva opinión de Stalin, no había considerado la hipótesis de un heredero único.
En suma, Lenin sugería en este estadio que los dos altos jefes, Stalin y Trotsky, conservaran ambos su preeminencia, que Zinóviev y Kamenev siguieran en segunda posición, ya que la debilidad que habían mostrado ante una gran prueba no era fortuita y podía por tanto repetirse, que los dos jóvenes, Bujarin y Piatakov, por último, quedaran en tercera Posición a la espera de su perfeccionamiento. Pero, como no se podía resolver mejor la situación, el Partido debía permanecer atento y vigilar a sus jefes, puesto que no estaban exentos de defectos y sus rivalidades podían acarrear consecuencias fatales. Tampoco había que olvidar controlar el uso que Stalin hiciera de su poder. Para ejercer estos controles, era preciso reforzar la competencia y el prestigio del Comité Central. Pero, para apreciar la clarividencia de Lenin, es preciso observar que en aquel entonces ya señalaba el “detalle” que iba a trastornarlo todo, este “poder inmenso” de Stalin que dejaba en clara desventaja a los otros cinco personajes, detalle sobre el cual no hacía ningún comentario de momento, pero del que más tarde extraería consecuencias, al volver sobre el problema de las personalidades tras haber reflexionado largamente sobre las cuestiones de fondo.
En efecto, puesto que su estado de salud todavía se lo permite, Lenin prosigue su trabajo y, diez días después de la redacción de las primeras notas, cuando su atención estaba vuelta ya hacia otros horizontes, añade, el 4 de enero de 1923, un último escrito a su “testamento”, que trastorna por completo todo el prudente equilibrio de los primeros textos, o, mejor, corrige el desequilibrio de hecho del que daba cuenta en forma implícita. Lenin propone apartar a Stalin de sus funciones de secretario general:
“Stalin es demasiado rudo, y este defecto, plenamente soportable en la relaciones entre nosotros, comunistas, se hace intolerable en las funciones de secretario general. Por esta razón, propongo a los camaradas que reflexionen sobre la forma de desplazar a Stalin de este cargo, y de nombrar en su lugar a un hombre que, en todos los aspectos, se distinga de él por su superioridad, es decir, que sea más paciente, más leal, más educado y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc.” 6
¿No serían estas palabras expresión de una brusca reacción ante un hecho irritante? Puede sentirse la tentación de relacionarlas con la grave afrenta de Stalin a Krupskaya ocurrida el 22 de diciembre. Stalin no la habría cometido si no hubiera sabido que el león estaba herido de muerte, y Lenin, por su parte, como iba a expresarlo en una carta escrita a Stalin dos meses después, no era hombre que perdonara estas impertinencias: “No tengo intención de olvidar tan fácilmente lo que se ha hecho contra mí, y ni que decir tiene que lo que se hizo contra mi esposa lo considero como si se hubiera hecho contra mí”.7 La conmoción que corría el peligro de provocar en Lenin si éste se enteraba de lo sucedido era una razón suficiente para impedir que Krupskaya se lo contara en los últimos días de diciembre, cuando estaba demasiado gravemente enfermo.
Por aquel entonces, Krupskaya desahogó su indignación quejándose amargamente a Kamenev en una carta que reproducimos en el anexo V. Pero pudo revelar el incidente a su marido unos días más tarde, ya espontáneamente ya acosada a preguntas por él, en el caso de que Lenin hubiera notado en ella algún signo de aflicción especial. Lenin, furioso, habría dictado de inmediato esta nota en la que sólo habla de los defectos de carácter de Stalin, sin hacerle reproches de orden político. Los presentadores de las Obras suponen que Krupskaya no había contado el hecho a Lenin hasta principios del mes de marzo. Pero esta versión, como cualquier otra, no puede tenerse por cierta. Por otra parte, sabemos lo suficiente sobre Lenin para encontrar a las declaraciones de Ilitch contra Stalin una explicación que cuadre mejor a su carácter, a su conciencia de jefe responsable, para quien la política se antepone a cualquier otra consideración.
El estudio de la primera nota del “testamento” muestra claramente cuál era la preocupación más acuciante de Lenin, y algunos otros datos lo confirman. Es vano suponer que una ofensa personal cometida contra su mujer —no olvidemos que considera la rudeza “plenamente soportable” en las relaciones entre los comunistas —le hubiera podido impulsar a un acto político capaz de trastornar las relaciones de fuerza en el seno del Comité Central. Para realizarlo tenía graves razones de otra índole. Para convencerse de ello basta estudiar las notas sobre la cuestión nacional y sobre la autonomización dictadas los días 30 y 31 de diciembre, cuestiones que, fiel a su plan de trabajo, aborda una semana después del comienzo de sus dictados.
Este texto cuenta entre los más importantes del “testamento”, y sin duda es el más significativo en cuanto nos permite medir la profundidad de la crisis que Lenin atravesaba en este período, a la vez que su honestidad intelectual y su audacia política. Es incluso verosímil pensar que sus tribulaciones a propósito de los negocios públicos fueran de tal magnitud que precipitaran el progreso de su enfermedad.
Las consideraciones sobre la cuestión nacional empiezan con una autocrítica: “Por lo que parece soy muy culpable ante los obreros de Rusia por no haber ¡intervenido en forma suficientemente áspera y enérgica en este famoso problema de autonomización que se denomina diríamos, oficialmente, el problema de la Unión de las Repúblicas Socialistas soviéticas 8 sigue una larga justificación personal, especialmente por las circunstancias de la enfermedad, y después la descripción del efecto revelador producido por el informe de Dzherjinski. ¡la violencia de Ordjonikize se desató, pues, hasta tal extremo que había sido capaz de golpear a un oponente comunista! “En qué lodazal nos hemos hundido!”. Al conocer Rusia su burocracia “apenas matizada de espíritu soviético”, al conocer sobre todo, el carácter de “este hombre auténticamente ruso, este chauvinista gran-ruso, esencialmente dañino y agresivo que es el típico burócrata ruso”. Lenin ha podido darse cuenta de que su regimen no ha hecho necesario para defender a las naciones minoritarias contra la invasión de los cabos de vara, de los dzerjimordy rusos. Pero la crítica va más lejos: las filas de los culpables no están formadas únicamente, como había creído, por los tránsfugas del antiguo aparato de opresión; el régimen soviético, los jefes más altos del Partido, habían seguido un comportamiento auténticamente imperialista, aunque fuese sólo en los detalles. Lenin sabía perfectamente, y no temía decirlo, que una situación así, que descubría con consternación, reducía a la nada el valor de “toda la sinceridad de principio, toda la defensa de principio de la lucha contra el imperialismo” proclamadas por el Partido.
Esto era tanto más grave cuanto que “el día que llega será precisamente un día en que los pueblos oprimidos por el imperialismo despertarán definitivamente, y empezará una lucha decisiva y difícil para su liberación”. Era inútil añadir que la sinceridad socialista y revolucionaria del Partido era objeto de graves sospechas si se consideraban las actuaciones que Lenin no dejó de estigmatizar en lo sucesivo.
Según Lenin, los jefes del Partido no han comprendido siquiera el primer principio que debía guiarlos a dar una solución al problema de las nacionalidades dentro de un espíritu internacionalista. El proletariado debía, en su propio interés, conquistar la confianza de los pueblos alógenos. Estos experimentaban una profunda desconfianza respecto a la nación mayoritaria, que les había inferido ofensas hirientes y repetidas injusticias; de suerte que si la gran nación se contenta con proclamar una simple igualdad formal, su actitud puede calificarse de burguesa. Para reparar las injusticias cometidas contra las pequeñas naciones, la gran nación de los antiguos opresores está obligada a admitir cierta desigualdad en su propio detrimento, está obligada a practicar una especie de autodiscriminación para compensar la desigualdad de hecho que sigue existiendo en la vida en detrimento de las pequeñas naciones. Es preciso redoblar las atenciones, las concesiones y las medidas prudentes en beneficio de los pueblos pequeños. Esta no era precisamente la política de Stalin, Ordjonikjdze y Dzherjinski Lenin los condena en términos de una tal severidad que no deja duda en cuanto a su profunda hostilidad política hacia ellos y hacia los que actúan como ellos. Stalin es acusado de una precipitación fatal y de una cólera nefasta contra el pretendido “social-nacionalismo”.
Dzherjinski había dado muestras de esta actitud “auténticamente rusa” que caracteriza a los extranjeros rusificados; responsable de una comisión investigadora, ha dado pruebas de un prejuicio imperdonable, y los trabajos de su comisión deben considerarse nulos y deben rehacerse “para corregir esta enorme masa de irregularidades y de juicios preconcebidos que contienen sin duda”. Lenin acusa resueltamente a Ordjonjidze y a Stalin de haber actuado como brutales gran-ruso de haber infringido las reglas del internacionalismo proletario y de haber naufragado en una actitud imperialista. Exige así un “castigo ejemplar” para Ordjonikidze —según Trotsky se trataba de expulsarlo del Partido, al menos temporalmente- y asimismo una inculpación oficial de Stalin y de Dzherjinski política- mente responsables. Al propio tiempo, vuelve contra los propios acusadores el calificativo de “desviacionistas”. 9
Reconoce que todo el proyecto de autonomización “era probablemente injusto en su esencia y prematuro”, admite el mantenimiento de la Unión, pero siempre que se esté dispuesto a hacer marcha atrás, si la experiencia lo muestra necesario, y a dejar subsistir de la Unión solamente la fusión de la política exterior y la defensa, mientras sería necesario “en todos los otros campos reconstituir la independencia completa de los antiguos comisarios" es decir, a partir del próximo congreso de los Soviets, volver a las relaciones que existían anteriormente Es legítimo suponer como lo hace el historiador norteamericano Pipes, que si Lenin no hubiera sido abatido definitivamente en el mes de marzo, “la estructura final de la Unión Soviética habría sido distinta de la que Stalin iba a darle posteriormente" 10.
Puede emitirse una hipótesis análoga en lo que respecta al conjunto de estructuras del régimen soviético. Entretanto, señalemos que Lenin dictaba estas reflexiones sobre la autonomización precisamente en el momento en que comenzaba el congreso de los Soviets que ratificó la solución sobre la que Lenin abrigaba tantas dudas. Fotieva afirma que esto no sucedió por casualidad, ya que Lenin “experimentaba un creciente sentimiento de inquietud en cuanto a la solución correcta de la cuestión nacional”.11 La crítica de la politica de nacionalidades llevada a cabo por Stalin y de u comportamiento con los georgianos explican suficientemente el cambio de actitud de Lenin que le llevó a la idea de destituir a Stalin. Lenin se había formado ya su opinión. En lo sucesivo, sólo le guiarían consideraciones de orden táctico en la elección de los métodos y de los plazos adecuados para la defensa de sus nuevas ideas.

Notas

1. Sotch (Obras Completas de Lenin)., t, 45, pág. 343.
2 Ibíd.
3 IbId., págs. 593-594.
4 Ibid.,., págs. 592-593. Las notas debían prepararse en cinco ejemplares —uno para los archivos secretos, uno para Lenin, tres para Krupskaya y debían ponerse en sobres sellados. Voloditeheva reveló estos detalles en 1929. Sólo Lenin tenía derecho a abrir estos sobres y, después de su muerte, Krupskaya. Pero Voloditcheva no osó escribir en los sobres las fatídicas palabras “después de su muerte”.
5. Ibíd., pág. 345
6 Ibíd., pág. 351.
7 Sotch., t. 54, pág. 337. Esta carta podrá leerse más adelante
8 Sotch., t. 45, pág. 356.
9. Ver más adelante, capítulo VII.
10. Pipes, op. cit. Pág, 276
11. Fotieva, op. Cit., pág. 50..

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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