lunes, mayo 23, 2011

15 m: una victoria contra la cultura de la derrota


Charlo con el personal veterano sobre esta irrupción de las masas en el escenario de la historia, y todavía se percibe la desconfianza. Está muy bien, pero ya veremos. Aquí hay mucha gente que viene, pero ¿se quedará?. Sí, se quedará porque han hecho lo más difícil: romper el nudo gordiano del desencanto. Se quedaran, claro, porque el sistema se ha quedado sin márgenes. Ahora ya no hay colocaciones para los amigos, en los ayuntamientos van a despedir a mucha, mucha gente, y el capital lo tiene claro: quiere privatizar, desregular, que trabajemos más para ganar menos, quieren carta blanca para sus fechorías. Y, ¿los políticos de “carrera”?. Los políticos están pillados en sus propias trampas, enredados en sus propias mentiras.
De momento, esta es la mayor alegría histórica después de tantos naufragios.
Las masas han entrado en la historia por el lugar más imprevisto, los que esperaban el grandioso espectáculo de las masas proletarias como las que vimos, pueden seguir esperando. El curso de la historia se ha vuelto a desviar, ya no se podía pasar por los partidos y los sindicatos de la izquierda establecida y transformada, al menos por estos lares donde después de la historia más triste jamás conocida (la derrota de 1937-1939), se nos confiscó la batalla por la libertad librada en las calles, las fábricas, los barrios y la cultura…
Desde entonces, únicamente habíamos andando para atrás.
Durante las tres últimas décadas, la mayor parte de la gente militante de izquierdas se fue bajando del tren, cansada de tantas batallas perdidas. Convencida de que no había nada que hacer, al menos que ellos lo viera. La mayoría se fue a su casa, otro sector fue cooptado por las instituciones, una minoría mínima prosiguió.
Las últimas batallas ganadas fueron al final de los años setenta, y acabaron siendo sustraídas.
Desde entonces las derrotas se sucedieron: Nicaragua, El Salvador, el No a la OTAN, la descomposición aclarada del llamado “socialismo real”, la reconversión de China, etc, etc. La izquierda radical se fue desintegrando, y la emergencia de una apuesta a través de IU quedó neutralizada con un movimiento de piezas desde fuera Felipe, el País), y desde dentro (“renovadores” y cargos sindicales)…Llegó un momento en que parecía que no había vida fuera de la política institucional, y en se horizonte de fin de la historia se enquistaron los excomunistas y los poscomunistas. Felipe González pudo declarar que iban a morir de éxito. Los “resistentes” solíamos ser tildados de los últimos románticos cuando no de cosas muchos peores.
Esta pendiente venía justificada además por un discurso que podía definirse con las siguientes palabras: ¿qué más quieres?
Venían acompañadas con afirmaciones sobre lo “bien que vivíamos”. No podíamos pedir más sin tentar al diablo, porque dar un paso más allá del Finisterre establecido, era “desestabilizar” la democracia.
Según la “filosofía” impuesta en el PSOE para gobernar, la democracia nos fue otorgada por la derecha “reformista”. De ahí que Felipe no dudara en instrumentalizar el miedo al ejército para ganar el Referéndum de la OTAN, el mismo argumento que emplearon muchos cuadros del PCE para que los sindicalistas combativos firmaran los Pactos de la moncloa, unos acuerdos que ponían cruz y raya sobre la línea de conquistas sociales. O sea que esta sirvieron para alentar a las masas obreras para hacer imposible la continuidad de la dictadura, pero resultaban inapropiadas para la democracia.
Desde entonces, los sindicatos se habituaron a firmar derrotas, obviamente, no todas eran iguales. Los sectores más tradicionales, pudieron resguardarse un poco mientras el mayor peso de la crisis (o sea del aumento der las rentas del capital), caían sobre las nuevas generaciones, una juventud crecida en el espejismo del fin de la historia. Ya teníamos lo fundamental, dos teles, dos coches, a vivir que son cuatro días.
Los responsables del sindicalismo instalado se emplearon a fondo para neutralizar toda voluntad de lucha y de desbordamiento. Entre ellos se hizo habitual llamar “talibanes” a los que persistían en que había que responder a la iniciativa de lucha de clases de los empresarios postmodernos.
Se nos dijo que negociar sin capacidad de presión era lo único que se podía hacer. No hace mucho un viejo amigo (de esos que se han bajado del tren en la estación anterior al 15M), me citaba unas palabras de Ramón Górriz, actualmente uno de los jerarcas de Comisiones que tiró por la boda un pasado combativo, según las cuales no se podía ir más lejos. Decía que los líderes sindicatos estaban a la izquierda de los comités de empresas…y estos estaban a la izquierda de los trabajadores. Siendo así, cualquier sueño de cambiar la situación resultaba inapropiada, porque –añadía Méndez- no se podía estar en movilización permanente. Supongo que eso había que dejárselo a los banqueros.
No había tampoco mucho que esperar de unas nuevas generaciones que se habían criado bajo el espejismo democrático, y de la cultura de los créditos baratos. Desde luego, ejemplos no faltaban. No había más que darse un paseo por el espectáculo del “botellón” aún después de que la juventud en Francia o en Grecia hubiera mostrado su gran combatividad. En el ámbito cotidiano, la resignación siguió siendo la nota dominante. Sin embargo, algo estaba cambiando. Nadie creía ya en el gobierno “socialista” de Zapatero, del señor de Netol que había prometido no decepcionar a los jóvenes que le dieron la victoria electoral más inesperada. El rechazo comenzaba a ser generalizado y radical, pero todavía no se veía como responder.
La huelga general del 29-S demostró que el desbordamiento se podía dar, pero todavía my parcialmente. A pesar del nuevo discurso de Cayo Lara, ni tan siquiera se había apuntado la existencia de una izquierda sindical. Estaba claro que por ahí, por las instituciones y por los sindicatos domésticos, el trayecto estaba cortado.
Cierto, se agitaba una nueva izquierda que bullía aquí y allá, pero todavía era, es, minoritaria, en tanto que el sindicalismo combativo es una sopa de siglas.
Pero cuando parecía que había que esperar tiempo y tiempo para comenzar, fueron llegando noticias de otras partes. Por supuesto, movilizaciones europeas en Grecia, Francia, Italia, Portugal, hasta una alternativa concreta de gobierno, la de Islandia. Luego llegaron las plazas de la revolución árabe, y el tonel en el que permanecíamos abrió ahora granes boquete. Hasta se podía ver la luz del Sol.
Fue entonces la puerta de la historia se abrió de nuevo.
Claro que queda mucho por hacer, cierto que el movimiento tiene muchas limitaciones, verdad que habrá que ver su curso. Pero estamos en un lugar nuevo.
Se había ganado una batalla fundamental contra la cultura de la derrota.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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