domingo, mayo 08, 2011

Max Aub en la Biblioteca de la República


Es muy importante conocer la obra de Max Aub (París, 2 de junio de 1903-México D.F., 22 de julio de 1972), uno de los grandes escritores del exilio, y del que Público ofrece Campos de sangre en dos entregas.
Max Aub, al igual que Ramón j. sender y otros, fue uno de los grandes nombres de la República, la guerra de resistencia, y los exilios, y un socialista y antifranquista integral. Escritor, ensayista, poeta y dramaturgo, su obra fue llegando a cuentagotas desde los años sesenta, recuerdo una edición de San Juan en la revista Primer Acto, y un interesante estudio de José Monleón, El teatro de Max Aub (cuadernos Taurus, Madrid, 1971), en el que, paradójicamente, no se oculta su filiación de socialista de izquierda “caballerista” –ingresó en el PSOE de la mano de Luis Araquistáin el creador de la revista Leviatán, desde la que intentó agrupar a la izquierda revolucionaria-, lo que sí se ha hecho ulteriormente, sobre todo con ocasión de su centenario (2003), del que he reunido una buen puñado de artículos, y e ninguno de ellos cuentan cuales fueron sus afinidades políticas como hacía sí hacía Monleón.
Los datos básicos de su biografía se encuentran fácilmente: de su familia -padre alemán y madre francesa- se traslada a España por motivos de trabajo y en medio de la I Primera Guerra Mundial se establece en Valencia, donde Max cursa el bachillerato. Recibe una educación muy rica y cosmopolita y desde niño destaca por su facilidad para aprender idiomas. Al terminar sus estudios recorre el país como viajante de comercio y al cumplir los veinte años decide adoptar la nacionalidad española. Es famosa la frase de Max Aub: "se es de donde se hace el bachillerato".
En el curso de los años 20 es afín a la estética vanguardista y gracias a su trabajo como viajante asiste a tertulias de Barcelona de los vanguardistas de la época. Durante esta época empieza a escribir teatro experimental: El desconfiado prodigioso, Una botella, El celoso y su enamorada, Espejo de avaricia y Narciso. Comprometido con la defensa de la República (y del socialismo: “no vengo defender –escribe- un liberalismo ya muerto, un liberalismo que sólo servía a los poseedores para disfrutarlo; ni, sino un liberalismo universal. Un mundo socialista por su contenido y liberal por su forma. Una organización económica sin privilegios, en un Estado en que puede uno decir lo que le dé la gana. Y que los delatores vuelvan a ser los delatores”), destacando especialmente su estrecha colaboración con André Malraux en L´Espoir (Sierra de Teruel), quizás la mejor de todas las películas sobre la guerra contra el fascismo, la más auténtica; por cierto, su relación con el cine fue bastante gratificante, Alfonso Ungría realizó Soldados, en 1978, una magnífica y poco reconocida adaptación de la novela de Aub Las buenas intenciones; también está La virgen de las lujurias, de Arturo Ripstein, una historia inspirada en un cuento del valenciano Max Aub (en un contexto de credibilidad local en una utopía como la presentada) y si sumamos algo de nostalgia personal asociada a esa adolescencia en donde viví algo de ese entorno de exiliados e hijos de exiliados (en México)..
. Se exilia a París, pero preparando su marcha a México le detienen y es recluido en diferentes campos de concentración de Francia y del norte de África. Gracias a la ayuda de la asociación de ayuda republicana creada por el entonces izquierdista John Dos Passos, tras tres años de encarcelamiento consigue embarcar para México.
Allí se gana la vida gracias al periodismo, escribiendo en los diarios Nacional y Excelsior, y también en el cine ejerciendo de autor, coautor, director, traductor de guiones cinematográficos y profesor de la Academia de Cinematografía. En 1944 es nombrado secretario de la Comisión Nacional de Cinematografía. Durante estos años escribe San Juan y Morir por cerrar los ojos y estrena su obra de teatro La vida conyugal con gran éxito.
Desde mediados de los 50 viaja por Estados Unidos y Europa pero sin poder entrar en España, desarrollando activamente en estos años su actividad literaria, periodística y cineasta. En 1969 por fin se le permite entrar en España y recupera parte de su biblioteca personal, que estaba en la Universidad de Valencia. A finales de la década de 1960 se atrevió a regresar a España, para comprobar el desconocimiento absoluto de su persona y de su obra entre los españoles, y poco después escribió La gallina ciega, diario español (1971) en la que recogió sus amargas impresiones. Publicó revistas muy personales: Sala de Espera (1960) y Los 60. Su obra narrativa comprende las novelas del ciclo El laberinto mágico (Campo cerrado, 1943; Campo de sangre, 1945; Campo abierto, 1951; Campo del moro, 1963; Campo francés, 1965; y Campo de los almendros, 1968); varios volúmenes de cuentos y, entre otras novelas, Juego de cartas (1964), compuesta de 108 naipes en cuyo reverso van escritas misivas que trazan el retrato del protagonista, Máximo Ballesteros. Escribió también poesía, un estudio sobre la novela española contemporánea y un manual de historia de la literatura español. No soportó la vida bajo la dictadura, y regresó a México sigue con sus estudios de la figura de Luis Buñuel; posteriormente participa como jurado en el festival de Cannes, da conferencias por todo el mundo y, tras otro viaje a España, muere en 1972 en México.
Su biógrafo Javier Quiñones (Max aub, novela, Edhasa, Madrid, 2007), destaca “su fidelidad a unas ideas, que son la defensa a ultranza de la libertad y el compromiso por la justicia social y por hacer un mundo un lugar más habitable”, y este punto de vista –sin duda más acentuado por su compromiso con el socialismo-, Max escribió numerosas obras como El cerco, en la que se hace un homenaje muy sentido a Ernesto “Che” Guevara, lo cual concuerda con el contenido insobornable de sus obras, situadas en otra planeta en el que se le ha acabado disecando para consumo de la Fundación que lleva su nombre que llegó a tener a José María Aznar como presidente de honor, y no digamos de imposturas como la de Antonio Muñoz Molina, sin duda un gran escritor pero que cometió la gran impostura de utilizar a Max Aub en vano siendo como es el ilustra académico, un arcángel de la “tercera España” y furibundo anticomunista, un verdadero “revisionista” en este punto y para el que “la revolución rusa ejerció desde un principio, y no sólo desde la etapa de Stalin, una crueldad inconcebible. Fue una guerra a muerte contra un pueblo, y, lo que es más grave, con la complicidad de muchos intelectuales occidentales que mintieron, desde los años veinte hasta 1989, sobre la realidad rusa”.
No hay duda de que Max aub podría figurar en sta lista maldita, nunca realizó ninguna declaración conocida en el sentido expresado por el que pretende ponerse su traje, aunque en su obra “No” (1949), describe los problema de un pueblo alemán situado “en la línea divisoria de las zonas de ocupación soviética y norteamericana”, describe un mundo absurdo y violento, rechaza sin ambages a los norteamericanos que quieren “liberar Europa para chuparle la sangre”, pero también realiza una dura crítica de la burocracia estalinista, responsable sobre todo de haber traicionad la revolución.
Hay que leer a Max aub, y no dejárselo a los funcionarios, y esta doble entrega de “Público” es una buena oportunidad.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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