martes, septiembre 06, 2011

Crisis del “Arte”


Además del secuestro capitalista de los mercados, además del monopolio para la producción, para la distribución y para el consumo… además de la crisis de “contenido”, además de la saturación formal producida por el empobrecimiento de la capacidad creadora, por el plagio, la imitación y la suplantación… además de la reducción de espacios para la enseñanza, la reducción de espacios para la crítica y la reducción de los espacios para el debate… además, si no fuese suficiente, está en crisis la capacidad como fuerza crítica y como fuerza emancipadora, que alguna vez se pretendió consustancial al “arte”,
Algunos creen que la crisis del “Arte” es sólo crisis en las billeteras de los “artistas”. Que todo es cosa de superar un “mal rato” económico en el que descienden las habilidades creativas… que “ya pasará”. Algunos creen que es sólo un bache… que si el Estado, los empresarios, los bancos y las iglesias, invierten dinero, la cosa se zanja. Que una buena beca palia pesares y que nunca faltarán las fundaciones, las burocracias ni los amigotes para sacar de la crisis al “Arte”, es decir a las finanzas de quienes dicen ser sus productores. Pero la crisis es mucho más compleja y no puede ser comprendida al margen de la lucha de clases.
Su crisis es, también una crisis de sobre-producción. Con los disfraces más inopinados, se han refugiado en el “arte” todas las variedades de la ideología de la clase dominante. Constituyen un repertorio, generoso, de camuflajes burgueses para toda ocasión y en el que, según sus modas propias, se alternan los caprichos decorativos, las abstracciones más inútiles y los idealismos más retrógrados. Compiten por garantizar las “inversiones” y por ser prenda de prestigio en simultáneo.
El único arte que tiene futuro es aquel comprometido con la libertad social, no sólo la del “artista”. Y hoy la palabra libertad sólo adquiere vigor si es fundamentalmente anticapitalista. No pocos artistas defienden, con dientes y uñas, su “libertad” mientras son incapaces de fijar los precios de su obra, no tienen control sobre sus herramientas de producción, dependen de que otros les permita exhibir su trabajo y aceptan mansamente suavizar los temas para no ofender al comprador. Para estos, no pocos, artistas su “libertad” se reduce a un enjambre de disquisiciones abstractas con, no pocos, debates mentales silenciosos. Libertad para el solipsismo.
No hay “libertad” subjetiva que valga en un mundo amenazado por las guerras burguesas, el hambre, la miseria, la crisis económica planetaria, la destrucción de los ecosistemas y la censura estructural de la ética, la moral y la estética burguesas. No hay “libertad” que valga si ha de defenderse, sólo para algunos, con la moral del avestruz. No son pocos los artistas honestos que han sido victimados ideológicamente por la charlatanería escolástica de algunos santones eruditos autoproclamados “profesores”, “teóricos” sabihondos o “maestros”. No son pocos los artistas honestos sometidos a la hegemonía a-crítica del pensamiento alienante que endiosa platónicamente a “la técnica” como si de eso, y sólo de eso, dependiera la objetivación estética del “estado actual del espíritu”. La revolución no se detiene a las puertas de las escuelas de “Arte”.
Es inexcusable emprender una revolución en los campos del arte para que asuma su lugar “natural” en los procesos de liberación y ascenso de la conciencia. Liberar las herramientas, liberar las ideas y liberar los gustos. Es indispensable derrotar los parámetros y las condiciones de producción burgueses para iniciar una transformación profunda de las definiciones y de las funciones del arte como expresión nueva de una etapa nueva para la humanidad. Pero nada de eso se logrará si el arte, y sus revoluciones, no son obra misma de la revolución socialista y mundial. No se trata de someter a los artistas a un mandato propagandista, se trata de demostrar que sólo en la revolución socialista los artistas podrán encontrar la libertad que necesitan, y sobre todo, la libertad que necesita la humanidad en ellos.

Fernando Buen Abad

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