domingo, octubre 16, 2011

La Internacional indignada


Ayer tuvo lugar un hecho histórico incuestionable. Fue la primera vez en que una movilización general de los de abajo contra los de arriba, no solamente se extendió por decenas de ciudades de un mismo país (algo que ya había ocurrido muchas veces, por ejemplo durante los mayos del 68 de Francia o Italia), sino que lo hizo en el mismo momento en casi un millar de grandes ciudades de todo el mundo. Fue un primer ensayo, pero su alcance puedo considerarse como extraordinario, sobre todo porque fue acompañado de una clara conciencia de que la lucha será internacional o no será.
Esta ha tenido lugar después de la mayor derrota jamás sufrida por los pueblos del mundo. En un momento en el que los amos del mundo pueden creer que siguen instalado en aquella victoria final que a finales de los años ochenta, les llevó a proclamar que ya no existían otras alternativas, que el capitalismo “democrático” era el mejor antídoto contra los “totalitarismos”. Lo que tienen memoria recordaran que esto lo hacían a través de voceros a buen precio como Mario Vargas Llosa, cuando escribía que, después de la derrota del “comunismo” y del “populismo”, ya apenas si quedaban algunos reductos en las universidades, los nacionalismos y los integrismos religiosos).
Lo cierto es que, si bien no fue bien la victoria final, pudo llega a parecerlo.
El movimiento comunista se había casi desintegrado, los países mal llamados socialistas optaban por la vía del capitalismo y no precisamente en su forma más “social” (como se llegó a prometer), se desintegraba el sandinismo, las guerrillas de El Salvador que habían tenido la desdicha de coincidir con la peor coyuntura mundial posible, los verdes alemanes eran coaptados con una rapidez vertiginosa, a mayoría de lo que había sido el PCI pedía perdón, se destapaban las barbaridades perpetradas durante la llamada “revolución cultural” china liderada por Mao, y así, hasta llegar aquí donde, además, teníamos que sumar la derrota “dulce” de la Transición al final de la cual nos quedamos literalmente en pañales. El PSOE se convertía en el principal partido del “nuevo régimen” con pretensiones además de ser “la casa común de la izquierda”, proyectos como el de IU liderado por Julio Anguita, como es sabido, acabó siendo arruinado por la confluencia entre PRISA-PSOE, y sus aliados en IU, entre ellos, la burocracia sindical de Comisiones con el insigne fidalgo al frente, más los propios altos cargos que forman la parte más oscura de la tradición comunista oficial. La guerra de Irak (con su secuela del ¡! M), demostró que había una derecha todavía peor que felipista, pero el “No nos falle” con el que entró Zapatero volvió a demostrar una vez más que, en un engranaje institucional como el que padecemos, la izquierda está al fondo de la derecha, y ese plato se comió en Cataluña con el “Tripartit”, el mismo que abrió las puertas a las victoria de CiU por goleada.
No había nada antes del 15, ninguna perspectiva para la izquierda. Los sindicatos mayoritarios acababan de demostrar que para hacer una huelga general había que pasar por encima de los cadáveres de sus funcionarios, y el 29-S fue el último tren, y si algo quedó fue las ganas de luchar y la convicción de que, para hacerlo, había que pasar por una estación lo más lejana posible de lo que habían sido los aparatos políticos y sindicales de la Transición, rendidos ante la Internacional financiera, de aquella que había logrado ganado la contrarrevolución mundial dándole la vuelta al proyecto de las internacionales obreras…
Elaboró conscientemente un proyecto de hegemonía total de las clases dominantes para sí, con el dinero como motor de la historia, y por lo tanto como un medio para ganar la lucha de clases a unas clases trabajadoras arruinadas políticamente por las que habían sido las tradiciones dominantes desde 1937: la socialdemocracia y el comunismo de raíz llamada soviética. En esta apuesta, no solamente derrotó lo que quedaba de las tradiciones socialistas, también supo asimilarlos, al igual que los sindicatos y toda clase de institución que, en ausencia de apoyo de masas, pasaban a depender de las financiaciones “publicas”. Desarrollaron concienzudamente una contrarrevolución cultural, de tal manera que los personajes que ocupaban el Paternón socialista fueron estigmatizado como tiranos en los hechos o en las ideas, fue de esta manera que, por citar un par de ejemplos, Antonio Elorza podía culpar a engels de los crímenes de Stalin o Hugh Thomas podía comparar Durruti con Ben Laden, y hacerlo en diarios editoriales tradicionalmente catalogados como de izquierdas. El resultado fue al abatimiento y la desolación. La resistencia quedó minorizada y enfrentada a sus propios diablos internos, disidencias comunistas sin perspectiva, anarcosindicalismo peleados entre sí, tribus trotskianas a cual más auténtica. Poco se salvaba del vacío…
Resultó que, como escribiría Manuel Rivas, todo el mundo tenía su internacional menos los obreros que fueron los que la inventaron a través de la AIT, y sucedió también lo que tenía que suceder, a saber, que el capitalismo sin oposición nos llevaba al mayor desastre ecológico jamás visto, que la acumulación de capital privado se hizo apestosamente ofensiva en un mundo en buena parte condenado al hambre y la miseria, y por aquí nos tocaba vivir el desmantelamiento de todas y cada una de las conquistas sociales que fueron el subproducto de guerras sociales sin cuenta en las que la clase trabajadora llevó la iniciativa…En consecuencia: lo que viene llega después del desastre de la izquierda tradicional, después de la “victoria final” del neoliberalismo, y emerge por lo tanto con unas razones y unas perspectivas nuevas. Aunque para cobrara sentido comience por recuperar las mejores tradiciones perdidas: la democracia de base que fue el 15 M, la internacional de los indignados que nació ayer…
Ayer, donde coincidimos con muchas voces, millones de personas, pero sobre todo mujeres, sobre todo jóvenes, combatientes de mil batallas descubriendo que todos los grandes cambios deben ser desde abajo, y la obra de grandes mayorías.
Ahora el camino está abierto, se trata de seguir avanzando desde la radicalidad, de espalda a todas las tentativas integradoras que ya están apareciendo. No solamente entre los que piensan que se puede lograr un correctivo al sistema, sino también entre los que se apuntan para llegar más alto en las instituciones. De gente como Llamazares que no ha dejado de jugar el juego de una izquierda responsable y que defendió montajes de altos funcionarios sindicales, y que ahora habla como en vez de estar en el teatro de las Cortes hubiese estado en la calle.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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