miércoles, diciembre 14, 2011

El neo-revisionismo K: viejas ideas para nuevos tiempos políticos


La insistente reivindicación de Cristina en torno a la figura de Juan M. de Rosas como supuesto defensor de la soberanía nacional, cuestión acompañada de una política de reimpulso a la corriente histórica revisionista con la creación por decreto del Instituto de Revisión Histórica Manuel Dorrego, parece marcar un giro ideológico-cultural cada vez más claro como hilo articulador del “nuevo relato K”.
Si en la “primera infancia K”, signada por la impronta de las jornadas revolucionarias de diciembre del 2001 que habían jaqueado la legitimidad de las instituciones políticas burguesas, el relato gubernamental abrevó en la reivindicación de la militancia setentista, -con un Néstor Kirchner del 23 % de los votos que se asumía heredero y continuador de esa lucha para construir legitimidad política y recomponer el quebrado consenso de masas con el régimen-, en la “adultez K” (donde dicha empresa fue ya consumada), el cristinismo, 54 % de los votos y crisis internacional mediante, necesita hacerse de un nuevo marco de referencia que actúe como sustrato de la ideología del Estado en los nuevos tiempos que se abren. Cristina se alista para “pilotear la tormenta” a favor del empresariado y ya guardó en el cajón de los recuerdos el “nunca menos” anunciando tarifazos y topes salariales, y como preparativo estratégico viene atacando a los sectores de vanguardia y la izquierda. Para las batallas que se avecinan, donde se hará cada vez más evidente la mutación del propio kirchnerismo (de la “izquierda” a la derecha del arco político), Cristina parece querer rearmase con un arsenal ideológico que, pese a sus intentos de cubrir por izquierda (“queremos reivindicar a los que defendieron el ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante”, planteó en el discurso donde anunció la creación del Instituto) abreva en las fuentes de la tradición nacionalista de derecha, con la reivindicación del caudillo “Restaurador de las Leyes”, jefe de la Mazorca y destacado representante de la oligarquía que se hizo gran latifundista a pura guerra contra el indio.
Pero con esto, lejos de traer algo nuevo, Cristina no hace más que repetir al peronismo histórico (siempre ecléctico, que contuvo desde la reivindicación cookista de la lucha armada hasta la admiración de Perón por la falange española) que supo encontrar en los caudillos federales un mito de origen de la causa nacionalista y patriótica de la que se planteaba continuador. Este relato peronista satisfizo tanto a sus alas izquierdas -no es casual que Montoneros haya adoptado esa denominación, en referencia a las montoneras federales-, como a sus alas derechas -no está de más recordar que el escaso apoyo cosechado por Perón bajo sus dos primeros gobiernos entre la intelectualidad (antes de que la radicalización de franjas de masas de la juventud y la pequeño-burguesía las llevara del gorilismo al peronismo)- provino de círculos nacionalistas reaccionarios inscriptos en la tradición del revisionismo que, como se explica acá, tenían un fuerte discurso anti-liberal, católico y ultra-tradicionalista. A este sector el peronismo le entregó el control de las Universidades. Pero habrá que esperar al tercer Perón para encontrar una reivindicación más explícita de la corriente revisionista por parte del general.
No es casual, tampoco, que el giro neo-revisionista de Cristina reúna hoy en fervorosos aplausos al benjamineano Forster y al ayer menemista y furibundo rosista Pacho O’Donell, que cubren los distintos flancos del proyecto cultural K.
El bonapartismo “connatural” al peronismo (cuya quintaesencia es la idea del Estado que se “eleva” por encima del capital-trabajo para “armonizar”) y que en su fase cristinista va hacia la consumación de la restauración conservadora -cuestión que ha sido largamente debatida acá- llevó al tercer Perón y hoy a Cristina, a buscar en el caudillismo el antecesor histórico de su movimiento. En ambos casos, más allá de las importantes diferencias que median entre la Argentina del 73-74 y la del 2011, se trataba de imponer el orden como necesidad burguesa estratégica y fortalecer la figura a la cabeza del Estado como garantía de la estabilidad, y en esa operación la referencia al “Restaurador de las leyes” venía como anillo al dedo.
En el marco de la creciente radicalización obrera y juvenil, para Perón se trataba justamente de fortalecer el rol de las Fuerzas Armadas como institución bonapartista capaz de conducir la “liberación nacional”: “la verdadera tarea nacional es la liberación (…) la tarea se hace así contra el colonialismo, y el compromiso de las Fuerzas es con el desarrollo integrado del país en su conjunto, realizado con sentido nacional, social y cristiano”; y para eso promovía el pacto social: “nosotros propiciamos que el acuerdo entre trabajadores, los empresarios y el Estado, sirva de base para la política económica y social de nuestro gobierno (…) es el mejor camino para lograr, con el aporte de todos, sacar adelante al país. Los que hayan violado las normas salariales y de precios, como los que exijan más de lo que el proceso permite, tendrán que hacerse cargo de sus actos”.
Cualquier similitud con la retórica de Cristina, que ante el avance de la crisis internacional y el desarrollo del sindicalismo de base, llama al movimiento obrero a “no boicotear” el “modelo” con pedidos de aumentos salariales, no es pura coincidencia.

El revisionismo… ¿la corriente nac&pop de la historiografía nacional?

Es sabido que la polémica acerca del rol histórico-político de Rosas es uno de los grandes nudos problemáticos de la historiografía nacional, que remite al debate más general sobre el rol del caudillismo en el proceso de consolidación del Estado. Desde mediados del s. XIX en adelante, y como parte del proceso de consolidación de la identidad nacional, la historia oficial construida post-Caseros por el ala liberal de la oligarquía (Vicente F. López y Bartolomé Mitre, entre otros) se basó en la antinomia de la burguesía liberal porteña -como expresión de los intereses de la “nación civilizada”- en oposición a los caudillos del interior, símbolos del atraso y la “barbarie” que implicaban un freno a la consolidación estatal y el progreso del país.
Contra este relato de “la historia oficial”, el revisionismo rosista, surgido en los años ‘30 del siglo pasado, puso a los caudillos, y en particular a la figura de Rosas, en el lugar de auténticos representantes de los intereses del pueblo, supuestos defensores de la nación frente a la dominación extranjera. De esta manera, tanto el revisionismo de vertiente más conservadora de los años ‘30, que tendía a identificar la causa nacional con la política de elites ultramontanas (lo que llevó a muchos a la reivindicación del uriburismo), hasta el revisionismo más de izquierda de los ‘50 y ‘60, identificó en los caudillos federales la acción del pueblo, oponiendo a la historia de los grandes héroes de la oligarquía dominante una historia donde las masas y sus intereses de clase están igualmente ausentes y sólo hallan expresión de la mano de alguna fracción de la oligarquía. El revisionista José María Rosa lo expresaba claramente: “eran los jefes. Sentían e interpretaban a la comunidad, y puede decirse que la comunidad gobernaba a través de ellos. Eran ‘aristócratas’, como los he llamado, con protesta de quienes no leyeron a Aristóteles y no saben dar a la palabra su acepción correcta: porque un aristócrata es un auténtico representante del pueblo; sólo se da la aristocracia en función del pueblo gobernado.” (Rivadavia y el imperialismo financiero, pgs. 195-196).
Lejos de los actuales mitos de los intelectuales kirchneristas alrededor del revisionismo como una corriente progresista dentro de la historiografía nacional, lo cierto es que este surgió en la década infame impulsado por sectores de la propia oligarquía -como el uriburista Carlos Ibarguren- que por su misma pertenencia de clase no podía plantear una revisión progresiva de la historia liberal mitrista. Y como para muestra basta un botón, veamos la reivindicación que ésta hacía sobre Rosas: “su acción pública se aplica enérgicamente para defender el orden y la disciplina. Representa en nuestro pasado la encarnación más eficaz y potente del espíritu realista y conservador (…) Fiel a su visión medioeval y reaccionaria, consecuente con las convicciones que siempre mantuvo, fue el brazo irresistible de la reacción conservadora (…) Odio eterno a los tumultos! Amor al orden! Obediencia a la autoridad!”
Revisionista se hizo un sector de la oligarquía que, en el marco de la crisis económica mundial de los años ‘30, el auge del fascismo en Europa y el ascenso del Yrigoyenismo al poder, fue desarrollando un nacionalismo fuertemente conservador, viendo en el general Uriburu la figura capaz de imponer orden y tradición. Por eso, muchos de éstos primeros pro-rosistas fueron firmes partidarios del fascismo y el nazismo, como el Dr. Manuel Fresco, miembro de la Alianza Libertadora Nacionalista, propietario del diario Cabildo -pro-alemán-, gobernador conservador de la Provincia de Buenos Aires, que envió al propio Hitler de regalo un facón con la figura de Rosas grabada.
Asimismo, en el marco del Pacto Roca-Runcimann promovido más tarde por Justo, un sector de la oligarquía que se vio desplazado por la reducción de sus cuotas de exportación frente al acuerdo con Inglaterra -como los hermanos Irazusta, de familia ganadera de Gualeguaychú-, apeló a un nacionalismo conservador buscando en la historia el “momento” antiimperialista de las clases dominantes y sus héroes, embelleciendo así la política de sectores reaccionarios de la oligarquía ganadera bonaerense. Así fue que nació la obra fundacional del mito de un Rosas antiimperialista: “La Argentina y el imperialismo británico”.
Si bien en los ‘40, ‘50 y ‘60 surgieron sectores de izquierda dentro del revisionismo (Jorge Abelardo Ramos y Puigróss entre otros), la matriz de un Rosas “representante de los intereses nacionales”, se mantuvo.
Pero la historia muestra que ningún ala de la oligarquía argentina, ni sus expresiones políticas, unitarios y federales, en sus distintas facciones internas, desplegó una política tendiente a consumar las tareas propias de la revolución burguesa impulsando un desarrollo autónomo del país; algo que Milcíades Peña sintetizó planteando “en ningún momento la burguesía argentina fue capaz de realizar una transformación que conjugara el desarrollo económico de tipo industrial y la independencia nacional sin las rémoras de algún neoimperialismo” (Alberdi, Sarmiento, el 90. Límites del nacionalismo argentino en el s. XIX, Buenos Aires, Fichas, 1973, pg. 55.).
Si hacia la década del ‘80 del s. XIX (momento en que culmina el largo camino hacia la consolidación del Estado centralizado) Argentina emergió como país claramente dependiente financiera, comercial y políticamente de una Inglaterra en pleno desarrollo hacia el imperialismo moderno, esto de ninguna manera se gestó “en un acto” sino que fue un proceso iniciado décadas atrás y del que el gobierno de Rosas, lejos de estar exento, fue parte activa, como debatiremos en el próximo post.

Paula Schaller (IPS KARL MARX)

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