viernes, enero 20, 2012

Un domingo berlinés con Rosa y Karl


Han pasado más de noventa años y la ceremonia –interrumpida sólo durante los períodos más convulsos de la historia del país– sigue siendo más o menos la misma. Aquí estamos, un soleado domingo de un invierno inusualmente poco frío (-1 ºC), que contrasta con los paisajes nevados de años anteriores. Una de las personas a las que se homenajea aquí hoy era más bien reacia a este tipo de actos. «No somos amigos de aquellas ceremonias anuales para el recuerdo de las tradiciones revolucionarias», escribió en 1903, «que con su regularidad mecánica terminan por hacerse cotidianas y, como todo lo que es tradicional, bastante banales.» Todos los 15 de enero se desplazan hasta el cementerio de Friedrichsfelde en Lichtenberg cientos de personas para honrar la memoria de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, asesinados por miembros de los Freikorps –un cuerpo paramilitar formado por soldados desmovilizados generosamente financiado por los capitanes de industria alemanes con 500 millones de marcos a través de la Liga Antibolchevique, y del que formaron parte numerosos nazis, como, por ejemplo señalado, Ernst Röhm y Heinrich Himmler– a los que el ministro de la guerra, el socialdemócrata Gustav Noske, había recurrido para aplastar la insurrección espartaquista de 1919.
El concepto no puede más que interesar a quien proceda de un país de tradición católica, pues lejos del tremendismo de los camposantos del sur de Europa, con su tétrica exhibición de cruces y demás motivos fúnebres, este cementerio se pensó, además de como un lugar de respeto, como un memorial: su estructura circular invita al visitante a pasear en torno al muro, leer los nombres y leyendas inscritos en las estelas y revivir así la historia de la lucha de clases que a ellos va asociada. La historia del Gedenkstätte der Sozialisten es un compendio de la historia del socialismo, con todas sus vicisitudes: aquí están enterrados desde Wilhelm Liebknecht (fundador del Partido socialdemócrata alemán), Karl Liebknecht (fundador del Partido comunista alemán) y Rosa Luxemburg hasta Hilde Benjamin (la fiscal que instruyó la requisitoria contra Wolfgang Harich) o Walter Ulbricht (artífice del Muro de Berlín). Inaugurado en 1881, el cementerio de Friedrichsfelde, sito en la parte oriental de Berlín, comenzó a ser popularmente conocido con el adjetivo de “socialista” cuando después de Wilhelm Liebknecht otros socialdemócratas –Paul Singer, Ignaz Auer, Emma Ihrer– fueron aquí enterrados, una fama que aumentó con el tiempo y se cimentó definitivamente tras la apertura de la fosa común para los caídos en la insurrección espartaquista. Aunque el proyecto de utilizar un conjunto escultórico de August Rodin que se había de titular “La indignación” para honrar su memoria nunca se llevó a cabo, en 1926 se inauguró por encargo de Eduard Fuchs –el historiador y coleccionista admirado por Walter Benjamin– un sencillo monumento a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg diseñado por Mies van der Rohe, ante el cual terminaban las manifestaciones anuales en memoria del asesinato de Liebknecht y Luxemburg, hasta que, en 1933, fue destruido por los nacionalsocialistas. Tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial y la partición de Alemania, se reconstruyeron las lápidas y monumentos vandalizados por los nazis –pero no así la obra de Mies van der Rohe– y se reorganizó el espacio. Los intentos del SED por monopolizar el acto se materializaron en la construcción de una tribuna desde la que los dirigentes del partido ofrecían sus discursos cada 15 de enero, de modo bastante similar a la función que acabó teniendo el mausoleo de Lenin en la Plaza Roja de Moscú en tiempos de la Unión Soviética, sobre el cual los miembros del gobierno y del Comité Central del PCUS buscaban fundar simbólicamente su poder. Pero demostrando que la memoria no se deja instrumentalizar fácilmente para usos políticos, el 15 de enero se convirtió en los últimos días del agonizante régimen de la RDA en un acto de disidencia, cuando los asistentes portaban pancartas con la cita de Rosa Luxemburg: «la libertad es siempre la libertad de quienes piensan de otra forma» (Freiheit ist immer der Freiheit der Andersdenkenden). Hoy es un acto plural, al que acude anualmente todo el espectro de la izquierda alemana.
Sobre la estela funeraria, que no es más que un sencillo bloque de piedra, se hizo inscribir la leyenda DIE TOTEN MAHNEN UNS. Difícil traducción. Los muertos nos advierten. Los muertos nos recuerdan (que murieron y por qué murieron). Los muertos nos apremian. «Mientras escribo estas líneas, recuerdo un diálogo que anoté hace tiempo, cuando leía esa novela del cubano Jesús Díaz que se titula Las iniciales de la tierra», escribe Rafael Chirbes en su ensayo sobre la memoria histórica en el Reino de España. «“¿Los muertos vigilan?”, pregunta un personaje de la novela de Díaz, y su interlocutor le responde: “Vigilan y estarán siempre vigilando porque los vivos traicionaron su sangre.” Así ha sido siempre, así es y, casi con certeza, así seguirá siendo.» [1] Por eso estamos aquí hoy.

La izquierda en Europa y en Alemania

Uno se pregunta por qué se ha tardado tanto en organizar un acto así: a las tres de la tarde en la Volksbühne Berlín –en la Rosa-Luxemburg-Platz– comenzó un acto, que cerraba los de toda la jornada de hoy, en el que participaron el secretario nacional del Partido Comunista Francés Pierre Laurent, la vicepresidenta del Partido de la Izquierda Europea Maite Mola y el secretario de la coalición de izquierdas SYRIZA Alexis Tsipras. Giuliano Pisapia, el alcalde de Milán por Rifondazione Comunista, no pudo asistir al acto. Por La Izquierda, que ponía en esta ocasión la casa, hablaron un enérgico Klaus Ernst –«¿Quién ha vivido por encima de sus posibilidades? ¿Los jubilados, los trabajadores, los parados?»– y Oskar Lafontaine. La izquierda europea comienza a coordinarse tras la desesperada llamada a la salvación de los pueblos de Europa de Mikis Theodorakis y Manolis Glezos en octubre de 2011. Laurent describió la situación francesa tras el anuncio de Standard&Poor's de devaluar la deuda de la segunda economía de Europa y anunció la propuesta para la creación de fondo social y ecológico europeo, una suerte de banco público europeo que habría de sustituir al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, mientras que Mola y Tsipras denunciaron los recortes sociales y la degradación social que atraviesan sus respectivos países.
Frente al renacimiento de los nacionalismos desintegradores y las alegres llamadas a apearse de la moneda única y aún de la Unión Europea, se reivindicó un reforzamiento del progreso de integración, haciéndolo avanzar hacia una Europa solidaria de los pueblos. No cae en saco roto esta llamada, pues de aquélla tentación no está excluida la izquierda populista, a pesar de que Michael R. Krätke ha descrito magníficamente el escenario de lo que sucedería en un caso así. [2] De no ser por los pronósticos sombríos que se abaten sobre Europa, la situación movería a la risa: hoy son euroescépticos los conservadores –y una parte nada desdeñable de teóricos socialdemócratas– que nos empujaron al euro precipitadamente y tacharon de “antieuropeístas” las razonables críticas de la izquierda a las condiciones de introducción de la moneda única. Hoy la unión monetaria ya no se puede revertir salvo a un precio mayúsculo para la población. Por lo demás, no cabe olvidar que, históricamente, Europa nunca fue un proyecto exclusivamente monetario, sino también político y social que llegó a ser defendido no sólo por socialistas y comunistas, sino incluso por Mijaíl Bakunin, como un medio de asegurar la paz entre pueblos en un continente periódicamente devastado por la guerra. [3] Que el debate entre una Europa social y una Europa del capital dista de ser nuevo lo demuestra un texto de Rosa Luxemburg –cuyas traducciones inglesa y española acostumbran a presentarse mutiladas– de 1911:
«No sólo los partidos socialdemócratas, sino también desde el lado burgués aparece de vez en cuando la la idea de una federación europea. […] Ése es el ejemplo del profesor Julius Wolf, un conocido antisocialista que propaga la idea de una comunidad económica europea. Ésta no significa empero otra cosa que una unión aduanera para la guerra comercial contra los Estados Unidos de América y así es interpretada y criticada por los socialdemócratas. […] La solución de una federación europea sólo puede [significar] objetivamente en el seno de una sociedad capitalista una guerra aduanera con América.» [4]
Y algo parecido a una “guerra aduanera” con los Estados Unidos es lo que hemos vivido. A pesar de todos los titulares alarmistas, el euro sigue siendo a día de hoy una moneda más fuerte que el dólar, lo que, antes del estallido de la crisis financiera, generaba interés en ella como divisa de reserva, especialmente en los países petrolíferos (acaso no sea ocioso recordar que Irak comenzó a vender su petróleo en euros en el 2000 e Irán lo hizo en el 2007). « Con un déficit en su balanza comercial de 553 mil millones de dólares en el año 2003, la financiación de las importaciones de petróleo en otra divisa (sobre todo en euros) tendría violentos efectos estructurales para la economía estadounidense y para la economía mundial en su conjunto», escribe Elmar Altvater. «El resto de países –continúa– tendría que importar más productos estadounidenses y exportar menos a EE.UU., lo que equivaldría al caótico final de una división global del trabajo en la que los EE.UU. se permiten financiar su elevado y creciente exceso de importaciones sobre las exportaciones por los países exportadores, cargándose de deudas, pero siendo capaz de desvalorizar esas deudas mediante la devaluación del dólar.» [5] Ni que decir tiene que estos efectos estructurales acarrearían también una pérdida de su hegemonía mundial. Una Unión Europea que actuase además como un bloque geopolítico independiente y no como mera cabeza de puente de la OTAN hacia el Este y hacia el Sur –es decir: para asistir a Israel como “estado vigía” en Oriente Próximo e impedir que Rusia recupere su estatuto de potencia mundial–, tendría también consecuencias positivas en la diplomacia internacional. Se trata, tan sólo, de un ejemplo de lo que es y de lo que podría llegar a ser si Europa no fuera presa de los estrechos intereses de sus élites políticas y económicas. La tragedia de nuestro continente, como ha recordado insistentemente Krätke, es que Europa –la región económicamente más integrada del planeta– se niega a jugar su papel: Europa se niega a ser Europa. Quizá en este punto acaben reconciliándose el internacionalismo revolucionario de Rosa Luxemburg y el europeísmo pragmático de Karl Kautsky.
Mientras tanto aquí en Alemania, es en el Sarre, de donde procede Lafontaine, donde ha saltado la primera noticia política de 2012. La llamada coalición Jamaica –por los colores de conservadores, verdes y liberales– se disuelve por tensiones internas. En verdad la situación política de este pequeño estado federado es particularísima: a comienzos de 2010 se descubrió que un grupo de empresarios encabezado por Harmut Ostermann había financiado durante diez años hasta con medio millón de euros a todos los partidos políticos –368.8000 al FDP; 57.000 a Los Verdes, 44.500 a la CDU y 30.000 al SPD–, lo cual es tanto como decir que el capital puso los huevos en todos los cestos menos en el que menos interesaba, que era el de La Izquierda. La coalición, una iniciativa de Los Verdes del Sarre, hizo que incluso Daniel Cohn-Bendit calificase a su correligionario Hubert Ulrich de “mafioso”. [6] La Izquierda exige la convocatoria de nuevas elecciones. El propio Lafontaine se ha ofrecido a formar coalición con socialdemócratas y verdes. [7] Heiko Maas, el presidente del grupo parlamentario del SPD en el Sarre, no descarta del todo la opción, pero favorece, con el plácet de la Willy-Brandt-Haus en Berlín, una eventual coalición con los conservadores, a pesar de que en este último caso tendría que aceptar el papel de socio minoritario. [8] Los Verdes se lo miran todo desde una prudente distancia. De cerrarse el acuerdo, la coalición entre conservadores y socialdemócratas en el Sarre sería la segunda en Alemania después de la de Berlín. Pero este fantasma se proyecta ya en toda la República Federal: a la hora de escribir estas líneas, las encuestas de intención de voto siguen sin dar una mayoría suficiente a una coalición rojiverde, con lo que, de descartarse un tripartito federal con La Izquierda –un socio incómodo, toda vez que refleja todo aquello que ellos dejaron de ser–, las únicas opciones abiertas serían la reedición de una gran coalición o una coalición entre verdes y conservadores; los conservadores han abierto las puertas a ambas posibilidades con su aprobación del establecimiento de un salario mínimo legal y el apagón nuclear para 2022 respectivamente. [9] En otras palabras: de no sumar los suficientes votos, antes que sacudirse los prejuicios hacia La Izquierda y aceptar su propia responsabilidad en los recortes sociales y rebajas fiscales que nos han conducido a donde estamos, los socialdemócratas y los verdes preferirían entregar el gobierno de la primera economía europea a Angela Merkel que imprimir el urgente giro social que necesita toda la Unión Europea.

La memoria como puente entre pasado y futuro

Jakob Augstein ha advertido recientemente contra el cinismo del poder de la derecha y contra el cinismo de la resignación de la izquierda, una «resignación airada de labios sellados, que desconfía tanto del sistema que incluso la dimisión del presidente de la República Federal le resulta indiferente, porque nada cambiaría.» [10] El cinismo, como ha dicho Gregor Gysi, puede parecer inteligente, pero ayuda más bien poco. Es domingo, 15 de enero de 2012. Un grado bajo cero en Berlín. Francia sigue conmocionada por la pérdida de la triple A de sus bonos del tesoro. En Nigeria, donde la mayoría de la población vive con menos de dos dólares al día, los trabajadores del sector petrolífero amenazan con ir a la huelga en protesta por la decisión del gobierno de retirar los subsidios del petróleo. Escocia busca la independencia. El gobierno indio inicia una investigación sobre los tour-operadores que ofrecen “safaris humanos” en las Islas Andamás en los que los turistas indios se divierten lanzando comida a los indígenas. Disturbios en Magdeburgo tras una manifestación antifascista. Ruido de sables en el estrecho de Ormuz. Pues sí, el mundo sigue en crisis. Por eso estamos aquí hoy.

Notas:

[1] Rafael Chirbes, “De qué memoria hablamos”, Por cuenta propia. Leer y escribir (Barcelona, Anagrama, 2010), pp. 247-248.
[2] Michael R. Krätke, “ Grecia y la salida del euro: un país entero hacia la bancarrota ”, Sin Permiso, 13 de noviembre de 2011.
[3] Mijaíl Bakunin, “Federalism, Socialism, Anti-Theologism” (1867). El texto puede encontrarse en la edición inglesa del Archivo Virtual de los Marxistas: < http://www.marxists.org/reference/archive/bakunin/works/various/reasons-of-state.htm >
[4] Rosa Luxemburg, “Friedensutopien” (1911). El texto completo puede encontrarse en la edición alemana el Archivo Virtual de los Marxistas: < http://marxists.org/deutsch/archiv/luxemburg/1911/05/utopien.htm >
[5] Elmar Altvater, El fin del capitalismo tal y como lo conocemos (Barcelona, El Viejo Topo, 2012), en imprenta.
[6] “ Cohn-Bendit über Saarland-Grüne: Der Ulrich ist ein Mafioso ”, taz, 12 de octubre de 2010.
[7] “Lafontaine offen für Rot-Rot-Grün an der Saar”, Der Westen, 6 de enero de 2012.
[8] “ Personaldebatten der Linkspartei: Lafontaine will nicht mitschwadronieren ”, taz, 13 de enero de 2012.
[9] Umfrage-Barometer, Der Spiegel, 15 de enero de 2012. < http://www.spiegel.de/flash/flash-24389.html > [
10] Jakob Augstein, “ Die reinigende Qual der Reue ”, Der Spiegel, 22 de diciembre de 2011.

Àngel Ferrero , miembro del Comité de Redacción de SinPermiso, es un escritor y crítico cultural alicantino radicado en Berlin.

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