domingo, agosto 12, 2012

Mika Etchebéhere (alias de Mica Feldman) : Capitana, mi capitana


Los bisoños participantes en los acalorados debates de la rue d’Aubriot, necesitamos un cierto tiempo en saber que aquélla menuda y discreta dama con un leve acento argentino que intervenía en las polémicas con tanta ponderación, tenía el extraño nombre de Mika Etchebéhere (Santa Fe, Argentina, 1902-París, 1992), amén de una larga historia en la que, como una excepción, se hablaba de su compañero en referencia a ella. La de guerra, como todos, pero también en la historia del trotskismo latinoamericano y europeos y mIS recientemente en los mismísimos acontecimientos de mayo, en cuyos vientos bebíamos.
Alguien nos contó que Mika había sorprendido a los insumisos de Quartier Latin brindándose a contribuir a levanta las barricadas de adoquines contra el viejo mundo. Su apariencia no era precisamente la de una «enragée» sino la de una abuela de 66 años, tanto era así que cuando trata de volver a su casa por unos guantes y se da bruces con una feroz patrulla de «flics», éstos ni cortos ni perezosos la amonestaron por transitar por un lugar tan peligroso. Después la acompañaron amablemente a su casa.
Cuando hablaba de estas cosas, Mica mostraba un agudo sentido de la ironía y reía jovialmente Parecía que no le daba mayor importancia a nada, así siguió en el mismo tren que había cogido en su agitada juventud, militando bien contra el franquismo, bien contra la dictadura militar argentina, o en apoyo de las candidaturas de Alain Krivine, tal como expresaba en Una entrevista que el autor de estas líneas recuerda haber leído en una de esas revistas llamadas del «corazón».
En un magnífico retrato biográfico, el amigo Horacio Tarkus (1) nos habla en detalle de Mika Etchebéhere. De padres judíos rusos que habían llegado años antes a la Argentina huyendo de los pogromos con los que los llamados «cien negros» asolaban los gettos de la Rusia zarista. Su infancia transcurre en una colonia de emigrados rusos abiertamente socialista, no en vano buena parte de ellos eran revolucionarios fugados de las estepas siberianas y de un ambiente abiertamente hostil.
A los catorce años, Mica entra en relación con las ideas anarquistas y forma parte de la Agrupación Femenina que ostenta el nombre de «Louise Michel», la famosa «petrolera» de la Commune Tiene dieciocho años, llega a Buenos Aires para estudiar Odontología, pero pronto se conecta con el activo grupo vanguardista llamado «lnsurrexit», que agrupa a un puñado de jóvenes universitarios de las izquierdas socialistas que se rige como un referente de primer orden cultural alternativo en la intempestiva Argentina de su tiempo.
Será en este avanzado medio donde conoce a Hipólito Etchebéhere (Sa Pereira, Santa Fe, 1900-Atienza Madrid, 1936), hijo de padre vascofrancés, madre oriunda de Burdeos, y con el que iniciará un romance amoroso de película, una historia que va más allá de su muerte Esta llegará trágicamente cuando ya era un auténtico mito entre los poumistas, todo un experto e el difícil arte de la guerra revolucionaria, y del que «Quique» Rodríguez contaba que había estudiado los escritos militares de Trotsky cuya edición castellana prepararía en 1968 Juan Andrade para Ruedo Ibérico (en traducción del ruso de Fernando Claudín).
En Argentina, la repercusión de la revolución rusa afectó en primer lugar a los judíos, y al mismo tiempo exasperaba el antisemitismo de los reaccionarios en un tiempo en el que todavía según Mika: «Ser ruso quería decir bolchevique, revolucionario, responsable de la lucha que libraban en ese momento los obreros de una de las mayores fábricas del país mediante una huelga que, por su dimensión y firmeza, hacía temblar a la burguesía». La consecuencia la contemplará una mañana de enero de 1919, Hipólito desde el balcón de su casa cómo la policía arrastra por las calles, atados a la montura de su caballos, a ancianos judíos de barba blanca sacados del getto de Buenos Aires. Es una escena harto elocuente de la llamada «Semana trágica» provocada por la huelga de Vasena que paraliza la metalurgia, una respuesta obrera que por su magnitud y firmeza hace temblar a la burguesía y desata el frenesí argentinista de la Liga Patriótica de Carlés, un ensayo de fascismo criollo.
Se trata de dar un escarmiento a la «gentuza responsable de los disturbios obreros, causante de la lucha que llevan los obreros de Vasena». La «tropa» formada por «gente bien» y de hampones de la Liga Patriótica entra en el barrio de “los rusos», y los jinetes del escuadrón arrastran entre sus caballos a los obreros. Las calles se manchan de sangre. Para Hipólito es el principio de un compromiso revolucionario, y ambos dan un paso al Partido Comunista argentino que se estaba constituyendo.
Orador apasionado, conocedor de primera mano de los líderes de Octubre, mantiene desde un principio punto de vista crítico. Cuando empezó en Rusia la lucha contra Trotsky, Etchebéhere, no tiene dudas, por lo que fue finalmente expulsado por ““trotskista, por labor fraccionalista y antibolchevique» Tras esta expulsión, la pareja emprende un periplo aventurero por la Patagonia que tiene el doble objetivo de un reposo para cuidarse de una tuberculosis incipiente muy quebrantada por los años de privaciones y actividad desmedida, y ganar dinero para viajar a Europa.
Estos fueron —escribirá Mika— «nuestros años patagónicos, la mayor tentación de nuestras vidas para quedarnos en esas tierras bravías, solitarias, barridas por los vientos en la costa, remansadas en los paisajes de la pre-cordillera y la cordillera de los Andes. Eran esas tierras por entonces todavía tierras de aventura, con la fortuna fácil al cabo de tres o cuatro años de trabajo, y una existencia ancha, sin trabas ciudadanas, junto a seres que parecían salidos de los libros de Jack London».
En junio de 1931 la pareja llegaron a Madrid, donde se contagiaron gustosamente de la euforia republicana, dos meses después de ser declarada la República. De Madrid van a París en octubre de 1932, llegan a Berlín en plena crisis social, cuando el dilema entre revolución y contrarrevolución se palpa en el ambiente decrépito de la República de Weimar. M tiempo que se apuntan en el PCA, entran en contacto con el grupo de Oposición aglutinado entorno al grupo “Posición comunista”, llamado de Weding, que anima Kurt Landau. Mika recuerda que con la intención de «perfeccionar el idioma y acercarnos a los obreros», ambos se inscribieron en la Escuela Marxista del PCA, «que era también una escuela a secas, con clases para los adultos y que fue para nosotros la escuela donde aprendimos a juzgar la paralizador nefasta de la Internacional Comunista, fielmente ejecutada por los jefes del partido. Los militantes repetían y difundían como autómatas la burda interpretación del nacional-socialismo que difundía la Internacional Comunista; trataban a los obreros socialdemócratas de socialfascistas, pero eso sí, desfilaban en manifestaciones tan densas, tan disciplinadas, tan evocadoras de un verdadero ejército revolucionario por las escuadras de combate que marchaban a s frente, que estremecían a la burguesía».
Ellos sabían «que el PCA tenía armas, que los barrios rojos estaban organizados por bloques de casas para la lucha: asistimos en las elecciones de noviembre de 1932 a la pérdida de un millón de votos sufrida por los nazis, pero asistimos también, cuando Hitler fue llamado al poder por Hindemburg de la manera más pacífica, al tremendo desconcierto, a la pasividad que escondía el izquierdismo estalinista». Descubren que la «actitud de socialdemócratas y comunistas sólo hace que añadir desconcierto entre las filas del mayor movimiento obrero organizado del mundo. Viejo: estamos vencidos. Y vencidos ignominiosamente. Se acabó nuestra antigua esperanza en Alemania. Habrá, sí, terribles batallas aisladas, un sangriento terror, una larga guerra civil (sabrás que el proletariado antifascista está organizado por calles; a veces por casas, en los grandes inquilina. tos) en los meses venideros. Caerán los mejores. Junto a una abnegación y un valor individuales admirables, una enorme paralización y desorientación como clase».
Tamaña decepción quedará bien reflejadas en los artículos publicados con el pseudónimo de Juan Rústico, en la revista francesa Mases, editada por su amigo René Lefeuvre que se convertirá en un libro titulado 1933: La tragédie du prolétariat allemand. Defaite sans combat victoire sans péril, derrota sin combate por parte de comunistas y socialistas, victoria sin peligro, sin apenas oposición, la del nazismo. La tragedia los lleva nuevamente a París, donde vuelven a coincidir con los Landau, y traban amistad con otra pareja legendaria, la constituida por Alfred Rosmer (1879-1962) y Marguerite Thévenet habían forjado una unidad tan fuerte que Broué los definió como «un militante de dos cabezas». Mika evocará las veladas en la Granja de los Rosmer en Perigny, donde en 1938 tendrá lugar el congreso constituyente de la IV Internacional. Los Etchebéhere participan en la creación de la revista Que Faire? en 1934 junto con unos pocos opositores de izquierda del PCF, en una época definida por un ascenso fascista que tiene como objetivo una contrarrevolución preventiva que pretende acabar de una vez por todas con el movimiento obrero organizado.
Ella gana algunos francos dando lecciones de español a domicilio, él no se ha recuperado de la tuberculosis. Mika le cuida, y tienen claro que se han desposado con la revolución, por lo tanto han renunciado de común acuerdo a tener hijos, esos hijos que apenas verán a sus padres como fue el caso de Trotsky o de Nin. A veces temen que la revolución los devore, y buscan su tiempo para vivir su vida aunque sea como un paréntesis ya que en octubre de 1934, se sienten llamados por la Comuna de Asturias, e inmediatamente se ponen e marcha. «Fuimos a renovar nuestros pasaportes para ir allá. La sangrienta represión de ese movimiento ejemplar, tan próximo de la Comuna de París por sus motivaciones y su desarrollo, cortó nuestro impulso. Rústico escribió magníficas páginas sobre la lucha asturiana que, desgraciadamente, desaparecieron en Barcelona cuando los estalinistas saquearon las oficinas del POUM durante las jornadas de Mayo de 1937», escribe Mika en el prólogo a la edición de 1981 del testimonio alemán de «Hippo».
Éste llegó a Madrid en mayo de 1936 y Mika en julio, pero antes de que puedan iniciar su periplo asturiano, tiene lugar el Alzamiento: «aun no habíamos acabado de contarnos nuestra ausencia, cuando el levantamiento de los generales fascistas estalló como una tormenta que borró el pasado e hizo nacer la esperanza». En el mismo 18 de julio empezaron a buscar armas para alistarse. Caminan junto acta el Cuartel de la Montaña con sindicalistas de la UGT y de la CNT, en medio de «grupos de jóvenes casi niños y hombres casi mezclad’ entre rumores y discursos, entre canciones y consignas, mezcladas a la marea que subía de todos los barrios y desembocaba enfebrecida sobre la Puerta del Sol. A todos nos temblaban las manos ansiosas de un arma. Nadie preguntaba a nadie a qué partido pertenecía. La voluntad de luchar había roto las barreras que todavía ayer separaban a lo trabajadores. Los que aún marchábamos con las manos vacías mirábamos con ojos de mendigo a quienes ya llevaban un fusil, una escopeta, una pistola, un cinturón de cartuchos».
El mismo día 19 se enrolaron en la escuadra del POUM, «la organización política más cercana a nuestro grupo de oposición y parten con sus banderas hacia el frente con una columna de 120 miembros de la Columna Motorizada del POUM, compuesta por tres camiones y otros tantos turismos, al frente de la cual, como comandante o responsable», papel que asume con soltura Hipólito que siempre ha tenido claro que la defensa de la revolución pasa por la creación de un ejército revolucionario. Lo tenía claro: «La hora del gran combarte había llegado. La revolución estaba por fin al alcance de sus manos ávidas. Ya no se trataba más de lecturas, de tesis teóricas, ahora tocaba luchar con las armas por lo que había elegido a la edad de 19 años. Y luchó 29 días dichosos, alegre de exponer su vida a cada rato, burlón o serio cuando yo le pedía que no se hiciese matar antes de lo necesario», por lo tanto «el que manda no debe agacharse cuando silban las balas, me respondía. Ya sabes que el valor físico es la cualidad máxima en España. Para que los demás avancen, el jefe debe march el primero, aunque sepa que puede morir».
Será uno de los primeros en caer, pero aún así con el tiempo y el esfuerzo suficientes para consolidar una jefatura que comparte con Mika. Tanto es así que ésta obtiene el reconocimiento de los demás combatientes como «heredera» de la jefatura militar de su compañero. Más tarde, con la integración de la milicia poumista en el ejército republicano, obtendrá el grado de capitana en la División comandaba el eficiente albañil anarcosindicalista Cipriano Mera. Esto significa que fue la única mujer que ocupó un cargo con mando de tropa en el curso de la guerra civil. La experiencia de la guerra transformaría a Mika, sorprendida, no ya de la igualdad que ha conquistado sobre una columna de varones en la que también participan unas pocas mujeres, entre las que sobresale Emma Roca, a la que distingue «tan pequeñita en su mono de miliciana, pero de porte tan marcial que la llamamos “nuestro soldado de chocolate»2.
Su ejemplo anima a un grupo de mujeres a abandonar el Quinto Regimiento trasladarse a la columna del POUM que comanda Mika. «Soy de la columna Pasionaria, pero prefiero quedarme con vosotros. Aquellos [los comunistas] nunca quisieron dar fusiles a las muchachas. Sólo servíamos para lavar los platos y la ropa». Hilario, un viejo miliciano, se resiste, y cuando una de ellas implora, otra se indigna: «Eso sí que no. He oído decir que en vuestra columna las milicianas tenían los mismos derechos que los hombres, que no lavaban ropa ni platos. Yo no he venido al frente para morir por la revolución con un trapo de cocina en la mano». La intervención de Mika cuenta con una autoridad reconocida que neutraliza los dichosos prejuicios.
En Rojas, Mary Nash hace el siguiente comentario sobre el episodio:
«Finalmente, Etchebéhere se las ingenió para convencer a los hombres de que aceptaran una división igualitaria de las tareas de la Columna, pero indudablemente eso sólo se consiguió porque la oficial al mando era una mujer con una conciencia feminista sumamente excepcional en lo tocante a la igualdad de las mujeres».
Otro detalle entre cien ilustra sobre su capacidad de mando. Una noche en Sigüenza, un miliciano que debía ocupar su turno de centinela duerme profundamente. Nadie puede arrancarlo de su sueño Mika lo agarra del pelo con la mano izquierda, lo abofetea con la derecha. Nadie sabe como puede reaccionar un hombre en un momento así, pero como la propia Mika cuenta: «Me mira fijo un instante, muy corto, se levanta, toma el fusil que le tiende el compañero y se marcha con paso decidido al parapeto. Cuando vuelvo a acostarme, el pensamiento de lo que acabo de hacer me impide dormir. ¿Por qué se ha dejado pegar ese hombre? ¿De qué honduras ignoradas salió mi violencia?». Necesitó todo el acopio posible de valor y lucidez para ganarse semejante apoyo como mujer y como poumista con lo que esto último llegó a significar. Pero los soldados se guardaron sus posibles prejuicios y la apoyaron.
Algo tuvo que ver Cipriano Mera que dijo de ella que era una mujer valiente y capaz, acaso demasiado madre —cosa natural— con los milicianos a sus órdenes, había dado ya pruebas de gran serenidad y decisión: encontrándose cercada con otros camaradas suyos en Sigüenza, logró abrirse camino y escapar del enemigo».Mika fue una capitana que aplicaba al pie de la letra las reglas de «Hippo», y se sitúa en la primera línea en los combates como los de Sigüenza o en el frente de Guadalajara. Aparte de mujer es una «trotskista», se dice entre la tropa que no entiende. Leen las acusaciones y mascullan entre ellos. Ninguno quiere entrar en discusión, prefiere ignorar su credo. Un día pasan delante de un muro en el que hay una pintada firmada con la hoz y el martillo que pone encuentras un fascista, detenlo; sí encuentras un trotskista, mátalo”. Se hacía un silencio muy grande en la sala poumista de la rue d’Aubriot cuando Mika narraba estas historias, contadas con una gran serenidad. Cuando los jóvenes incrédulos preguntábamos, nos llovían otros ejemplos del odio sectario incubado por el estalinismo.
Mika fue detenida en el frente de mediados de Mayo de 1937 y conducida a los calabozos de la Dirección General de Seguridad (DGS) en Madrid, bajo la «desafecta» a la República. Afortunadamente, Mera acude a la DGS y se entrevista con el director, Manuel Muñoz, ante el cual expone la irreprochable conducta militar de Mika, y señala que detrás de todo hay una maniobra estalinista para «deshacerse de esa mujer por ser del POUM». Al ser liberada, Mika se incorporó a la organización libertaria «Mujeres Libres». La historiadora Martha A. Ackelsberg recoge una anécdota relatada por Amada de Nó que evoca el día en que Mika se presentó en la Agrupación de Barcelona de las Mujeres Libertarias y en un primer momento, fue confundida con «un soldado muy majo».
Tras la ocupación militar-fascista de Madrid en marzo de 1939, Mika fue detenida por una patrulla franquista, pero consiguió refugiarse en el Liceo francés, gracias a que poseía un pasaporte francés. Gracias a las gestiones de sus amigos franceses consigue ser repatriada desorientado que sufre la derrota de un combate huelguístico, y a París, donde ve como cae otra muralla, el movimiento obrero cómo se descompone con más pena que gloria el Frente Popular. Al poco de llegar, Francia entra en la guerra que había querido evitar en septiembre de 1939. El 14 de junio el ejército nazi entra en París con todo lo que eso significa para una judía argentina y trotskista.
Entonces su única salida parece pasar por cruzar el Atlántico y regresar a su país natal. Allí se instala nuevamente en Buenos Aires, pero la historia dará otro tumbo incierto Ahora le toca asistir al irresistible ascenso del peronismo al poder (1943) pasando por encima de los restos del naufragio de una izquierda revolucionaria desorientada. Encuentra el panorama desolador, la izquierda confundida no duda en pactar con los partidos burgueses, y no encuentra su lugar decide a regresar a París (1946). Se vuelve a ganar la vida traduciendo del francés al español.
Sus convicciones de trotskista sin adjetivos se mantienen, no decaen con la edad aunque sin duda son más discretas y melancólicas Cuando la conocí a finales de los sesenta, la historia la había atropellado ya varias veces, pero todavía sufriría por muchas causas, en particular por la llaga da los “milicos” al poder, con el terror infinito de la contrarrevolución, pero siguió firme hasta el final como lo que fue, la capitana feminista y proletaria.

--1). Su trabajo (el más completo que se haya hecho sobre los Etchebéhere), está titulado Hipólito Etchebéhere y Mika Feldman, de la reforma revolucionaria
a guerra civil española, y publicado en "El Rodaballo", Revista de Política y Cultura, Nº 11/12, Buenos Aires, 2000, y que se puede encontrar en fundanin.org.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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