lunes, septiembre 10, 2012

Durruti, el rostro de la revolución española



De un tiempo a este parte ando leyendo con mucho interés el último libro de Miquel Izard, Que lo sepan ellos y no lo olvidemos nosotros (Ed. Virus, Barcelona, 2012), todo ello en línea de artículos y debates sobre la “obra constructiva” de la revolución española, sobre todo en Cataluña, en toda Cataluña, una controversia histórica que se ha acentuado en los últimos tiempos. En esta controversia la actuación del anarcosindicalismo y de figuras como Durruti cobran la mayor importancia tanto desde la coincidencia como desde la divergencia
Tomando el hilo de Durruti, recuerdo que en el momento de escoger una portada para la obra colectiva Barbarie fascista y revolución social (AAVV, Salvador Trallero Editor, Seriñena, 2011), la propuesta de una portada dividida entre los que mejor representaron una cosa y otra quedó establecida entre Franco y Durruti. Este trabajo divulgativo ha dejado paso a otros, básicamente con el mismo enfoque, y desde lo cuales se confirma, detalla e interpreta una revolución social, largamente esperada, y que fue el principal factor de la respuesta de los trabajadores a una trama golpista alimentada por la fracción colonialista del ejército al servicio de la oligarquía. Al fondo, los espectros de la revolución rusa de una lado, y del ascenso nazi-fascista del otro.
Como es sabido, esta revolución resultó geoestratégicamente inoportuna para las potencias democráticas y para Stalin en la cumbre del poder más absoluto, y acabó siendo ocultada como tal en la narración de una guerra social que acabaría siendo interpretada como mero prólogo de la II Guerra Mundial. De ahí que las corrientes más implicadas en el proceso revolucionario, los anarcosindicalistas en particular, acabaran en el ostracismo histórico. Sus abogados –por llamarlos de alguna manera- tuvieron que ante todo militantes que –como no podía ser menos- interpretaron los hechos desde su punto de vista, como todo el mundo. Sin negar sus limitaciones, esfuerzos intelectuales como los de José Peirats y Abel Paz merecen la consideración de “imprescindible”, algo que raramente se podrá decir de muchos historiadores profesionales cuyos puntos de vista resulta cuanto menos tan “partidario” (1) como los citados.
En medio de este frondoso debate he tenido ocasión de repasar a gusto uno de los libros más atractivos y conocidos sobre Durruti, es sin duda El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Du­fruti, obra de Hans Magnus Enzensberger en su fase más creativa y de izquierdas (2). Se trata de una “novela” de tono experimental en la el autor utili­za para sus fines diversos testimonios: desde el de un ex-divísionario azul, como es el caso de Luís Ro­mero (luego novelista e historiador, autor de una obra a considerar, Tres días de julio), a los de la viuda y la hija del mismo Durruti pasando por el sacerdote Je­sús Arnal, escribiente de la columna. Enzensberger también entra en la cantera historiográfica cenetista, está claro que ha leído a José Peirats al detalle, pero también lo hizo con el testimonio de periodista soviético Mijhail Koltsov, cuya devoción estalinista no le evitará acabar siendo de­purado nada más regresar. Amigos y enemigos se cruzan, Enrique Líster y Ricardo Sanz entre otros como Jaume Miratvilles, quien, a pesar de su trayectoria ulterior, escribió en la época unos testimonios en los que se puede percibir el eco de la militancia bloquista, efectiva al menos hasta 1934.
En su día se habló de “collage”. Y es que Enzensberger demuestra una notable capacidad de entrelazar un mosaico muy diverso de testimonios, «omitien­do, traduciendo, acortando y mon­tando», también parafraseando, pero- respetando siempre la «razón de los demás”, según confesará; todo sin menoscabo de conservar e inte­grar una voz propia que en ocasiones también surgen de de las fuentes derivadas de numerosas entrevistas personales entre Enzensberger y el informante, ya que por entonces, los testigos todavía abundaban. El método seguido por Hans Magnus Enzensberger para trazar la «novela» de Durruti es ciertamente insólito. Rechazando la “novela de aventuras”, por el temor a ser tomado por mentiroso, preci­samente cuando ha cesado de in­ventar y se atiene estrictamente a la “realidad”, Enzensberger lleva a cabo un inteligentísimo “montaje” a partir de casi la totalidad de fuentes, la mayoría de primera mano, que se ha procurado. De este modo, la “no­vela de Durruti” pasa a ser una crea­ción colectiva, una voz anónima y popular, en lugar de deberse a la “calenturienta” imaginación de un solo autor, con todas las limitaciones que tal sistema comporta. Pero al margen de sí se trataba o no de una nueva forma de novelar, el hecho es que consiguió un libro de esos que “se beben”, y lo hacía sin dejar de cuestionarse sobre hasta qué punto los errores, no pesaron de manera decisiva en el trágico balance final. En resumen, se podía decir que el autor que ha sabido “contar la historia como novela” como diría Norman Mailer.
Durruti está visto desde una mayor complejidad de la que es propia, por ejemplo en el minucioso retrato de Abel Paz, por no hablar de algunos divulgadores como Joan Llarch o Julio C. Acerete (3). Enzensberger describe detalladamente sus característi­cas, por su entorno social y político, pedía expresamente, para ser abar­cado, este enfoque comunitario, esta voz múltiple y polivalente, este rescate de la memoria colectiva que, por ser anónimo, con tanta frecuen­cia se olvida y tergiversa. El poeta alemán abre su fresco con un prólogo que reproduce las impre­siones de un testigo presencial del entierro de Buenaventura Durruti, en la Barcelona de los últimos días de noviembre de 1936. A partir de ahí, el libro se estructura en ocho comen­tarlos del autor, seguido cada uno de ellos de ese “clamor popular” en el que “hasta la mentira irradia su parte de verdad”, como diría Fran­cisco Carrasquer sobre la edición ho­landesa del libro. En el primer co­mentario, el autor nominal se permite explicitar el método seguido: “La novela de Du­rruti —precisa— no debe interpre­tarse como una biografía producto de una recopilación de hechos, y menos aún como reflexión científica. Su campo narrativo sobrepasa la mera semblanza de una persona. Abarca también el ambiente y el con­tacto con situaciones concretas, sin el cual este personaje sería imposi­ble de imaginar”.
Y continúa: “…el na­rrador ha omitido, traducido, acor­tado y montado. Involuntaria o pre­meditadamente ha introducido su propia ficción en el conjunto de las ficciones, excepto que la suya tiene razón en tanto tolere la razón de las otras (...) Todo lo que aquí está es­crito ha pasado por muchas manos y denota los efectos del uso. En más de una ocasión esta novela ha sido escrita también por personas que no se mencionan al final del libro. El lec­tor es una de ellas, la última que cuenta esta historia. 'Ningún escritor se hubiese propuesto escribirla”.
A este singular primer comentario, le siguen bre­ves estudios sobre los orígenes del anarquismo español; sobre el dilema político planteado entre la huelga re­volucionaria de 1917 y el adveni­miento de la Segunda República en 1931; las tensiones políticas y socia­les durante la propia República, en­tre 1931 y 1936; la concreción del enemigo en las primeras semanas de la guerra; el declive de los anar­quistas, por su carencia de un aparato político organizado, tras los primeros meses en los que el poder les correspondió, sobre todo en la parte noreste de la península; la figura del héroe, trazada antes por «la desmitificación personal y la notificación co­lectiva» que al contrario; y el enveje­cimiento de la revolución, tras la de­rrota.
Estas últimas páginas revelan en Enzensber­ger a un testigo de parte, no por ello menos genuino y verídico: “Esta re­volución vencida y envejecida no ha perdido su integridad. El anarquismo español, por el cual han luchado toda su vida estos hombres y estas muje­res, nunca ha sido una secta al mar­gen de la sociedad, una moda inte­lectual ni un burgués jugar con fue­go. Fue un movimiento proletario de masas, y tiene menos que ver con el neoanarquismo de los grupos estu­diantiles actuales, de lo que mani­fiestos y consignas hacen suponer. Estos octogenarios contemplan con sentimientos contradictorios el re­nacimiento que experimentan sus ideas en el Mayo de París y en otras partes. Casi todos han trabajado toda la vida con sus manos. Muchos de ellos van aún hoy todos los días a las obras y a la fábrica. La mayoría traba­jan en pequeñas empresas. Decla­ran con cierto orgullo que no depen­den de nadie, que se ganan la vida por sí mismos; todos son expertos en su especialidad. Las consignas de la 'sociedad del tiempo libre' y las utopías del ocio les son ajenas. En sus pequeñas viviendas no hay nada superfluo; no conocen la disipación ni el fetichismo del consumo. Sólo cuenta lo que puede usarse. Viven con una modestia que no los oprime. Ignoran tácitamente las normas del consumo, sin entrar en polémicas”.
He considerada esta larga cita necesaria por cuanto expone con sobria justicia un código moral bien distinto del que la ideolo­gía burguesa (e incluso o quizás sobre todo, cuando pretende no serlo) atribuye a la creación de un estereotipo del anarquismo.
Esta nueva lectura confirma a nuestros ojos que Enzensberger ha llamado “novela” a esta apasionada reconstrucción de la vida y muerte de Durruti, no fue por un exceso de modestia y menos aún por ironía. Estuvo motivado por una preocupación por el rigor, rigor ni más ni menos paradójico que la propia empresa del libro. El volumen empieza con un prólogo, “Los funerales”, y concluye con “La posteridad”. Este arco se inserta la trayectoria de un combatiente proletario audaz y decidido. Nos describe su infancia en una pequeña ciudad del norte de España parte de lo dicho sobre las presuntas “siete muertes” de Durruti, que nunca han sido aclaradas. Hans también justifica su decisión por narrar el periplo de del personaje basándose exclusivamente en documentos: reportajes, discursos, octavillas, folletos; así como memorias y entrevistas con testigos oculares que sobrevivieron. Esta vida no está escrita por nadie, y por una razón poderosa: ningún escritor se habría arriesgado a escribirla: “se parece demasiado a una novela de aventuras”, dice Enzensberger citando a Ehrenbourg.
Aproximación novelada, novela-collage, pues, reconstrucción siempre fragmentaria, a la vez incompleta y demasiado rica, “contradictoria”, siempre vinculada a las centelleantes incertidumbres de la tradición oral: novela de Durruti donde la historia es representada como “ficción colectiva”. La necesidad de este procedimiento narrativo se manifiesta en cada página. Está muy centrada en la persona de Durruti, el cual, antes de convertirse en uno de los líderes militares de la guerra civil, participó en España y fuera de ella, en muchos atentados, atracos a bancos y secuestros, actos clandestinos por definición, y de los cuales sería inútil esperar la relación exacta. Pero también gira en torno a la naturaleza misma del sueño anarquista. “Allí donde las masas toman por su mano sus propios asuntos, en vez de confiarlos a los dirigentes políticos, no es habitual publicar las actas. Raramente lo que ocurre en la calle se relata por escrito”, nos dice. En otro lugar, declaró: “Fue un trabajo apasionante porque me permitió hablar con un tipo de personas que en el mundo actual ya no serían reales, porque la pureza de aquella gente ya no existe», y calificó esa etapa del anarquismo español como “una de las aventuras más fascinantes del siglo XX”, como un territorio al que tenemos que volver apara entender sus grandezas y miserias.
Pero en realidad, aquella fue una revolución a medias que duró mientras la CNT mantuvo un cierto equilibrio de fuerzas, luego ya nada fue igual. Los problemas no fueron pequeños, se operó la colectivización de las tierras, se abolió el dinero y proclamó la igualdad total, pero vio las limitaciones del ideal de una sociedad sin Estado. Cierto es que, no habían muchas otras opciones. De una parte estaba la contrarrevolución que trataba de aniquilar “hasta la raíz” los sueños gestados en la Ilustración, de otro una izquierda marxista que tomaba a la URSS de Stalin como el modelo a seguir. En medio, los partidos obreros, la izquierda socialista y el POUM, con los que la CNT tenía viejos litigios.
La CNT (y su brazo “partidario”, la FAI), se encontraron con una situación que no se parecía en nada a las que habían diseñado en los debates del congreso de Zaragoza (¡celebrado a principios de mayo de 1936¡), y ni tan siquiera consideró la posibilidad de una opción de una gobierno de la mayoría obrera que no era ni una “dictadura anarquista”, ni una ampliación del gobierno del Frente Popular a los que, con el poder en sus manos, no tenían porque desechar siempre que actuaran a favor de una guerra revolucionaria. Tampoco tenían prevista una guerra dura y larga, ni habían considerado la necesidad de métodos no convencionales…
La muerte de Durruti, y el tono glorificador que preside su sepelio, se inscriben en un proceso de retroceso revolucionario que culminará a mediados 1937. Con la derrota de 1937, no solamente se acaba el periodo revolucionario iniciado en 1934, es también la última gran batalla del anarquismo histórico, el final de toda una época. Después, la historia pasará por otros lugares. Eso sí, siempre quedaran el corto verano de la anarquía, una novela sobre Durruti sobre el que los profesionales de la historia seguramente encontraran puntos críticables pero que treinta años más tarde todavía se puede leer con entusiasmo.

Notas

--1) En los últimos tiempos hemos asistido a una suma de trabajos historiográficos que suponen en carga en toda regla contra la actuación de la CNT en los años treinta. Entre ellos, seguramente el más escandaloso ha sido el retrato de “desconstructivo” de José Peirats efectuado por el ilustre académico Enric Ucelay de Cal, paradójicamente escrito para “presentar” la edición de Mi paso por la vida (Flor del Viento, Barcelona, 2009. Una buena concentración de estas descalificaciones sumarias se pueden encontrar en algunas de las ponencias integradas en la edición de José Luís Martín Ramos, Els Fets de Maig (El Viejo Topo, Barcelona, 2010)
--2) «El corto verano de la anarquía», fue editado en alemán en 1972 y traducido a las principales lenguas del mundo en los años subsiguien­tes. En 1975 se traduce al español, aunque en edición reservada a His­panoamérica. Fue editada por Grijalbo en 1976, y se convirtió en un best seller. La última edición fue en Anagrama…Ezensberger tuvo en los sesenta-setenta una fase de (celebrado) autor izquierdista, responsable de obras tan sugestivas como El interrogatorio de la Habana (Anagrama, Barcelona, 19709, que analiza las declaraciones de los mercenarios que trataron de invadir Cuba desde Bahía Cochino. También publicó Conversaciones con Marx y Engels, igualmente editado en Anagrama…su evolución ulterior resulta bastante anodina de hombre orden, tras lo cual llegó a ser premiado con un galardón de los Príncipes de Asturias, y a buen seguro que al dar las gracias no mencionó a Durruti.
–3) entre los diversos biógrafos de Durruti se encontraba Julio C. Acerote, quien según contaba él mismo, recibió un encargo de la editorial Bruguera lo que motivó una querella por parte de Abel Paz bajo la acusación de “plagio”. Julio C. Acerete fue crítico de cine en Nuestro cine y Dirigido por…, traductor y artista plástico sin la menor voluntad de reconocimiento, y muy afín al situacionismo. Vivió los últimos años de su vida en Sant Pere de Ribes, donde mantenía una relación muy esporádica con gente amiga, y falleció hace unos pocos años en el más absoluto anonimato.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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