sábado, abril 13, 2013

Irak: 10 años del American way of death




Dirk Adriaensens, coordinador de la organización SOS Irak, da cuenta en un dramático texto, “2003-2013: resistencia iraquí, guerra sucia estadunidense y remodelación de Oriente Próximo” (www.brussellstribunal.org), de la catastrófica devastación que padece este país ocupado, tras 10 años de iniciada la ilegal e injustificada guerra neocolonial cuyas secuelas no cesan de aparecer. Lejos de alcanzar el propósito anunciado por los militares estadunidenses en sus manuales de contrainsurgencia, de hacer de Irak un ejemplo de la construcción de naciones a partir de la democracia impuesta por invasores, y modelo para la reconfiguración de Medio Oriente, tenemos una población diezmada, un Estado desmantelado y casi en ruinas, un gobierno colaboracionista y, lo que nadie podía imaginar, la reafirmación del nacionalismo iraquí y la resistencia política y armada en medio del caos, la muerte y el colapso del que fue el país más próspero y progresista de la región, que tuve oportunidad de conocer en 1989. Irak es la evidencia de lo que realmente resulta de las guerras humanitarias del imperialismo mundial encabezado por Estados Unidos.
Adriaensens señala que, tal como preveían los integrantes de un grupo de más de 200 economistas opuestos a la guerra (Ecaar, Economists Allied for Arms Reduction), entre ellos siete premios Nobel, los costos de la guerra, calculados en 3 millones de millones de dólares por Joseph E. Stiglitz en su libro The three trillon dollar war (2008) –sin contar en este balance el diagnóstico, tratamiento e indemnización de los veteranos inválidos–, han sumido a Estados Unidos y el resto del mundo en una profunda crisis económica, señalando claramente las limitaciones y aberraciones del poder estadunidense.
Nuestro autor sostiene que la guerra fue ilegal según el derecho internacional, a partir de hechos probados a una década de iniciada la guerra: 1) NO había armas de destrucción masiva; 2) NO existía ninguna relación con los terroristas de Al Qaeda, y 3) la guerra NO llevó la democracia a Irak. Fue una guerra de agresión que no contaba con la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU y que tampoco podía ser considerada de autodefensa, porque Irak no estaba atacando a Estados Unidos ni planteaba una amenaza inminente. A la luz del derecho internacional, Estados Unidos es culpable de supremo crimen de lesa humanidad. Fue una guerra de agresión y conquista neocolonial contra un país soberano integrante de la ONU.
Se pregunta Adriaensens: ¿qué ha dado Estados Unidos a los iraquíes? Pues una versión extrema y brutal del neoliberalismo de Milton Friedman: desregulación, privatización de entidades públicas y recortes de los servicios estatales, en un momento en que el auge del neoliberalismo estadunidense e internacional ha coincidido con el apogeo de Estados Unidos como potencia militar dominante mundial. Transcribiendo al columnista de The New York Times Thomas Friedman, Adriaensens destaca: La mano oculta del mercado nunca funcionará sin el puño oculto.
En palabras del investigador: “Estados Unidos ha creado un imperio global en el que ofrece dos opciones a los países: o aceptan o se les destruye… Esta es la razón por la que Irak no sólo tuvo que ser invadido militarmente, sino también destruido… porque se posicionaba de forma completamente contraria al modelo neoliberal del Banco Mundial y el FMI… Irak era un acérrimo Estado antiliberal: se negaba rotundamente a ser… cliente de Estados Unidos y había cerrado a los inversores corporativos, estadunidenses o de otros lugares, su participación en cualquiera de los mercados tras las sanciones (que le habían sido impuestas): agricultura, sanidad, educación, industrias, etcétera […] restringir (y ya no digamos excluir) de sus mercados a las corporaciones estadunidenses hubiera sido razón suficiente para que Estados Unidos emprendiera acciones decisivas”.
Acertadamente se aduce que otra de las razones para invadir Irak es la naturaleza guerrerista del capitalismo: Para el complejo de la industria militar, para la economía de los Bush, Cheney, Rice, Rumsfeld, etcétera, para la economía de las sociedades del petróleo y de los fabricantes de armas, para la economía de los estadunidenses ricos que poseen acciones en estos emporios y corporaciones, esta guerra, como las guerras en general, constituye algo verdaderamente maravilloso porque se embolsarán los beneficios que tan profusamente generan las guerras... (mientras) la muerte y el desastre los padecerán otros.
Examinemos los saldos de la guerra y la ocupación de Irak: más de un millón 450 mil muertos, de acuerdo con un estudio científico sobre las muertes violentas (Just foreign policy, Iraq deaths). Dos millones 700 mil desplazados internos y dos millones 200 mil refugiados, la mayoría de ellos en estados vecinos; 83 por ciento de esos desplazados son mujeres y niños y la mayoría de los niños son menores de 12 años. La tasa de mortalidad infantil ha aumentado 150 por ciento desde 1990, cuando Naciones Unidas impuso sanciones al país. En 2007 había 5 millones de huérfanos. El 70 por ciento de los iraquíes no dispone de agua potable. El 80 por ciento carece de condiciones higiénicas. Más de 8 millones de iraquíes requieren de ayuda humanitaria. En el Informe Mercer sobre calidad de vida, que abarca resultados respecto a la ciudad más habitable, Bagdad aparece en el último lugar, como la menos habitable del planeta, debido a la aniquilación a manos del ejército estadunidense del sistema de plantas de tratamiento de aguas residuales, de fábricas, escuelas, hospitales, museos y centrales eléctricas.
El análisis de los datos es escalofriante sobre lo que la ocupación ha provocado en proporciones dantescas: desocupados, desaparecidos, presos sin juicio, víctimas de torturas y tratos degradantes, población urbana malviviendo en cinturones de miseria, discapacitados físicos y mentales, enfermos por las municiones de uranio empobrecido, víctimas de los bombardeos y atentados, etcétera. Y aun así, el pueblo de Irak, digno, ¡resiste!

Gilberto López y Rivas
La Jornada

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