miércoles, abril 03, 2013

Recordando a Andreu Nin a 75 años de su muerte



Dedico este texto a la memoria de Dolors Bosch Toldrà, mi madre. Agradezco a mi hermana Marta y a los otros Ros o Bosch (en combinaciones varias con apellidos familiares) así como a Alejandra Adoum, Julián Casanova y Antonia Llorens, que de múltiples maneras mejoraron la versión original de este artículo.

Perspectivas desde la infancia y el exilio (1)

Antes de la formación del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) en España en 1935, Nin había sido uno de los fundadores del Partido Comunista Español y dirigente de Izquierda Comunista. Éste era un grupo ideológicamente muy cercano —antes del distanciamiento del que hablaré más adelante— a la “Oposición de Izquierda” que dirigió Trotsky previamente a tener que exilarse en México tras salir de la Unión Soviética. El POUM nace de la fusión de Izquierda Comunista con el Bloque Obrero y Campesino, grupo de tendencia “bujarinista” si lo vemos desde la perspectiva de los debates en el seno del movimiento comunista internacional de esos años. A este grupo, dirigido por Joaquín Maurín, perteneció mi padre (2). Con el estallido de la guerra civil en 1936 y los sucesos que relataré a continuación, esa división dentro del comunismo español e internacional se profundizó, resultando en la confrontación de dos estrategias: la de “Para hacer la revolución hay que ganar la guerra“ del Partido Comunista y la de “Para ganar la guerra hay que hacer la revolución” del POUM.

La responsabilidad política, el imperativo moral y la elección de Andreu Nin

El POUM, con Andreu Nin al frente, denunció con vehemencia ante el mundo los procesos de Moscú de agosto de 1936 y su secuela, procesos en los cuales Stalin mandó torturar, enjuiciar y asesinar a los principales dirigentes de la revolución socialista de octubre de 1917 que quedaban en ese momento en la Unión Soviética: Bujarin, Zinoviev, Kamenev, Smirnov, Piatakov y Rikov, entre otros. La Batalla, periódico del POUM, decía en su edición del 28 de agosto de 1936: “Somos socialistas revolucionarios marxistas. En nombre del socialismo y de la clase obrera revolucionaria, protestamos enérgicamente contra el monstruoso crimen que acaba de perpetrarse en Moscú”.
Nueve meses después, en junio de 1937, Andreu Nin fue asesinado por agentes de la GPU (el servicio secreto del Estado soviético) en Alcalá de Henares, España. Al igual que aquellos líderes bolcheviques, a los que por cierto Nin conoció muy bien durante su estancia en la Unión Soviética, Andreu fue torturado casi con seguridad por órdenes directas de Stalin pero, a diferencia de lo que sucedió con ellos, los agentes de la GPU no lograron arrancarle la confesión que buscaban (3).
Nin ha sido con frecuencia calificado (¿o descalificado?) de “trotskista”, como si de alguna manera (para algunos al menos) ello aminorara la responsabilidad de sus verdugos. En realidad, Trotsky lo había descalificado al acusarlo de colaborar con un “gobierno burgués”, después de que Nin aceptara el cargo de consejero de Justicia y Derecho del gobierno de la Generalitat de Catalunya (4).
Olga Tareeva, bailarina de la Ópera de Moscú en su juventud, fue su esposa, el amor y compañera de su vida, y tuvo con ella dos hijas, Ira y Nora (5). Ya viuda, Olga Nin, el nombre con el que la conocí, fue la secretaria de mi padre en México en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Uno de los recuerdos de infancia que más han perdurado en mi memoria se remonta a cuando Olga, que trabajaba en el departamento de la planta baja del edificio donde vivíamos y mi padre tenía su despacho, en la calle de Parque Melchor Ocampo de la colonia Cuauhtémoc, subía al departamento de los Ros, en el segundo piso, a comer con el resto de la familia, y antes y después de la comida me contaba cuentos e historias, siempre en catalán, yo sentado a su lado, entre mis tres y ocho años.
Algo más sobre Olga. Nin fue el traductor al catalán de algunos grandes clásicos de la literatura rusa, entre ellos Ana Karenina de Tolstoi y Crimen y castigo de Dostoievski. Aunque Nin conocía muy bien el ruso, el de Olga era seguramente mejor y como ella sabía bien el catalán (lo hablaba muy correctamente con un ligero acento ruso), es probable que le haya sido de gran ayuda en las muy alabadas traducciones de Andreu.
Hay otra historia que Olga nunca me contó: la de cómo salió Andreu Nin de la Unión Soviética, donde la conoció antes de la consolidación del estalinismo y tuvo que salir como perseguido político cuando Stalin ya tenía las riendas del poder. Fue ella quien le impuso la huida como única forma de salvar la vida. Las autoridades les negaron el visado. Olga se presentó entonces en la sede de la GPU diciendo que si no les dejaban salir se pegaría un tiro en la puerta de la Lubyanka, el cuartel general de esa central de inteligencia. Y sacó una pistola para demostrarlo. La vieron tan decidida que los dejaron salir.
Quizá el aspecto más difícil involucrado en la decisión de Nin de denunciar los crímenes del estalinismo se refiere a la disyuntiva entre la responsabilidad moral y la responsabilidad política que tiene un dirigente político en “coyunturas críticas” como lo fueron las circunstancias extraordinarias que vivieron Barcelona, España y el mundo en 1936 y 1937.
Barcelona en esa época había vivido una revolución. George Orwell, escritor y crítico social británico que llegó a España para alistarse como miliciano del POUM en Cataluña durante la guerra civil, describe en su Homenaje a Cataluña cómo los anarquistas de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), los anarcosindicalistas de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y los seguidores del POUM le habían “dado vuelta a la tortilla” y pusieron de cabeza a esa ciudad:
Por primera vez en mi vida, me encontraba en una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas. Casi todos los edificios, cualquiera que fuera su tamaño, estaban en manos de los trabajadores y cubiertos con banderas rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas; las paredes ostentaban la hoz y el martillo y las iniciales de los partidos revolucionarios…. En toda tienda y en todo café se veían letreros que proclamaban su nueva condición de servicios socializados; hasta los limpiabotas habían sido colectivizados y sus cajas estaban pintadas de rojo y negro. Camareros y dependientes miraban al cliente cara a cara y lo trataban como a un igual. Las formas serviles e incluso ceremoniosas del lenguaje habían desaparecido. Nadie decía señor, o don y tampoco usted; todos se trataban de “camarada” y “tú”, y decían ¡salud! en lugar de buenos días.
Hay ocasiones en que el conflicto entre la responsabilidad moral y la política es menor y la disyuntiva es fácil de resolver. Por ejemplo, cuando los pecados de tus aliados no son nada comparados con los crímenes del monstruo que estás combatiendo, el imperativo político de no poner en peligro la unidad en el frente de batalla claramente se impone. Pero hay ocasiones en que el choque entre los dos imperativos alcanza dimensiones desgarradoras. ¿Qué pasa cuando el monstruo con el que estás aliado comete crímenes iguales o peores que los del monstruo que estás combatiendo? ¿Debe imponerse también el imperativo político? ¿No es, en este caso, el monstruo aliado el que carga con la responsabilidad política de la desunión? Ésta es la pregunta que tuvo que contestarse Nin a sí mismo, junto al resto de sus camaradas, en esa Barcelona de 1936.
La respuesta de Andreu Nin fue denunciar los crímenes del estalinismo al tiempo de combatir el fascismo en esos años. De nuevo, qué difícil decisión debe haber sido ésa para un hombre de izquierda, dirigente de un partido socialista, a un mes del levantamiento de Franco contra el gobierno de la República Española del cual era funcionario, gobierno que habría de ser abandonado por las democracias de las potencias europeas y Estados Unidos, y cuyos únicos puntos de apoyo internacional fueron la Unión Soviética, con Stalin al frente, el México de Lázaro Cárdenas, y los jóvenes brigadistas que llegaron de todas partes del mundo a España para combatir el fascismo, y a varios de los cuales mi padre conoció, entre ellos a George Orwell, ya mencionado, y Willy Brandt, futuro líder de la socialdemocracia alemana.
Nin, desde luego, no llegó a saber de todo esto, como tampoco supo del papel heroico que tuvieron el pueblo soviético y el ejército rojo en la derrota del nazismo. Pero por más difícil que haya sido su decisión, creo que Nin tuvo la razón. Y por eso es una de las razones que tenemos para ver con optimismo el futuro. Y lo es porque en esa época lúgubre de la historia, uno de sus periodos más oscuros, en el que parte de la derecha y parte de la izquierda generaron las deformaciones más monstruosas de sus respectivos ideales, Nin nos recuerda que, pese a todo aquello, hubo gente capaz de conservar la razón y la lucidez así como la integridad moral e intelectual.

La decisión de Jaume Ros, su relación con Andreu Nin y su posterior evolución política

Quiero utilizar el resto de este espacio para explicar por qué escribí este texto en memoria de Nin. La razón se llama Jaume Ros, mi padre, quien fue uno de los camaradas más cercanos a Nin. Fue miembro del comité central clandestino electo por el POUM después de la desaparición de Andreu y de la detención y encarcelamiento por el gobierno español de sus principales dirigentes. Jaume Ros, al decidir formar parte del comité central clandestino del POUM, se enfrentó, al igual que Nin, a una “coyuntura crítica”, sin duda de menores proporciones aunque, para hacerlo todo más complejo, ello ocurría en vísperas de que mi madre diera a luz a mi hermana Marta (6). Todo esto sucedía mientras Nin estaba desaparecido y en medio de una incertidumbre generalizada sobre su paradero. Las calles de Barcelona estaban llenas en esos días de las “pintas” de los militantes del POUM preguntando: “¿Que heu fet d’en Nin?”, como Bartolí (7) lo pintó en un cuadro que mi hermana Marta guarda en su casa de Coyoacán. Otras “pintas” decían “On es el Nin?” y “Gobierno de Negrín, dónde está Nin?”. Los estalinistas respondían con sus “pintas” infames: “Es a Roma o a Berlín” o “Está en Salamanca o en Berlín”. Nin, como sólo se supo mucho después, no estaba ni en Roma ni en Salamanca ni en Berlín. (8) Estaba siendo torturado (algún ex estalinista dice que despellejado vivo) en Alcalá de Henares.
En Tizapán, donde vivo con Adriana, la compañera de mi vida, hay un cuadro de Vlady, el gran pintor ruso-mexicano. Es un pequeño y bellísimo mural de dos metros de largo y un metro de altura, fechado en 1952. Cuenta la historia de la primera mitad del siglo XX, con énfasis en las andanzas de su padre, Victor Serge, intelectual ruso, autor de Memorias de un revolucionario, crítico del estalinismo que, como tantos otros revolucionarios, falleció en el exilio mexicano. Ese cuadro, en su extremo inferior derecho dice simplemente: “Para Ros”.
Esos cuadros y otros más son un legado de nuestros padres para Marta y para mí. Quiero aclarar cómo llegaron a nuestras manos. Mi padre, con el dinero que ganó durante el boom de la construcción en México en los cuarenta y cincuenta, se convirtió en un mecenas de varios artistas (Vlady, Bartolí y Camps-Ribera, entre otros) organizando subastas de sus dibujos y pinturas en el departamento de Parque Melchor Ocampo. En esas subastas, del lado de los compradores estaban los amigos de mis padres pertenecientes a la comunidad catalana en el exilio.(9) Además de esas subastas, mi padre le encargó a Vlady retratos de mi madre, míos y, sin duda los más extraordinarios, los dos de mi hermana y el de mi bisabuelo paterno. Ello le permitió seguir dibujando y, más adelante, dedicarse a las pinturas que lograron un gran y muy merecido reconocimiento, tanto sus cuadros de caballete que fueron expuestos en retrospectivas en el Palacio de Bellas Artes como sus murales grandes y maravillosos (no hay otros calificativos). (10)
Sobre Andreu Nin, Victor Serge y mucho más puede consultarse, a través de internet, la página web de la Fundación Andreu Nin, dirigida por Wilebaldo Solano (hasta su muerte en 2010). Quiero mencionar que conocí a Wilebaldo Solano en 1970 en París. Lo conocí porque el POUM en el exilio tenía un local en París que él nos dejaba ocupar, para nuestras importantes reuniones, a un pequeño grupo de mexicanos, en su mayoría estudiantes, que nos habíamos constituido en el “Comité pro liberación de los presos políticos en México”. Este comité luchaba por la liberación de los dirigentes estudiantiles del movimiento de 1968 que fueron arrestados por el gobierno de Díaz Ordaz después de la masacre de Tlatelolco en la ciudad de México y se encontraban encarcelados en la prisión de Lecumberri.
Debo decir, también, que no conocí a Wilebaldo a través de mi padre. Me costó entender por qué, puesto que él sabía que ese líder del POUM en el exilio vivía en París donde yo estudié entre finales de 1968 y mediados de 1971. Eventualmente lo entendí. Mi padre se había ido distanciando del POUM en el exilio y acercándose más y más, en cambio, a la socialdemocracia de Willy Brandt en Alemania y, sobre todo, a la socialdemocracia escandinava. Según él, las sociedades creadas por esa socialdemocracia, esa combinación única en el mundo de democracia política, equidad social y prosperidad económica, eran las mejores que la humanidad había logrado generar en su historia. Es muy probable, y creo que cualquiera que hubiera conocido a su viuda o hubiese leído su libro sobre la cuestión catalana o supiera de sus traducciones de los grandes clásicos de la literatura rusa pensaría lo mismo: que también Nin habría tenido la misma evolución política si su vida no hubiese sido fatalmente truncada a sus 45 años.
Para terminar, quiero mencionar que uno de los nietos de Jaume Ros, Diego Andrés, lleva el nombre de Nin en su memoria. Una de sus bisnietas, Camila Andrea, hija de Diego Andrés, lleva el de Nin y el de su padre por lo mismo: en recuerdo de Andreu Nin y de Jaume Ros.

Jaime Ros

Notas

(1) Con los años la infancia se convierte en una especie de exilio al que recurrimos para tratar de comprendernos mejor. Nunca conocí a Andreu Nin (1892-1937) pero estuvo muy presente en mi casa durante mi niñez.
(2) A su vez, el BLOC (o, en catalán, Bloc Obrer i Camperol) había sido el producto de una escisión del Partido Comunista Catalán que obedeció a la resistencia de muchos de sus militantes al creciente alineamiento de ese partido con Stalin, a medida que éste tomaba las riendas del poder en la Unión Soviética y la Tercera Internacional. Hay, desde luego, una infinidad de artículos y libros escritos al respecto. Els Fets de Maig Barcelona 1937 de Manuel Cruells fue el que me dio a leer mi padre, además de La guerra civil española de Hugh Thomas.
(3) Los historiadores Francesc Bonamusa (en Andreu Nin y el movimiento comunista en España, 1977) y Pelai Pagès (en Andreu Nin: su evolución política 1911-1937, 1975), entre otros, han investigado y documentado estos hechos hasta no dejar ninguna duda. El escritor cubano Leonardo Padura hace un recuento de estos eventos en El hombre que amaba a los perros, novela premiada recientemente en la Cuba de Fidel Castro. Juan Carlos Arce en La noche desnuda, su novela histórica sobre la muerte de Nin y los años de 1936 y 1937 en Barcelona, trata sobre lo mismo y enfatiza la participación directa de Stalin en el tormento y asesinato de Nin.
(4) El distanciamiento entre Nin y Trotsky no impidió que el POUM siguiera defendiendo a este último de los ataques de Stalin. En su edición ya citada del 28 de agosto de 1936, La Batalla se refiere a Trotsky como sigue: “Trotsky es para nosotros, al lado de Lenin, uno de los grandes jefes de la Revolución de Octubre (de 1917) y un gran escritor socialista revolucionario. Injuriado y perseguido, le expresamos nuestra solidaridad revolucionaria, sin ocultar por eso nuestras discrepancias con algunas de sus apreciaciones”. Trotsky, a su vez, después de la muerte de Nin denunció su asesinato como un crimen de Stalin y expresó su admiración por el coraje de Nin.
(5) Una historia que no recuerdo que me hubiese contado Olga, pero que sí se la relató a mi hermana Marta antes de casarse, es la siguiente. Ira fue gemela de una hermana que murió muy pequeña, a los tres años, y cuyo prodigioso cerebro le permitió aprender a leer sola en su segundo año de vida. Ese cerebro fue guardado por el gobierno de la Unión Soviética, donde nacieron las hijas de Nin y Olga, y se conserva en Rusia, aún hoy en día, para su estudio. Esta historia puede parecer increíble, pero más inverosímil sería que sólo fuera producto de la imaginación de mi hermana. Después de intensas búsquedas infructuosas, sin un solo rastro de esta historia en todo el ciberespacio, seguramente debe considerarse como un secreto de familia, que ahora develo.
(6) El arresto y secuestro de Andreu Nin ocurrió el 16 de junio y su muerte alrededor del 23 de ese mes. Marta nace el 29, dos días después de que mi madre cumpliera 26 años.
(7) Bartolí fue un artista catalán, miembro o al menos simpatizante del POUM, caricaturista político durante la guerra civil en España, y en sus años de exilio en Nueva York dibujante de las portadas del semanario New Yorker. En la casa de mi hermana Marta y de mi cuñado Lorenzo hay un busto de Bartolí realizado por Trapote, un escultor y refugiado político español.
(8) En Salamanca, una de las primeras ciudades que cayó en manos falangistas, estaba el cuartel general del Generalísimo.
(9) Además de la subastas había tertulias en Parque Melchor Ocampo los domingos en la tarde con las mismas parejas y los artistas con sus parejas, en particular Vlady con su esposa Isabel, enfermera de profesión quien, debido a problemas de salud que sufrí siendo muy pequeño y que no viene al caso relatar, me atendió y cuidó durante mi primer año de vida.
(10) Tengo un recuerdo de infancia que mi hermana atribuye exclusivamente a mi imaginación: el de que en su juventud Vlady trabajó como dibujante en el despacho de arquitecto de mi padre, ayudando en la confección de planos y que con ello ganaba lo suficiente para poder dedicarse a otros dibujos, mucho más bellos que los planos que en mi recuerdo trazaba.

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