jueves, mayo 23, 2013

El asesinato de Yolanda González, otro ejemplo del modelo de impunidad franquista



El próximo viernes 24 se prepara un acto en memoria de Yolanda González. Es una buena ocasión para hablar de una historia viva que nos remite a la impunidad del franquismo y a la crónica negra de la Transición.
La historia es conocida. El pasado 24 de febrero una investigación del periodista Jose María de Irujo, develaba que uno de los ejecutores materiales del asesinato de Yolanda González, Emilio Hellín Moro, se había cambiado de nombre al salir de la prisión. On esta nueva identidad, llevaba años contratado como colaborador de los cuerpos y fuerzas de seguridad estatales, autonómicas y municipales. Los datos revelaban ente todo el grado de impunidad del franquismo, una impunidad que, con el tiempo se ha convertido en la principal seña de identidad de los que actuaron y se beneficiaron de aquel un régimen ilegal y criminal...
Se trata de un pequeño acontecimiento que pone en evidencia la naturaleza “continuista” de esta democracia en la que el Jefe del Estado no está sujeto a la ley. Hasta se podría decir que el caso de Emilio Hellin fue una excepción, uno de los pocos ejemplos de matones fascistas que acabaron siendo condenados. La casi totalidad de ellos pasaron de “rositas”, y en la mayoría de asesinatos perpetrados en nombre de Dios y de España, todo esperan un juicio y unas condenas. Esto ya era lo más habitual en la época del dictador, pero lo siguió siendo en no poca medida bajo la monarquía constitucional. Muy pocos han sido juzgados por los crímenes de Victoria, Montejurra o de Atocha, y los que lo fueron encontraron la puerta abierta sin muchas dificultades. Los números del 23-F que amenazaron al pueblo siguieron en sus puestos, de ahí que Méximo pudiera hacer una viñeta en la que se podía ver un muro con un cartel que decía: “Prohibido dar golpes de Estado bajo multa de 25 pesetas”.
Ellos lo tenían claro. Una de sus frases favoritas, una de esas que les gustaba decir mientras amenazaban con sus pistolas, era: “Si os mato, a mí no me pasa nada”, y no les faltaba razón. Ahí estaba Manuel Fraga y está Martín Villa como garantía de que eso podía ser así.
Era así porque aquel Estado era todo entero una cloaca, y cuando no tuvieron más remedio que cambiar, lo utilizaron como peón en su juego. Los atentados, crímenes y tentativas golpistas que marcaron la Transición no era simplemente, la manifestación de la furia “ultra”, no. Respondía a una política deliberada por parte de la derecha en su favor. Como un medio para restituir la correlación de fuerzas que habían perdido cuando el pueblo trabajador se movilizó en tajos y barrios, y cuando la juventud estudiosa se hizo socialista. O sea favorable al poder democrático de la mayoría trabajadora. La impunidad fue una exigencia, y también fue una entrega por parte de la izquierda que se aprestó a entrar en las instituciones sin haber limpiado las cloacas.
De ahí que quizás lo más patético de todo esto sea ver a un ministro socialista como José bono, mandar una representación de la División Azul que formó parte del ejército nazi ocupante de Rusia, a desfilar en la conmemoración del aniversario de la victoria de los aliados. O ese alcalde socialista de San Andrés de la Barca dando por santo y bueno un acto de los divisionarios del III Reich con la delegada del gobierno ofreciendo lo que más le gusta a esta tropa: las medallas.
Alguien capaz de asesinar friamente a una muchacha de 19 años como Yolanda, ha de ser por fuerza alguien profundamente inhumano. Alguien que lo ha seguido siendo porque aún está por pedir algo parecido a una disculpa, alguien que tiene compadres y colegas en las fuerzas del orden, entre las autoridades que saben que estas cosas pasan, porque seguro que hay otras. Tengo a la mano un pequeño ejemplo. En 1989 fue retenido en la comisaría de Layetana por colgar carteles contra la visita del rey, e invitado a pasar al despacho de un comisario que tenía en su despacho la foto de Franco junto con la del rey. No hay que decir que los superiores hacían la vista gorda.
El recuerdo de Yolanda no puede estar sujeto a coyunturas, tendría que estar fijado en la memoria como lo está por ejemplo, Salvador Puig Antich. Era una muchacha noble, idealista, dispuesta a dar lo mejor de sí por transformar el mundo y cambiar la vida. Era alguien inapreciable, un nombre que debería de figurar en los lugares de la memoria.
Aquella fue una época turbulenta en la que todo parecía posible, aunque cada vez menos. Todavía se vivía la ilusión de cambios que respondiera a aquella democracia que habíamos ganado en fábricas, talleres, barrios e institutos. Muchos creíamos que había pista, seguramente con mucha ingenuidad, sin preocuparnos de toda aquella sopa de letras que permitían ver hasta donde habíamos llegado a fraccionarnos, incluso hasta los más pequeños. La memoria popular debe ser también una memoria crítica. El mismo hecho de que gente de diversos colores y matices estemos ahora en las mismas batallas, como esta por la memoria y contra la impunidad, demuestra que igual que ayer nos separamos, hoy debemos de unir. Sabiendo que las diferencias no tienen porque ser obstáculos, que se puede discrepar desde la misma barricada.
Modestamente, esta es una de las cosas que une a la gente que hoy trabaja en la Fundación andreu Nin, una entidad socialista por la memoria democrática y revolucionaria.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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