miércoles, agosto 28, 2013

Grandes olvidados: Robert Newton, gentleman y pirata



Como tantos otros (y otras) grandes del teatro y del cine, Robert Newton es apenas recordado. Su nombre está ligado a algunas grandes películas, además fue un individuo bastante singular, amén de un socialista radical.
La única adaptación que puede compararse (según qué fuentes, la supera ampliamente) a la de 1934 es la auspiciada por la casa Disney en 1950.
Fue rodada en Inglaterra con capital norteamericano, y, aunque se trataba de una novela escrita por un escocés que transcurría en suelo inglés, esto no tenía por que resultar ninguna garantía de calidad, quizás antes al contrario. Recordemos que no fueron pocos los casos la ecuación produjo películas más bien frustrantes, como lo fueron, por citar ejemplos como La rosa negra (Henry Hathaway) o La reina Virgen (George Sidney). Pero en este caso la fórmula funcionó, quizás porque gozó de mayor libertad de la habitual en las producciones Disney, y también porque el equipo británico era ciertamente de primera categoría. Baste decir que el director de fotografía era Frederic A. Young, que años más tarde conseguiría sendos Oscars con David Lean en Lawrence de Arabia (1962), Doctor Zhivago 1965) y La hija de Ryan (1970). También participaron algunos característicos de talla como Basil Sydney (el locuaz y confiado capitán Smollet), el muy bíblico Finlay Currie (memorable sobre todo con Mankiewicz en Murmullo de la ciudad) o Geoffrey Ken, como Israel Hands. La pequeña contribución norteamericana estuvo compuesta por el director Byron Haskin y por el joven actor Bobby Driscoll, que había llamado la atención por su interpretación en La ventana (The window, USA, Ted Tetzlaff, 1949), adaptación de una novela de Cornel Woolrich en la que encarna a un niño fantasioso que resulta testigo involuntario de un crimen y nadie le cree. Driscoll pasó a la historia del cine como Jim Hawkins. Driscoll acabó como un juguete roto de Hollywood, y después de numerosos problemas con la droga y con la ley, fue encontrado muerto en un edificio abandonado a los 31 años.
Parece evidente que la elección más acertada de este proyecto fue la de Robert Newton (1905-1956), actor de sólida base shakesperiana que será recordado sobre todo por sus papeles como pirata, tanto en esta película como en su composición de El pirata Barbanegra. Proveniente del teatro, Newton comenzó a ser reconocido con títulos como Fiver Over England y La posada de Jamaica. Hitchcock, que lo admiraba, dijo de él que “tenía las uñas afiladas como un demonio”, y se peleó con los productores para darle el papel de mozo de cuadras y amante de la turbia Alida Valli en El proceso Paradine, pero los productores impusieron al final al poco adecuado Louis Jourdan. Newton no conoció en la pantalla demasiadas oportunidades. Una de ellas fue con David Lean, para el que representó al alcohólico y ruin Bill Sykes en Oliver Twist (1948), papel que al parecer influyó en su elección como Long Silver John. Parece que la primera mitad de los cincuenta fueron quizás los mejores años de su vida profesional, destacando como el inquietante Javert en El inspector de hierro (1952), la remarcable versión que Lewis Milestone llevó a cabo de Los miserables, de Víctor Hugo. Newton era todo un personaje, sus borracheras fueron legendarias, pero también destacó por su carácter rebelde y anticonformista, muy ligado con la izquierda. Se cuenta que sus enamoramientos eran tan desmesurados como sus borracheras. El último tuvo como objeto a la sugestiva actriz alemana Hildegarde Neff.
Aunque producida por la Disney Factory, esta adaptación, escrita por Lawrence Edward Watkins, después un habitual en las producciones británicas de la Disney (El arquero del rey), no se parece para nada a cualquiera de las otras incursiones que la compañía efectuó en el ámbito de la aventura. Nada que ver con títulos como Los robinsones de los mares del sur o La isla del fin del mundo, y no digamos con Los hijos del capitán Grant, todos con abundante mermelada… Se trata, quizás –junto con 20.000 leguas de viaje submarino- del mejor de los largometrajes de imagen real producidos por la Disney en toda su historia, a pesar de que en los Estados Unidos muchas escenas particularmente espectaculares y violentas fueron finalmente cortadas para seguir la política de lo compañía de “producciones para toda la familia”, aunque luego fueron reincorporadas en versiones posteriores, como la editada en 1992 para su distribución casera.
La película comienza magníficamente con una cita de Stevenson que llama a disfrutar con los viejos relatos de piratas como él lo había hecho. Ya estamos preparados, y el comienzo es deslumbrante, hay un mar rugiente, una costa escarpada, y la cámara sube una colina hasta llegar a la posada “Almirante Benbow”, donde se encuentra el frágil Jim Hawkins, que ya de entrada se ve amenazado por la siniestra figura de Black Dog (Francis de Wolf). Jim trata de proteger a un visitante anterior, el capitán Billy Bones (Finlay Currie, muy alejado de sus roles bíblicos). Jim está solo, su madre vive pero no aparece, subrayando su orfandad. Todo acaba abruptamente con la llegada del doctor Livesey (Denis O´Dea), y así acaba un tiempo y comienza otro, el de los preparativos del viaje. En este tiempo, Jim se hace habitual de la tabernucha de John, y por más que vuelve a encontrarse con Black Dog, inicia una relación preferente que no se dará para nada con los adultos “honrados”, que –ni que decir tiene- quieren el tesoro para su propio provecho. Al igual que en la versión de Fleming, la trama toma como eje la relación entre el muchacho y el viejo pirata. John no se parece al ideal de padre de Jim (del que no se dice nada), se trata de un viejo truhán que se hace respetar, alguien que cuenta historias, ciertamente vividas. Gracias a la manzana que se quiere comer, Jim descubre el lado más oscuro del viejo pirata, pero aún y así, tras pasar toda clase de vicisitudes y de actuar él mismo como un grumete que toma decisiones peligrosas, la relación sigue en pie. A las malas, John tiene que aceptar que ha perdido una vez más, y, como le es propio, trata de sacar ventaja del fracaso. Su cómplice sigue siendo Jim; con él, aunque no le guste reconocerlo, existe un vínculo. Quizás también tuvo un hijo, o lo soñó, quizás hiciera todo aquello para tener, como el distante capitán Smollet (Basil Sidney) o el cretino Sr. Trelawney (Walter Fitzgerald), su propia hacienda y fortuna. El tiempo no ha menguado la fuerza de la película, cuyo fuerte hilo inicial siempre se mantiene vivo, sobre todo cuando el viejo y el niño coinciden en la lucha por la misma finalidad: el botín.
El éxito llevó a Newton hasta El pirata Barbanegra en 1953, pero después volvió a encarnar al pirata de la pata de palo. Lo hizo en dos ocasiones más, primero en una singular secuela australiana de la isla, Aventuras de John Silver (1954), toda una curiosidad que parece haber desaparecido de la faz de la tierra aunque se estrenó por doquier; en Francia, por ejemplo, lo hizo como Le pirate del Mers du Sud. Según una Web francesa dedicada al actor, se trataba de una exitosa serie televisiva de seis capítulos de la que –como sería habitual- llegaría a las pantallas una síntesis de 106 minutos. La dirigió igualmente el norteamericano Byron Haskin (1899-1984), un director que conoció a principios de los años cincuenta una fase particularmente creativa, con títulos como La guerra de los mundos (revalorizada en relación a la de Spielberg), Cuando ruge la marabunta y, en menor grado, Su majestad de los mares del Sur (Hiss Majesty O´Keefe, USA, 1953), cuyo inicio –el capitán O´Keefe agotado está siendo cercado por su tripulación amotinada- es digno de un buen film de piratas.. La trama de esta curiosa producción australiana –motivada sin duda por el éxito de la versión Disney- prolonga el original de Stevenson, pero salvo actor y director, el equipo está cubierto por actores y técnicos australianos sin brillo. Long John es el gran protagonista, pero ahora es un punto más cruel. Nada más comenzar obsequia con una bofetada a un Jim Hawkins mucho más blando que el de Bobby Driscoll, ya no hay química que valga. Ésta es una película sin defensores, frustrante, ya que traiciona las expectativas creadas por la producción Disney. Luego, Newton volvió a instalarse la pata de palo para una miniserie de televisión de dos episodios que fue emitida en los Estados Unidos en 1955, como parte del espacio Disneyland, que, pasen, pasen...
En realidad se trataba de un montaje adaptado de la versión de Newton-Driscoll que sirvió como pórtico para una serie de 26 capítulos en la que –según cuenta Payan (2005)- trabajó Robert Shaw (recordado por su papel de viejo lobo de mar en Tiburón, de Spielberg), que más tarde formaría parte del reparto de una nueva serie que se llamaría Buccaneers and Long John Silver, lo que daba constancia del prestigio que había logrado el personaje. O sea, una barrabasada que se pasaba los derechos del director por el aro, ya que en el país del dólar los dueños de las películas son los productores. Newton falleció justo después de rodar las escenas que le correspondían encarnando al febril sabueso Mr. Fix en La vuelta al mundo en 80 días…

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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