sábado, agosto 10, 2013

Richard Widmark, el rostro del fiscal acusador de Nuremberg



Richard Widmark (Sunrise, Minnesota, 1914-Roxbury, Connecticut, 2008), fue uno de los actores con más personalidad de los años cuarenta-cincuenta. En su filmografía figuran muy pocos títulos detestables, de él nunca se pudo decir lo mismo que se dicho sobre John Wayne o sobre otros reaccionarios brutales más discretos, como fue el caso de (¿quién lo iba a decir?) James Stewart, del que recuerdo haber leído una entrevista en la que exaltaba la política de Ronald Reagan con unos tonos que evidenciaban que el actor preferido de Frank Capra, fue un miserable integral, como lo fueron y lo siguen siendo muchas de los personajes de Hollywood.
Pero al margen de todo esto, Richard Widmark rodó más de 70 filmes e interpretó a algunos de los villanos más estremecedores de la historia del cine y realizó interpretaciones inolvidables en buena parte de ellas, incluso en las malas él podía ser la excepción. Como tantos de los actores de su generación, se formó en la radio y en las tablas del teatro antes de asomarse a las pantallas de cine. El trabajo de su padre, viajante de comercio, propició que creciese a lo largo del Medio Oeste estadounidense, y tras graduarse en Princeton, obtuvo una beca en el Lake Forest College de Illinois para dedicarse a la interpretación, de la que ya no se separaría jamás desde que en 1938 haría su presentación en la radio neoyorquina y participaría en diversos seriales como Stella Dallas (de la que King Vidor haría una magnífica adaptación con Bárbara Stamwyck como protagonista...Pasó de Broadway al cine, y debutó por la puerta grande encarnando al personaje del desalmado asesino Tommy Udo en El beso de la muerte(Kiss of Death, 1947), un “noir” mítico de Henry Hathaway con doble fondo ya que al final, el gángster que tira a la anciana inválida (Mildreck Dunnock) por las escaleras, tiene un código de honor más integro que el delator Víctor Mature.
Víctor Mature hizo lo que pudo para no quedar sepultado por la fuerza arrolladora del debutante Richard Widmark que se quedó con el público y que repitió su papel con su mirada afilada, su acusada sorna y la gélida risa en La calle sin nombre (The Street with No Name, 1948), un policíaco al servicio del orden realizado con eficacia. Aquel mismo año interpretó al malvado de El parador del camino (Road House, USA, 1948) de Jean Negulesco en sus buenos tiempos, y al lado de Ida Lupino. Un año después iniciará si serial de grandes interpretaciones en un western con tintes de cine negro, Cielo amarillo(Yellow Sky, ISA, 1948) uno de los mejores de de William A. Wellman, y en donde se medía con Gregory Peck y con Anne Baxter. En 1949 Widmark presionó a la Fox para que le permitiese encarnar a otro tipo de personajes y protagonizó el drama aventurero El demonio del mar, una de las obras más redonda de Henry Hathaway, toda una reflexión sobre el significado de la cultura y de la experiencia, y en el que Widmark se las ve con altura con un pletórico Lionel Barrymore.
En un solo año (1950), Richard Widmark trabajará en cuatro películas que cuentan con un lugar en la historia del cine: en el drama bélico Situación desesperada (Halls of Montezuma, USA, 1950). de Lewis Milestone que hizo sus principales aportaciones a la pantalla en este tipo de película; Un rayo de luz (No way, USA, 1950),de Joseph l. Mankiewicz, uno de los primeros y más rotundos alegatos antirracista del mejor cine liberal norteamericano, y en donde Widmark encarna un personaje odioso, y según ha contado su compañero, el debutante Sidney Poitier, Richard le pedía disculpa por lo que se veía obligado a hacer delante de las cámaras; Pánico en las calles, quizás el mejor Elia Kazan de la primera época, con una pareja mítica de delincuentes, Jack Palance y Zero Mostel; y Noche en la ciudad (Night and the City, 1950), realizada en los inicios de su exilio por el mejor Jules Dassin, ya con un pie en el exilio, obras de primera magnitud, todas ellas justamente, y todas en un solo año.
De una categoría similar fue La ley del talión (The last wagon, USA, 1955), uno de los grandes western que Delmer Daves rodó en los años cincuenta, de grandes paisajes, historias turbias, y denuncia antirracista efectuada de manera enérgica, con un Richard Widmark en verdad pletórico…
Durante los años cincuenta, Widmark trabajó al menos en una veintena de títulos de primera, comenzando por Cuatro páginas de la vida (1952), un homenaje a O´Henry con un guión escrito por John Steinbeck; le sigue el thriller Niebla en el alma que supuso un paso adelante para Marilyn Monroe, y después de la militarista y olvidable Hombres de infantería (Take the High Ground!, USA, 1953), del peor Richard Brooks, trabajará en la apabullante Manos peligrosas (1953), una tentativa de renovación del género por Samuel Fuller que se apunta a la histeria anticomunista de una manera muy singular, al final el “salvapatrias” es un auténtico bellaco encarnado por Widmark. Le dará la réplica a Spencer Tracy en Lanza rota, de Edward Dmytryck (1954), cineasta con el que protagonizará en 1959 uno de los western más turbios e intenso de la historia del género: El hombre de las pistolas de oro…Menos interesante resulta Álvarez Kelly, del mismo Dymtryck, lo que no quiere decir que no sea una gran película., y en la que Widmark compite con otros dos grandes cínicos: William Holden y Janice Rule.
De la mano de otro gran especialista, John Sturges, trabajará en otros dos títulos más que notables, El septo fugitivo, y en Desafío en la ciudad muerta, a la que no le viene grande la consideración de obra maestra. Antes lo había hecho con Henry Hathaway en el muy extraño El jardín del diablo, al lado de Gary Cooper y Susan Hayward, no menos inolvidable, sobre todo por el tratamiento del paisaje. En El Álamo, repitió un “cliché”, película de flagrante falsificación histórica y apología colonialista, se dice que John Ford rodó algunas escenas, y Richard volvió a estar magnífico.
De este tiempo que sigue quedaran algunos grandes trabajos su papel en otra obra maestra de John Ford de 1964, El gran combate (en realidad, Otoño cheyenne), que si bien, cinematográficamente pudo ser superada por otras suyas, ésta representa una de las más noble contribuciones que el cine ha hecho a la cusa de los nativos norteamericanos, quizás la más fehaciente de las denuncias que el cine haría desde que a principios de los años cincuenta, el western inició una revisión de sus postulados racistas con filmes como La puerta del diablo, de Anthony Mann, Flecha rota, de Delmer Daves, Apache, de Robert Aldrich. Con Ford, Widmark ya había trabajado en uno de sus trabajos más memorables, una visión más densa y matizada de la colonización y del tema indio, Dos cabalgan juntos (Two Rode Together, USA, 1961), con interpretaciones antológicas de Widmark y de James Stewart, amén de colar un escupitajo contra la burguesía, contra los tipos que todo lo miden por el dinero.
Con Aldrich y Burt Lancaster, Widmark trabajó en otra gran película, Alerta: mísiles (Twilight's Last Gleaming, USA, 1977) de la que aquí apenas sí conocemos el “trailer”, ya que este durísimo alegato contra el armamento nuclear fue drásticamente reducido hasta hacerlo casi incomprensible, todo posiblemente por su fuerte contenido antimilistarista, uno de los temas favoritos de su director. En esta lista se podrían añadir algunos westerns como La conquista del Oeste (How the West Was Won, USA, 1962), donde hace un papel muy semejante al de Cheyeen autum.
Todavía rodó algún que otro película del oeste más o menos estimable como La ciudad sin ley (Death of a Gunfighter, USA, 1969), comenzado por Donald Siegel pero acabado por Robert Totter aunque en algunos lugares la firma que aparece es la de Allan Smithee, y habría que revisar Cuando mueren las leyendas (When the Legends Die, USA, 1972), un western crepuscular de Stuart Millar, aunque la acción se desarrolle en los años setenta, en el que nos cuenta la historia de un niño indio, arrancado por su abuelo de la vida solitaria en la montaña, al morir sus padres en la reserva, y que acaba trabajando para un cowboy beodo (Richard Widmark), experto en rodeos, que le ofrece el trato de salir de la reserva a cambio de trabajar para él. Sin ser nada del otro jueves, era una película interesante, de fuerte contenido antirracista.
Creo que la culminación final de la carrera de Widmark se dará con Brigada homicida (Madigan,1968), toda una denuncia soterrada del empleo de policía, de la jerarquías en el cuerpo, y de la infelicidad de unos hombres que se la juegan a sabiendas que son meras marionetas. Alfredo Bryce Echenique escribió un magnífico artículo sobre ella, recordando que en el curso del mayo francés unos estudiantes apedrearon el cinema que la daba, cuando en realidad se trataba de una película subversiva; en 1973 se realizaría una versión televisiva en la que Widmark encarnaba nuevamente al personaje del detective Madigan. Lo que viene después ya no dará mucho de sí, trabajos en películas que no le merecían, también la TV, de la que aquí apenas si nos ha llegado Tom Horn, con David Carradine, y luego un declive digno como lo pudieron tener otros grandes de su época como Gregory Peck, Kirk Douglas, Robert Mitchum (con los que trabajó en Camino de Oregón(The Way West, USA, 1967), un ambicioso western de Andrew MacLaglen, con muchos medios e impresionantes escenarios, pero inferior a los que pudieron hacer artesanos de serie B como George Sherman o Lesley Selander), y luego…Bueno, luego nos quedan las grabaciones.
Pero por encima de toda ese listado, mi elección personal es por El juicio de Nuremberg (Judgment at Nuremberg, USA, 1961), la obra más destacada del discutible Stanley Kramer que, en este caso, contó con varios factores a favor, primero, un guión increíblemente matizado para ser una gran producción de Hollywood, luego un equipo técnico de primer orden en el que sobresalen los actores, sobre todo los que hacen de víctimas del nazismo. Los absolutamente memorables Montgomery Clift y Judy Garland, dos “star” que sabía como pocos lo que era el sufrimiento y la sensibilidad, dos seres humanos grandes que nunca se sintieron parte de aquel mundo.
Aunque solamente fuese por esta película, sería justo reconocer la gran labor cultural y civilizatoria del mejor cine liberal norteamericano. Esta película llegó y llega las muchedumbres, sobrecogió a varia generaciones de espectadores, y fue un verdadero problema para el régimen franquista que no la prohibió para no quedar en evidencia. La cortaron, mutilaron diálogos, trivializaron el título y fue denostada por parte de la prensa falangista que sabía todo lo que el franquismo debía al III Reich, un proyecto con el que la derecha española (y no solo española, la norteamericana también), se identificó desde el primer al día y lo siguió estando. Ahí está toda la historia de la División Azul. Señalemos una vez más, que en la época de los procesos, la prensa adicta llevó a cabo una campaña para que los mismos tribunales juzgaran…a las autoridades republicanas exiliadas.
Pocas películas se han atrevido a tanto, anotemos el ejemplo de del discurso del abogado defensor Hans Rolfe (Maximilian Schell, escarizado como una forma de compensación para los alemanes, pero que es el más flojo de la función), cuando en el discurso que sigue el pase de las primeras películas sobre las atrocidades nazis, informa con claridad que parte de los Aliados estuvieron a favor de Hitler y sus políticas porque era lo que en ese momento les convenía. Las declaraciones se refieren a que Winston Churchill, ¡en 1938¡, alababa la política que estaba emprendiendo Hitler y que la Corte Suprema de Estados Unidos emitió una declaración en la que apoyaba la eugenesia que se estaba emprendiendo en Alemania.
Con todos los matizaciones que se quieren, mi personaje es el fiscal encarnado con una notable variedad de registros por Richard Widmark…Es el que pone el dedo en la llaga, el que incide en los datos, quien muestra su asco hacia los pactos que se están fraguando entre bastidores.
Pero sobre todo, la película fue decisiva porque fuimos muchos y muchas los que soñamos de hacer como Coronel Tad Lawson, de abogado de la acusación en tribunales que juzgaran con las mismas leyes a personajes como Manuel Fraga Iribarne, Martín Villa, Serrano Suñer, Juan March, Henry Kissinger, etcétera, etcétera. Un sueño, pero seguro que los jerarcas nazis que fueron juzgados no habían pensado en algo así, ni en sus peores pesadillas. Los juicios sentaron un precedente de un sueño de justicia que hoy está quizás más vivo que nunca.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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