martes, septiembre 24, 2013

El silencioso golpe militar que se apoderó de Washington



En la pared tengo colgada la primera página del ‘Daily Express’ del 5 septiembre de 1945 con las siguientes palabras: “Escribo esto como una advertencia al mundo”. Así comenzaba el informe de Wilfred Burchett sobre Hiroshima. Fue la noticia bomba del siglo. Con motivo del solitario y peligroso viaje con el que desafió a las autoridades de ocupación estadounidenses Burchett fue puesto en la picota, sobre todo por parte de sus colegas empotrados. Avisó de que un acto premeditado de asesinato en masa a una escala épica acababa de dar el pistoletazo de salida a una nueva era de terror.
En la actualidad, [la advertencia de] Wilfred Buirchett está siendo revindicada por los hechos casi a diario. La criminalidad intrínseca de la bomba atómica ha quedado corroborada por los Archivos Nacionales de EE.UU. y por las ulteriores décadas de militarismo camuflado como democracia. El psicodrama sirio es un ejemplo de ello. Una vez más somos rehenes de la perspectiva de un terrorismo cuya naturaleza e historia siguen negando incluso los críticos más liberales. La gran verdad innombrable es que el enemigo más peligroso de la humanidad está al otro lado del Atlántico.
La farsa de John Kerry y las piruetas de Barack Obama son temporales. El acuerdo de paz ruso sobre armas químicas será tratado al cabo del tiempo con el desprecio que todos los militaristas reservan para la diplomacia. Con al-Qaeda figurando ahora entre sus aliados y con los golpistas armados por EE.UU. sólidamente instalados en El Cairo, EEUU pretende aplastar a los últimos Estados independientes de Oriente Próximo: primero Siria, luego Irán. “Esta operación [en Siria]“, dijo el exministro de Exteriores francés Roland Dumas en junio, “viene de muy atrás. Fue preparada, pre-concebida y planeada”.
Cuando el público está “psicológicamente marcado”, como describió el reportero del Canal 4 Jonathan Rugman la abrumadora oposición del pueblo británico a un ataque contra Siria, la supresión de la verdad se convierte en tarea urgente. Sea o no cierto que Bashar al-Assad o los “rebeldes” utilizaran gas en los suburbios de Damasco, es EEUU, no Siria, el país del mundo que utiliza esas terribles armas de forma más prolífica.
En 1970 el Senado informó: “EEUU ha vertido en Vietnam una cantidad de sustancias químicas tóxicas (dioxinas) equivalente a 2,7 kilos por cabeza”. Aquella fue la denominada Operación Hades, más tarde rebautizada más amablemente como Operación Ranch Hand, origen de lo que los médicos vietnamitas denominan “ciclo de catástrofe fetal”. He visto a generaciones enteras de niños afectados por deformaciones familiares y monstruosas. John Kerry, a cuyo expediente militar le chorrea la sangre, seguro que los recuerda. También los he visto en Irak, donde EE.UU. utilizó uranio empobrecido y fósforo blanco, igual que hicieron los israelíes en Gaza. Para ellos no hubo las “líneas rojas” de Obama, ni tampoco psicodrama de enfrentamiento.
El repetitivo y estéril debate sobre si “nosotros” debemos “tomar medidas” contra “dictadores” seleccionados (es decir, si debemos vitorear a EE.UU. y a sus acólitos en otra nueva matanza aérea) forma parte de nuestro lavado de cerebro. Richard Falk, profesor emérito de Derecho Internacional y relator especial de la ONU sobre Palestina, lo describe como “una pantalla legal/moral unidireccional con ínfulas de superioridad moral y llena de imágenes positivas sobre los valores occidentales e imágenes de inocencia amenazada cuyo fin es legitimar una campaña de violencia política sin restricciones”. Esto “está tan ampliamente aceptado que es prácticamente imposible de cuestionar”.
Se trata de la mayor mentira, parida por “realistas liberales” de la política anglo-estadounidense y por académicos y medios autoerigidos en gestores de la crisis mundial más que como causantes de ella. Eliminando el factor humanidad del estudio de los países y congelando su discurso con una jerga al servicio de los designios de las potencias occidentales, endosan la etiqueta de “fallido”, “delincuente” o “malvado” a los Estados a los que luego inflingirán su “intervención humanitaria”.
Un ataque contra Siria o Irán o contra cualquier otro “demonio” estadounidense se basará en una variante de moda, la “Responsabilidad de Proteger”, o R2P, cuyo fanático pregonero es el ex ministro de Relaciones Exteriores australiano Gareth Evans, copresidente de un “centro mundial” con base en Nueva York. Evans y sus grupos de presión generosamente financiados juegan un papel propagandístico vital instando a la “comunidad internacional” a atacar a países sobre los que “el Consejo de Seguridad rechaza aprobar alguna propuesta o que rehúsa abordarla en un plazo razonable”.
Lo de Evans viene de lejos. El personaje ya apareció en mi película de 1994, ‘Death of a Nation’, que reveló la magnitud del genocidio en Timor Oriental. El risueño hombre de Canberra alza su copa de champán para brindar por su homólogo indonesio mientras sobrevuelan Timor Oriental en un avión australiano tras haber firmado un tratado para piratear el petróleo y gas del devastado país en el que el tirano Suharto asesinó o mató de hambre a un tercio de la población.
Durante el mandato del “débil” Obama el militarismo ha crecido quizá como nunca antes. Aunque no haya ni un solo tanque en el césped de la Casa Blanca, en Washington se ha producido un golpe de Estado militar. En 2008, mientras sus devotos liberales se enjuagaban las lágrimas, Obama aceptó en su totalidad el Pentágono que le legaba su predecesor George Bush, completo con todas sus guerras y crímenes de guerra. Mientras que la Constitución va siendo reemplazada por un incipiente Estado policial, los mismos que destruyeron Irak a base de conmoción y pavor, que convirtieron Afganistán en una pila de escombros y que redujeron Libia a una pesadilla hobbesiana, esos mismos son los que están ascendiendo en la administración estadounidense. Detrás de su enmedallada fachada, son más los antiguos soldados estadounidenses que se están suicidando que los que mueren en los campos de batalla. El año pasado 6 500 veteranos se quitaron la vida. A colocar más banderas.
El historiador Norman Pollack llama a esto “liberalfascismo”: “En lugar de soldados marchando al paso de la oca tenemos la aparentemente más inofensiva militarización total de la cultura. Y en lugar del líder grandilocuente tenemos a un reformista fallido que trabaja alegremente en la planificación y ejecución de asesinatos sin dejar de sonreír un instante”. Todos los martes, el “humanitario” Obama supervisa personalmente una red terrorista mundial de aviones no tripulados que reduce a “papilla” a las personas, a sus rescatadores y a sus dolientes. En las zonas de confort de Occidente, el primer líder negro en el país de la esclavitud todavía se siente bien, como si su mera existencia supusiera un avance social, independientemente del rastro de sangre que va dejando. Esta obediencia a un símbolo ha destruido prácticamente el movimiento estadounidense contra la guerra. Esa es la particular hazaña de Obama.
En Gran Bretaña las distracciones derivadas de la falsificación de la imagen y la identidad políticas no han triunfado completamente. La agitación ya ha comenzado, pero las personas de conciencia deberían darse prisa. Los jueces de Nuremberg fueron escuetos: “Los ciudadanos particulares tienen la obligación de violar las leyes nacionales para impedir que se perpetren crímenes contra la paz y la humanidad”. La gente normal de Siria, y mucha otra más gente, igual que nuestra propia autoestima, no se merecen menos en estos momentos.

John Pilger

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