jueves, octubre 17, 2013

La "cuestión intelectual" en el fin de ciclo K. Apuntes sobre la crisis de Carta Abierta



“El intelectual crítico es aquel que pronuncia una crítica indeseada por los intervinientes del conflicto” escribía Nicolás Casullo en Las cuestiones, aparecido allá por el 2007. El intelectual no sólo es responsable de sus palabras, sino también de sus silencios, escribía Sartre varias décadas antes. El intelectual K ¿crítico o comprometido?
La cuestión del intelectual atraviesa parte central de la literatura política del siglo XX (sobre este tema pueden leerse dos interesantes posts acá y acá). Emergen las preguntas ¿Desde donde crítica el intelectual crítico? ¿Qué critica? Si el intelectual tiene por tarea ser (o ejercer) la “conciencia crítica de la sociedad” (Casullo) la cuestión que emerge es el lugar (social y político) desde el que se ejerce esa labor y las consecuencias que se revelan en la práctica. La crisis actual de la intelectualidad agrupada en Carta Abierta es la expresión de los límites del lugar desde el que eligió criticar.
“Es difícil dialogar con gente de Carta Abierta en este momento-refiere Sarlo- no porque sean sectarios en sus posiciones, no porque sean para nada nítidos en sus posiciones, sino porque están pensando en retroceso (…) caminando hacia atrás en un territorio sobre el cual creían y querían haber avanzado”. El territorio “conquistado” se deshace bajo sus pies. Todo se inclina bruscamente hacia la derecha. Los Pañuelos son reemplazados por los Milani, Granados, Marambio, la persecución a los jóvenes y la baja de la edad de imputabilidad. La Soberanía por Chevron y el acuerdo con los Fondos Buitres. La juventud maravillosa por los acuerdos con gobernadores e intendentes del Conurbano. El “giro restaurador” se muestra en todo su esplendor. Todo lo que alguna vez pareció sólido, se desvanece en el aire.
Las Jornadas revolucionarias del 2001 barrieron con el autismo al que había estado sometida gran parte de la intelectualidad criolla, refugiada en las universidades ante la tormenta neoliberal. El kirchnerismo apeló a sus “saberes” para darle consistencia al “relato”. La Resolución 125 les confirió enemigos a combatir entre las “corporaciones”. Hoy, cuando los síntomas políticos del agotamiento kirchnerista son más que evidentes, la intelectualidad K se encuentra ante el umbral de sus propios límites. Pero esos límites no son intelectuales, no están dados por la capacidad creativa de un Forster o un Horacio González.
Muy al contrario, son los límites de una apuesta, los límites de una empresa que se presentó como transformadora del Noventismo, como liquidadora de la despolitización menemista y aliancista, que prometió una transformación profunda de la herencia recibida, pero fracasó y no podía más que fracasar. La anomalía se ha transformado en normalización. La sorpresa y la incertidumbre emergen, cada día más, por derecha.

Entre los límites del bloque ideológico y el transformismo

A riesgo de repetir, retomemos a Gramsci que afirmaba que “si la hegemonía es ético-política no puede dejar de ser también económica, no puede menos que estar basada en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en el núcleo rector de la actividad económica”. Este señalamiento metodológico permite verificar los límites de la capacidad hegemónica de una capa o fracción dirigente. La aclaración es precisa: el kirchnerismo no ejerce un rol como núcleo rector en la actividad económica pero apostó por la utópica (re)construcción de una “burguesía nacional”. Pero la profunda penetración del capital extranjero y su control sobre áreas claves de la estructura económica no se revirtieron. Aquella gesta “industrializadora” tan sólo resultó un pingüe negocio para las contratistas del estado y los empresarios amigos del “modelo” (para profundizar al respecto se puede leer, en el número 3 de Ideas de Izquierda, la nota de Esteban Mercatante Los contornos de la dependencia).
De allí los límites materiales para la construcción hegemónica. La conformación de un bloque ideológico presupone la conformación de una concepción de la vida y un programa escolar, según afirmaba el revolucionario italiano Gramsci. Los intelectuales afines al kirchnerismo se dieron a esa tarea.
Pero no podía emerger una nueva “concepción de la vida” en tanto la vida misma mantuviera mucho de lo viejo para las masas explotadas y oprimidas. A pesar del crecimiento a “tasas chinas”, la precarización laboral se mantuvo y entre la juventud alcanza niveles enormes. Hoy, la cantidad de jóvenes que no estudian ni trabajan (los despectivamente llamados “ni-ni”) superan la existente hace una década. Los femicidios y las muertes por abortos clandestinos en condiciones insalubres no se han detenido. La ausencia de vivienda sigue siendo un problema esencial para millones de familias. Si la vida misma no cambió, los intelectuales K no podían crear una nueva concepción sobre la misma. Su impotencia ideológica estaba fuera de ellos.
Por añadidura naufragó la construcción de un principio educativo. Tres millones de netbooks no constituyen un programa de conjunto si los salarios docentes son paupérrimos, sus condiciones laborales están altamente precarizadas y la estructura edilicia se cae a pedazos. La última muestra del desprecio gubernamental hacia la docencia tal vez la exprese este video publicitado como “homenaje” en su día.
Así, la hegemonía del kirchnerismo (en el sentido de dirección cultural) fue altamente limitada. Frente a estas limitaciones, la coacción y el transformismo jugaron grandes papeles. Sobre la coacción remitimos a lo ya escrito anteriormente. Por su parte, el transformismo permitió ampliar la clase dirigente, decapitando las direcciones de las capas subalternas. Según afirma Hughes Portelli “el transformismo es un proceso orgánico: expresa la política de la clase dominante, que se niega a todo compromiso con las clases subalternas” (p.78).
Tomar esta afirmación linealmente implicaría una lectura extrapolada de la realidad. En el caso argentino, las Jornadas del 2001 le impusieron a la clase dominante determinados compromisos parciales y promesas demagógicas. En este caso, el carácter del transformismo está dado por el límite estructural de esas concesiones, construidas en el plano de la superestructura pero sin afectar los “poderes reales”.

Fin de la hegemonía y crisis de la intelectualidad

Al no modificarse profundamente las bases estructurales de la nación, la capacidad de conformar un bloque ideológico macizo estuvo altamente limitada. Precisamente por ello, cuando el kirchnerismo empezó a encontrar su techo emergieron fuertes tendencias centrífugas en los diversos niveles en que se había constituido como coalición gobernante. Al respecto hemos señalado algunos elementos aquí.
Gramsci afirma acá que “Apenas el grupo social dominante ha agotado su función, el bloque ideológico tiende a desintegrarse, y entonces la "espontaneidad" puede ser sustituida por la "coacción", en formas cada vez menos disimuladas e indirectas, hasta llegar a las medidas de policía propiamente dichas y a los golpes de Estado”. La “función” del kirchnerismo en tanto gobierno de restauración y reconstrucción de la vieja institucionalidad golpeada por el 2001, ha terminado. Ha sido cumplida dentro de los estrechos márgenes que les permitió la estructura capitalista argentina configurada en esta década.
En su lugar, asistimos al crecimiento de las formas represivas (coacción) que cumplen una función preparatoria. Las condiciones de crisis internacional y los límites en la transformación de la estructura social plantean, más temprano que tarde, una dinámica de tensiones sociales y creciente lucha de clases. En ese marco, la hegemonía cede paso al fortalecimiento de las medidas represivas.
Precisamente, en esta coyuntura, la criticidad de la mayoría de la intelectualidad K tiende a tornarse nula, limitada. Las palabras, que suelen brotar a borbotones en cada Carta Abierta, sorprenden por su ausencia marcada o por su aparición en dosis homeopáticas. El lugar del intelectual K parece ser el silencio, no el compromiso ni la crítica.

El lugar de la crítica y el lugar de la política

La elección del lugar político y social desde el cual se critica no es un dato menor. Ésta elección configura, fuertemente, el contenido de la crítica así como las vías en que la misma se torna praxis o política. Volvamos un momento atrás. La crítica de Sarlo hacia Carta Abierta se acompaña de la reivindicación de Binner como “buen administrador”. No como gran intelectual ni como gran dirigente político, sino sólo como administrador eficiente. Así, la gestión del estado capitalista, garante de los negocios de los grandes grupos económicos, se naturaliza como el lugar común desde el que emerge la crítica, que no es pensada como el sustrato de una transformación profunda, sino como conservación de lo existente bajo formas aceptables para la “opinión pública” (de las clases medias).
Ese lugar, desde el que critica Sarlo, es también el de la crítica limitada. Si Carta Abierta, en función de su alineación política, se ve empujada al silencio, la intelectualidad social-liberal se ve compelida a golpear sobre las consecuencias reduciendo el radio de las causas, sobre lo político recortando lo económico en tanto determinación en última instancia. Allí tampoco hay lugar para lo que “incomoda a ambos contendientes” sino sólo para lo que incomoda al kirchnerismo.
Parte de la intelectualidad argentina encontró en los últimos años otro lugar desde el que ejercer la crítica. Esto no fue ajeno al lento deterioro de las condiciones de hegemonía kirchnerista así como la creciente emergencia de una izquierda delimitada en lo político-ideológico. La pelea entre las patronales del campo y el gobierno nacional, en el 2008, actuó como una suerte de momento fundacional de ese espacio, cuando la declaración Ni K ni campo reunió cientos de firmas de apoyo. La Asamblea de intelectuales en apoyo al FIT, surgida en el 2011, fue también un lugar de concentración de esta fracción de intelectuales. Hoy, la revista Ideas de Izquierda reúne a un grupo de intelectuales (partidarios y no partidarios) que ejerce la crítica desde un lugar distinto al de la intelectualidad social-liberal y al de la intelectualidad K. Lo hace desde la perspectiva de la transformación social profunda de la sociedad capitalista.
Pero precisamente ahí hace su intervención la dimensión de la política. Si la fuerza propulsora de la historia “no es la crítica, sino la revolución” (Marx) ésta no es un “resultado automático” de la crisis capitalista actual. Lejos de ello, la perspectiva de la transformación revolucionaria profunda del orden existente supone la construcción de una fuerza social capaz de actuar en los momentos de crisis o quiebre social, un intelectual colectivo en la terminología gramsciana, capaz de fusionarse realmente con los sectores avanzados de la clase trabajadora, la juventud y el conjunto de los oprimidos.
Desde esa perspectiva, la lucha de ideas es parte de la pelea en curso por hacer emerger el abajo obrero y popular en la perspectiva de forjar la alianza social y política capaz de derribar el orden capitalista. Sólo desde una perspectiva que contemple la transformación social revolucionaria de la sociedad, la crítica puede hacerse efectiva, convertirse en fuerza material capaz de influir decisivamente en el curso de la historia.

Eduardo Castilla

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