domingo, febrero 09, 2014

Un nuevo libro con prólogo de Fidel



Fidel dedica su escrito introductorio a relatar, con detalle, momentos críticos de la guerra de liberación que lideró contra la dictadura de Fulgencio Batista.

Historia de una gesta libertadora 1952-1958 es un libro testimonial de la luchadora revolucionaria cubana Georgina Leyva Pagán que en la ya próxima Feria del Libro estrena una segunda edición con un interesante y aleccionador prólogo de Fidel. A la autora del libro se refiere el Jefe de la Revolución como “una mujer valiente y consagrada”, y describe a su esposo, el conocido combatiente Julio Camacho Aguilera, como “viejo y curtido luchador”.
Fidel dedica su escrito introductorio a relatar, con detalle, momentos críticos de la guerra de liberación que lideró contra la dictadura de Fulgencio Batista. Del relato de las difíciles circunstancias que vivió al final de la expedición del yate Granma hasta el reencuentro de los pocos sobrevivientes que iniciaron la lucha guerrillera en la Sierra Maestra, el líder de la Revolución salta al testimonio de su comunicación con altos oficiales del Ejército enemigo que, luego de la derrota de la Ofensiva de Verano lanzada por la tiranía tras el fracaso de la Huelga de Abril de 1958, conspiraban contra el dictador y deseaban poner fin a la guerra.
“Escribir la verdad siempre será una tarea amarga”, confiesa Fidel al revelar honestísimamente contradicciones con compañeros que arriesgaron la vida junto a él. El apego a los hechos al escribir este prólogo lo lleva a entregar, milimétricamente, su testimonio del combate de Alegría de Pío y los factores fortuitos, que junto a la inexperiencia – “nos faltaban a todos los conocimientos elementales de un sargento de pelotón”, dice autocríticamente- lo condujeron a ver “desaparecer abruptamente el trabajo de años”.
Dos meses después de aquellas jornadas inciertas, escucha al general Tabernilla -Jefe del Ejército de la dictadura- afirmar en la radio sobre él y sus compañeros: “quedan doce y no les queda otra alternativa que rendirse o escaparse si es que pueden… Hay que darle candela al jarro hasta que suelte el fondo”. “…se había encariñado con tal frase”, dice Fidel con sarcasmo y recuerda que en ese instante pasó la vista sobre sus acompañantes y al constatar que “el cínico general, que a pesar de su cargo nunca visitó a sus tropas en la Sierra Maestra, había dicho por azar la cifra exacta”, exclamó con fuerza: “¡Jamás intentaremos escapar y ninguno se rendirá nunca!”.
Aparecen en el prólogo dos cartas escritas por Fidel apenas transcurrido un año y medio de que hubiera pronunciado aquella frase. Están dirigidas a oficiales que conspiraban en las filas del ejército enemigo. En palabras del líder revolucionario en una de esas misivas -tras la derrota de la ofensiva que con tanques, aviación y catorce batallones de soldados armados hasta los dientes había lanzado Batista contra las fuerzas rebeldes en la Sierra Maestra, que no sobrepasaban los 300 hombres con fusiles de guerra- “el Ejército se desarticula a ojos vista”.
En ambas cartas se aprecia la ética y la cortesía hacia el enemigo militar que no ha cometido crímenes contra la población civil, que Fidel condena enérgicamente en esos documentos, mencionando a los criminales por sus nombres. El análisis que realiza allí de la evolución de la correlación de fuerzas en el país revela que ya es un analista político profundísimo y la estatura ética con que habla de aquellos adversarios que no son asesinos impresiona por su contundencia y claridad.
Seguro de la desmoralización de las fuerzas enemigas, Fidel no es, sin embargo, presa de la soberbia. “…puede Usted contar siempre con mi más absoluta discreción de adversario leal”, escribe al comandante del Ejército Raúl Corzo Izaguirre. Las misivas incluidas en el prólogo son una lección de estrategia político-militar y conspirativa que con argumentos irrebatibles ofrece a los militares descontentos un análisis de la situación al interior de la institución armada y los alerta contra errores posibles, a la vez que todo el tiempo insiste en el quiebre moral del ejército enemigo.
Los hechos le dieron la razón. Como relata al final de su escrito, el 3 de enero de 1959, con un destacamento de solo 30 hombres “que no había podido reducir más”, Fidel se reunió en la ciudad de Bayamo con alrededor de 3 mil soldados y oficiales que portaban todas sus armas, ametralladoras, cañones pesados, carros de combate y tanques. “En ningún lugar me habían recibido con tanto entusiasmo como en aquel punto”, escribe, para luego agregar:
“No estaban recibiendo a alguien que tomara el poder tras un golpe de Estado, ni un político que obtuviera la victoria en unas elecciones, sino a un combatiente de pensamiento muy distinto al de ellos, que sin embargo, había curado a todos los heridos y respetado la vida a cientos de prisioneros, que nunca permitió la tortura de ninguno de ellos, a pesar de los repugnantes y odiosos crímenes que la tiranía de Batista había impuesto a las Fuerzas Armadas”
La causa de esa actitud la sintetizaría muchos años después en su definición de Revolución: “es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas”.

Iroel Sánchez
La pupila insomne

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