miércoles, marzo 19, 2014

Ucrania: Putin le muestra los dientes a Obama



¿Qué se esconde detrás de la desestabilización en Ucrania? La puja entre Rusia y Estados Unidos por un territorio rico en gas. La metodología utilizada en Ucrania para fragmentar a un país se repite en América Latina con el objetivo de desplazar a los gobiernos de izquierda y progresistas.

Mientras en Crimea el Parlamento declaraba su independencia de Ucrania como paso previo a la reunificación con Rusia, el presidente estadounidense Barak Obama recibía y daba su total respaldo al primer ministro y uno de los líderes de la revuelta de la plaza Maidán, Arseni Yatseniuk.
Se cerraba así el más reciente capítulo de una operación planificada y ejecutada por el imperialismo occidental (EE.UU. más la Unión Europea) para controlar el gas de la región, capturar económicamente a Ucrania y golpear el crecimiento constante del poderío ruso en la zona. Por último, también advertir al gigante chino que el próximo escenario puede ser el propio.
Hay que tener en cuenta que en torno a un 30% del gas importado por la UE proviene de Moscú y un tercio del mismo pasa por Ucrania. Así, Moscú es el mayor vendedor de gas a Europa y en este tránsito continuo que implica casi 100 millones de dólares al día, Kiev es una plaza clave. En 2009 ya hubo cortes de suministro en países de la UE a raíz del enfrentamiento entre Ucrania y Rusia. Ahora, tras el despliegue militar ruso en Crimea y la adhesión casi unánime de su población, las alertas se han encendido en buena parte de los países “grandes” de Europa. Sobre todo, después de que el pasado viernes la energética rusa Gazprom amenazara a Ucrania con cortar su acceso a gas si el país no devolvía 1,89 millones de euros impagos.
Si en Venezuela Bolivariana la ambición imperial se expresa en clave de petróleo, en los sangrientos incidentes de Kiev, la zanahoria en el palo era el gas. Lógico, a partir de su control no sólo se garantizaría la sobrevivencia a futuro para países de la UE (Alemania sería uno de los más perjudicados si Moscú cierra el grifo), sino que además se busca provocar a Rusia.
Después del golpe de Estado –con ostensible apoyo exterior- contra el presidente legítimamente elegido en las urnas, Viktor Yanukovich, y de haber convertido a Kiev en una ciudad sitiada por bandas fascistas y neonazis, ahora los garantes de la desintegración territorial se aprestan a “legalizar” el despojo. Obama no sólo se abraza con Yatseniuk sino que le habilita el tinglado habitual en estos casos para generar los acuerdos económicos indispensables a fin de que Ucrania se convierta en el buque insignia del asalto neoliberal en la región. Esto en buen romance significa: “te damos casi nada y nos llevamos casi todo”. Conversaciones con el secretario de Estado, John Kerry, con la directora del FMI, Cristine Lagarde y una nutrida delegación de empresarios y líderes parlamentarios, buscan convertir a Yatseniuk en el Al-Maliki de Ucrania. Es decir, un títere más de la política expansionista imperial.
Sin embargo, como le ocurre a EE.UU. con Corea del Norte, las cosas no son tan sencillas de resolver. No sólo porque la población de Crimea ratificará su adhesión a Rusia en el referéndum del próximo 16 de marzo, sino que la decisión del presidente Putin de no ceder ante el descarado intervencionismo de EE.UU., abriría las puertas de un conflicto bélico, en el que las ambiciones imperiales pueden sufrir un duro revés.
Es precisamente en este terreno, el militar, donde el grupo faccioso que se hizo con el poder en Kiev, reconoce que nada podrá hacer ante el poderío ruso. No sólo por el drenaje permanente que sufren las fuerzas armadas ucranianas, cuyos hombres y equipos más cualificados han decidido jurar lealtad a Crimea, sino porque el importante despliegue militar ruso es algo más que una advertencia.
Los popes de la Defensa de Ucrania han tenido que reconocer a regañadientes que “no tenemos fuerza suficiente para hacer frente a más de 200 mil soldados enviados por Putin” para que se desplieguen en la frontera. Sólo en Crimea están asentados unos 19 mil militares rusos, según el director de Política Informativa del Ministerio de Defensa ucraniano, Yevgueni Perebiynis.
Es en función de estas cifras y de la decisión que está demostrando el gobierno ruso de defender sus intereses, que a EE.UU. no le queda otra que ganar tiempo (para fortalecer militarmente a su nuevo socio) mediante escarceos diplomáticos. En eso es muy ducho Kerry, que por estas horas se apresta a viajar a Londres para debatir con el canciller ruso Serguei Lavrov, y tratar de convencerlo de la “ilegalidad” del referéndum del domingo.
Molesto por el intervencionismo yanqui, Putin ya ha dicho claramente que apoya la independencia de Crimea, que garantizará el cumplimiento de lo que decidan las urnas y que ninguna potencia extranjera debe meter sus narices en algo que tiene que ver con un indudable gesto de autodeterminación. En el fondo, el premier ruso cree que EE.UU. medirá minuciosamente los pro y los contra de involucrarse en un nuevo conflicto militar en un sitio poco favorable. Además, sabe que la alianza occidental tiene poco para ofrecerle a Ucrania. De hecho, todas las promesas de una posible inclusión en la UE han quedado descartadas, en función de la descomunal crisis económica que vive el país asaltado, al que solamente le espera –como premio consuelo- recibir las recetas típicas impuestas por el FMI. Y eso, se sabe, a lo sumo trasladarán a Ucrania al escenario vivido el año pasado en Grecia.

Carlos Aznárez

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