viernes, abril 11, 2014

¿Qué le espera a Ucrania?



Lejos de ser una desgracia, la crisis que vive Ucrania es una magnífica oportunidad para las trasnacionales, Estados Unidos y la Unión Europea. La aplicación de planes “neoliberales” es un momento necesario en la regulación del capitalismo.

En los últimos días, se registraron movilizaciones en el este de Ucrania (la zona más cercana a Rusia) en contra del actual gobierno de ultraderecha (sin exagerar). Uno de los disparadores es la anulación de una ley que otorgaba el reconocimiento como idiomas regionales a las lenguas minoritarias. Por detrás, lo que existe es una identificación de la población de esa región con Rusia. La respuesta de Kiev fue el envío de blindados a los oblast (provincias) de Donetsk, Jarkov y Lugansk.
Donetsk es donde la situación ha evolucionado más radicalmente, ya que se ha proclamado República Autónoma. Esa provincia, junto a Dnipropetrovsk, son el corazón económico del país. Allí se encuentra la industria militar, una de las joyas que Ucrania heredó de la Unión Soviética (URSS) y una de las golosinas que despiertan la codicia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Estos manifestantes son la contracara de aquellos que semanas atrás tomaron la Plaza Maidan. Mientras aquellas movilizaciones tenían un sentido regresivo, estas tienen una dirección progresiva. Por eso, aquellas fueron aplaudidas por todos los medios comerciales del mundo, en tanto estas son ignoradas o denostadas.
Los planes de la alianza occidental (fácilmente predecibles) para Ucrania dejaron de ser suposiciones para empezar a concretarse. La crisis económica profunda que vive el país, lejos de ser una carga financiera para Estados Unidos y la Unión Europea (UE) –tal como la presentan los analistas del establishment– es una fabulosa oportunidad para tomar el control de esa economía.
Es un proceder que se ha repetido en los países del este europeo, Sudamérica y Asia: aprovechar la crisis (y aún profundizarla intencionadamente) para imponer condiciones draconianas a cambio de un rescate financiero, que a su vez será pagado con creces. El momento apropiado para tomar el control no son los períodos estables o de crecimiento. Una economía quebrada, un gobierno débil y dócil, necesitado de recursos de manera acuciante, y por lo tanto incapaz de imponer cualquier condición, es la mejor combinación para realizar el desembarco.
Por eso, en pocos días desde que asumió “su” gobierno, el Fondo Monetario Internacional (FMI) comprometió una “ayuda” de 14 mil a 18 mil millones de dólares, a lo que podrían sumarse otros 10 mil millones en 2015. Por su parte, Estados Unidos aprobó que el Estado (norteamericano) sea el garante para entidades financieras privadas que otorguen créditos a Ucrania, inferiores a los mil millones de dólares.
Las condiciones que está negociando el FMI para otorgar los fondos son:
1 - Que el Banco Central deje de sostener el valor de la moneda nacional, la grivna. Al devaluarse la grivna, una de las consecuencias será que los activos ucranianos disminuirían su valor en dólares y euros. Las multinacionales podrán comprar empresas ucranianas a precio de remate. Por ejemplo, la industria militar que mencionamos más arriba.
2 - Realizar recortes a las prestaciones sociales, muy especialmente a las subvenciones en el suministro de gas. El gobierno ya tiene previsto un incremento de 50% en el valor del gas para el consumidor domiciliario. Sin embargo, Rusia ha decidido anular el precio preferencial que pagaba Ucrania. La empresa ucraniana Naftogaz pagará a partir de abril un 44% más por sus importaciones. El incremento luego será mayor, ya que parte de las rebajas eran en virtud del uso que la Flota del Mar Negro realizaba del puerto de Sebastopol. Al ser incorporado ese territorio a la Federación Rusa, Kiev perderá ese beneficio y el incremento alcanzará el 100%. El actual aumento domiciliario deberá multiplicarse para que el agujero fiscal de Ucrania no siga ensanchándose, algo que el FMI exigirá.
3 - Otra de las condiciones impuestas por el FMI es el recorte de la cantidad de empleados públicos. Ese recorte debería afectar a uno de cada diez empleados.
Así queda trazado el círculo, que marca el futuro ucraniano: se otorga financiamiento externo para cubrir gastos, lo cual redunda en un incremento de la deuda externa. Para recibir ese financiamiento se impone como condición la devaluación de la grivna (que hace caer el precio de los activos valuados en dólares) y realizar privatizaciones. Las multinacionales podrán ingresar a Ucrania a comprar a bajo precio empresas estatales que sean privatizadas, o empresas privadas que estarán en apuros por la crisis económica y por las medidas recesivas que promueve el FMI.
La graciosa aventura será financiada por la propia Ucrania, que deberá devolver los fondos prestados con intereses muy superiores a los que paga cualquier país desarrollado. Es para garantizar esos pagos de deuda externa que se le exige a Ucrania recortes en gastos sociales y en empleados públicos. Esto será también un gran negocio para los bancos occidentales. Razón por la cual Estados Unidos ofrece garantías a sus bancos privados para que le presten dinero. Cínicamente, el paquete es presentado como una “ayuda”, una muestra de solidaridad desinteresada
Conviene subrayar que, contrariamente a lo que sostienen los economistas no neoliberales (desarrollistas, keynesianos, reformistas, el kirchnerismo en Argentina), estos planes no son producto de la irracionalidad del FMI. Son racionales para los intereses de quienes los elaboran e inevitables para cualquier país que no rompa con el sistema de acumulación capitalista. Por eso, han sido aplicados indistintamente por fuerzas políticas de derecha liberal, socialdemócratas, nacionales, populistas, de centroizquierda, etcétera. Los planes económicos llamados neoliberales son una necesidad sistémica en momentos determinados del capitalismo.
Keynesianismo y neoliberalismo no son opuestos, sino momentos complementarios (ambos necesarios) en la regulación del capitalismo. En Argentina, el kirchnerismo está aprendiendo en carne propia esta lección que la historia enseñó muchas veces.

Pablo Gandolfo.

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