sábado, enero 31, 2015

Evocación de Rafael Barrett, un anarquista de leyenda

Sí compro alguna vez La Vanguardia es, primero por el Cultural, y luego por Gregorio Morán que es como un pulpo en un garage en el diario condegodista (no olvidaré nunca la nota aparecida en un Extra en el que se hablaba como “perdieron la libertad” cuando durante la guerra fue ocupado por los trabajadores), y hace unos semanas Gregorio obsequió a los lectores con un magnífico artículo Asombro y búsqueda de Rafael Barrett , al que siguió días después en El Periódico, el muy “realista” de izquierdas, señor López Burniol que titulaba su artículo El “macht point” de Rafael Barrett , y en el que alude muy sucintamente a sus compromisos en Uruguay
El caso es que Rafael Barret Álvarez de Toledo fue un pensador y periodista anarquista (Santander, 1876-Arcachón, Francia, 1910), que ha sido hasta tal punto ignorado aquí que en algunas sesudas enciclopedias le consideban uruguayo de nacimiento y fallecido en 1924. Augusto Roa Bastos ha afirmado que la cultura paraguaya contemporánea nace con Barret; algunos de sus escritos fueron libros de textos en Uruguay y en la Ar­gentina sus Obras Completas (con noticias y juicios de Rodolfo González Pachecho. Ramiro de Maeztu, Emilio Frugoni, José Enrique Rodó y Carlos Vaz Ferreira, Ed. Américalee, Buenos Aires, 1954, I tomo; el segundo sería publicado por Biblioteca de Cultura Social) han sido reeditadas en varias ocasiones.
Barret cuyos rasgos personales describe así Rodríguez Alcalá: "Erguía su estatura no común un hombre de ojos celestes, cabello rubio, frente muy alta y de perfecta trazo, sobre las que caían dorados mechones, y rastro alargado que afirmaba su expresión enérgica en su mentón rotundo...", fue en un principio un cultivado señorito de Bilbao y Madrid que había estudiado ingeniería, un dandy celtibérico, frecuentador de la alta sociedad y también de la bohemia cultural, que en el año 1904, arruinado por el juego, abandonó despe­chado España para embarcarse hacia Buenos Aires.
Tras de sí dejaba tan sólo una ligera leyenda de escándalos y duelos, algunas de ellos apadrinados por Valle-Inclán...Sudamérica supuso para él una gran transformación no sólo por la miseria sino también por su ideario y las persecuciones. Allí descubrió como Larra que la sociedad era "una reunión de víctimas y verdugos". Se dedica al periodismo como una forma de subsistencia y de manifestación de su cre­ciente conciencia crítica. En los siete años de vida que le quedaban, no paró de escribir, siempre para la prensa. y de ser perseguido a causa de su virulencia y de su intransigencia a favor de los explotados. Expulsado de Argentina, se refugió en Asunción, Uruguay.
Allí manifiesta su profesión de fe anarquista ("Anarquista, dice, es el que cree posible vivir sin el principio de autoridad"), se organiza, pronuncia conferencias, funda la revista Germinal, participa en las luchas cotidianas, en ocasiones sangrientas, y es desterrado, dejando mujer (que abandonó por él su lugar en la alta sociedad) e hijo, a Brasil, de donde pasó de nuevo a Argentina. Sin embargo, su salud se encuentra completamente quebrantada, tuberculoso a los treinta y cuatro años, retorna a Europa con la esperanza de una curación que no llegará. Con el tiempo, su "vida se verá deformada (...) por la variedad de versiones surgidas. Su obra permanecerá oculta en las bibliotecas de provincias" (Carlos Meneses en la presentación de su selección de artículos de Barret que con el título Mirando vivir, publicará Tusquest en 1976).
Su pensamiento libertario era reflexivo y crítico: "La violencia homicida del anarquista --dice-- es mala; es un espasmo inútil, más el espíritu que lo engendra es un rayo valeroso de verdad". El anarquismo "se reduce al libre examen político" y llama a "no gesticular contra la realidad en que es preciso vivir y a la cual, ¡ay!, es preciso amar. Estudiémosla. No veamos crímenes en el mundo, sino hechos. Acerquemos el ojo al microscopio y no empeñemos el cristal con lágrimas inútiles". Periodista de la estirpe de Larra, virulento, optimista y amargo, Barret gustaba definirse como un "expendedor de ideas", jugó siempre la carta de los perdedores. Aspira­ba "a curar --o por lo menos denunciar- las raíces de los males, los motivos que atormentaban a ese pueblo --Paraguay-- ­que tanto había llegado a querer y con el que se había identificado plenamente, olvidando sus orígenes, demostrando que ningún valor tienen los pasaportes, ni las banderas, ni las nacionalidades, que ninguna importancia tienen las sangres, ni los colores de la piel, que la humanidad sólo es­taba dividida en humildes y explotadores y que la misión de los hombres dignos consistía en luchar por alcanzar la igualdad" (Carlos Meneses).

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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