martes, marzo 31, 2015

Netanyahu recargado para nuevas tormentas



La reelección del premier Benjamín Netanyahu por tercera vez consecutiva desde 2009 (sin contar el mandato de 1996-1999) es una expresión genuina de la derechización de la sociedad israelí durante los últimos veinte años, que a su vez introduce elementos de polarización política en la gran elección de la Lista Árabe Común que consiguió 13 diputados, rompiendo la apatía de los llamados “árabes israelíes” que concurrieron a votar en masa, cuando asoma un horizonte regional muy inestable.

Si bien la mayoría de los analistas y encuestadores estimaban la derrota de Netanyahu reservando el primer lugar para la opositora Unión Sionista del laborista Itzjak Herzog, la radicalización del discurso derechista durante los últimos días de la campaña se convirtió en el aspecto determinante de su victoria.
El líder del Likud había sido duramente cuestionado por derecha, pues tras el brutal operativo Margen Protector que arrojó más de 2100 muertos, la Fuerza de Defensa Israelí (FDI) destruyó la infraestructura de Gaza pero no alcanzó sus objetivos de eliminar a Hamas y los diversos grupos que componen la resistencia nacional, cuya estructura de comando aún se conserva intacta. Naftali Bennett de Habait Hayeudí y Avigdor Lieberman de Israel Beiteinu, los dos partidos más representativos del movimiento de colonos que residen en los territorios palestinos de Jerusalén oriental y Cisjordania, criticaron duramente a Netanyahu y propusieron el exterminio de Hamas y la reocupación de la franja de Gaza con el objeto de “enviar a los palestinos a la edad de piedra”.
“Netanyahu no es tan de derecha”, cuestionó el archi reaccionario Bennett. Por ese motivo, Netanyahu apeló a la honestidad más brutal y tradicional del Likud al filo del cierre de la campaña, sosteniendo públicamente que en su gobierno jamás habría un Estado palestino, del mismo modo que agitó por una Jerusalén unida e indivisible (ignorando la demanda palestina por Jerusalén oriental como ciudad capital) y remató prometiendo la extensión de las colonias con miles de nuevas viviendas en los territorios palestinos. De ese modo, y ante la gran oferta de partidos derechistas, los electores de derecha optaron por no dispersar el voto y asegurar el triunfo de Netanyahu, repitiendo como consigna que “Netanyahu es tan de derecha como Bennett y Lieberman”.
Probablemente, quien mejor sintetizó los elementos de polarización política fue el jefe del Estado judío Reuven Rivlin, señalando que “hemos atravesado una tormentosa y apasionada campaña electoral y ahora es tiempo de comenzar el proceso de curar y fusionar a la sociedad israelí”. Rivlin aludía a las declaraciones racistas de Netanyahu, alentando una campaña de miedo porque “los árabes acudían en masa a votar”, aunque a renglón seguido, y ubicado como árbitro, fustigó a los “partidos árabes” porque “tampoco son aceptables las comparaciones entre el sionismo y el Estado Islámico”.
Contemplando un plazo de dos semanas, Netanyahu garantizó la formación de su coalición de gobierno, sostenida por una alianza derechista entre el Likud, los partidos del movimiento de colonos Habait Hayeudí e Israel Beiteinu, los judíos ortodoxos de Shas (sefaradíes) y Judaísmo Unido por la Tora (ashkenazis) y el centroderechista Kulanu de Moshé Kahlon, quien puso sus 10 escaños con la expectativa de obtener el Ministerio de Economía para atender a las “demandas locales” contra la carestía del costo de vida y la necesidad de vivienda, de las que se hizo eco Unión Sionista como representante de las clases medias urbanas y liberales.
Esa coalición derechista revela sin ambigüedades el curso de Netanyahu para “manejar el conflicto” con el pueblo palestino, siguiendo la huella del halcón y ex premier Ariel Sharon y su formula de formaldehido. Dov Weiglass, socio de Sharon y arquitecto del plan de desconexión de Gaza en 2005 (cuando los colonos judíos y la FDI se retiraron de la ocupación de la franja), explicó que “el objetivo de nuestro plan de retirada es la congelación del proceso de paz… esto suministra la cantidad de formaldehido (fijador) necesaria para evitar un proceso político con los palestinos… cuando usted congela el proceso, usted impide el establecimiento de un estado palestino… así ha sido quitado indefinidamente de nuestra agenda”.
Indudablemente, Netanyahu encarna la tradición histórica del Likud, surgido de las ideas del dirigente político-militar Vladimir Jabotinsky, “el primer ciudadano fascista” (tal como fue designado por Mussolini) que mucho antes de su fundación, llamó a poner en pie un Estado judío como una “muralla de hierro” sobre la base de la “transferencia” del pueblo palestino.

Obama desempolva el fraude de dos estados

El espaldarazo a Netanyahu resultó un disgusto para Obama, tras el desaguisado del 4 de marzo cuando el líder del Likud acudió al Congreso norteamericano, invitado por el partido republicano, con la finalidad de boicotear el acuerdo celebrado con Irán para limitar su capacidad nuclear. Recientemente, la tensión parece haberse incrementado todavía más, pues altos funcionarios de la Casa Blanca dejaron trascender que el Estado hebreo habría espiado las negociaciones a puertas cerradas entre EE.UU. e Irán. “Una cosa es que EE.UU. e Israel se espíen mutuamente, otra muy distinta es que Israel robe secretos de EE.UU. y los comparta con legisladores estadounidenses para socavar la diplomacia estadounidense”, especificó un funcionario. Sin embargo, y a pesar del recelo de Obama, las autoridades anunciaron que EE.UU. se negaría a hablar en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre las acusaciones por crímenes de guerra que pesan sobre el Estado sionista, demostrando la inquebrantable alianza estratégica entre el estado imperialista y ese estado gendarme y vasallo.
De todos modos, Obama delegó en el secretario de Estado John Kerry desempolvar una vez más la cantinela sobre la solución de dos estados, lamentando la derrota de Unión Sionista, dado que el partido laborista, el principal socio de esa coalición de centroizquierda, fue el signatario de esos acuerdos firmados en 1994 entre el entonces premier israelí Itzjak Rabin, el líder histórico del Fatah y la OLP Yasser Arafat y el presidente norteamericano Bill Clinton. En realidad, el partido laborista siempre objetó el legítimo derecho del pueblo palestino a tener su propio Estado. Tras la ocupación de los territorios palestinos de Gaza, Jerusalén oriental y Cisjordania, como resultado de la Guerra de los Seis Dáas de 1967, los generales Moshé Dayán e Igal Alón expresaban las dos posiciones entre las que el partido laborista oscilaba: la anexión mediante un sistema de apartheid o la anexión con la concesión de algunos derechos mínimos.
El “pacifista” Rabin, uno de los carniceros de la Nakba, se vio obligado a firmar el acuerdo de dos estados años mas tarde para descomprimir el cisma causado por la primera Intifada, el levantamiento radicalizado mas importante de las grandes masas palestinas, combinado con la emergencia de un movimiento de soldados israelíes objetores de conciencia (refuseniks) que se negaban a intervenir en los territorios palestinos, revelando una división profunda en la sociedad israelí.
Amén de las razones, esos acuerdos constituyen un fraude por donde se los mire. Entre los puntos más importantes, creo la Autoridad Palestina con jurisdicción sobre un cuarto de los territorios palestinos, en tanto los tres cuartos restantes quedaron por resolver en las calendas griegas. Jamás fue contemplado el derecho de retorno de 7,5 millones de palestinos que residen en la diáspora, la mayoría en campos de refugiados, la demanda democrática más importante que objetan todos los partidos sionistas por poner en tela de juicio el equilibrio demográfico que garantiza la opresión nacional de la mayoria judía sobre la minoría palestina.
¡Qué clase de Estado es aquel que no tiene siquiera derecho a tener sus propias fuerzas armadas! Después de veinte años ininterrumpidos de avance en la colonización de Jerusalén oriental y Cisjordania, la solución de dos estados se reduce a una broma de mal gusto. Pero la reedición senil de esta política se da de patadas con un Netanyahu recargado para nueva tormentas.

Miguel Raider

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