lunes, mayo 25, 2015

¿Está ganando la guerra el Estado Islámico?



Con una diferencia de días, el Estado Islámico (EI) se hizo del control de dos ciudades de importancia estratégica: Ramadi en el corazón sunita de Irak y Palmira en la ruta hacia el este en Siria, extendiendo así las fronteras móviles de su califato. Estas conquistas compensan las pérdidas de Kobani y Tikrit, y abren una nueva fase en la guerra que Estados Unidos y un puñado de aliados están llevando contra el EI.

Como se sabe una cosa es ganar una batalla y otra muy distinta ganar la guerra. Pero hay batallas y batallas. Y las que acaba de ganar el EI en Ramadi y Palmira, a las que le siguieron otras conquistas territoriales como el último puesto fronterizo en Irak y Siria controlado por el gobierno de Al Assad, pueden cambiar el curso de una guerra con final aún abierto.
En una entrevista aparecida en la revista The Atlantic, el presidente norteamericano sostuvo que la caída de la ciudad de Ramadi era solo un “retroceso táctico”, aunque en términos estratégicos, el EI está a la defensiva y en retirada.
La toma por parte del EI de estas dos ciudades casi en simultáneo muestra que, tras casi un año de guerra áerea de Estados Unidos, las milicias del EI aún conservan capacidad operativa, lo que en el marco de la espantosa debilidad estatal de Irak y Siria, se transforma en fortaleza. Un 50% del territorio de Siria más un 30% de Irak estarían bajo su control.
Como sucedió hace poco menos de un año en Mosul, la primera ciudad de importancia en Irak que cayó a manos del EI, el ejército iraquí salió corriendo en desbandada ante el inminente avance del Estado Islámico sobre Ramadi, dejando tras de sí equipamiento militar –provisto por Estados Unidos- y una población aterrada.
Una situación similar se vivió en Palmira donde los oficiales del ejército de Bashar al Assad huyeron, abandonando a su suerte no solo los yacimientos de gas –vitales para la supervivencia del régimen- y las ruinas del período greco-romano que habían jurado defender, sino también a los soldados rasos y los civiles.
La caída de estas dos ciudades multiplicó de manera exponencial la catástrofe humanitaria con cientos de miles de personas tratando de huir de la virulencia del EI y de los bombardeos norteamericanos.
Ninguna de estas dos conquistas del EI ocurrieron por sorpresa ni de un día para el otro, sino que son producto de una larga guerra de desgaste en la que el EI supo aprovechar a su favor las enormes contradicciones de los bandos en conflicto: el enfrentamiento entre sunitas, shiitas y kurdos que recorre el mundo musulmán, las rivalidades entre potencias regionales y las contradicciones de la política imperialista.
Esta es la segunda vez que Ramadi, ubicada en el corazón sunita de Irak, cae en manos de sectores islamistas radicalizados. Entre 2004 y 2007, luego de la derrota brutal de Falluja a manos de los norteamericanos, se transformó en la base de operaciones de Al Qaeda. En ese momento, el entonces presidente Bush hizo un acuerdo con los líderes tribales sunitas: a cambio de combatir a Al Qaeda recibirían una cuota del poder estatal, monopolizado por los shiitas tras la caída de Hussein. Pero ese acuerdo se rompió abriendo nuevamente la guerra civil entre sunitas y shiitas. Para muchos líderes sunitas, el EI ahora es el mal menor ante la prepotencia del poder central iraquí, apoyado por Irán.
La estrategia de Estados Unidos y el primer ministro iraquí, Haider al-Abadi, de tratar de recuperar Ramadi con la colaboración de milicias irregulares shiitas –conocidas como Movilización Popular- augura mayor violencia e inestabilidad.
En el caso de Palmira la situación no es muy distinta. Esta ciudad de mayoría sunita no es solo famosa por sus tesoros arqueológicos, sino también por ser la sede de una de los centros de detención y tortura más brutales del régimen Sirio. Ubicada en la provincia de Homs, uno de los epicentros del levantamiento contra Al Assad, estaba ocupada por las tropas gubernamentales. Ante el avance del EI, Estados Unidos se enfrentó al dilema concreto de aparecer cooperando con Al Assad. Ante esto optó por no intervenir, a diferencia de Ramadi y antes Kobani, donde apoyó con bombardeos aéreos.
Muchos analistas se preguntan si el Estado Islámico está ganando la guerra. Quizás no sea la pregunta adecuada. La guerra contra el EI es uno de los tantos conflictos y guerras civiles que involucran no solo fuerzas locales, sino intereses de potencias regionales y de Estados Unidos, que probablemente se prolonguen en los próximos años.
La guerra civil en Siria es el emblema de estas contradicciones. Estados Unidos postergó en los hechos la lucha contra Assad para combatir al Estado Islámico. Esto enardeció a sus aliados tradicionales, principalmente Arabia Saudita, que es uno de los principales promotores de la caída de Assad, ya sea por intervención militar directa o por la vía indirecta de armar a los grupos “rebeldes” que lo combaten.
Arabia Saudita tiene especial interés en borrar del mapa a Assad porque es uno de los aliados de su principal enemigo, Irán. Estos intereses empujaron a la monarquía saudita a buscar aliados entre sus rivales, lo que resultó en un acuerdo con Turquía y Qatar para unir a todas las fuerzas sirias anti Assad y anti EI, financiarlas y darles apoyo militar.
De este acuerdo surgió el Ejército de la Conquista, una alianza compuesta fundamentalmente por grupos islamistas, que incluye nada menos a Al Nusra, la filial siria de Al Qaeda de la que se desprendió el EI y al que ahora está enfrentado a muerte.
El régimen de Assad que sobrevivió cuatro años de enfrentamientos, ahora está quizás en su momento de mayor vulnerabilidad. Desde el norte, está hostigado por el Ejército de la Conquista que se estableció en la provincia de Idlib y que ha desplazado en los hechos al Ejército Libre Sirio como principal fuerza de oposición a Assaf. Desde el este, avanza el Estado Islámico que reorientó su estrategia hacia la provincia de Homs, expulsando a otros grupos “rebeldes” rivales y aprovechando que el régimen había retirado sus unidades militares de elite para desplegarlas en el frente norte. Ahora el EI amenaza el territorio que va desde Aleppo hasta Damasco, el núcleo de poder de la dictadura de Assad.
Se espera para un tiempo no muy lejano el choque estas dos fracciones del islamismo radical que se disputan el control del territorio.
La Operación Resolución Inherente, el nombre que le dio el gobierno de Obama a su última aventura militar en Medio Oriente, ya le costó a los contribuyentes norteamericanos unos U$ 2100 millones –algo así como U$ 8,6 millones diarios-, según los datos revelados por el Pentágono. Se calcula que en estos nueve meses la coalición encabezada por Estados Unidos hizo más de 4000 bombardeos en Irak y en Siria.
Sin embargo, los éxitos son escasos: apenas una victoria simbólica en Kobani al precio de legitimar un sector radical del movimiento kurdo. Y la recaptura costosa y aún inestable de Tikrit junto con las milicias que responden a Irán.
Todo indicaría que Obama por política o, con mayor probabilidad por la lógica de los acontecimientos, está en una dinámica de escalada gradual.
La semana pasada Estados Unidos envió a un grupo de sus fuerzas especiales a realizar una riesgosa operación encubierta en territorio sirio que terminó con la muerte de un dirigente de nivel medio del Estado Islámico, considerado como el especialista en la financiación del grupo.
Esta semana Obama anunció el envió de misiles de largo alcance al gobierno de Irak. No hay que olvidar que ya tiene en el terreno entre 2000 y 5000 efectivos en tareas de entrenamiento de los tropas locales. Desde su página editorial, el New York Times se queja de que el presidente ni siquiera tiene una autorización formal del Congreso para emprender una guerra de final abierto. Mientras que un columnista de Washigton Post advierte que por el camino gradual Estados Unidos terminó en la guerra de Vietnam. No necesariamente la historia se repita. Pero en Medio Oriente es quizás donde se hace más evidente la pérdida de liderazgo de la gran potencia del norte.

Claudia Cinatti

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