domingo, junio 28, 2015

Henry David Thoreau, breve retrato de un cercano antecedente del 15.M



Thoreau (Concord, Massachusetts,1817-Id.1860), escritor semianarquista

El pasado domingo, el magnífico programa Página dos que se emite en la 2 casi en el anonimato los domingos alrededor de las 21 horas, nos hablaba de una nueva edición de Walden (a cargo de Marcos Nava, en Errata Naturae). y nos traía nuevamente noticias de este hombre que dio un ejemplo de saber vivir, nada menos. Murió hace ya más de siglo y medio, pero sus ideas permanecen vivas en ámbitos tan dispares como los movimientos sociales aglutinados por el 15-M, la fértil cosecha del cine político estadounidense, el revival folko la vuelta al campo, a lo natural, a ese lugar en el que los niños con las máquinitas se hastían. No tanto por la efeméride como porque sus enseñanzas gozan de un contundente eco de actualidad, los escritos de este sospechoso de múltiples paternidades (padre de la ecología, de la desobediencia civil) protagonizan un curioso fenómeno editorial. Además del libro de diarios, otras dos jóvenes editoriales se suman a la celebración de la prosa trascendental de Thoreau con un cómic biográfico (La vida sublime, de los franceses A. Dan y Maximilien LeRoy, en Impedimenta) que se puede encontrar y no por casualidad, en la editorial capitán Swing.
Es muy posible que en situaciones extremas la violencia esté justificada, sobre todo como contraviolencia. Si algo queda claro en la historia social es que los opresores temen más la palabra y la movilización pacífica que cualquier otra cosa, y que siempre que pueden, tratan de inducir la resistencia hacia el terreno violento en el que, normalmente, tiene todas las de ganar.
Este es el debate principal que plantea el autor de Walden sobre el que convendría comenzar anotando los siguientes datos:
Henry David Thoreau (Concord, Massachusetts,1817-Id.1860). Escritor semianarquista (o quizás más que ya que fue totalmente consecuente con sus ideas que es mucho más difícil que meramente profesarlas) y pacifista norteamericano, internacionalista, y padre espiritual de la cantera de escritores yankis que se declaran fuera del «american way life», sin olvidar otros como Gerald Brennan que han confesado su deuda con él. Nació en Concord (Massachusetts), hijo de un próspero agricultor, su familia le envió a estudiar a la Universidad de Harvard en donde se graduó en 1837. Se especializó en literatura clásica griega y en la poesía de los metafísicos británicos. De regreso a su casa ayudará a su hermano John en sus labores como maestro rural. A partir de 1840 colabora durante cuatro años en la célebre revista The Vial, creada por el filósofo Ralph W. Emerson que simpatizó en su día con Charles Fourier y algunos han considerado próximo a un cierto anarquismo moderado en relación a Bakunin.
En 1843, David fue reclamado por el hermano de Emerson para ejercer como profesor de filosofía en su academia, pero incapaz de adaptarse a la corriente social que le rodea. Cansado y decepcionado de la frivolidad de la mediocridad social, del materialismo grosero, y de sus fracasos amorosos, deja la enseñanza, cierra su fábrica de lápices, se convierte en asceta, ermita y misógino. Entonces se retira a su cabaña situada en Walden, para vivir con los pájaros, los peces, los árboles y las flores. Fruto de esta experiencia en contacto con la naturaleza es su obra, Walden o la vida en los bosques, escrita en 1854 (tomo como referencia la versión aparecida en Los Libros de la frontera, Barcelona, 2002, con prólogo de Henry Miller), testimonio de los dos años que el autor pasó en las orillas del lago Walden. Una idea del impacto que causó nos lo ofrecen, Proust («Las páginas admirables de Walden me hacen pensar que cada uno va leyéndolas en sí mismo, de tal modo brotan de nuestra íntima experiencia»), y Scott Fitzgerald («Después de haber leído a Thoreau me he dado cuenta de cuanto he perdido excluyendo a la naturaleza de mi vida»).
En ella propone un retorno a la naturaleza, la sencillez y la austeridad frente a los conflictos de la sociedad moderna. Fiel a sus ideales, antirracista (fue un entusiasta del libertador john Brewn, maldecido por los bien pensantes y opor Hollywood) y antibelicista, Thoreau vivió la mayor parte de su vida en el campo. Anecdótico de estos años será el episodio de su arresto por haberse negado a pagar los impuestos a un gobierno que rechaza moralmente. De esta experiencia surge otra obra Sobre el deber de la desobediencia civil, que ha pasado a la posteridad como uno de los teóricos más completos de esta actitud que justifica la resistencia pasiva ante la autoridad. Defiende al individuo frente a la incapacidad del gobierno: «Acepto, escribió, de todo corazón de que «el mejor gobierno es el que gobierna menos»; quisiera verlo realizado más rápida y sistemáticamente. Llevado hasta el final equivale a lo siguiente, en lo cual también creo: “el mejor gobierno es el que no gobierna nada, y cuando los hombres estén preparados para ello, será el tipo de gobierno que tendrán. El gobierno es a lo sumo un expediente útil. Pero muchos gobiernos siempre, ya veces todos son inútiles».
Rebelde y artista no desdeñó las actitudes combativas e incluso violentas al servicio de una causa justa. Su nombre simboliza la tradición individualista y anarquista norteamericana mejor que nadie. Su influencia renació con los movimientos hippies, que en su mayoría asumió la idea según el cual «el mejor gobierno es el que gobierna menos», el autor estima que conviene llegar hasta el fin de este razonamiento afirmando que «el mejor gobierno es el que no gobierna». Cualquier gobierno es, todo lo más, un mal necesario; de hecho, la mayoría de las veces no es sino un mal a secas. Los múltiples defectos que se asignan a un ejército permanente son los mismos que afligen a todo gobierno permanente; el ejército permanente es, sin duda, el arma de la que dispone un gobierno permanente. El gobierno mismo, por medio del cual el pueblo piensa que ha de ejecutar su voluntad, está pervertido antes de que el pueblo pueda obrar a través de él. La prueba de ello es la [entonces] actual guerra contra México, emprendida por la instigación de un número relativamente restringido de individuos y desencadenada en contra de la voluntad inicial del pueblo.
Según Thoreau la existencia de un gobierno se debe a la necesidad imaginaria y pueril que experimentan los hombres de disponer de cualquier máquina complicada y oír el estrépito de su funcionamiento. Los gobiernos muestran así cuán fácil es abusar de los hombres. En general, el gobierno, lejos de ayudar al pueblo en sus diversas actividades, no hace más que servir de traba a ellas. Así, «si el comercio y la industria no fueran de caucho, jamás lograrían saltar los obstáculos que los legisladores ponen continuamente en su camino; si fuera necesario juzgar a esos hombres por entero en función de los efectos de sus acciones y no parcialmente en función de sus intenciones, merecerían ser considerados y castigados como esos criminales que ponen piedras sobre los raíles del ferrocarril».
Aunque en un principio había postulado una crítica general del poder político desde un punto de vista estrictamente liberal, Henry David Thoreau pasa al análisis de la delegación del poder, tal como es practicada en una democracia. Por un largo momento, el poder es confiado a la mayoría, no porque se considere que ésta tiene razón, sino porque es la más fuerte. De todas maneras, es imposible que un gobierno que permanece entre las manos de una mayoría, suceda lo que suceda tenga siempre la razón. ¿No sería necesario un gobierno en el que la mayoría se limite a tomar decisiones en los casos urgentes, en tanto que la cuestión de saber qué es lo que está bien o lo que está mal dependa, no de la mayoría, sino de la conciencia? ¿Por qué cada uno de nosotros tiene una conciencia, si ha de abandonarla en provecho del legislador?
Y es que Thoreau, somos hombres antes de ser ciudadanos, de modo que no es preciso respetar la ley en cuanto tal, sino obrar según las exigencias de la conciencia, Las leyes jamás han hecho que los hombres se vuelvan mejores; muy por el contrario, respetando las leyes, los hombres, aun los mejores intencionados, se han convertido en unos servidores de la injusticia. «Lo que general y naturalmente resulta de un respeto indebido de la ley es el espectáculo de una fila de militares, un coronel, un capitán, un cabo y los soldados rasos, todos marchando en un orden admirable a través de montes y de valles hacia las guerras, contra su voluntad y, lo que es más, contra su sentido común y su conciencia».
Asumiendo en consecuencia este punto de mira, Thoreau se niega a convertirse en cómplice de un gobierno bajo el cual la sexta parte de la población de un país que pretende ser el refugio de la libertad está constituida por esclavos y que hace ocupar una nación entera, México, por un ejército extranjero y la somete a la ley marcial. Cuando hace referencia a la Revolución de 1775, Thoreau reclama, ante la injusticia de la que es culpable el poder político, el derecho a la rebeldía, conforme a la tradición de la revolución de 1776. No es una rebelión violenta la que desea este pensador; se refiere a negarse a la cooperación financiera, a la que juzga como un freno necesario cuando un engranaje del sistema político se desencaja; y deja de pagar sus impuestos. Podrán encerrarlo en la cárcel; tanto mejor, puesto que en un Estado esclavista como el de Massachusetts —Concord, donde vive Thoreau, se encuentra en ese Estado—, el único lugar en el que un hombre libre puede habitar sin perder su honor es la cárcel; allí encuentra, en efecto, al esclavo furtivo, al prisionero de guerra mexicano y al indio que ha venido a presentar sus quejas por las injusticias cometidas contra su raza.
La resistencia noviolenta que consiste en negarse a financiar al Estado en sus empresas criminales puede ser eficaz cuando no permanece aislada. Thoreau escribe: «Si un millar de hombres no fueran a pagar sus impuestos este año, no tomarían una medida violenta y sangrante como lo sería la de pagarlos y hacer así que el Estado esté en condiciones de practicar la violencia y derramar sangre inocente. Esta es, en los hechos la definición de una revolución pacífica, a condición de que tal revolución sea posible»
Después de no haber pagado sus impuestos durante seis años, Thoreau terminó por conocer efectivamente la prisión; pasó en ella una sola noche: algunos amigos reunieron de inmediato la suma que el recaudador de impuestos le exigía. Una noche memorable, de la que Thoreau se acuerda con orgullo. «Vi que si había un muro de piedras entre mis compatriotas y yo, había un muro todavía mucho más difícil de franquear y de atravesar antes de que éstos pudieran ser tan libres como yo. No me sentí encerrado en ningún momento y los muros me parecían un enorme despilfarro de piedras y de mortero».
Finalmente, Thoreau habla de un Estado que fuese lo bastante liberal para admitir que los individuos puedan prescindir de él; un Estado que, en lugar de dominar a los individuos reduciéndolos al rango de simples ciudadanos, se pusiera al servicio de ellos para que vivan con plenitud su condición de hombres independientes. «Es la democracia, tal como la conocemos, el mejor gobierno posible? —se pregunta Thoreau— ¿No es posible dar un nuevo paso hacia el reconocimiento y la organización de los derechos del hombre? Jamás habrá un Estado realmente libre y esclarecido hasta que el Estado se avenga a reconocer al individuo como una potencia superior e independiente, de la que derivan todo su poder y toda su autoridad, y lo trate en consecuencia. Me complazco, por fin, en imaginar un Estado que puede permitirse ser justo ante los ojos de todos los hombres y tratar al individuo con el respeto debido a un vecino, que es capaz de considerar que no es incompatible con su propia tranquilidad el hecho de que algunos vayan a vivir al margen de él, sin ocuparse de ese Estado ni ser englobados por él, pero siempre cumpliendo todos sus deberes de vecinos y de compatriotas. Un Estado que produjese esta especie de fruto y lo dejara caer cuando estuviese maduro, prepararía el camino para un Estado más perfecto y más hermoso que, aunque lo haya imaginado, todavía no he visto en ninguna parte»
El rechazo del Estado hizo nacer en Henry David Thoreau la noción de una resistencia no violenta conduce, asimismo, la reflexión del novelista ruso Leon Tolstói (1828-1910) que ya inaugura desde su propia óptica una variante pacifica y cultural del anarquismo que merece otra atención y otra discusión, pero sobre cuyos altos valores y enseñanzas nadie podrá discutir. No se trata pues de decir amén, se trata de estudiar y debatir.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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