miércoles, julio 29, 2015

El estudio Fernando Claudín sobre la victoria del nazismo y el desastre del Komintern



La victoria del nazismo resulta ser casi tan importante como la revolución de Octubre que señaló un antes y un después en la historia, al mismo nivel quizás que la Gran Revolución francesa…

Introducción.

Sí queremos estudiar el siglo pasado, es evidente que, en lo que se refiere a importancia histórica, la victoria del nazismo resulta ser casi tan importante como la revolución de Octubre que señaló un antes y un después en la historia, al mismo nivel quizás que la Gran Revolución francesa de 1789. Fue también su mayor negación, un hecho que inclinó la balance de la lucha de clases más a favor de los poderosos y de paso, contribuyó a la reafirmación de la opción estalinista, la peor con mucho de todas las que se plantearon en el curso que siguió al abismo social y económico que siguió la guerra civil…
Entre los historiadores marxistas que se han ocupado de este episodio histórico, destaca la aportación excepcional del mejor Fernando Claudín, el autor de La crisis del movimiento comunista. Desde el Komintern al Kominform, en un primer volumen editado por Ruedo Ibérico en París y cuya segunda parte quedó inconclusa. Autores como Perry Anderson hicieron justicia a esta investigación enciclopédica que se sitúa en un singular paréntesis en la biografía de su autor. Con un antes de culto funcionario del PCE en los años más oscuros del estalinismo y del exilio, y un después de intelectual orgánico “enchufado” en un pesebre bien recompensando. Una trayectoria que ha sido motivo de algunos artículos del que firma.
Esta fue por lo tanto algo así como una obra mientras tanto, cuya excepcionalidad ha hecho que haya sido olvidada y descatalogada desde el momento en que a ruedo Ibérico se le hizo la vida imposible. En otras ocasiones ya habíamos ofrecido diversas reediciones del capítulo 5, La revolución inoportuna, dedicado a la guerra y la revolución española que, en mi modesta opinión, resulta ser uno de las aproximaciones más elaborada de la crisis española de los años treinta, así co9mo –porque no decirlo- quizás la que tenía un mayor sabor plumista. Ahora lo hacemos con el capítulo anterior, algo que no pude hacer antes por motivos simples: el ejemplar que me había acompañado desde su primera edición desapareció de mis estanterías.
Solamente ahora he podido contar con una edición en pdf gracias al amigo Herman Montesinos del Perú, por lo que, después de una cierta revisión –imprescindible para evitar muchas de las consecuencias de un escaneado-, me he propuesto dar a conocer diversos capítulos del libro comenzando por este, con toda probabilidad el más importante, el que cuenta con mayor actualidad.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Fernando Claudín

La victoria del nazismo.

El mayor desastre de la Internacional Comunista (IC)

”Entre las secciones de la IC en los países capitalistas, el primer puesto ha pertenecido y pertenece al Partido Comunista alemán. Es el mejor organizado, el más fuerte numéricamente. Ha echado profundas raíces en la clase obrera y tiene detrás de él a las grandes masas”. (1)
Tal era la opinión de los jefes de la Komintern en 1930, cuando el Partido Comunista alemán [PCA] contaba con 124 000 miembros y cuatro millones y medio de electores. Desde entonces hasta la subida de Hitler al poder sus fuerzas progresan constantemente. A finales de 1932 tiene 360 000 miembros y seis millones de electores, que sumados a los de la socialdemocracia rebasan en millón y medio los electores del partido nazi. La influencia de éste había comenzado visiblemente a descender en los últimos meses de 1932 (2). Pero en enero de 1933, Hindenburg entrega el poder a los nazis. En marzo, Hitler disuelve por decreto el Partido Comunista, confisca sus bienes, ocupa sus locales, expulsa del parlamento a sus cien diputados y comienza el encarcelamiento masivo de sus miembros. Poco después hace lo mismo con el Partido Socialdemócrata. La clase obrera no ofrece resistencia. El partido modelo de la IC desaparece de la escena histórica como fuerza política efectiva. Es el mayor desastre de la historia de la Internacional Comunista, el de consecuencias más graves y duraderas sobre el curso ulterior del movimiento revolucionario en Europa.
El hundimiento del Partido Comunista alemán, en efecto, no sólo deja libre el camino al imperialismo hitleriano para desencadenar la segunda guerra mundial; influye también en grado considerable en que la segunda gran crisis global del capitalismo no tenga como desenlace la revolución socialista a escala europea. Cuando en 1943 se perfila la derrota del nazismo y en todos los países de Europa, incluida la Italia fascista, se inicia el auge de las fuerzas populares y revolucionarias, el comunismo alemán sigue siendo prácticamente inexistente como factor político. Sin embargo ha dispuesto de diez años para reorganizar sus fuerzas, y aún dispondrá de dos más para actuar en la fase de la retirada y el derrumbamiento final del III Reich. Pero no levantará cabeza. A los treinta y cinco años de su hundimiento el Partido Comunista alemán no ha logrado aún reconquistar una influencia importante en el proletariado de la Alemania capitalista. Esto dice bastante sobre la significación de la derrota de 1933.
Mes y medio después de la subida de Hitler al poder, Trotsky dictamina:
”El papel criminal de la socialdemocracia no necesita comentario. La Internacional Comunista fue creada catorce años atrás precisamente para arrancar al proletariado de la influencia desmoralizadora de la socialdemocracia. Si no se ha logrado hasta el presente; si el proletariado alemán se ha encontrado impotente, desarmado, paralizado, en el momento de la gran prueba histórica, la responsabilidad directa e inmediata recae sobre la dirección de la Internacional Comunista postleniniana. Es la primera conclusión que hay que extraer inmediatamente” (3).
Juicio excesivamente tajante y simplificador – defecto habitual en Trotsky – pero con una gran dosis de verdad.
Dos años y medio después, Dimítrov da la razón implícitamente a Trotsky, pero sin exponer la grave responsabilidad del Comité Ejecutivo de la IC, que implicaba la responsabilidad muy directa de Stalin. En su informe ante el VII Congreso de la Internacional, Dimítrov no plantea explícitamente otros errores que los del partido-alemán. Esencialmente, los siguientes:
”Subestimó de manera inadmisible el peligro fascista…subestimó durante largo tiempo la herida del sentimiento nacional y la indignación de las masas contra Versalles; adoptó una actitud desdeñosa ante las vacilaciones de los campesinos y de la pequeña burguesía; tardó en formular un programa de emancipación social y nacional, y cuando lo hubo formulado no supo adaptarlo a las necesidades concretas y al nivel de las masas”; actuó con ”sectarismo en lo que concierne a la manera de plantear y resolver las tareas políticas de actualidad”; siguió ”concentrando el fuego” contra la república de Weimar cuando ya ”los fascistas organizaban y armaban sus tropas de asalto por centenas de miles de hombres contra la clase obrera”.(4)
Pero este enunciado de errores – que está lejos de ser exhaustivo – dejaba en pie la cuestión principal desde el punto de vista de un análisis marxista: ¿Por qué el Partido Comunista alemán cometió errores de esa talla? La victoria del fascismo, dice Dimítrov, no era inevitable en Alemania, la clase obrera podía conjurarla, pero para ello ”hubiera debido realizar el frente único proletario antifascista, obligando a los jefes de la socialdemocracia a cesar en su campaña contra los comunistas y a aceptar las repetidas proposiciones del Partido Comunista sobre la unidad de acción contra el fascismo(5). En realidad – cosa que Dimítrov silencia – el Partido Comunista no se dirigió a la dirección nacional del Partido Socialdemócrata y de los sindicatos, proponiendo la acción común más que en los últimos meses que precedieron a la toma del poder por Hitler, y en forma tal que difícilmente podía propiciar el entendimiento. Se trataba, sobre todo, de ”desenmascarar” a los jefes socialdemócratas, lo que en definitiva facilitaba las maniobras de éstos (6). Hasta el verano de 1932, como señala un historiador comunista francés, ”la unidad de acción preconizada por los comunistas parecía implicar que los obreros abandonasen el partido socialdemócrata y adhirieran al PCA” (7). Y lo que era más grave, desde hacía años los jefes del Partido Comunista alemán venían calificando de ”socialfascista a la socialdemocracia en tanto que partido” (8). ¿Cómo podían los obreros socialdemócratas ”obligar a sus jefes a cesar en la campaña contra los comunistas”, si los comunistas no cesaban su campaña contra los jefes ”socialfascistas”? ¿Cómo podían obligar a sus jefes a aceptar proposiciones que no existieron hasta las vísperas de la catástrofe, y que los propios obreros socialdemócratas no consideraban aceptables? ¿Podía la clase obrera alemana dar pruebas de madurez cuando su mismo partido de vanguardia daba la prueba de inmadurez que revela Dimítrov? ”En ningún caso – decía Lenin en 1922 – haremos recaer los errores de los comunistas sobre las masas del proletariado” (9).
Como veremos más adelante, en el apartado de este capítulo dedicado al frente popular, el VII Congreso de la IC pasó a formular la nueva táctica sin realizar un verdadero examen crítico de la experiencia anterior. Y no lo realizó – entre otras razones – porque semejante examen implicaba llegar a la misma conclusión de Trotsky: ”la responsabilidad directa e inmediata” de la dirección de la Komintern, y en particular de Stalin, en el desastre del Partido Comunista alemán.
Desde hacía muchos años, en efecto, el PCA no daba un solo paso que no obedeciera estrictamente a las directivas del Comité Ejecutivo de la IC. El PCA no era únicamente la sección más importante de la Komintern, después del partido soviético; era, además, la sección más directa y estrechamente subordinada a la ”ayuda” del Comité Ejecutivo de la IC, o más exactamente, de los dirigentes soviéticos de la Internacional. Este estatuto ”privilegiado” de la sección alemana dentro de la IC se explica por la singularísima plaza que Alemania ocupaba tanto en la estrategia general de la IC como en la política exterior de la Unión Soviética.
Hasta la toma del poder por el fascismo, Alemania figuraba en la estrategia de la IC cómo el escenario más probable de la nueva ruptura revolucionar del sistema imperialista. Para los destinos de la revolución de octubre era vital que tal hipótesis se confirmara. Pero Alemania era también, desde Rapallo, el Estado capitalista con el que la república soviética mantiene relaciones verdadera-mente preferenciales. La mitad del comercio exterior soviético se realiza con Alemania; la industria y los técnicos alemanes (calculados en cinco mil) contribuyen a la industrialización, e incluso al armamento directo, de la joven república obrera. En contrapartida – aparte de los consiguientes beneficios económicos que obtienen los capitalistas alemanes – el gobierno soviético permite a los constructores militares del Reich poner a punto en su territorio tipos de armamento prohibidos por el tratado de Versalles. Se establece, de hecho, una colaboración fructífera entre la Reichswehr y el ejército rojo(10) No sólo las economías se complementan; los intereses militares y diplomáticos de la Rusia soviética y de la Alemania vencida se conjugan admirablemente en ese periodo.
Los jefes bolcheviques de la nueva Internacional y del nuevo Estado se encontraban, por consiguiente, ante dos tareas difícilmente conciliables: por un lado, debían organizar la revolución contra el Estado alemán en tanto que objetivo prioritario de la estrategia de la revolución mundial; por otro, debían preservar la alianza con el Estado alemán (puesto que de alianza se trataba en la práctica, aunque la letra del tratado de Rapallo no la explicitase), como objetivo prioritario de la política exterior de la república soviética. Cada una de esas tareas era de suficiente monta como para que la dirección del partido soviético controlara muy de cerca al partido alemán; y la difícil conciliabilidad de ambas lo reclamaba doblemente.

Insurrecciones prematuras y expulsiones premonitorias

En 1919-1920, el problema no se presentaba con esa complejidad ante los dirigentes soviéticos. Toda su voluntad política se tensa en una sola dirección: la victoria de la revolución alemana. De ella depende – piensan – la suerte de la revolución rusa. Ya vimos las razones de orden teórico, informativo (insuficiente conocimiento de la realidad occidental) y psicológico, que explican la optimista visión de Lenin respecto al curso de la revolución alemana, lo que puede explicar también que no extrajera inmediatamente todas las conclusiones debidas de los prematuros intentos insurreccionales del grupo espartaquista (convertido ya en partido comunista) en enero-mayo de 1919. Y sin embargo la gravitación de esta trágica experiencia sobre el desarrollo ulterior del partido y de la situación alemana fue considerable. El partido sale desangrado y decapitado, pierde lo mejor de su núcleo dirigente: un teórico de la talla internacional de Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht, su líder más popular, otros cuadros de valía, como Leo Jogisches y E. Levine, centenares de cuadros medios. No menos grave es lo que esta experiencia pone de manifiesto: la gran mayoría del proletariado alemán está firmemente encuadrado y dominado, política e ideológicamente, por la socialdemocracia. Sin modificar este dato capital, ¿qué posibilidad existía de revolución proletaria en Alemania?
No es superfluo señalar un hecho poco conocido. Liebknecht y Luxemburgo consideraban prematura la insurrección berlinesa de enero; y Levine la instauración de la república soviética de Baviera en abril. Son conscientes de que la vanguardia revolucionaria no cuenta con el apoyo de las grandes masas, y de que la burguesía, auxiliada por la dirección socialdemócrata, está provocando a los comunistas y obreros revolucionarios para que se lancen a la lucha armada en condiciones desfavorables (11). Pero son desbordados por el núcleo más radical del proletariado y del propio partido, cuya entusiasta resolución de seguir el ”camino ruso” y su indignación por la política de los jefes socialdemócratas van a la par de su inexperiencia en la lucha revolucionaria. Los decenios de confortable práctica reformista dan este doble fruto: la fidelidad de la gran masa al partido bajo cuya dirección fueron conquistadas sustanciales reformas económicas y políticas, al partido que ahora promete desde el poder la ”socialización” dentro de la democracia y la legalidad; y el extremismo de una minoría que no se contenta con las reformas – república, asamblea constituyente, jornada de ocho horas, reconocimiento de los consejos obreros en las empresas – y aspira a la toma inmediata del poder ”como en Rusia”.
La nueva dirección del partido que se forma en el segundo semestre de 1919, encabezada por Paul Lévi, intenta elaborar una política que parta de esa realidad, pero a la vez procede sectariamente contra la ”ultraizquierda” – irreductiblemente – hostil a toda participación en elecciones y a actuar en el seno de los sindicatos reformistas. Los principales líderes de esta tendencia son expulsados en febrero de 1920 y forman el partido comunista obrero, arrastrando a casi la mitad de los efectivos del partido inicial. La dirección Paul Lévi, a la que se incorpora Clara Zetkin, rompiendo con los ”independientes”(12), se esfuerza en asimilar la lección de táctica contenida en El extremismo… de Lenin, pero la idea que los dirigentes soviéticos de la IC se hacen todavía en ese momento de la madurez de la revolución mundial – lo que quiere decir, ante todo, madurez de la revolución alemana – no facilita precisamente el esfuerzo de la dirección del PCA por corregir el ”izquierdismo” dentro del partido. El II Congreso de la IC considera, como ya vimos (véase p. 33) que ”la hora decisiva se aproxima”, y que ”muy pronto la clase obrera tendrá que librar combate con las armas en la mano”. En marzo de 1921, los delegados de la Komintern en Alemania empujan la dirección del PCA – en la que ya no figura el grupo Lévi-Zetkin, por las razones qué veremos a continuación – a responder con la insurrección armada a una nueva provocación gubernamental (13). El fracaso es total y las consecuencias graves. De 360 000 miembros que el partido tenía a finales de 1920 (después de su fusión con la mayoría de los ”independientes”) le queda la mitad a finales de 1921. Una vez más queda demostrado que la gran mayoría de la clase obrera sigue disciplinadamente a la socialdemocracia. El hecho nuevo es que un sector considerable del partido no ha secundado esta vez la línea aventurera de la dirección nacional y de la Komintern (el Comité Ejecutivo de ésta aprueba la ”acción de marzo”, aunque más tarde, bajo la influencia de Lenin, la criticará).
Poco antes de la ”acción de marzo – ” –como en adelante será llamada en los documentos de la IC– Lévi, Clara Zetkin, y otros de los principales dirigentes del partido, se habían enfrentado con la Komintern en el problema de las ”21 condiciones”. Habiendo quedado en minoría en el comité central del partido alemán dimiten de sus cargos. La nueva dirección – cuyas principales figuras son Brandler y Thalheimer –, aunque no pertenece en su mayoría al ala ”izquierdista”, es más dócil a los delegados de la Komintern y se lanza al movimiento insurreccional de marzo. El grupo Lévi-Zetkin expresa su desacuerdo con esta acción y Lévi publica un folleto haciendo la crítica a fondo no sólo de la táctica de la dirección del partido alemán sino también de los métodos de la Komintern. Inmediatamente es expulsado con los epítetos de ”renegado”, ”traidor”, etc.
Después de la pasividad del proletariado polaco ante la ofensiva del ejército rojo sobre Varsovia, en el verano de 1920, y del repliegue del movimiento obrero italiano ante la espectacular ofensiva del fascismo mussoliniano en el invierno 1920-1921, la actitud del proletariado alemán ante la intentona insurreccional de marzo, ponía en evidencia el retroceso general del movimiento revolucionario en Europa. Así lo reconoce el III Congreso de la IC modificando su diagnóstico sobre las perspectivas inmediatas de la revolución mundial. Como dice Lenin, hay que terminar con los” asaltos” y pasar al ”asedio”. En este contexto el III Congreso llega a la conclusión de que la ”acción de marzo” ha sido un error, y su análisis de la misma coincide, en lo esencial, con la crítica de Lévi. Sin embargo, el congreso ratifica la expulsión de Lévi, justificándola con razones de disciplina (la publicación del folleto sin autorización de la dirección del partido) y en que la crítica debía hacerse internamente y no ante la vista del enemigo. Al mismo tiempo exige de la ”oposición” en el partido alemán (es decir, de los partidarios de Lévi, Clara Zetkin y otros muchos) ”disolver inmediatamente toda organización fraccional”, basándose en que ”cualquier formación de fracciones es el mayor peligro para el partido” (14).
En el curso de la agitada historia del partido bolchevique, Lenin, Trotsky, Zinóviev, y los otros marxistas rusos que ahora estaban al frente de la IC, habían procedido no pocas veces de manera análoga a la de Lévi y la ”oposición” alemana de 1921 (15). Lenin había dicho en más de una ocasión que los revolucionarios no deben disimular sus errores ante el’ enemigo. Pero ahora aplicaban un rasero distinto: el rasero de la situación que en ese momento atravesaba el partido ruso. Estaba reciente la aprobación, en el X Congreso, de la famosa resolución prohibiendo las fracciones, y el partido se encontraba en plena ”retirada” (el paso a la NEP). En la ”retirada” – diría más tarde Lenin, refiriéndose precisamente al periodo que se inicia con el X Congreso – ”la disciplina es cien veces más necesaria”; ”el que vierta la más leve nota de pánico o infrinja la disciplina hará perecer la revolución”(16). Lo que podía estar justificado en la dramática coyuntura que atraviesa la revolución rusa es trasladado al partido alemán – como a otras secciones de la IC – que se encuentra en una situación totalmente distinta: fuera del poder, recién constituido, buscando su camino, lo que exige ante todo libertad de discusión, lucha interna, etc. La imposición del modelo bolchevique 1921 se convierte en negación del modelo bolchevique 1903-1921.
El ”caso Lévi”, el primero de este tipo en la historia de la IC, adquiere en vista de todas esas circunstancias, y al considerarlo desde nuestra perspectiva histórica, una relevancia premonitoria. Mientras viva Lenin el método no se convertirá aún en sistema, pero bajo Stalin llegará a sus últimas consecuencias.

Cambio de óptica: la revolución alemana se hace peligrosa para la Rusia de la NEP

En 1923 se presenta en Alemania una situación particularmente favorable para ensayar la posibilidad táctica formulada recientemente por el IV Congreso de la IC (diciembre de 1922) de participar en ”gobiernos obreros” junto con la ala izquierda de la socialdemocracia. La ocupación del Ruhr por las tropas francesas y la política de resistencia nacional ”pasiva” con que responde el gobierno Cuno, el hundimiento catastrófico del marco, provocado por esa política, provocan una crisis económica y política que tiende a transformarse en crisis revolucionaria (17).
En los primeros meses de 1923, los dirigentes soviéticos no dramatizan la situación alemana, más bien al contrario. Un periodista inglés le pregunta a Trotsky: si los franceses hubieran entrado en el Ruhr en 1919, Moscú habría visto en el acontecimiento el preludio de una situación revolucionaria, ¿por qué ahora ven las cosas de otra manera? La respuesta de Trotsky refleja elocuentemente la nueva óptica de la dirección bolchevique después de Rapallo y en las condiciones de la NEP. Desencadenar en Europa una nueva guerra – replica Trotsky – sería ir contra los fines del socialismo. Una Europa agotada económicamente no puede por menos de debilitar las fuerzas productivas y relegar la victoria del socialismo para un porvenir lejano (18).
En el pleno ampliado del Comité Ejecutivo de la IC, de junio de 1923, la política del partido alemán – que se orientaba a la unidad de acción con la izquierda socialdemócrata y a preparar las condiciones de una posible salida revolucionaria, pero sin considerar que la revolución ”está ahí” – fue examinada y aprobada sin introducir ninguna corrección esencial. Pero ante la huelga general berlinesa de agosto, Zinóviev, presidente de la IC, que en octubre de 1917 consideraba que la situación no estaba madura en Rusia para la insurrección armada, juzga ahora, a través de las informaciones de prensa que llegan a Moscú, que la toma del poder está al alcance de la mano en Alemania. Trotsky se deja ganar también por la fiebre. Lenin está ya fuera de combate, y Stalin no controla aún la IC. Envía una carta a Zinóviev y Bujarin fijando su posición:
”¿Deben los comunistas alemanes [en la fase actual] encaminarse hacia la toma del poder sin la socialdemocracia? ¿Están ya maduros para eso? He aquí, a mi juicio, el problema. Cuando nosotros hemos tomado el poder, contábamos con reservas como: a) la paz; b) la tierra para los campesinos; c) el apoyo de la enorme mayoría de la clase obrera; d) la simpatía de los campesinos. Los comunistas alemanes no tienen nada de eso. Bien entendido, tienen en su vecindad el país de los soviets, cosa que nosotros no teníamos; pero, ¿qué podemos darles en este momento? Si hoy, supongamos, el poder se hunde por sí solo en Alemania, y si los comunistas se apoderan de él, fracasarán estrepitosamente. Esto, en el ”mejor de los casos”. En el peor, serán aplastados. Opino que hay que retener a los alemanes y no empujarlos”. (19)
Es la misma óptica de Trotsky en su respuesta al periodista inglés, pero más consistente: Stalin no se deja impresionar por la huelga general de Berlín.
La crisis alemana colocaba, sin duda, a la república soviética ante una alternativa dramática. Si desembocaba en guerra civil era seguro que las potencias de la Entente iban a intervenir con todos sus recursos en socorro de la burguesía y los generales alemanes. El Estado soviético no podía por menos de ayudar militarmente al proletariado hermano. Era de nuevo la guerra, y la guerra con la economía en ruinas, con las masas campesinas vacilantes, cuando no hostiles, ante el poder soviético. Unos meses atrás, Lenin había planteado ante el IX Congreso de los soviets: ”Ante nosotros aparece un cierto equilibrio, inseguro en sumo grado, pero indudable. No sé si será para mucho tiempo y creo que no es posible saberlo. Por eso necesitamos dar pruebas de la mayor cautela”; ”siempre estamos al borde de una agresión militar”, pero ”haremos todo lo que esté a nuestro alcance para evitar tamaño infortunio”. Y después de extenderse sobre los sufrimientos que la guerra mundial y luego la guerra civil han reportado a los obreros y campesinos rusos, los ”desastres increíbles” que ha causado, declara: ”Estamos dispuestos a hacer las mayores concesiones y los mayores sacrificios, estamos dispuestos a ello, con tal de conservar la paz que hemos conseguido a tan alto precio”(20)
Pero, por otro lado, la victoria de la revolución proletaria en Alemania era el gran sueño de Lenin y de todos los bolcheviques desde 1917, la verdadera consagración del triunfo de la revolución rusa, su consolidación definitiva, el camino hacia la victoria de la revolución en escala europea, en escala mundial… De improviso, a los dos años de haber visto alejarse esa gran esperanza, parecía presentarse de nuevo. ¿Qué hacer? ¿Refrenar a los comunistas alemanes o empujarlos? Es vano conjeturar sobre lo que hubiera sido la posición de Lenin ante la situación creada. Si se juzga a través de sus últimos análisis es evidente que la posición de Stalin está mucho más cerca de la ”cautela” que recomendaba Lenin, que la fiebre que se apodera de Zinóviev y Trotsky. Es probable, sin embargo, que el espíritu y el curso de su razonamiento hubiera diferido sensiblemente de los de Stalin. La carta de éste revela, en efecto, un tipo de enfoque en el que aparecen ya algunas de las motivaciones que habrán de inspirar su ulterior forma de ver el movimiento revolucionario fuera de la URSS.
a) Trasposicón mecánica de las premisas que hicieron posible la toma del poder por los bolcheviques, como criterio para juzgar sobre la posibilidad o no de tomarlo en otras partes. Era indudable que los comunistas alemanes no ”disponían” de la bandera de la paz, pero la invasión del Ruhr les proporciona la bandera de la emancipación nacional contra la opresión de Versalles, y la posibilidad de volverla contra las clases dominantes que se orientaban a la capitulación. Era cierto que los campesinos alemanes no eran revolucionarios, pero en ese momento sufrían una crisis intensa, y por lo demás el factor campesino no tenía, ni de lejos, la misma significación en la Alemania industrial que en la Rusia Era verdad que la mayoría de la clase obrera seguía bajo la influencia de la socialdemocracia, pero precisamente en esos meses tenía lugar un notable desplazamiento hacia el Partido Comunista entre los obreros socialdemócratas. Probablemente Stalin tenía razón en que la situación no estaba madura para proponerse la toma inmediata del poder. (La misma opinión tenían Radek y la mayoría de los dirigentes alemanes (21).) Pero no podía negarse la posibilidad de que la profundización de la crisis, acompañada de una táctica inteligente del partido, pudieran crear las condiciones para una salida revolucionaria. (Según vimos en otro lugar, Lenin también se dejó llevar por el mimetismo del modelo ruso cuando analizaba la revolución alemana de noviembre de 1918, pero fue en cuanto a las formas y fases de su desarrollo; no asimiló el papel de los campesinos en la Alemania industrial al que tenían en la Rusia agraria. De todas maneras, ya el precedente de Lenin puso de relieve uno de los principales peligros que corría la IC, debido a la hegemonía decisiva que los bolcheviques tenían en su dirección: el enfoque de los problemas del movimiento revolucionario, tanto en Occidente como en Oriente, bajo la óptica rusa.)
b) Desconfianza en la capacidad revolucionaria de los comunistas no rusos. Al situarse en la hipótesis de que el poder burgués se ”hunda” y caiga en manos de los comunistas alemanes, Stalin no les reconoce la capacidad de hacer lo que hicieron los bolcheviques: utilizar el poder para dominar los factores adversos implícitos en la coyuntura excepcional que les permitió conquistarlo. Considera inevitable su ”fracaso estrepitoso”.
c) Subordinación total del problema a la situación del Estado soviético. ”¿Qué podemos darles?”, y no: ¿Qué puede dar la revolución alemana a la lucha revolucionaria en Europa, y viceversa? ¿En qué medida la revolución alemana puede trastocar toda la situación europea, y la misma situación interior rusa? Aunque la ola revolucionaria de 1919-1920 había remitido, la situación era muy inestable en una serie de países: Bulgaria se encontraba prácticamente en estado de guerra civil, yen septiembre el Partido Comunista se lanzó a la insurrección armada; en octubre fue la huelga general de Polonia, con fa insurrección de Cracovia; el movimiento obrero italiano no había sido aplastado aun por el fascismo; en numerosos países se manifestaba la solidaridad con los trabajadores alemanes frente á la intervención del imperialismo francés. Por toda la significación histórica del movimiento obrero alemán, y por la importancia económica y política del país, la revolución socialista en Alemania podía encontrar en el proletariado europeo y americano un eco mucho mayor que la revolución rusa. Toda la situación podía cambiar. Pero Stalin se fía más del adagio campesino: más vale pájaro en mano que ciento volando.
Trotsky comparte la preocupación de Stalin en cuanto a los riesgos que la profundización de la crisis alemana implica para el Estado soviético, pero en él vence finalmente una visión más amplia. Su error, como el de Zinóviev y otros dirigentes de la Komintern consistió posiblemente en dar ya por creadas unas condiciones que solo eran potenciales, y en imponer su punto de vista a los dirigentes comunistas alemanes. A mediados de septiembre el Comité Ejecutivo de la Komintern los llamó a Moscú, tomándose el acuerdo de pasar a la preparación inmediata de la insurrección armada. Se decidió también que el partido entrara en los gobiernos socialdemócratas de izquierda en Sajonia y Turingia, considerando – que ello facilitaría la preparación de la insurrección a escala alemana. (Los dirigentes de la organización comunista de Sajonia eran contrarios a la participación gubernamental, y Brandler principal dirigente del PCA tenía dudas, pero se plegó a Comité Ejecutivo de la IC(22).) Trotsky, siempre sensible a los grandes efectos históricos, propuso fijar la fecha de la insurrección entre el 7 y el 9 de noviembre, aniversarios respectivos de la revolución rusa del 17 y de la revolución alemana del 18. Finalmente se convino en que era más sensato dejar a los alemanes, por lo menos, determinar la fecha exacta de la insurrección (23).
La insurrección es prevista, finalmente, para la última semana de octubre. Pero el gobierno central toma la iniciativa; envía 60 000 hombres de la Reichswehr a Sajonia. Brandler propone la aceptación del plan del partido (declarar la huelga general y organizar la resistencia armada) en la conferencia de los consejos obreros de fábrica de toda Sajonia, pero la mayoría de los delegados obreros, que son socialistas de izquierda, rechazan las propuestas comunistas. En vista de ello la dirección del PCA suspende la orden de insurrección, la cual, sin embargo, se intenta en Hamburgo, donde no llega a tiempo la contraorden. Unos centenares de comunistas luchan valerosamente durante tres días contra la policía y el ejército, sin que la masa del proletariado de Hamburgo les apoye activamente. La Reichswehr desarma las milicias obreras que el partido había organizado en Sajonia y Turingia, y los comunistas son excluidos de los respectivos gobiernos.
Los acontecimientos de octubre son calificados por la Komintern de derrota del Partido Comunista alemán. Juicio muy discutible, puesto que en realidad la influencia del partido crece en las masas, como demostrarán los resultados electorales de mayo de 1924 (casi cuatro millones de electores votan por los comunistas). Y lo que era más importante, por primera vez desde su nacimiento, el partido había logrado establecer relaciones unitarias con el ala izquierda de la socialdemocracia. El resultado no podía calificarse de ”derrota” más que bajo el supuesto de que estaban creadas todas las condiciones para la toma del poder, hipótesis que no es abonada, ni muchos menos, por las investigaciones históricas (24). La misma insurrección de Hamburgo demostró que si, efectivamente, había una cierta radicalización del proletariado alemán, no había llegado, ni mucho menos al punto de estar dispuesto a la lucha armada. En realidad, la decisión de Brandler-Thalheimer, que en la historiografía oficial de la IC es calificada de ”traición”, salvó probablemente al partido alemán de ser aplastado, como en marzo de 1921.
La ”derrota de octubre” será objeto de acerbas discusiones en el Partido Comunista alemán y en la IC durante los meses siguientes. Siguiendo un método que empieza a constituir tradición, el Comité Ejecutivo de la Komintern descarga toda la responsabilidad sobre los dirigentes nacionales, achacando a la política seguida por ellos en el periodo precedente el supuesto aborto de la revolución alemana. En realidad, desde la expulsión de Lévi la dirección del PCA se había ajustado estrictamente a las directivas de la Komintern (25). Su primer (y último) acto de independencia fue suspender la orden de insurrección al darse cuenta de que el partido iba a quedar de nuevo aislado, como en 1919 y en 1921. En el V Congreso de la IC (junio-julio de 1924), Clara. Zetkin declara, sin que nadie pueda probar lo contrario: ”Se ha hablado aquí de brandlerismo y de radekismo. Pero hasta la derrota de octubre la dirección del partido alemán ha sido aprobada por el Comité Ejecutivo de la IC. Por tanto, si el partido es culpable, el Ejecutivo lo es tanto como él”. Y añade que Brandler, al no aceptar el combate en las condiciones creadas, ha rendido un gran servicio al partido (26).

¿Para qué una teoría de la revolución alemana si existe Stalin y la ”política leninista”?

La supuesta ”derrota de octubre” era en el fondo, el pretexto para liquidar una de las tendencias del Partido Comunista alemán, la cual, a los ojos del Comité Ejecutivo de la IC, pecaba gravemente en dos aspectos: en primer lugar, porque si bien era cierto que en el periodo 1921-1923 había aplicado fielmente la política de frente único de la Komintern, la lógica de esta política llevaba a tomar en consideración, cada vez con más rigor, la realidad de la situación alemana, lo que entraba en conflicto con el sistema de dirección de la IC; en segundo lugar, la dirección Brandler-Thalheimer había mostrado excesiva simpatía por los grupos que dentro del partido ruso defendían la democracia interna (27).
En la llamada ”izquierda” del partido alemán existía también una fuerte corriente contra la subordinación incondicional a las directivas de Moscú, pero los líderes de esa tendencia aprovechan la condena del ”brandlerismo” para llegar a un compromiso con el Comité Ejecutivo de la IC. A cambio de cooperar con el todopoderoso Ejecutivo en la lucha contra el grupo Brandler-Thalheimer (del que la ”izquierda” discrepaba en la línea táctica, es decir, en la política del frente único, lo que la había valido severas críticas de Lenin en el III Congreso de la IC), los líderes de la ”izquierda” obtuvieron la ayuda del Ejecutivo para conquistar la mayoría en la dirección del PCA. La campaña de ”bolchevización” de los partidos comunistas, iniciada en 1924 se traduce en el partido alemán, como en los otros, en un reforzamiento del centralismo burocrático y del divorcio con las realidades nacionales. Este proceso se opera en una primera fase, bajo el signo de la lucha contra los ”derechistas” que en ese momento son los principales propugnadores de una mayor autonomía respecto al Ejecutivo de la Komintern, así como del desarrollo de la democracia interna en el partido. En una declaración firmada por Brandler, Thalheimer y Radek en marzo de 1924, se plantea que la verdadera bolchevización ”exige la adaptación más escrupulosa a las particularidades de cada país, y no puede ser lograda más que por la libre discusión en las organizaciones del partido, por un régimen de democracia interna que permita la selección de una dirección formada por los comunistas más experimentados. La evolución del movimiento comunista occidental – agregan – necesita operar una síntesis de los dirigentes formados en la lucha de ideas contra la socialdemocracia, dentro de ésta – que después de romper con ella han fundado los partidos comunistas –, con los elementos jóvenes venidos al comunismo en los combates revolucionarios de 1919 y posteriores […]”.
Y por eso exigen ”anular la exclusión de más de cincuenta cuadros obreros que han sido fundadores del Partido Comunista alemán, y reintegrarlos a sus filas” (28). En la misma reunión del Comité Ejecutivo de la IC donde tiene lugar esta declaración, Clara Zetkin ”protesta resueltamente contra la tendencia que hay en el partido alemán de declarar ”derechistas” todos los antiguos espartaquistas, y acusa al Comité Ejecutivo de la IC de no oponerse a ello”. En el partido – dice Clara Zetkin – ”no puede haber unidad de acción sin libertad de discusión y de crítica”; ”el interés del partido exige que los militantes con espíritu crítico puedan expresarse en él”; ”tenemos que preguntarnos si en el porvenir se va a seguir procediendo mecánicamente a exclusiones y represalias” (29).
El ”porvenir” respondería afirmativamente al interrogante de la veterana luchadora. Las exclusiones represalias no sólo iban a proseguir sino a intensificarse, pero durante la fase siguiente serían dirigidas fundamentalmente contra la ”izquierda”. La victoria de ésta, en efecto, se reveló una victoria pírrica. Coincide con el comienzo del duelo Stalin-Trotsky, y la mayor parte del núcleo dirigente de la ”izquierda” alemana apoyó las posiciones de Trotsky. En torno a Thaelmann (que había figurado en la ”izquierda”) se forma un grupo ”centrista” – según la jerga de la época – que sostenido por Stalin pasa a controlar la dirección del partido alemán desde finales de 1925 (30). La ofensiva contra la ”izquierda” alemana es llevada a cateo en perfecta sincronización con la gran batalla contra la oposición trotskista-Zinóvievista en el partido ruso. Entre 1926 y 1928, centenares de militantes obreros veteranos, valiosos intelectuales, son eliminados de los puestos dirigentes o expulsados del partido. A finales de 1928, sincronizada con la ofensiva de Stalin contra la ”derecha” del partido ruso (Bujarin y sus partidarios), se inicia en el partido alemán la eliminación política de los supervivientes del brandlerismo, entre ellos sus jefes principales: Brandler, Thalheimer, etc. En este periodo, es decir, cuando se abre la fase decisiva de la evolución política alemana que desembocará en la victoria hitleriana, el Partido Comunista alemán ha sido amputado de casi todo el núcleo dirigente procedente del espartaquismo y de la izquierda del Partido Socialista Independiente. Desde 1928, Thaelmann será el jefe absoluto del partido, el ejecutor incondicional de la política de Stalin. En ese año la mayoría del Comité Central del Partido Comunista alemán había decidido quitar a Thaelmann de la secretaría general del partido, pero Stalin impone que el Presidium del Comité Ejecutivo de la Komintern anule la decisión (31).
Para percibir en todo su alcance las consecuencias de esa amputación, hay que tener en cuenta que la ”derecha” y la ”izquierda” del partido alemán, pese a sus divergencias tácticas y estratégicas, tenían desde el nacimiento del partido un elemento común: la aspiración, más o menos explícita, a la elaboración y dirección autónomas de la política del partido; la resistencia a ser simples ejecutores de las directivas del centro internacional colocado bajo el control soviético. El informe de Rosa Luxemburgo sobre el programa, en el congreso fundacional del partido, postula ya una concepción estratégica del curso de la revolución alemana que difiere sustancialmente de la concepción bolchevique. Y en documentos de los años 1919 y 1920 se encuentra la huella de esa diferenciación (32). Las divergencias conciernen asimismo al funcionamiento interno del partido, a la concepción de la relación entre el partido y las masas, tanto en la fase de la lucha bajo el capitalismo como después de la toma del poder. Rosa Luxemburgo propugna un auténtico democratismo, lo mismo en la vida interna del partido que en el nuevo régimen social. La herencia teórica luxemburguesa influye en todo el núcleo inicial del partido, independientemente de las divergencias tácticas. Y es tanto más valorizada cuanto que la experiencia práctica de la evolución del régimen soviético y del propio partido alemán viene a confirmar algunas de las críticas y previsiones de Rosa Luxemburgo. No es casual que uno de los primeros pasos de Lévi, después de su expulsión, sea la reedición de las obras de aquélla.
Independientemente de que en la obra teórica y política de Rosa Luxemburgo – como en la de Marx, Engels y Lenin – hubiera aspectos que la práctica social pondría en entredicho, es evidente que esa obra, nacida en conexión viva con la realidad alemana, con su movimiento obrero, representaba una contribución valiosa a la elaboración de una teoría original de la revolución alemana. Como también era necesario tener en cuenta críticamente las aportaciones de los teóricos del ”centro” y la ”derecha” socialdemócrata, de los Kautski, Hilferding, Bernstein, etc., aunque sólo fuera para investigar mejor las raíces del reformismo en el proletariado alemán, y las características específicas del capitalismo germano. Pero toda esta herencia teórica es arrojada por la borda en los primeros años de la formación del partido alemán, imponiéndose cada vez más rígidamente la trasplantación del modelo soviético de socialismo y de partido, la aplicación incondicional de las tesis estratégicas y tácticas del Ejecutivo de la Komintern.
El partido comunista del país natal del marxismo, el partido revolucionario de los obreros alemanes, que tienen la ventaja, según decía Engels, de ”pertenecer al pueblo más teórico de Europa y conservar ese sentido teórico”(33), presenta a la altura de 1928, cuando Stalin ultima la implantación de su control sobre los comunistas alemanes, el espectáculo de la más lamentable esterilidad teórica. Su núcleo intelectual ha sido diezmado, prácticamente liquidado. En 1926, Stalin da la señal para acabar con los sobrevivientes. En un discurso ante la comisión alemana del VI Pleno ampliado del Comité Ejecutivo de la IC, hace las siguientes consideraciones:
”Se oye decir a algunos intelectuales que el Comité Central del PCA es débil, que dirige deficientemente, que la falta de intelectuales en el Comité Central repercute desfavorablemente en el trabajo, que el Comité Central no existe, etc. Todo eso es falso, camaradas. Esas habladurías constituyen, a mi juicio, una salida de tono propia de intelectuales e indigna de comunistas […]se dice que el actual Comité Central no brilla por sus conocimientos teóricos. ¿Y qué? Con tal de que la política sea acertada, por los conocimientos teóricos la cosa no quedará. Los conocimientos teóricos son cosa que se adquiere; si no se tienen hoy se tendrán mañana, en tanto que para algunos intelectuales presuntuosos no es muy fácil asimilar la acertada política que practica hoy el Comité Central del PCA. Y la fuerza del actual Comité Central consiste en que aplica una acertada política leninista, cosa que no quieren comprender los intelectualillos que presumen de ‘conocimientos’ […} Camarada Thaelmann: acepte usted los servicios de esos intelectuales, si es que quieren servir a la causa obrera; o puede usted enviarlos a paseo, si es que quieren mandar a toda costa […].”(34)
Efectivamente, los intelectuales que aún quedaban en el Partido Comunista alemán fueron enviados a paseo, no precisamente porque quisieran ”mandar a toda costa”, o dejar de ”servir la causa obrera”, sino porque se empecinaron en no renunciar a la ”funesta manía de pensar”. Liberado por el jefe infalible de la engorrosa necesidad de fundar su acción en ”conocimientos teóricos”, el Comité Central del Partido Comunista alemán siguió aplicando su ”acertada política leninista” que le llevó a la catástrofe de 1933. El punto de arranque de esta política se encuentra en la revisión que hace el V Congreso de la IC de la táctica seguida en el periodo anterior.
Al condenar la política de Brandler, el Comité Ejecutivo de la IC impugnaba de hecho, en electo, la política de frente único proletario, tal como había sido concebida por Lenin y formulada por la misma IC en los plenos ampliados del Comité Ejecutivo (diciembre de 1921 y febrero de 1922) y en el IV Congreso (diciembre de 1922). Imprimía a esa política una inflexión sectaria, que quedaría formalizada en el V Congreso (junio-julio de 1924) e iría acentuándose en los años siguientes. A fin de apreciar el alcance de esa revisión, en particular para el partido alemán, y teniendo en cuenta también que la política de frente único proletario, versión 1921-1923, servirá de antecedente cuando la Komintern realice su viraje de 1934-1935, es necesario que nos detengamos, aunque sea muy sumariamente, a examinar el significado de dicha política.

Frente único en el capitalismo y partido único en el socialismo

Inicialmente, la táctica de frente único es concebida como r una política defensiva, partiendo de los siguientes datos: reflujo del movimiento revolucionario en la generalidad de los países capitalistas; contraofensiva capitalista contra el nivel de vida de las masas y sus conquistas sindicales y políticas; escisión de la clase obrera, cuya mayoría seguía encuadrada en los partidos y sindicatos reformistas. En estas condiciones, la lucha por el poder se alejaba, y en cambio ante la clase obrera se planteaba como cuestión urgente oponer un frente unido a la ofensiva, patronal y estatal. Incluso La llamada Internacional II y ½, donde se agrupaban partidos socialistas con fracciones de otros que rehusaban optar entre la II y la III, se había asignado como tarea principal propiciar el restablecimiento de la unidad obrera(35).
En sus primeras tesis sobre el frente único proletario, aprobadas por el pleno del Comité Ejecutivo de diciembre de 1921, la IC propugna acuerdos entre las organizaciones políticas y sindicales de todas las tendencias del movimiento obrero, acuerdos incluso a nivel internacional: ”Aceptando la consigna de unidad del frente proletario, y admitiendo acuerdos entre sus diversas secciones y los partidos y sindicatos de la II Internacional y de la Internacional II y ½ la Internacional Comunista – se declaraba en las tesis mencionadas – no puede evidentemente renunciar ella misma a concluir acuerdos análogos a escala internacional”(36). A comienzos de 1922 la Internacional II y ½ se dirigió a las otras dos proponiendo la celebración de una conferencia al mas alto nivel para discutir las bases de la eventual acción común. La propuesta fue aceptada, y la conferencia tuvo lugar en Berlín del 2 al 5 de abril de 1922.
La Conferencia de las Tres Internacionales, como en lo sucesivo se la llamó, fue uno de los acontecimientos importantes del año 1922. Por primera vez desde 1914 (y por última) los máximos representantes de las tres grandes fracciones en que se había escindido la vieja socialdemocracia, se encontraron frente a frente para examinar la posibilidad de rehacer un mínimo de unidad de acción. En esta confrontación se revelan muy nítidamente algunas de las principales ambigüedades y contradicciones que encerraba la táctica de frente único proletario adoptada por la IC, las cuales habrían de manifestarse en todas sus dimensiones durante el periodo que se inició en 1934 (37).
Para la IC la política de ”frente único” no era sólo el medio de resistir más eficazmente a la ofensiva capitalista. Consideraba que esa política permitiría a los partidos comunistas estrechar sus relaciones con las masas, influirlas en sentido revolucionario, arrancarlas al influjo del reformismo, y prepararlas para futuros combates ofensivos. En las tesis aprobadas por el IV Congreso se previa la posibilidad de que en una situación revolucionaria, o prerevolucionaria, el frente único proletario pudiera desembocar en la formación de ”gobiernos obreros” – con participación de comunistas, socialistas de izquierda y otros grupos avanzados –, o ”gobiernos obreros y campesinos”, en los que junto con los representantes de la clase obrera figuraran los de las capas medias radicalizadas, particularmente del campesinado. Este tipo de gobiernos, según las tesis, no serían aún expresión de la dictadura del proletariado, pero podían preparar su advenimiento, cubrir una cierta etapa de transición entre la dictadura de la burguesía y la dictadura del proletariado. Al mismo tiempo se declaraba rotundamente que ”la dictadura completa del proletariado no puede ser realizada más que por un gobierno obrero compuesto de comunistas” (38). Es decir, toda otra tendencia del movimiento obrero, por muy radical que fuese, podía recorrer junto con los comunistas un trozo del camino que llevaba a ”la dictadura completa del proletariado”, pero finalmente habría de dejar el sitio a la dirección exclusiva del partido comunista. Era la proyección del camino que efectivamente se había recorrido en Rusia. – A los eventuales aliados de hoy se les proponía colaborar en la creación de las condiciones que permitiesen eliminarlos, en tanto que fuerza política, el día de mañana.
Las proposiciones que los partidos comunistas y la IC hiciesen a los partidos y sindicatos reformistas, a fin de llegar a acuerdos para la acción común, serían ”útiles” en la perspectiva más arriba expuesta, tanto si eran rechazadas como si eran aceptadas. En el primer caso, servirían para ”desenmascarar” ipso facto a los líderes reformistas. En el segundo, conducirían al mismo resultado en una u otra fase del movimiento, puesto que dichos líderes no estaban dispuestos realmente a defender de manera consecuente los intereses obreros. En el curso de la acción los comunistas denunciarían sus vacilaciones o traiciones. Estas previsiones descansaban en dos supuestos, a los que ya nos hemos referido en otros momentos, pero no huelga repetir aquí con las mismas formulaciones de la IC: a) el capitalismo ”ya no es capaz de asegurar a los obreros condiciones de existencia un poco humanas”, y por eso ”los obreros que luchan por sus reivindicaciones parciales son arrastrados automáticamente a combatir a toda la burguesía y a su aparato estatal”; b) los jefes reformistas, dado que son los agentes de la burguesía y están obligados a defender los intereses de ésta, ”no tienen la menor intención de entablar combate por la más modesta de las reivindicaciones contenidas en su programa” (39). Si a pesar de ello aceptan en ocasiones las propuestas comunistas de acción común, lo hacen forzados, bajo la presión de las masas, en las cuales la ofensiva capitalista ha suscitado ”una tendencia espontánea a la unidad que nada puede contener”; forzados, porque ”las ilusiones democráticas y reformistas que después de la guerra habían ganado terreno en la categoría de trabajadores privilegiados, así como entre los obreros más atrasados políticamente, se han disipado antes, incluso, de florecer” (40).
Esos supuestos se revelaron erróneos rápidamente: poco tiempo después de formulada la táctica de frente único se iniciaba la fase de auge económico en el mundo capitalista, bautizada por la IC de ”estabilización relativa”. Los partidos y sindicatos reformistas sirvieron de nuevo a la clase obrera para obtener algunas satisfacciones económicas compatibles con el mecanismo del sistema. Salvo en casos particulares, las reivindicaciones ”mínimas” no se revelaron como la palanca ideal para apartar a las masas de los reformistas. Su concepción del estado del capitalismo le impedía a la IC ver qué el reformismo no estaba sólo en la política de los líderes reformistas; se alojaba también en la naturaleza misma de reivindicaciones que eran susceptibles, en definitiva, de ser ”encajadas” por el capital y servir de ”estimulante” a su desarrollo técnico.
Las gruesas acusaciones que los comunistas lanzaban contra los jefes reformistas no contribuían mucho a la explicación racional de los problemas planteados, ni a convencer, por tanto, a los trabajadores imbuidos de ”ilusiones democráticas y socialistas”. Pero en cambio proporcionaban a los jefes reformistas excelentes argumentos polémicos.
”Se nos llama a la unidad – diría Vandervelde en la Conferencia de las Tres Internacionales –, se nos propone realizar el frente único, pero no se disimula la segunda intención: asfixiarnos o envenenarnos después de habernos abrazado”; cuando se afirma que Henderson, Vandervelde, Longuet, etc., ”sirven los intereses de la burguesía, es por lo menos extraño que se proponga a esos mismos hombres concurrir a la defensa de los intereses proletarios”; ”Nosotros somos socialtraidores, socialpatriotas, esquiroles, soportes de la burguesía. Zinóviev ha dicho incluso que yo he cometido crímenes, y sin embargo, pese a esos crímenes, y pese a que somos socialpatriotas, sois de opinión que es útil que nos reunamos en conferencia”.
La lógica de este razonamiento era, evidentemente, mucho más comprensible para las masas de las organizaciones reformistas que la lógica de la IC sintetizada en la respuesta de Radek a Vandervelde:
”Vosotros habéis venido a esta conferencia porque habéis sido forzados: Habéis sido un instrumento de la reacción mundial y ahora estáis obligados, lo queráis o no, a ser un instrumento de la lucha por los intereses del proletariado”.
La respuesta de este proletariado fue la siguiente: de 1921 a 1928 el número de comunistas en los países capitalistas disminuye en la mitad (de cerca de 900 000 a unos 450 000), mientras que el de afiliados a la socialdemocracia aumenta en el doble (de unos tres millones a más de seis).
En la Conferencia de las Tres Internacionales se revelaría con especial acrimonia una de las principales contradicciones internas de la política de frente único proletario: la existente entre el contenido de dicha política en los países capitalistas y el proceso político que en el mismo periodo se desarrollaba en el país soviético.. Los líderes socialistas explotan hábilmente, en efecto, la ”paradoja” de que mientras la IC, dirigida por los bolcheviques, llama al frente único de todas las tendencias socialistas en los países del capital – a fin de defender el nivel de vida de las masas, la democracia y la revolución rusa –, en el país de los soviet los bolcheviques persiguen a esas mismas tendencias, privándolas de toda clase de derechos políticos y sindicales (41). Explotan, asimismo, el hecho de que habiendo sido siempre el derecho de autodeterminación de los pueblos uno de los principales puntos del programa bolchevique, los pueblos de la periferia del ex-imperio ruso fueran privados, prácticamente, del ejercicio de ese derecho. Agitan, en particular, el caso de Georgia, que había sido invadida y ocupada recientemente por el ejército rojo, pese a que la gran mayoría de la población apoyaba el gobierno menchevique (42).
Los representantes de la IC en la conferencia responden aplicando la conocida regla de que la mejor defensa es el ataque: exponen, una vez más, la larga lista de capitulaciones y traiciones de la socialdemocracia a la causa de la revolución, durante la guerra mundial y en la postguerra. Pero lo uno no justifica lo otro. Que los imperialistas, auxiliados más o menos directamente por la socialdemocracia, pisoteen la democracia y el derecho de autodeterminación de las naciones débiles corresponde a la naturaleza de esas fuerzas políticas, y al menos en lo que se refiere a los imperialistas era perfectamente lógico a los ojos de las masas trabajadoras. Pero que la revolución socialista atentase a la democracia proletaria y no respetase el derecho de autodeterminación de los pueblos estaba en contradicción con la naturaleza del partido bolchevique según era definida por él mismo. Sus representantes en la Conferencia de las Tres Internacionales se ponen totalmente a la defensiva en este punto. Radek, que es el que lleva la voz cantante, rehuye toda explicación, y Bujarin permanece silencioso (43). La conferencia pone en evidencia que el ”frente único” es una arma de dos filos: si en determinadas situaciones – cuando se exacerba la lucha entre proletariado y burguesía – puede coadyuvar a enfrentar las masas con los jefes reformistas, al mismo tiempo puede facilitar a estos últimos el llevar a las masas influidas por los comunistas la crítica de aquellos aspectos de la revolución rusa que atentaban a la democracia obrera.
Extrayendo la lección que a su juicio se desprende de la conferencia, Lenin escribe: ”La burguesía, en la persona de sus diplomáticos, se ha mostrado más hábil, una vez más, que los delegados de la Internacional Comunista”. ”Nuestros delegados – dice en este mismo artículo – han cometido un error, a mi parecer, al aceptar las dos condiciones siguientes: primo, que el poder soviético no aplicará la pena de muerte en el asunto de los 47 socialrevolucionarios; secundo, que el poder soviético autorizará a los representantes de las Tres Internacionales a asistir al proceso”. En efecto, la delegación de la IC había hecho estas dos concesiones y también una tercera a la cual Lenin no alude: la formación de una comisión de las Tres Internacionales para abrir una encuesta sobre el problema de Georgia. Silencio significativo, porque es en este periodo precisamente cuando Lenin empieza a inquietarse por los métodos chauvinistas granrusos que bajo la dirección de Stalin se están utilizando en Georgia. En una nota redactada en diciembre de ese año advertirá severamente a la dirección del partido sobre el peligro de ”incurrir en actitudes imperialistas hacia las nacionalidades oprimidas, poniendo en entredicho la sinceridad de nuestra posición de principio en la lucha contra el imperialismo” (44).
Lenin considera que la delegación de la IC ha cometido un error al hacer las dos concesiones mencionadas, porque ”a cambio no hemos obtenido ninguna concesión”. Sin embargo, gracias a esas concesiones la conferencia había podido llegar a un primer resultado positivo en lo que respecto a la acción unida del proletariado en el mundo capitalista. En primer lugar, se crea un comité permanente de las Tres Internacionales con la tarea de prepara una conferencia obrera internacional a la que serán invitadas también las organizaciones sindicales. En segundo lugar, se acuerda celebrar manifestaciones obreras el 20 de abril o el 1de mayo bajo las siguientes consignas: por la jornada de ocho horas; contra el paro; por la unidad de acción del proletariado contra la ofensiva capitalista; por la revolución rusa, en ayuda de la Rusia hambrienta, por la reanudación de las relaciones políticas y económicas de todos los Estados con la Rusia de los soviet; por la reconstitución del frente único proletario en cada país y en la Internacional. Por eso, sin duda, Lenin dice que ”el error de los camaradas Radek, Bujarin y otros, no es grande”, ”sería un error incomparablemente más grande el rehusar todo precio y toda condición que permitiera penetrar en el local cerrado, protegido bastante sólidamente” [se trata del ”local” socialdemócrata, donde ”los representantes de la burguesía ejercen su influencia sobre los obreros”](45).
Teniendo en cuenta esta opinión de Lenin no es fácil explicarse por qué el Comité ejecutivo de la IC decide poco después retirarse del comité constituido en la conferencia e interrumpir el proceso iniciado. ¿Respondía a la preocupación de evitar nuevas discusiones abiertas, a nivel internacional, en las que se plantearan los problemas internos de la revolución rusa? La explicación oficial que da la IC es que los jefes de las otras Internacionales no se proponían sinceramente aplicar los acuerdos adoptados en Berlín. Pero ese juicio podía haberse hecho igualmente antes de la conferencia. ¿Para qué reunirla, entonces? Y si pese a todo se había llegado a ciertos acuerdos positivos, ¿por qué no poner a prueba la ”sinceridad” de los que se habían comprometido a aplicarlos? En todo caso, el IV Congreso de la IC reunido a finales de 1922 no insiste sobre la realización del frente único a escala internacional.
Excepto esta corrección implícita, la política de frente único proletario no sufre modificación hasta después de la ”derrota de octubre” en Alemania. El IV Congreso plantea con fuerza el peligro fascista, y declara en sus tesis que ”una de las tareas más importantes de los partidos comunistas es organizar la resistencia al fascismo internacional, ponerse a la cabeza de todo el proletariado en la lucha contra las bandas fascistas, y aplicar enérgicamente en este terreno también la táctica de frente único”. El peligro fascista, advierte, no está dirigido sólo contra el proletariado sino ”contra las bases mismas de la democracia burguesa”(46).

Socialdemocracia = socialfascismo = enemigo principal

Toda esta concepción táctica es revisada por el V Congreso de la IC, partiendo, como ya hemos dicho, del supuesto fracaso de la política de frente único proletario aplicada por Brandler durante los acontecimientos de 1923. En lugar de utilizar esa experiencia para un reexamen en profundidad de la problemática que planteaba el capitalismo y el movimiento obrero alemanes, la IC resuelve la cuestión poniendo la etiqueta de ”oportunismo de derecha” a la política de frente único en su versión leniniana, y procediendo a un repliegue sectario que tendrá nefastas consecuencias para todo el movimiento comunista y, en especial, para el partido alemán. Bien entendido, las motivaciones alemanes no son las únicas que determinan ese repliegue: las contradicciones de la política de frente único, más arriba apuntadas, la imposibilidad de superarlas sin una revisión fundamental de la ecuación Komintern-política soviética, así como de las estructuras de la Internacional, influyen sin duda en el mismo sentido.
El V Congreso comienza por difuminar la contradicción que el IV había subrayado vigorosamente entre fascismo y democracia burguesa. En sus tesis se dice: ”Cuanto más se descompone la sociedad burguesa tanto más todos los partidos burgueses, sobre todo la socialdemocracia, toman un carácter más o menos fascista. El fascismo y la socialdemocracia son dos caras de un solo y mismo instrumento de la dictadura del gran capitalismo. He aquí por qué la socialdemocracia no podrá ser jamás un aliado seguro del proletariado en la lucha contra el fascismo” (47). ”Los fascistas – dice Zinóviev – son la mano derecha de la burguesía y los socialdemócratas la mano izquierda”; ”el hecho esencial – agrega – es que la socialdemocracia se ha convertido en un ala del fascismo”, y como prueba aduce que en Francia el partido socialista ha formado listas comunes para las elecciones con los partidos burgueses (48). Zinóviev mete todo en el mismo saco: fascismo, socialdemocracia, radicales franceses, centro católico alemán, etc.
Mientras el IV Congreso había dado el toque de alarma ante el peligro fascista, el V Congreso lo da casi por liquidado: en Italia, ”el fascismo, después de su victoria, naufraga en la bancarrota política que conduce a su descomposición interior”; en Alemania, ”cae en una crisis semejante sin haber obtenido su victoria formal” (49).
La táctica del frente único queda reducida en las resoluciones del V Congreso a ”un simple medio de agitar y movilizar las mas Se descarta prácticamente la posibilidad de acuerdos con los partidos socialistas. El frente único debe aplicarse casi exclusivamente ”por abajo”, y las ”conversaciones” con los dirigentes socialistas no pueden ser útiles más que a fines de ”desenmascaramiento”. El congreso rechaza categóricamente la eventualidad de ”gobiernos obreros” nacidos de un acuerdo entre el partido comunista y el partido socialista (50).
Después del V Congreso la política de frente único se convierte en un monótono requerimiento a los socialistas de base, invariablemente acompañado del ”desenemascaramiento” – sin escatimar epítetos ofensivos – de los jefes social-demócratas. Pero este sectarismo inoperante no le impide al proverbial pragmatismo de Stalin, siempre que las conveniencias de la política soviética lo aconsejaban, llegar a aplicaciones sumamente ”amplias” del frente único, como es la creación del comité sindical anglosoviético, inteligentemente utilizado por los líderes laboristas para realzar su autoridad frente a la radicalización del movimiento obrero ingles en 1925-1926 (51).
Poco después del V Congreso, Stalin ”profundiza” las fórmulas de Zinóviev acerca de la socialdemocracia y del fascismo:
”El fascismo, dice, es una organización de choque de la burguesía, que cuenta con el apoyo activo de la socialdemocracia. La socialdemocracia es objetivamente el ala moderada del fascismo […] Estas organizaciones no se excluyen sino que se complementan. No son antípodas, sino gemelas. El fascismo es el bloque político táctico de estas dos organizaciones fundamentales, surgido en la situación creada por la crisis del imperialismo en la postguerra para luchar contra la revolución proletaria. Sin ese bloque la burguesía no puede mantenerse en el poder. Por eso sería erróneo pensar que el ‘pacifismo’ significa la liquidación del fascismo. En la situación actual el ‘pacifismo’ es la afirmación del fascismo, poniendo en primer plano a su ala moderada, a su ala socialdemócrata.”
Por ”pacifismo” se entiende aquí Stalin, como explica en el mismo texto, ”la llegada directa o indirecta al poder de los partidos de la II Internacional, el ”poder demopacifista de Herriot-Mac Donald” (52) (Poco después de escritas estas tesis los representantes de Stalin y los de MacDonald forman el comité sindical anglosoviético.)
Deformando burdamente la política de Lenin en las diferentes etapas de la revolución rusa, Stalin formula en 1924 ”la regla estratégica fundamental del leninismo”, según la cual el partido comunista debe dirigir siempre el golpe principal contra los partidos intermediarios. En realidad, la idea de Lenin era romper la resistencia del enemigo principal, y paralizar o neutralizar la inestabilidad de las fuerzas vacilantes, intermedias (53). La ”regla fundamental” estaliniana se convierte en un dogma de la estrategia de los partidos comunistas hasta el viraje de 1934-1935. Un ejemplo de la aplicación de esta ”regla” es la táctica del Partido Comunista alemán en las elecciones presidenciales de 1925. Fischer y Maslov, representantes de la ”izquierda” en la dirección del partido, propugnan presentar un candidato común con la socialdemocracia, frente a Hindenburg, representante típico del militarismo y el nacionalismo alemán. Pero Thaelmann, apoyado por Stalin, impone la presentación de un candidato comunista (el mismo Thaelmann). Hindenburg sale electo por un margen inferior al millón de sufragios, sobre el candidato de la socialdemocracia y el centro católico. Thaelmann obtiene cerca de dos millones (54)
No puede descartarse que la posición de Stalin en las elecciones presidenciales alemanas haya estado determinada también, o al menos grandemente influida, por razones más pragmáticas que el dogma de ”la regla estratégica fundamental”. En ese periodo, en efecto, Francia e Inglaterra inician bajo la égida de los ”demopacifistas” (el bloque de izquierdas en Francia, los laboristas en Inglaterra) una política de aproximación con Alemania que llevará al tratado de Locarno (octubre de 1925). El centro católico, que dirige el gobierno central, y la socialdemocracia, formalmente en la oposición pero gobernando en Prusia, apoyan la idea de un pacto de seguridad con los enemigos de ayer, en el que Stalin ve un filo antisoviético evidente. La política exterior de Moscú está lógicamente interesada en que se ahonde el foso entre la república de Weimar y las potencias de la Entente, no en que se colme. Y no deja de ser significativo que Stalin interprete la elección del nacionalista Hindenburg como un signo de la voluntad de resistencia de Alemania a las potencias del tratado de Versalles (55). El interés de la política soviética en minar lo que se llamaría el ”espíritu de Locarno” ¿influyó en la posición del partido alemán en las elecciones presidenciales de 1925? Será imposible aclarar la cuestión mientras los historiadores soviéticos no tengan libertad de investigación. Pero al menos ”objetivamente” hubo coincidencia entre la táctica del PCA y el juego de la diplomacia soviética. Y es muy posible que en los años siguientes, hasta la subida de Hitler al poder, ese factor siguiera pesando en las posiciones tácticas de los dirigentes comunistas alemanes frente a la socialdemocracia y al partido de Bruning.
A fines de 1927, Stalin corona victoriosamente su laboriosa batalla de cuatro años contra la oposición trotskista dentro del partido ruso y de la IC. Como ya vimos en el capítulo 2, esta victoria coincide con una grave situación económica en la URSS que obliga a Stalin a realizar un brusco viraje y a poner en práctica aspectos fundamentales del programa de la oposición. Entra en conflicto con Bujarin, que desde 1926 (después que Zinóviev hizo bloque con Trotsky) está al frente de la Internacional Comunista. La nueva lucha que se abre en el partido ruso, tiene, como las anteriores, profundos efectos en la IC.
Uno de los argumentos que Stalin maneja en el XV Congreso del Partido Comunista de la URSS (diciembre de 1927) para justificar la necesidad de intensificar el ritmo de la industrialización consiste en que el mundo capitalista ha entrado en una nueva etapa, uno de cuyos principales rasgos es la agravación del peligro de intervención contra la Unión Soviética. A su vez, esta tesis la fundamenta en que la estabilización capitalista presenta graves signos de deterioración, y ”Europa entra evidentemente en una nueva fase de auge revolucionario”. Bujarin combate esta tesis, considerando que por el momento no hay nada nuevo en la estabilización capitalista. El IX Pleno del Comité Ejecutivo de la IC (febrero de 1928) adopta las tesis de Stalin, aunque los datos concretos en que se basa el análisis de la situación económica y política del mundo capitalista no ofrecen ningún fundamento serio a tales conclusiones. El capitalismo, por el contrario, se encuentra en el cenit del auge económico iniciado en 1924. Es legítimo prever, sobre la base de un análisis marxista, que este auge desembocará en una nueva crisis cíclica, pero es evidente que por el momento no hay cambios. En cuanto al movimiento obrero, presenta dos rasgos esenciales: el aumento de las ilusiones reformistas al calor del auge económico, por un lado, y la debilidad de los partidos comunistas, por otro. En 1926 el movimiento obrero inglés había sufrido uno de los más duros golpes de su historia. En el mismo año había subido al poder Pilsudski, y en Italia son prohibidos los partidos y organizaciones no fascistas. Llegar a la conclusión en estas condiciones de que ”Europa entra evidentemente en una nueva fase de auge revolucionario”, y que ha comenzado, como dice el Ejecutivo de la IC y revalidará el VI Congreso, un ”tercer periodo”, era una apreciación sumamente subjetiva (57).
Pero el subjetivismo de Stalin tenía sus razones. La línea de Bujarin en la IC difería sustancialmente, tanto del verbalismo revolucionario de Zinóviev como de los esquemas estalinianos antes expuestos. Ya nos hemos referido en el capítulo 2 a su análisis del estado del capitalismo. En lo que se refiere a la política de los partidos comunistas, Bujarin tendía a corregir la versión sectaria de la táctica de frente único vigente desde el V Congreso. Preconizaba una mayor participación de los comunistas no rusos en el Ejecutivo de la IC. Y estas posiciones encontraban apoyo en los núcleos dirigentes de algunos partidos (sobre todo en el italiano) y en fracciones de otros, como los brandleristas alemanes. La batalla contra los bujarinistas en el partido ruso corría el grave riesgo de encontrar resistencia en el seno de la IC. Stalin necesitaba, lo mismo que en la lucha contra el trotskysmo, llevar la ofensiva simultáneamente en el partido ruso y en la Internacional. Las tesis estalinianas más arriba enunciadas estaban destinadas a servir ese objetivo mediante un sencillo encadenamiento ”lógico”, que Stalin formula de la siguiente manera:
a) ”En los países capitalistas están madurando de modo indudable los elementos de un nuevo auge revolucionario”;
b) ”De ahí la tarea de agudizar la lucha contra la socialdemocracia y, ante todo, contra su ala ”izquierda”, como soporte social del capitalismo”;
c) ”De ahí la tarea de agudizar, en el seno de los partidos comunistas la lucha contra sus elementos de derecha, vehículos de la influencia socialdemócrata”;
d) ”De ahí la tarea de agudizar la lucha contra las tendencias conciliadoras con la desviación derechista, tendencias que sirven de refugio al oportunismo en los partidos comunistas” (58).
Stalin formula esta retahíla de ”tareas” en abril de 1929. En julio, la X Sesión plenaria del Comité Ejecutivo de la IC se pone aplicadamente a realizarlas. (Bujarin ha sido ya destituido como representante del partido ruso en la dirección de la Internacional.) El informe central presentado conjuntamente por Manuilski y Kusinen se esfuerza, en efecto, por ”agudizar” las posiciones de la Internacional Comunista en todas las direcciones señaladas. La asimilación de la socialdemocracia al fascismo se lleva a la perfección, y la primera queda convertida en socialfascismo: ”Los fines de los fascistas y de los socialdemócratas – se dice en el informe – son idénticos; la diferencia está en las consignas y, parcialmente [sic], en los métodos”; ”hay, sin embargo, cierta diferencia, en el hecho de que el fascismo no tiene necesidad de un ala izquierda, mientras que para el social-fascismo es absolutamente necesaria”; ”el ala izquierda del socialfascismo tiene como misión específica la manipulación de las consignas pacifistas, democráticas y ”socialistas””.
Pero incluso estas ligeras diferencias tienden a desaparecer: ”Está claro – sigue diciendo el informe – que a medida que se desarrolla el socialfascismo se aproxima más al fascismo puro”. Se trata de ”un proceso ininterrumpido”. Y los portavoces de Stalin clasifican a los partidos de la II Internacional, según el estadio que han alcanzado en ese biológico ”proceso ininterrumpido”, con la precisión de un zoo-técnico: ”El laborismo inglés puede ser definido como socialfascismo en estado de capullo”, mientras que ”el partido socialdemócrata alemán se encuentra ya en estado de mariposa”. Pero esta supuesta evolución de los partidos que tenían bajo su influencia a la mayoría de la clase obrera europea, no inquieta mayormente a Manuilski y Kusinen. Incluso la presentan como un fenómeno positivo, susceptible de facilitar la revolución: ”En cuanto el social-fascismo alemán adhiera abiertamente a la dictadura de la burguesía, se presente abiertamente como fascismo, la conquista de la mayoría de la clase obrera alemana para la revolución será cosa fácil” (59).
Thaelmann y los otros representantes del partido alemán en esta reunión plenaria del Comité Ejecutivo de la IC, declaran su identificación total con las tesis de Manuilski y Kusinen. Desde hacía meses circulaba ya propaganda del PCA exponiendo que ”el reformismo es socialismo en palabras pero fascismo en los hechos”. No obstante, Thaelmann se auto-critica ante el Comité Ejecutivo porque sólo un mes antes (en el VII Congreso del PCA, junio de 1929) la dirección del partido se había dado cuenta de que éste ”no había comprendido inmediatamente el gran viraje político que se estaba operando en la socialdemocracia hacia al actual social-fascismo”(60). (Reconocimiento indirecto de la resistencia que este curso ultrasectario encontraba en ciertos sectores del partido.)
Al mismo tiempo que ”agudiza” la lucha contra la socialdemocracia y sobre todo contra su ala izquierda, el X Pleno del Comité Ejecutivo de la IC ”agudiza” la lucha contra la ”desviación de derecha” en el seno de la Komintern. En esta tarea, los portavoces oficiales de Stalin dejan que los portavoces oficiosos asuman intrépidamente la iniciativa del ataque. La dirección alemana merece este honor porque desde finales de 1928 ha emprendido la gran purga de ”derechistas bujarinistas” en el PCA, expulsando a Brandler, Thalheimer y otros herejes. Pero también en este aspecto Thaelmann se muestra autocrítico, y declara que no se ha hecho bastante. Anuncia que se va a proceder al reemplazamiento de numerosos cuadros, desde la dirección a la base, por otros que ”estén a la altura de las tareas que plantea el ”tercer periodo””, es decir, que comprendan el carácter fascista de la socialdemocracia y la necesidad de la lucha ”implacable” contra la ”desviación de derecha” en el partido. Con la autoridad que les da esta ejecutoria, los delegados alemanes despliegan en la sesión plenaria del Comité Ejecutivo de la IC el ataque en regla contra Togliatti, sospechoso de veleidades bujarinistas, y acusado concretamente de dos pecados: haberse opuesto en el VI Congreso de la IC a la purga en el partido alemán, y mostrar excesivo liberalismo frente a los ”derechistas” del partido italiano.
Thaelmann cita como pieza de convicción el siguiente planteamiento de Togliatti en el VI Congreso: ”En lo que se refiere a las diversas corrientes que existen en el seno del Buró Político del partido [alemán], me parece que la diversidad de opiniones existentes sobre una serie de cuestiones son diferencias que pueden existir normalmente en un centro dirigente, sin que en el seno de éste deba desencadenarse una lucha de grupos o fracciones. Si sobre la base de esas divergencias se va a una lucha de grupos o a la adopción de medidas de organización por parte de la mayoría del Buró Político contra la minoría, la cosa sería muy peligrosa porque llevaría a una restricción de la base que sustenta al centro del partido, a una limitación de su vida política y de su democracia interna” (61).
La ”cosa” se reveló, efectivamente, molto pericolosa para muchas secciones de la IC, pero donde tuvo efectos más graves fue en el partido alemán, que entraba en la etapa decisiva de la lucha contra el fascismo, cuando más necesario y urgente era realizar los máximos esfuerzos a fin de lograr la unidad de acción de la clase obrera y elevar la capacidad ideológica, política y organizacional del partido. Hay que tener en cuenta que los acusados de ”derechismo” eran, por lo general, los partidarios más decididos de la política de frente único proletario contra la amenaza fascista que se cernía sobre Europa. En lo que se refiere a Alemania concretamente, el X Pleno del Comité Ejecutivo de la IC es el origen inmediato de los graves errores del PCA que ulteriormente, cuando la catástrofe ya se había consumado, serían criticados por el Ejecutivo de la Komintern, silenciando su propia responsabilidad y la de Stalin.

El camino de la catástrofe

El periodo impropiamente llamado de ”estabilización relativa” del capitalismo – en realidad fue un periodo de acelerado crecimiento de las fuerzas productivas – bajo cuya ”prosperidad”, cantada por los corifeos de la burguesía y de la socialdemocracia, se gestaba la gran crisis económica mundial de 1929-1933, podía haber servido para la preparación teórica, política y organizacional de los partidos comunistas con la perspectiva de nuevas coyunturas revolucionarias.
Pero el proceso que hemos analizado de parálisis teórica, sofocamiento de la vida política interna de los partidos comunistas, imposición cada vez más acentuada de un centralismo burocrático esterilizante, sucesivas purgas de la ”derecha” y de la ”izquierda”, adaptación creciente a los vaivenes de la política interior y exterior del Estado soviético, liquidación de los elementos fecundos que contenía la política de frente único proletario elaborada en el periodo de Lenin, conducía inevitablemente los partidos comunistas a un divorcio cada vez mayor de las realidades nacionales, a que se profundizase su aislamiento de las masas, a hacer el juego, en la práctica, a la política reformista de la socialdemocracia. Los partidos comunistas se recuecen en su propia salsa, en lugar de transformarse en auténticas vanguardias del proletariado. El proceso no se refleja de manera idéntica, como es natural, en todos los partidos. Según las condiciones objetivas en que se encuentran, las características del núcleo dirigente, etc., unos partidos resisten mejor que otros a la apisonadora que se ha puesto en marcha. Algunos quedan reducidos a grupos minúsculos, como el español. Otros como el italiano, logran preservar hasta cierto punto la conexión de su política con las realidades nacionales.
Los efectos de ese periodo en el partido alemán podrían resumirse con el término de estancamiento político y organizacional. A nivel teórico, como ya vimos, son francamente regresivos. Entre 1925 y 1930 los efectivos del partido permanecen prácticamente estacionarios: 1925: 122 755; 1926: 134 248; 1927: 124 729; 1930: 124 000. El porcentaje de sufragios sigue también una línea casi horizontal: 1924: 12,7 %; 1928: 10,2 %; 1930: 13,1 % (62).
En octubre de 1929, se inicia la crisis económica mundial. En Alemania – donde los efectos fueron más inmediatos y graves que en cualquier otro país – no se produce el auge revolucionario que Stalin da por existente desde 1927, sino el auge espectacular del fascismo. En las elecciones de 1930 el partido de Hitler obtiene 6 400 000 de votos, cinco millones y medio más que en 1928, mientras que el partido comunista no aumenta más que en un millón trescientos mil (4 590 000 contra 3 262 584 en 1928; en porcentaje de votantes pasa de 10,2 % a 13,1 %), y la socialdemocracia pierde medio millón. El progreso del partido es de cierta importancia, pero queda fuertemente relativizado ante el vertiginoso crecimiento del fascismo. Una parte no pequeña de los votos fascistas provienen de obreros, en especial de parados. Aún más inquietante que los índices electorales es la situación del partido en las fábricas. En enero de 1931 sólo el 4 % de los comités de fábrica tiene dirección comunista; el 84 % está controlado por la socialdemocracia.
Hacia finales de 1932 sólo el 10 % -de los miembros del partido eran afiliados de los sindicatos. Una de las causas principales de esta situación era la orientación hacia la ruptura de los sindicatos reformistas y a la creación de organizaciones sindicales paralelas, preconizada por Stalin en la reunión del Presidium del Comité Ejecutivo de la IC celebrada en diciembre de 1928. Stalin indica concretamente Alemania corno uno de los países donde tal orientación debe aplicarse. En septiembre de 1930 el V Congreso de la Profintern tomó la decisión de que la Oposición sindical roja saliera de los sindicatos en una serie de países y formara organizaciones autónomas, que en la práctica resultaron duplicados de las organizaciones del partido. Toda esta línea sindical está ligada a la idea de que se ha iniciado el ”tercer periodo”, el auge revolucionario, y más vale contar con organizaciones pequeñas, pero bien controladas por el partido, que trabajar pacientemente por ganar a las masas dentro de las grandes organizaciones sindicales tradicionales.
Las consecuencias de esa orientación para el partido alemán se reflejan en los datos indicados más arriba. Sus ganancias electorales entre la clase obrera se producen sobre todo entre los obreros parados (análogamente a como sucede con los progresos electorales fascistas dentro de la clase obrera). La gran mayoría de los obreros que están en las fábricas y en los sindicatos siguen bajo el control de la socialdemocracia, lo que explica el fracaso de todos los intentos del partido comunista por organizar huelgas políticas, sin tener una táctica de unidad obrera que le permitiera establecer conexiones reales con la masa proletaria socialdemócrata (63). Los resultados electorales demostraban, por otra parte, que las capas medias de la ciudad y del campo pasaban en masa a las filas fascistas.
En este contexto, preconizar como salida inmediata a la situación la dictadura del proletariado era tanto como cerrar el camino a la unidad de acción de la clase obrera y arrojar aún más a las capas medias en brazos del fascismo. Sin embargo, tal era el programa del partido comunista, su consigna política central. Muchos años después de la catástrofe, Wihelm Pieck reconocerá que éste fue uno de los más graves errores del Partido Comunista alemán: preconizar la creación de una ”república soviética alemana” y ”no poner en primer plano la lucha por la defensa de la democracia y de los derechos políticos de las masas populares”, ”dirigir el ataque igualmente contra los nazis y contra la socialdemocracia”, ”no comprender la gravedad del peligro fascista””. A esto podría agregarse que el error se agravaba considerablemente al proponer como modelo de república socialista alemana el modelo soviético. Si en algún país la crítica de los aspectos antidemocráticos de este modelo había calado profundamente en la clase obrera, ese país era Alemania. De ello se había encargado el poderoso aparato propagandístico de la socialdemocracia. Con fines nada santos, naturalmente, pero la realidad era ésa. Si el Partido Comunista alemán hubiera asumido dicha crítica desde un ángulo revolucionario, marxista, uniéndola a la defensa de la revolución soviética y a la propuesta de un nuevo modelo de socialismo para Alemania, otro gallo le hubiera cantado. Pero para eso tenía que haber sido otro tipo de partido comunista, huelga decirlo.
Pieck dice en esencia lo mismo que Trotsky, con la diferencia de que Trotsky lo dice a partir de 1930, cuando aún existían algunas posibilidades de cambiar la situación. En oposición a la teoría del ”socialfascismo”, Trotsky plantea la contradicción fundamental que existe entre fascismo y socialdemocracia. ”Por muy cierta que sea la afirmación de que la socialdemocracia ha preparado con su política la expansión del fascismo, no es menos exacto – dice – que el fascismo aparece como una amenaza mortal para la misma socialdemocracia, cuya existencia entera está indisolublemente ligada a las formas de gobierno parlamentario-democrático-pacifistas”. ”Rehusarse a utilizar metódica y sistemáticamente, en interés de la revolución proletaria, la contradicción grande y aguda que existe entre el fascismo y la socialdemocracia, es caer en la estupidez burocrática total”. Partiendo de este postulado, Trotsky preconiza una política consecuente de frente único, como solo camino posible para cerrar el paso al fascismo: ”La política de frente único de los obreros contra el fascismo se deduce de toda la situación. Abre al partido comunista inmensas posibilidades. La condición del éxito depende, pues, del abandono de la teoría y la práctica del ”socialfascismo”, cuya nocividad se hace peligrosa en las condiciones actuales […] Deberemos concluir acuerdos contra el fascismo con diversas organizaciones y fracciones socialdemócratas”. ”En la lucha contra el fascismo debemos estar dispuestos a concluir acuerdos prácticos de lucha con el diablo, con su suegra, e incluso con Noske y Zorgiebel” (65).
Pero el frente único, plantea Trotsky, no puede hacerse, como propone Thaelmann, con la consigna de derrocamiento inmediato del capitalismo, porque ”los obreros socialdemócratas siguen siendo socialdemócratas precisamente porque siguen creyendo en la vía gradual, reformista, de transformación del capitalismo en socialismo”. Por eso debemos decirles: ”Vosotros confiáis en la democracia, nosotros creemos que la salida está sólo en la revolución. Pero nosotros no podemos y no queremos hacer la revolución sin vosotros. Hitler es ahora el enemigo común. Después de haberlo vencido haremos junto con vosotros el balance y veremos cómo continuar el camino”. En otro lugar leemos esta reflexión magistral: ”La equivocación de la burocracia estaliniana no consiste en ser ”intransigente” respecto a la socialdemocracia, sino en ser de una intransigencia política-mente impotente”. Trotsky tiene en cuenta, también, toda de importancia de la actitud de las capas medias, que momento tienden al fascismo: ”Para que la crisis social pueda llevar a la revolución proletaria es indispensable que se produzca, entre otras condiciones, un desplazamiento decisivo de las clases pequeño burguesas hacia el proletariado” (66). Sin embargo, Trotsky no aborda el problema de cómo atraer a estas capas al lado de la clase obrera al en la fase de la lucha antifascista.
La tesis del ”socialfascismo” lleva al PCA hasta el extremo de participar, al lado de los nazis y de los ”cascos de acero” en el referéndum del 9 de agosto de 1931 contra el gobierno socialdemócrata de Prusia. Muchos años después los dirigentes comunistas alemanes calificarán ese acto del partido como otro de sus más graves errores. Dio pie a que se pudiera presentar a los comunistas ”como aliados de los fascistas a los ojos de una gran parte de la clase obrera”, levantando una nueva barrera entre comunistas y socialdemócratas a la hora en que ya la amenaza fascista revestía suma gravedad y sólo podía ser detenida por la acción unida del proletariados (67). Pero Pravda del 12 de agosto de 1931 escribe que ”los resultados del voto significan […] el mayor golpe que la clase obrera haya asestado jamás a la socialdemocracia”. Y la IC presenta el hecho como ¡ejemplo de aplicación de la política de frente único! ”Ninguna cabeza proletaria – comenta Trotsky – podrá entender por qué la participación en el referéndum, al lado de los fascistas, contra los socialdemócratas y el partido del centro, debe ser considerado como una política de frente único con los obreros socialdemócratas y católicos”. Y añade: ”Salir a la calle con la consigna: ”¡Abajo el gobierno Bruning-Braun!”, cuando, dada la relación de fuerzas, este gobierno no puede ser reemplazado más que por un gobierno Hitler-Hindenburg, es aventurerismo puro” (68).
En mayo de 1932, Trotsky escribe proféticamente: ”Si las organizaciones más importantes de la clase obrera alemana prosiguen su actual política, la victoria del fascismo está casi automáticamente asegurada, y en plazo relativamente corto”. Apremia al Partido Comunista alemán a tomar iniciativas políticas, a ”proponer al Partido Socialdemócrata y a la dirección de los sindicatos la lucha común contra el fascismo, de la base a la cúspide”. ”No existe otra vía para la clase obrera alemana”, y ”el problema de la suerte de Alemania es el problema de la suerte de Europa, de la suerte de la Unión Soviética, y, en gran medida, de la suerte de toda la humanidad por un largo periodo histórico. Ningún revolucionario puede hacer otra cosa que subordinar sus fuerzas y su suerte a la resolución de este problema” (69).
Los acontecimientos demostraron bien pronto la clarividencia de los análisis y sugestiones de Trotsky en sus escritos de 1930-1932 sobre Alemania. Pero la dirección de la IC y del PCA no los tuvieron en cuenta. La feroz persecución del ”trotskysmo” en todas las secciones de la Komintern, acompañada en esos mismos años de la no menos implacable lucha contra los ”derechistas” y los ”conciliadores”, se traducía en que toda propugnación del frente único con los partidos socialdemócratas y con fuerzas políticas democrata-burguesas para contener el avance fascista era considerada pura herejía oportunista. Cuando a finales de 1932, ante la extrema agravación del peligro, se inicia un cierto cambio en la política del PCA respecto a la socialdemocracia, era demasiado tarde.
Todo el proceso político de Alemania desde los primeros meses de 1930 – cuando la amenaza fascista se revela en toda su magnitud – permite suponer que si a partir de aquel momento la IC y los comunistas alemanes, corrigiendo la política anterior, aplican una táctica flexible de unidad antifascista, el curso de los acontecimientos hubiera podido cambiar radicalmente. Pese, en efecto, a la política ultrasectaria del Partido Comunista, una fracción creciente de obreros socialdemócratas fue tomando conciencia del peligro y pasando a posiciones de izquierda y unitarias. En las elecciones de noviembre de 1932, como ya hemos dicho, el retroceso de la influencia nazi es evidente (el partido hitleriano pierde dos millones de votos). Los dos partidos obreros totalizan 13 millones de votos, contra 11,7 millones a los fascistas. El Partido Comunista logra 6 millones, con un progreso de 1,3 millones sobre 1930. Una política inteligente de unidad antifascista iniciada a tiempo hubiera, evidentemente, extendido mucho más la influencia comunista en la masa socialdemócrata y en los obreros católicos del partido del centro, así como en las capas medias; hubiera facilitado la presión unitaria de la base en el Partido Socialdemócrata y el progreso de su ala izquierda.
La significación histórica de los juicios de Trotsky en ese periodo no deriva sólo de que los acontecimientos confirmaran su razón. Consiste también en que prueban la posibilidad de tales juicios. Prueban que el retraso de la IC en comprender el carácter y la gravedad del peligro fascista en Alemania, en elaborar una política adecuada para contrarrestarlo, no se explica por la situación objetiva, porque ésta no hubiera aportado aún datos suficientemente visibles, ni porque la experiencia del movimiento comunista a este respecto fuera insuficiente. La evidencia del peligro fascista en Alemania era cegadora desde las elecciones de 1930; lo que el fascismo significaba para el movimiento obrero era una realidad presente en Italia desde hacía años, había sido clarividentemente analizado por Gramsci desde su aparición, más adelante por Togliatti; la política de frente único proletario, incluyendo acuerdos con las direcciones socialdemócratas, había sido elaborada e incluso ensayada en vida de Lenin.
La impotencia política de la IC entre 1930 y 1933 se explica por el estado a que había llegado su propio organismo – sus facultades teóricas, sus articulaciones organizacionales, su metabolismo político – a través del proceso que hemos intentado desentrañar. Por eso es impotente para intervenir como fuerza revolucionaria decisoria en el tremendo duelo que se entabla entre la clase obrera y la burguesía sobre el fondo de la crisis económica mundial. La bancarrota histórica de la III Internacional se consuma, como la de la II Internacional, en el escenario alemán. La IC se hunde allí donde sus primeros congresos habían situado el nuevo punto de arranque de la revolución mundial. El viraje del VII Congreso no la hará renacer: será su canto de cisne.

Notas

Capítulo 4

Piatnitski, jefe de la sección de cuadros de la IC. Citado por Branko Lazitch, en Les partis communistes d’Europe, Les Iles d’Or, París, 1956, p. 162.
En las elecciones de noviembre de 1932, el partido nazi pierde dos millones de votos. Casi todos los historiadores coinciden en que se iniciaba el reflujo de la marea hitleriana, y en que la operación política mediante la cual el poder pasó a manos de Hitler no estuvo, ni mucho menos, dictada fatalmente por la correlación de fuerzas. Algunos investigadores han hablado de ”suicidio de la república de Weimar”. Lo más exacto, tal vez, sería hablar de suicidio del movimiento obrero alemán.
Trotski: Ecrits, III, París, 1959, p. 378.
Dimítrov: Op. cit., p. 47-52.
Ibid., p. 138.
La propuesta invariable era desencadenar la huelga general, a sabiendas que los jefes reformistas iban a responder con la negativa. Trotski llamaba a este método ”ultimatismo”. El partido presentaba una y otra vez su ”ultimátum” no sólo a los jefes sino a las masas, exigiéndoles ponerse bajo su dirección, reconocer la supuesta misión histórica del partido comunista. (Véase Ecrits, III, p. 130-138.)
Gilbert Badia: La fin de la République Allemande (1929-1933), Editions sociales, París, 1958, p. 88. G.B. constata que ”méme lorsque le péril fasciste se fit plus pressant, il n’y eut pas de tentative poussée d’unité au sommet” (p. 63).
W. Ulbricht: Op. cit., Berlín, t. 1, p. 455.
Lenin, t. 33, p. 294-298.
El 16 de diciembre de 1926, Scheidemann, líder del Partido Socialdemócrata y excanciller, hizo una intervención en el Reichstag que produjo sensación en todo el mundo. La socialdemocracia se encontraba en ese momento en la oposición, y el líder socialista denuncia en su discurso que la Reichswehr se está rearmando secretamente y convirtiéndose en un Estado dentro del Estado. Después de dar una serie de datos a este respecto revela, con pruebas documentales, que el Estado Mayor de la Reichswehr utiliza, entre otros, los servicios de una compañía industrial, la GEFU, para establecer una industria de armamentos en Rusia que trabaje para el ejército alemán. Citamos a continuación dos fragmentos del discurso: ”La tarea de la GEFU consiste en establecer una industria de armamentos en el extranjero, especialmente en Rusia. La firma de los acuerdos ha sido hecha bajo nombres falsos. El intermediario para los acuerdos concluidos por la casa Junkers, el 14 de marzo de 1922, ha sido el general Hasse. (Tumulto en la derecha, gritos diversos: ¡traidor! ¡canalla! ¡sacadle!)
”Nosotros sabemos de fuente absolutamente segura, prosigue Scheidemann en medio de un escándalo general, que los transportes de municiones rusas se han hecho sobre varios barcos llegados a Leningrado a fines de septiembre y en octubre de 1926. Estos barcos petenecen a la Compañía de Navegación de Stettin: se llaman Gothenburg, Rastenburg y Colberg. La célula comunista del puerto está perfectamente al corriente de estas cosas. (Risas embarazadas a izquierda.) No es limpio ni honesto ver a la Rusia soviética predicar la revolución mundial, al mismo tiempo que arma a la Reichswehr. (Interrupciones a izquierda, gritos diversos.)
”Nosotros no podemos tolerar más tiempo un estado de cosas contrario a la creación de un ejército verdaderamente republicano y democrático. La Reichswehr tiene necesidad de ser enteramente transformada. (Aplausos en el centro y en la izquierda. Tumulto a la derecha.)” (Citado por Benoist-Méchin en su Histoire de l’Armée Allemande, Albin Michel, París, 1938, t. II, p. 370-371.) G. Badia, en su Histoire de l’Allemagne Contemporaine, confirma plenamente la colaboración entre la Reichswehr y el gobierno soviético, y da una serie de datos concretos. (Véase p. 234-235 y notas correspondientes, del t. I.) Véase también en la Histoire de la guerre froide, de A. Fontaine, t. I, p. 71-72. Según Deutscher (Stalin, p. 321), la cooperación de Moscú con la Reichswehr duró hasta 1935.
El historiador soviético Nekritch, en su libro 22 de junio de 1941, publicado en francés bajo el título L’Armée rouge assassinée (Grasset, 1968), se refiere a uno de los aspectos de esa colaboración. Una serie de jefes militares del ejército rojo siguieron cursos en la Academia militar alemana. Las relaciones establecidas en este periodo entre mandos militares soviéticos y alemanes, incluían las de tipo epistolar, lo que permitió a los servicios secretos alemanes, a final de los años treinta, fabricar documentos falsos que comprometían a los jefes militares soviéticos. Se trataba de hacer creer a Stalin en la existencia de un complot de generales, dirigido por Tujatchevski. El plan alemán, aprobado personalmente por Hitler y elaborado en sus detalles por la Gestapo, tuvo pleno éxito. Sobre la base de esas ”pruebas”, en abril-mayo de 1937 fueron detenidos diversos generales del ejército rojo, entre ellos Tujatchevski y Yakir. Se inició la purga que habría de aniquilar a gran parte de los cuadros de mando de las fuerzas armadas soviéticas. (Véase el libro de Nekritch, p. 116-120).
G. Badia: Histoire de l’Allemagne Contemporaine, p. 132.
El Partido Socialdemócrata independiente nace de la escisión que se produce en el Partido Socialdemócrata alemán en 1917. En el ”independiente” quedan agrupados desde Kautski y Bernstein hasta los espartaquistas (éstos rompen en noviembre de 1918 para formar el Partido Comunista). El común denominador de la heterogénea composición política del nuevo partido fue la oposición a la política de guerra de la dirección del Partido Socialdemócrata. Clara Zetkin rompe con los ”independientes” antes de que la mayoría de éstos pase en bloque al Partido Comunista, lo cual tiene lugar a finales de 1920.
G. Badia: Histoire de l’Allemagne Contemporaine, p. 176-177. Cita las Memorias de Svering, donde éste explica que el gobierno provocó deliberadamente la insurrección prematura de los comunistas.
Congresos I-IV, p. 124.
Algunos ejemplos. En el conferencia del Partido Socialdemócrata ruso (reunificado temporalmente después de la escisión de 1905), 8 de los 9 delegados de la fracción bolchevique propugnaban el boicot de la II Duma. Lenin se une a los mencheviques, a los socialdemócratas polacos y los del Bund, para lograr que se rechaze la propuesta de boicot. En vísperas de la insurrección de octubre, ante la resistencia que encuentran en el comité central del partido bolchevique sus propuestas, envía una carta amenazando con dimitir y ”reservándose el derecho de propagar sus opiniones en el partido”. Zinóviev y Kamenev, como es bien conocido, exponen públicamente, en una revista que no es del partido, sus discrepancias con Lenin acerca del proyecto de insurrección. En 1918, el Buró regional de Moscú, dirigido por Bujarin, publica un documento oponiéndose a la paz de Brest-Litovsk y declarando que considera inevitable la escisión del partido. Y podrían citarse otros muchos ejemplos del mismo tipo.
Lenin, t. 33, p. 252, 271.
En los primeros días de 1923 un dólar vale 18 000 marcos; en agosto, 4 600 000; en noviembre, 8 millones de marcos. Es decir, el marco pierde todo valor. Esta depreciación inmensa de la moneda se traduce en un alza continua de los precios. Las protestas y huelgas se multiplican en todo el país. Al mismo tiempo se ponen en movimiento las fuerzas fascistas y militaristas. En Baviera, donde el partido de Hitler tiene ya relativa fuerza, se proyecta una ”marcha sobre Berlín”. El partido comunista crea organizaciones de autodefensa proletaria, las ”centurias revolucionarias”. El 1 de mayo desfilan en Berlín 25 000 miembros de estas centurias. El 29 de junio tiene lugar una jornada antifascista, organizada por el partido. El 11 de agosto, los obreros de Berlín desencadenan una huelga general de tres días. El gobierno Cuno dimite y se forma el gobierno Stressemann, con participación del Partido Socialdemócrata (que hasta entonces estaba en la oposición, lo que había favorecido la participación de los obreros socialdemócratas en la ola de protestas). El nuevo gobierno decide el cese de la ”resistencia pasiva” a la ocupación del Ruhr, toma una serie de medidas económicas – con ayuda del capitalismo angloamericano – para estabilizar la moneda, y proclama el estado de sitio, es decir, entrega, de hecho, el poder a la Reichswehr. En octubre se forman en Sajonia y Turingia gobiernos de coalición comunista-socialistas de izquierda. Pero en el conjunto del país ha comenzado el reflujo del movimiento. Los obreros socialistas de Sajonia y Turingia rechazan la propuesta comunista de organizar la resistencia armada a las fuerzas despachadas por la Reichswehr para poner orden en estas dos provincias. Efectivamente, el orden es restablecido y los ministros comunistas expulsados de los respectivos gobiernos.
Citado por H. Brahm, en el último capítulo de su libro Trotzkijs Kampf um die Nachfolge Lenins, Verlag Wissenschaft und Politik, publicado en francés en Cahiers du Monde Russe et Soviétique, París, enero-febrero de 1965, p. 88.
Citado por Trotski en Ecrits, III, p. 145.
Lenin, t. 33, p. 121-122. Lenin precisa a continuación que no se trata de hacer concesiones y sacrificios, sean los que sean. El sentido general de sus planteamientos es ir todo lo lejos que sea necesario en las concesiones que, permitiendo conservar la paz, sean compatibles con la subsistencia de las conquistas esenciales de la revolución rusa.
En este periodo Radek era el especialista de las cuestiones alemanas en la Komintern. En el V Congreso de la IC, en el que la ”cuestión alemana” constituyó el tema central (hasta el punto de que llegado un momento Pepper, representante del Partido Comunista de los Estados Unidos, intervino para declarar: ”Temo que nuestro congreso no sea demasiado alemán, demasiado Europa central, y en todo caso demasiado poco mundial.”), Radek refutó las afirmaciones ligeras de Zinóviev y otros dirigentes de la IC sobre la situación existente en Alemania y en otros países europeos: ”Zinóviev ha dicho que en Alemania y en Francia hemos llegado a la conquista de la mayoría del proletariado. Zinóviev se equivoca. Y este error está ligado a la afirmación de los camaradas de izquierda que dicen estar prestos todos los días a entablar el combate por el poder total… (voces en la sala: ¡estamos prestos!)… ¡prestos! No se está presto a hacer una cosa cuando no se puede hacer… (exclamaciones).” (V Congreso, p. 77.)
En el V Congreso de la IC Brandler declaró: ”La entrada en el gobierno sajón se ha hecho pese a mi consejo y pese a la resistencia de los camaradas sajones.” (V Congreso, p. 85.)
H. Brahm: Op. cit., p. 90.
El mismo G. Badia, pese a plegarse a la tesis oficial de la dirección zinovietista de la IC condenando la política de Brandler, llega a la conclusión de que no existían, ni mucho menos, las condiciones para proponerse la toma del poder. En una extensa nota a pie de página de su Histoire de l’Allemagne Contemporaine (p. 201), refuta las afirmaciones de Thaelmann y Stalin. (Stalin, que había coincidido con Brandler, pasa algún tiempo después a sostener lo contrario: el secreto de su volte-face está en que el grupo Brandler-Thalheimer apoyaba la oposición dentro del partido ruso. Stalin argumenta entonces que si bien en agosto no se podía plantear la toma del poder, dos mes después sí se podía, porque ”la ola revolucionaria se había inflado y había hecho estallar la socialdemocracia, porque los obreros comenzaban a pasar en masa al partido comunista”.) Los datos concretos de la situación demuestran lo contrario. Los consejos obreros de Sajonia apoyan la posición de los socialdemócratas de izquierda, contraria a la huelga general. La insurrección en Hamburgo, como demuestra la propia descripción de Thaelmann, no logra arrastrar ni siquiera a la masa del partido comunista. Por otra parte, dice G. Badia: ”Ni Thaelmann, ni Stalin, que formulan sus juicios mucho tiempo después de los acontecimientos, no tienen suficientemente en cuenta el estado de las fuerzas de la burguesía. Pese al conflicto Berlín-Munich, la burguesía alemana es más fuerte en 1923 que en 1918. Los partidos de derecha tienen más influencia. Y, sobre todo, existe ese instrumento de represión bien organizado que es la Reichswehr, el cual no existía en diciembre de 1918.” Cita la opinión de W. Ulbricht, expresada en el IX Congreso del PCA (Francfort, abril de 1924): ”Los combates de octubre [se refiere a la insurrección de Hamburgo] prueban al partido lo que sucede cuando un pequeño número de comunistas valerosos se hace diezmar, mientras que las grandes masas – incluso grandes masas de obreros en huelga – asisten pasivamente a la lucha.”
Las tesis ”sobre la unidad del frente proletario” del IV Congreso de la IC aprueban expresamente la táctica del partido alemán (Congresos I-IV, p. 161-162). En la sesión plenaria del Comité Ejecutivo de la IC celebrada el 12 de junio de 1923, Zinóviev pone como ejemplo a la dirección del partido alemán, en lo que se refiere a tener en cuenta los consejos del Comité Ejecutivo. (Edición rusa del informe de Zinóviev en esta reunión, Moscú, 1923, p. 30.)
V Congreso, p. 102.
En la resolución del V Congreso sobre ”la cuestión rusa”, se dice: ”El Congreso constata que la oposición rusa ha sido sostenida por los grupos de los otros partidos (polaco, alemán, francés, etc.) que expresan la desviación de derecha (oportunista) en esos partidos […]” (V Congreso, p. 451-452.)
La declaración, que lleva fecha 25 de marzo de 1925, está incluida en el Compte rendu de l’Exécutif élargi de l’IC, Librairie de l’Humanité, 1925, p. 209-210.
Ibid., p. 102-103.
Véase las notas de G. Haupt, p. 268 y 292 en la Histoire du bolchévisme, de A. Rosenberg.
J. Humbert Droz, que en ese momento era uno de los secretarios de la IC, ha revelado los detalles de este asunto en ”L’oeil de Moscou” à Paris, Collection Archives, Julliard, 1964, p. 256259: Poco después del VI Congreso de la IC, en el Partido Comunista alemán había estallado una crisis. El secretario del partido en Hamburgo, Wittorf, había robado 2 000 marcos de la caja del
partido, y Thaelmann había impedido que el asunto fuera conocido por los militantes, prohibiendo hablar de ello, so pena de exclusión del partido, a los que intervinieron en la verificación del hecho. El Comité Central del partido destituyó a Thaelmann por un voto unánime. El que había descubierto el escándalo fue Eberlein, representante de los espartaquistas en el congreso fundacional de la IC, el cual era en 1928 responsable de las finanzas de la IC. Stalin, temiendo que la dirección del partido alemán pasara a los partidarios de Bujarin, convocó una reunión del Presidium del Comité Ejecutivo de la IC, con la sola presencia de los pocos miembros que en ese momento se encontraban en Moscú, e impuso que el Presidium anulara la decisión del Comité Central del PCA, rehabilitara a Thaelmann, y desaprobara públicamente al Comité Central alemán. Varios miembros del Presidium, entre ellos Manuilski, Bela Kun y el mismo Droz, que en esos días descansaba en el Cáucaso, se enteraron de la decisión por la Pravda.
A finales de 1919 y en 1920 funcionaba en Berlín un secretariado de la Komintern para Europa occidental, que trabajaba en estrecha ligazón con la dirección del PCA. Sus posiciones se diferenciaban de las del centro de Moscú, reflejándose en ellas la orientación del grupo dirigente alemán (en la cual se manifestaba la influencia luxemburguesa). En enero de 1920 este secretariado publica en su órgano un proyecto de tesis sobre la táctica de la IC en la lucha por la dictadura del proletariado, en el que se manifiesta un esfuerzo de elaboración autónoma respecto de los bolcheviques. Aparecen ideas que habían sido expresadas en el congreso constituyente del PCA. Se subraya, en particular, que la revolución socialista es un proceso histórico complejo, diferenciado según las circunstancias y los países. La revolución alemana y la europea, se dice, plantean problemas y asumen ritmos diferentes de la soviética. (Véase el ensayo de Giorgio Caforno, en Critica marxista, julio-agosto de 1965, p. 122-123.)
Engels: Prefacio a la guerra campesina en, Alemania, Obras escogidas (en español), Progreso, Moscú, 1966, t. I, p. 640.
Stalin, t. 8, p. 117-118.
Esta corriente se constituye de los partidos y grupos de la socialdemocracia que habiendo roto con la II Internacional estaban en desacuerdo con la III, sobre todo en cuestiones de organización y de táctica. Las ”21 condiciones” facilitaron en gran medida el desarrollo de esta tendencia, empujando a ella importantes grupos de izquierda de la socialdemocracia. En febrero de 1921 se reunieron en Viena los representantes de dichos partidos y grupos – como partido, el más importante era el austriaco, pero tenían gran peso en el seno de los partidos respectivos algunos de los grupos participantes. A la reunión asistieron 80 delegados representando a 13 países. Decidieron no constituir una nueva Internacional, sino una ”Unión de los partidos socialistas para la acción internacional”, con la principal misión de ”trabajar por la creación de una Internacional que comprenda el conjunto del proletariado revolucionario del mundo”. (Véase Los congresos obreros internacionales del siglo XX, de Amaro del Rosal, p. 149-152.)
Congresos I-IV, p. 163.
En la Conferencia de Berlín la II Internacional estuvo representada por Vandervelde, Mac Donald, Wels, Huysmans, entre otras figuras de primera fila. La Internacional II y , por Adler, O. Bauer, Crispien, Paul Faure, Longuet, etc. La III Internacional, por Radek, Bujarin, Clara Zetkin, Frossard, Bordiga, Katayama, Rosmer, Smeral, Warski, Stoinovitch. Serrati asiste como observador en nombre del Partido Socialista italiano, no perteneciente a ninguna de las tres Internacionales. En las delegaciones de la II y de la II y I participan líderes de los mencheviques y socialrevolucionarios rusos, como el socialrevolucio nario georgiano Tseretelli, y el menchevique de izquierda Martov. La reunión fue pública, con asistencia de periodistas, tanto de diarios obreros como de los principales órganos de la prensa internacional. El acta taquigráfica fue publicada poco después. (Nuestras referencias están tomadas de la edición hecha por la Librairie du Peuple, Bruselas, 1922.) Los militantes obreros de todas las tendencias tuvieron, por tanto, la posibilidad de conocer integralmente la discusión.
Congresos I-IV, p. 159.
Ibid., p. 99-100. (El subrayado es nuestro.)
Ibid., p. 160.
Paul Faure, que interviene en nombre de la Internacional II y 2, plantea que ”la constitución de un verdadero frente único proletario” no puede lograrse más que ”si los conflictos entre los partidos proletarios son dirigidos exclusivamente con armas intelectuales y no envenenados por procedimientos de lucha terrorista, aplicados por un partido proletario contra los otros”. ”El Ejecutivo de la Unión de partidos socialistas constata que en la Rusia soviética, bajo la dictadura del partido comunista, las masas del pueblo trabajador están despojadas de todos los derechos políticos y de toda libertad sindical, los partidos socialistas perseguidos por medio del terror y privados de toda posibilidad de acción, y que la Georgia socialista se ha visto despojada, por una ocupación militar, de su derecho a disponer de sí misma.” Consideramos como una necesidad ”exigida por una verdadera unidad de acción del conjunto del proletariado, que les sean devueltos a los partidos socialistas de Rusia la igualdad de derechos políticos, a los obreros y campesinos de Rusia su libertad de acción política y económica, y al pueblo trabajador de Georgia, su derecho de libre disposición de sí mismo”. Advierte que la ejecución de los socialrevolucionarios condenados a muerte en Moscú haría imposible la conferencia. Otto Bauer, también en nombre de la Internacional II y 2, plantea: ”Consideramos como incompatible con la idea del frente único proletario que la plenitud de los derechos cívicos no sea reconocida a todos los partidos proletarios y socialistas en Rusia.” ”Es una de las manifestaciones más incomprensibles de la política del gobierno de los soviets que en el momento mismo en que su partido ha lanzado la consigna de unidad proletaria, organice grandes procesos criminales por hechos que han pasado hace cuatro años, que han sucedido en circunstancias muy diferentes, que han ocurrido en una época de guerra civil abierta; que los organice ahora, sabiendo, como tiene que saber bien, las dificultades que ello crea forzosamente a la idea de la unidad del frente proletario.”
Bauer está de acuerdo con las ”condiciones morales” que ponen los representantes de la II Internacional, pero no en el camino que escogen: formularlas, y esperar que la III acepte. ¡Que las masas se unan, fraternicen en la misma acción! (los representantes comunistas aplauden). ”No especuléis – les dice a los delegados de la II – con lo que los comunistas se proponen. Eso puede cambiar rápidamente. Vemos aparecer en Moscú todos los días un nuevo y último curso. No se trata de lo que esos camaradas quieran hacer, sino de lo que están forzados a hacer.”
Dirigiéndose a los comunistas, les dice: ”Yo no soy un niño para ignorar que viniendo de mí un llamamiento no puede encontrar eco en vosotros.” ”Yo soy, en efecto, lo que he leído de nuevo justamente hoy, un traidor enviado aquí para representar los intereses de la burguesía. ¿Qué queréis? Es vuestra terminología…” Pero ”vosotros sabéis muy bien que cuando os hago este llamamiento para que restablezcáis las condiciones necesarias del frente único, yo no hago más que expresar lo que desean y quieren hoy millones de trabajadores de todos los países”.
El gobierno soviético había reconocido formalmente la independencia de la república georgiana, mediante el tratado de paz del 7 de febrero de 1920. Tres meses más tarde se había firmado un pacto de no ingerencia recíproca. Era un caso muy parecido al de Finlandia. Pero el Cáucaso era el petróleo. A fines de 1920 los bolcheviques se orientan a resolver el problema con el procedimiento expeditivo de la intervención armada. Esta se inicia el 11 de febrero de 1921, combinada con la intervención armada de la Turquía kemalista por el sudoeste (el ataque turco comienza el 15 de febrero). Para la invasión de Georgia el gobierno bolchevique se justifica con una petición de ayuda de los bolcheviques georgianos (como se ve, la ”petición de ayuda” que ha servido para justificar la invasión de Checoslovaquia en 1968 tiene su lejano precedente histórico). Pero en el informe que el dirigente principal de los bolcheviques georgianos, Majaradze, envía a Moscú, se reconoce sin lugar a dudas que la intervención no contaba con el apoyo de los trabajadores de Georgia: ”La llegada del ejército rojo y el establecimiento del poder soviético, se dice en ese informe, tienen exteriormente la apariencia de una ocupación extranjera, porque en el país mismo no había nadie que estuviera dispuesto a tomar parte en una rebelión o en una revolución. Y en el momento de la proclamación del régimen soviético, no había en toda Georgia, un solo miembro del partido capaz de montar un golpe o de tomar su dirección, y la tarea fue asumida por elementos dudosos, e incluso criminales.” (Citado por David Marshall Lang en A Modern History, Londres, 1962, p. 240.) Majaradze y otros dirigentes bolcheviques georgianos serían tratados de nacionalistas por Stalin, y más adelante liquidados.
Radek devuelve la pelota ”georgiana”, sacando a relucir los casos de Irlanda, la India, etc. Y argumenta con la necesidad de petróleo que tiene la república soviética. Otto Bauer está de acuerdo con Radek en la responsabilidad de los partidos de la II Internacional en una serie de violaciones de los derechos de los pueblos desde 1918, pero, dice: ”En el caso de Georgia son, de ambos lados, partidos proletarios y socialistas los que tienen la responsabilidad; es un ejército a cuya cabeza flota la bandera roja, el que esta vez representa la ocupación militar; y en todas partes donde el proletariado protesta ahora contra los actos de violencia del imperialismo, se le responde indicándole irónicamente Georgia.” Es posible que esta especulación de los líderes de la socialdemocracia, incluso de los que se situaban más favorablemente respecto a la revolución rusa, tuviera su influencia en la revisión que Lenin inicia poco después de la política bolchevique en Georgia, enfrentándose violentamente con Stalin.
44 El artículo sobre la Conferencia de las Tres Internacionales, se encuentra en el t. 33, p. 294 y s. La nota sobre las ”actitudes imperialistas” en el t. 36, p. 559.
Lenin, t. 33, p. 295.
46 Congresos I-IV, p. 157.
V Congreso, p. 425 (el subrayado es nuestro. FC).
Ibid., p. 30, 80.
Ibid., p. 425.
Ibid., p. 378-379.
En enero de 1924 se había formado el gobierno Mac Donald, el primer gobierno laborista de la historia de Inglaterra. No cumple las promesas electorales de tipo social (nacionalizaciones, etc.). En el seno de las tradeunions se desarrolla un ala izquierda, expresión de la radicalización de las masas obreras. Bajo la presión de las masas y de la parte de la burguesía interesada en la exportación hacia la URSS, el gobierno Mac Donald cumple parcialmente su promesa electoral de normalizar las relaciones con la república soviética: la reconoce de jure, sin intercambiar embajadores. A finales de año, los laboristas, y sobre todo los liberales, son derrotados en las elecciones. Sube al poder un gobierno conservador que practica una política claramente antiobrera. La radicalización de las masas se acentúa. Es en estas condiciones – con el fin de aparecer como ”izquierdistas” ante las masas y, al mismo tiempo, como un aspecto de la oposición a los conservadores – cuando los máximos líderes de las tradeunions deciden entablar negociaciones con los dirigentes sindicales soviéticos. El comité sindical anglosoviético se crea a comienzos de 1925.
Detrás de esta maniobra oportunista del Comité Ejecutivo de la IC estaba la política exterior soviética, uno de cuyos objetivos fundamental en ese periodo era contrarrestar la política antisoviética del gobierno inglés. En su intervención en el Pleno del Comité Central del Partido Comunista ruso, de julio de 1926, Stalin define así la significación del Comité sindical angloruso: Su tarea consiste ”en organizar un amplio movimiento de la clase obrera contra nuevas guerras imperialistas, contra la intervención en nuestro país del más poderoso de los Estados imperialistas europeos: Inglaterra”. (Stalin: Obras, edición rusa, t. 8, p. 184.)
En mayo de 1926 se inicia la lucha obrera más importante de toda la historia de Inglaterra. Bajo la presión de las masas, y a fin de impedir que desborde hacia objetivos políticos radicales, los líderes de las tradeunions declaran la huelga general que dura del 8 al 12 de mayo. Por todo el país surgen espontáneamente comités de huelga, consejos de acción y otros órganos similares que en muchos casos se convierten en embriones de poder. Mientras tanto los líderes sindicales se dedican a negociar con el gobierno conservador a fin de romper la huelga. La situación es cada vez más difícil. El gobierno prepara el ejército, aparecen tanques en las calles de Londres. El 11 de mayo, el Tribunal Supremo declara ilegal la huelga. El 12 de mayo el Consejo General de las tradeunions ordena la vuelta al trabajo. La ley ante todo. Los mineros prolongan la huelga hasta diciembre de 1926, teniendo finalmente que aceptar una reducción del salario.
La gran huelga de los obreros ingleses suscita una amplia solidaridad internacional, y los sindicatos soviéticos envían cantidades importantes de dinero a través del comité sindical anglosoviético. Pero los líderes sindicales ingleses se niegan a entregarlo a los huelguistas. Sin embargo, los dirigentes soviéticos mantienen el comité, que en estas condiciones, evidentemente, no sirve más que para cubrir la política capituladora de los líderes de las tradeunions. El comité desaparecerá, finalmente, en 1927, por iniciativa de los ingleses, a raíz de la ruptura de las relaciones diplomáticas anglosoviéticas (mayo de 1927). En el XV Congreso del Partido Comunista ruso (finales de 1927), Kámenev y otros líderes de la oposición criticarán esa política, planteando que la ruptura hubiera debido producirse con motivo de la traición de los jefes de las tradeunions a la huelga. Bujarin responde que la ruptura ha tenido lugar ”sobre la cuestión más grave del movimiento internacional, sobre la cuestión de la guerra [es decir, de la amenaza de intervención contra la URSS, pues de eso se trataba. FC], y todo lo odioso de la ruptura ha recaído sobre los ingleses” (Informe de Bujarin al XV Congreso del PC (b), ed. cit., p. 51).
Stalin, t. 6, p. 296-297, 299. (Los subrayados son nuestros. FC.)
Stalin, t. 6, p. 403-406. Sobre la posición real de Lenin, véase t. 11, p. 90 de la 5a edición rusa.
Véase nota de G. Haupt, p. 292 de la Histoire du bolchévisme de Rosenberg.
Stalin, t. 7. p. 100.
Stalin, t. 10, p. 302, 301; t. 12, p. 22.
Trotski comenta que el viraje implicado en la idea del ”tercer periodo” estaba en razón inversa del viraje real del desarrollo histórico: ”La línea directa y brusca hacia un auge revolucionario [estaba en contradicción] con la situación objetiva después de las grandes derrotas en Inglaterra y China, el debilitamiento de los partidos comunistas, el auge en la industria y el comercio en una serie de países capitalistas importantes”, y da lugar a tendencias aventureras, a un corte aún mayor de los partidos comunistas con las masas, etc. (Ecrits, III, p. 25-26.)
Stalin, t. 12, p. 17.
En Critica marxista, julio-agosto de 1965, se han publicado extensos fragmentos de las intervenciones de Manuilski-Kusinen, Thaelmann, etc., en el X Pleno del Comité Ejecutivo de la IC. Los párrafos citados se encuentran en la página 145 de la revista.
Ibid., p. 172.
Ibid., p. 169. Togliatti pudo escapar a la suerte que corrieron otros ”conciliadores” gracias a una hábil retirada ”táctica” en la que tuvo que hacer concesiones importantes. Por ejemplo, aceptar la tesis del ”socialfascismo” y depurar el partido italiano de ”derechistas”. Tasca fue la principal víctima, pero la cosa no dejó de tener sus repercusiones en la situación del mismo Gramsci, problema aún no esclarecido totalmente.
Branko Lazitch: Les Partis Communistes d’Europe, p. 163164.
Los datos sobre los comités de fábrica son dados por Trotski en Ecrits, III, p. 204. Los relativos al tanto por ciento de comunistas afiliados a los sindicatos, por Dimítrov, en su informe ante el VII Congreso de la IC (Op. cit., p. 88). La posición de Stalin en diciembre de 1928 se encuentra en el t. II, p. 321. G. Badia, en La fin de la République Allemande, cita el gráfico publicado por M. Crouzet en su Histoire de la Civilisation Contemporaine. Tres curvas muestran el paralelismo extraordinario entre los progresos del nacionalsocialismo (adherentes y electores) y el número de parados. De
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acuerdo con la ”lógica” del mecanismo capitalista, el aumento del paro iba acompañado paradójicamente del aumento de la jornada de trabajo, lo que acentuaba la situación ”privilegiada” de la masa obrera incluida en la producción – base fundamental de la socialdemocracia – respecto a la masa en paro forzado.
Citado por Gilbert Badie en la Histoire de l’Allemagne Contemporaine, t. I, p. 277.
Trotski: Ecrits, III, p. 41-42, 249, 140. Para el PCA, Noske, ejecutor de la represión contra los espartaquistas en 1919, y Zorgiebel, prefecto socialdemócrata de policía en Berlín, que dirigió la sangrienta represión de la manifestación del primero de mayo organizada por los comunistas en 1929, eran los máximos representantes del ”socialfascismo”.
Trotski: Ecrits, III, p. 283, 345, 29.
La frase entrecomillada es del dirigente comunista francés G. Cogniot, en su artículo ”Social-démocratisme et léninisme, les deux lignes du mouvement ouvrier au xxe siécle”, Cahiers du Communisme, n. 10, 1968, p. 59. Fiel a la leyenda fabricada por la historiografía estaliniana, Cogniot explica el error del PCA por la ”influencia de ciertos dirigentes, como Heinz Neumann, opuestos a la política de frente único obrero que defendía Thaelmann”. Agrega – i estamos en 1968! – “una mala inspiración del Comité Ejecutivo de la IC”. Lo que era el fruto de toda una política llevada durante años se convierte en una ”mala inspiración”. Neumann, Remmele y otros de los ”ciertos dirigentes” a que alude G. Cogniot no tuvieron ni más ni menos responsabilidad que Thaelmann. Pero, después de la catástrofe de 1933, sirvieron de chivos expiatorios (como podría haberle ocurrido a Thaelmann, de no haber caído en manos de los nazis) a la política de Stalin. Junto con otros dirigentes comunistas alemanes refugiados en la URSS – como Eberlein, uno de los fundadores del partido, Kiepenberger, responsable del aparato de información militar del partido, etc. – fueron asesinados durante la gran purga estaliniana de la segunda mitad de los años treinta.
Trotski: Ecrits, III, p. 64.
Ibid., p. 243-244.

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