sábado, septiembre 19, 2015

Joaquín Penina, primer anarquista fusilado



Joaquín Penina era oriundo de Gironella, una aldea de la comarca de Berguedá, provincia de Barcelona (Cataluña), España. Nació en 1901. Cuando llegó a la ciudad de Rosario, en 1925, ya militaba y profesaba ideas anarquistas, enrolado en ese entonces en la FORA (Federación Obrera Regional Argentina).

Inmigrante de la causa obrera

Impulsado por las ideas de los obreros y obreras que llegaban desde España e Italia, Penina se afilió al gremio de los albañiles y comenzó a militar en la Federación Obrera Rosarina, que nucleaba a varios sindicatos. Es posible, como tantas otras familias obreras, que el joven albañil viajó a Argentina por problemas con la dictadura de Primo de Rivera. Otras investigaciones sobre su vida, también afirman que llegó a ese país para eludir el servicio militar obligatorio en España. En Giornella, se encontraban sus padres y un hermano a quien debía girarle parte de sus ahorros de lo trabajado en Argentina. En España, simpatizaba con las ideas del socialismo anarquista y había participado en sus luchas. Aquellos valientes obreros traían consigo una gran experiencia revolucionaria.
Entre 1870 y 1929 llegaron a la Argentina, alrededor de 6 millones de inmigrantes europeos, de los cuales algo más de 3 millones se radicaron definitivamente en el país. La crisis de 1929 frenó ese empuje. La respuesta del gobierno, con tal de aplacar la tenacidad y la organización del movimiento obrero que se desarrollaba en Argentina, fue la Ley de Residencia y la persecución política.
Penina se dedicó a la albañilería, concretamente a la colocación de mosaicos en pisos y paredes. Joaquín poseía una biblioteca en la que convivían obras literarias con diarios y revistas políticas. El albañil catalán prestaba esos textos a sus compañeros o se los vendía a precios baratos. Esa militancia, camuflada por una improvisada actitud de bibliotecario, le permitió entrar en contacto con los cuadros más lúcidos o instruidos del anarquismo y del movimiento obrero rosarino. Trabajó como "canillita" del periódico La Protesta (órgano escrito de la FORA en ese entonces) y como integrante de la Guilda de Amigos del Libro, oficiaba de distribuidor en Rosario de literatura anarquista proveniente de España y de Buenos Aires.
En 1927 conoció por primera y única vez las cárceles del sur provincial: fue detenido en medio de las protestas lanzadas tras los asesinatos de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. Fue el primer anarquista fusilado en la dictadura de Uriburu.

La dictadura de Uriburu y la detención de Joaquín

La situación nacional empeoró desde fines de 1929, al haber estallado la crisis económica mundial, que sumió a los países capitalistas en uno de los peores dramas desde su existencia. El derrumbe de la economía internacional, con sus secuelas de quiebres de empresas, desocupación, hambre y miseria se extendió desde los Estados Unidos al resto de los países.
El 6 de septiembre de 1930 la población de Buenos Aires vio marchar a los cadetes del Colegio Militar por Callao y luego por Avenida de Mayo hasta la Casa Rosada. Al frente del movimiento cívico-militar estuvo el general José Félix Uriburu.
En ese momento el joven albañil Joaquín Penina, de 29 años, vivía en una habitación de pensión en calle Salta n.º 1581 (entre calles Presidente Roca y Paraguay).
El 7 de septiembre de 1930, un día después del golpe de Uriburu, se publicó el bando que disponía “pasar por las armas” a quienes participaran de la difusión de propaganda opositora al gobierno y a las autoridades de facto. En los meses que siguieron al golpe, y aún durante buenos partes del año siguiente, comunistas y anarquistas, afiliados o dirigentes gremiales muchos de ellos, serían perseguidos, capturados, torturados, y luego fusilados formalmente y según lo establecido por decreto.
Cuando ese día todos huyeron y los milicos golpistas llegaron desfilando, el obrero Joaquín Penina, imprimió volantes en Rosario llamando a la resistencia contra el golpe. Y no sólo eso, sino que salió a la calle para repartir esos volantes.
El 9 de septiembre de 1930 Penina fue detenido junto a dos compañeros suyos, Porta y Constantini. Recibió un único cargo: la distribución de los panfletos contra la dictadura de Uriburu. Le adjudicaron la autoría del panfleto y hasta la responsabilidad de imprimirlo.
- ¿Es usted anarquista?
- Sí, soy anarquista.
- ¿Por qué?
- Porque amo a la humanidad y a mis semejantes. Aspiro a una sociedad mejor organizada y tengo mis ideas…”.
Así declaraba Joaquín Penina frente al interrogatorio de sus verdugos. Sin saber que lo acechaba la muerte. Estas palabras aparecieron en un folleto editado en 1932 por el comité pro preso y deportado de la FORA.

Esa costumbre de fusilar

El jefe de pelotón de fusilamientos fue el subteniente Jorge Rodríguez, quien años después contó cómo se llevó a cabo el crimen y los últimos momentos de vida de Penina.
En El culto de los asesinos, de Osvaldo Bayer, así es relatado: “Fue bajado del camión y sintió el ruido de las cargas de las pistolas. Entonces yo, que lo tenía a un paso, lo vi abrir los ojos en mirada de asombro y rápidamente comprender. Dio un medio paso atrás y le vi morderse el labio inferior como si prefiriera sentir el dolor de su carne más no el temor. Yo iba detrás. Desde que lo había visto bajar, en mi frente y en mis ojos sentía que se había posado un velo de extrañeza y de irrealidad. No quise prolongar la valiente agonía de ese hombre. Ordené: ¡Apunten! Entonces el reo giró la cabeza hacia la izquierda y mirando con odio al grupo que presenciaba, gritó: “–¡Viva la anarquía! –su voz era templada, yo no vi temor. “¡Fuego! –ordené, sin ver ya nada. Tres tiros”. Después de describir cómo le dio en la cabeza él mismo con el tiro de gracia, agregó el subteniente: “Todos nos acercamos hasta donde estaba el cadáver y alguien dijo: ‘Fue un valiente hasta el último momento’. Vestía pobremente: zapatos de caña; pantalón, no sé si de fantasía o marrón oscuro. Un saco también oscuro. Era rubio y de pequeña estatura. Representaba unos 25 o 26 años. De sus bolsillos se sacaron dos o tres galletas marineras muy duras y en parte comidas, y un giro de cinco pesetas para un hermano de Barcelona. El giro no llegó a mis manos ni sé tampoco quién se lo llevó”.
Meses más tarde, en la Penitenciaria Nacional de Las Heras, Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó, los dos enrolados en la tendencia libertaria, correrían igual suerte que Penina.
El capitán Sarmiento, que dirigió el fusilamiento, murió en un atentado en el año 1932 cuando viajaba por una ruta provincial de San Juan hacia El Marquesado. Según la investigación de Quesada, el auto del Capitán fue interceptado por dos personas que lo apuntaron con armas y le gritaron: “¡Acordate de Penina!”.
Su cuerpo nunca apareció. Del otro lado del mar, en la II República Española, al enterarse de su muerte los vecinos de Gironella impusieron su nombre a la calle principal del pueblo. El franquismo abolió dicho homenaje durante cuarenta años. Pero la memoria popular es paciente y empecinada.
Cuarenta años después de su muerte, la historia de Penina fue reconstruida por el poeta rosarino Aldo Oliva (1927-2000). Pero esa investigación no alcanzó a ser publicada, porque -en una triste coincidencia- la quinta y última dictadura militar argentina (1976-1983) quemó los cinco mil volúmenes impresos por la editorial de la Biblioteca Pública Popular Constancio C. Vigil. En 2003 reapareció un único ejemplar que había sido librado de las llamas y se reeditó en 2007.
En 1995, una ordenanza del Concejo Municipal de Rosario renombró la conocida calle Regimiento Once (en la zona sur de Rosario) con el nombre de Joaquín Penina. El 17 de septiembre de 1999, en el Parque Regional Sur (del Barrio Saladillo de Rosario) se inauguró la plazoleta Joaquín Penina. Se instaló una placa donde nombra a Penina como “obrero ejemplar”.
Los trabajadores tenemos que aprender y sacar lecciones de las grandes hazañas y experiencias que realizó la clase obrera que, en Argentina, se formó al calor de las primeras organizaciones obreras de la región con miles de proletarios venidos de Europa y otros continentes. Estos obreros, trabajadores inmigrantes, traían una rica experiencia de lucha y organización en el viejo continente. Diferentes tendencias e ideologías envolvieron a los trabajadores de aquella época que pusieron en pie sus propias organizaciones e instituciones. Socialistas, comunistas, anarquistas y sindicalistas pelearon por la dirección del movimiento obrero. Joaquín Penina fue parte de estas grandes hazañas y peleó por sus ideas hasta el último momento.

Federico Puy

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