miércoles, noviembre 25, 2015

Reseña de la novela proletaria “Judíos sin dinero” de Michael Gold



La infancia en un duro barrio de inmigrantes, el Lower East Side de principios del XX, poco tiene que ver con las idealizaciones que el cine ha realizado posteriormente en películas como “El padrino”. Judíos sin Dinero, novela autobiográfica, narra la cotidianeidad de la lucha de clases desde el hueco de la escalera de vecinos, desde las callejuelas en las que la vida se disputa el pan con la explotación y la miseria. Su lectura constituye un documento importante para abordar la memoria política de aquellos barrios bajos que en su día alojaron al proletariado más explosivo y que hoy están siendo desdibujados por los procesos de gentrificación galopante. Las historias que se nos cuentan en Judíos sin Dinero bien podrían haber trascurrido en el Raval de Barcelona o en la Alameda de Hércules de Sevilla.
Mike Gold (1894-1967) es el seudónimo de Itzok Isaac Granich. Nacido en el East Side de Nueva York, en una familia de inmigrantes rumanos judíos, su novela autobiográfica “Judíos sin Dinero” llegó a convertirse en un bestseller durante los años 30 siendo considerada por la crítica como una de las más preeminentes obras de la denominada “literatura proletaria” – en España fue editada casi inmediatamente después de su publicación en Estados Unidos por la mítica editorial Cénit. Desde su primera obra impresa “Three whose hatred killed them”, un poema dedicado a tres anarquistas que murieron mientras preparaban una bomba contra John D. Rockefeller, Gold fue un impetuoso defensor de las causas radicales del proletariado norteamericano. Amigo del escritor John Reed y fuertemente influenciado por la escritura de Walt Whitman, militó en el Partido Comunista de los Estados Unidos hasta su muerte.
“Judíos sin dinero” fue su única novela
Pícaros, tahúres y vagabundos, politicastros callejeros, pugilistas de jersey, falsos deportistas y cargadores del muelle, toda era gente del East Side, que entraba y salía sin cesar, en interminable procesión por las puertas de mimbre de la taberna de Jake Wolf.
El chivo del tabernero, tendido en la acera, consumía un número de la Police Gazette.
Las tetudas madres del East Side empujaban los cochecitos de sus niños y chismorreaban. Carros y carros pasaban traqueteando. Un calderero remendón martilleaba el cobre. Las campanillas de los traperos repiqueteaban.
Torbellinos de polvo y de periódicos. Las prostitutas reían a carcajadas. Pasaba un profeta, un trapero judío de barba blanca. Los granujas bailaban alrededor del organillo. Dos vagos se golpeaban.
¡Bullicio, suciedad, riñas, caos! El estruendo de mi calle se alzaba como la explosión de un carnaval o de una catástrofe. El ruido resonaba continuamente en mis oídos. Hasta dormido lo oía. Lo oigo ahora.

Falconetti

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