sábado, marzo 12, 2016

La Benemérita en el cine



Uno de los méritos apuntados al régimen de la Transición era que este había logrado “domesticar” a la Benemérita. No conozco ningún estudio sobre dicho logro, pero sí recuerdo que en uno de los último boletines de Amnistía Internacional, una persona entrevista a la pregunta sobre qué le parecía la Guardia Civil respondía: Salvo algunos, todos buenos.
Desde luego, para la gente mayor que conocimos el franquismo, esto no deja de resultar sorprendente. La escena inicial de la película Belle Époque (España, 1992), de Fernando Trueba, en la que las “dos Españas” se enfrentan a través de dos guardias, el suegro civilizado, el yerno, un “mandao”, “un desertor del arado” como decían en mi pueblo, resulta gratificante porque al final el segundo mata “accidentalmente” al primero y luego se suicida, no da la idea de lo que fueron durante la República. Cierto que los hubo que se pusieron al lado del pueblo, pero fueron una minoría. Luego enseñaron su peor cara, y sin embargo.
Sin embargo, siguen siendo intocables. Sí te metes en el apartado “videos” de Internet, lo que te encuentras documentos visuales en los que “el Cuerpo” es tratada como sí hubiera sido bendecida por “la Gracia”, era un “Cuerpo” sobre el que censura no permitía tan siquiera de errara un disparo. El sentimiento reverencial era tal que El Crimen de Cuenca (1979 Pilar Miró), que describía las prácticas de tortura en el “cuartelillo” en una historia que se remitía a principios del siglo XX, fue denunciada por el ministro de cultura de la UCD, Ramón de la Cierva, un historiador franquista “sin complejos”. Durante la guerra, la Guardia Civil se dividió allí donde hubo resistencia obrera, pero en su mayoría se opuso del lado de los golpista, una “gesta” que fue parte de un largo listado, aunque su suprema exaltación llegó con El santuario no se rinde (Arturo Ruiz- Castillo, 1948), una gesta de guardias y familiares dispuestos a abrazar la palma del martirio a la manera de los cristianos primitivos que se ofrecían a los leones cantando glorias al Dios, mientras que fuera una turba plebeyo enloquecida aparecía descrita como verdaderos “zombies” a los que Rusia les había “comido el coco”. Por supuesto, en ningún momento se informe que el “honor” del capitán Cortes no era otro que de su juramento de fidelidad a la República.
En la inmediata posguerra, el protagonismo del Cuerpo fue absoluto fue en la guerra sucia contra el “maquis”, una implicación que fue exaltada en una producción en color y cinemascope Torrepartida (1956), película producida por Santos Alcocer (Los últimos días) y dirigida por Pedro Lazaga que se propuso realizar una suerte de “western” en los paisaje de las provincias de Teruel y Cuenca, en la sierra de Albarracin, y con protagonistas que se desplazan a caballo a la menor ocasión.
No hay que decir que el “maquis” representados como bandidos que -inauditamente- actúan con armas modernas, atracan bancos como Jesse y Frank James. Hay un guardia civil (el eficiente Enrique A. Diosdado que acababa de regresar del exilio) que como se contaba del general Moscardó, se ve obligado a escoger entre su hijo y el deber, más un personaje ambiguo (Germán Cobos), que está harto de que siempre se le recuerde que debe la vida a su hermano (“Sí él hubiera perdido la guerra yo habría hecho lo mismo”, dice), que sigue por oscuros motivos al jefe de la “partida” (Adolfo Marsillach, espejo de brutalidad, egoísmo, avaricia hasta un cierto viso de homosexualidad; todo menos ideas), pero que al final se arrepiente porque no es bueno que el Caín republicano se rebele contra el Abel franquista.
Al inicio, la película denuncia “La desunión entre hermanos, fomentada por pasiones e intereses bastardos, conduce inexorablemente a la ruina y a la muerte.” Resulta evidente que a Lazaga le faltó la convicción que puso en Cuerda de Presos (1956), uno de sus pocos títulos salvables y en el que cuenta la historia de una pareja de guardias civiles que llevan a un preso…en 1890, aunque el sistema había funcionado hasta fechas recientes.
Lamentablemente, el contrapunto que pudo representar Memorias del coronel Escobar (José Luis Madrid, 1984), figura entre las más torpe y miserables de todas las evocaciones del cine sobre la guerra española. Al parecer, sus responsables trataron de extraer un beneficio de la novela premiada con un Planeta (y obra teatral como La guerra del General Escobar) de José Luis Olaizola. Con unos medios irrisorios que ni tan siquiera se trata de disimular, la películas se inicia un amanecer de 1940, el general Antonio Escobar Huerta fue fusilado con honores militares en los fosos del castillo de Montjuic. Su único delito fue ser fiel a la República y a sus juramentos de fidelidad a ella. Él mismo dirigió su propia ejecución, con serenidad, sin presunción, con la tranquilidad de los que saben que han cumplido con su deber. En las notas de su diario, escrito en la prisión, puede leerse lo siguiente: “… Dios escribe Derecho con renglones torcidos… Sin mi vida y la de todos los que han caído, sirve para que no vuelva a repetirse, nuestra sangre no habrá sido estéril.” Un buen argumento destruido. Ni tan siquiera el buen hacer de Antonio Ferrandis, que hace lo posible por evitar el mayor de los ridículos, consigue salvar la función.
Bajo el franquismo, la opinión del pueblo que recitaba con la boca chica el Romance de la Guardia Civil que decían le costó la vida a García Lorca, y contaba chistes entre estos y los gitanos. Este sentimiento se hizo especialmente representativo en los tiempos del “maquis”, y se hace notar en títulos como Behold a Pale Horse… (Fred Zinnemann, 1964), y más tarde, gracias a esta “leyenda blanca” el Cuerpo sale airoso de acontecimientos tan reveladores como los expuestos en El Caso Almería (Pedro Costa, 1984), evento sobre el que el cine tardaría cuarenta años en volver con Lasa y Zabala (Pablo Malo, 2014) que se atreve a dictaminar que: “El cuartel de Intxaurrondo fue el mayor centro de torturas de Europa occidental” (Martxelo Otamendi, ex director del diario Egunkaria)
Como en tantos tras historia de la infamia del franquismo, la verdad sobre la actuación de la Guardia Civil contra el “maquis” apenas sí se comenzado a ser revelada desde el cine, primordialmente desde el documental. En el Museo de Historia se siguió tratando al “maquis” como bandoleros y cosas peores hasta que por unanimidad el Congreso de diputados los “rehabilitara” como “guerrillas antifranquistas” y “combatientes por la libertad”.
En historias como la contada en La partida de Girón (Carmen Lázaro& José Oliva, 2011), y que han comenzado a restituir la otra verdad. El prestigio de la Benemérita no ha sido cuestionado ni tan siquiera por la “traición” del 23.-F y el grotesco espectáculo del coronel Tejero, de los “números” que entraron a tiros en el Congreso por lo que solamente unos pocos fueron condenados a penas irrisorias. Esta “leyenda blanca” se hace ostensible en programa televisivos como el que le dedicó España en la Memoria, un programa presentado por Alfonso Arteseros y en el que diversos tertulianos se ponen de rodillas para proclamar que quien le puso Benemérita que –como se dice en La Salvaora- tan bien los nombres sabía poner…
Volviendo al presente, todo indica que el amigo de amnistía Internacional no mira al conjunto. Es cierto que son cuerpos contra el fraude de la Guardia Civil los que cumpliendo con su deber –“su honor”-, destapando toda la basura acumulada durante décadas de bipartidismo. De un tiempo en el que, como todo el mundo sabe, se habían establecidos unas leyes con las que se podía meter en la cárcel a cualquier infeliz robagallainas, al tiempo que hacía literalmente imposible que pasara nada parecido con la corrupción empresarial y política, dos caras de una misma moneda. El día en el que una buena investigación se meta en este tramo en los pasillos del poder allá por los años ochenta, se descubrirá que mientras más arriba, más corrupto se había hecho este sistema.
Pero por otro lado, baste recordar actuaciones como la de la matanza de emigrantes en Ceuta, y la actuación de un par de hijos políticos de Manuel Fraga Iribarne como lo son el ministro de Defensa y el Director de la Guardia Civil. Jorge Fernández Díaz, para comprobar que la vieja cara que describió García Lorca sigue presente (y dominante). Que en “el Cuerpo” todavía quedan agentes siniestros “de los de antes” y que en este punto, como en todos los referidos a los poderes fácticos, todavía queda mucho por hacer.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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