sábado, marzo 12, 2016

“Memoria histórica” de la resistencia antinazi. 13 minutos para matar a Hitler



Es conocida la retorcida frase del “ciudadano” Arcadi Espada según la cual el cine sobre la guerra española era una de las empresas más prósperas del país. Semejante despropósito ha sido desmontado por especialistas como Magi Cruells (La guerra española: cine y propaganda, Ariel, 2000, pp. 18-19),¡ demostrando que en realidad era todo lo contrario, que su número era irrisorio por más que, por razones obvias, algunos títulos como los de Jaime Camino, adquieran una trascendencia incuestionable.
La perversión de Espada resulta tanto más infame sí tenemos en cuenta que durante casi treinta años el régimen solamente permitió sus “lecciones” de la “Cruzada” vestidas con diversos trajes, y que las excepciones como Morir en Madrid (1963) fueron objeto de una guerra declarada en la que no faltó una tentativa de compra millonaria (50 millones de los de entonces cuando no había costado ni cinco), ni la producción de una réplica, Morir en España (1965), dirigida por Mariano Ozores, por cierto recientemente premiado con el Goya por el conjunto de su infumable y repelente trayectoria como director (¡y no cayó ningún rayo, ni hubo ninguna protesta!
Por otro lado, Espada ignora que la “memoria histórica” ha sido uno de los temas más recurrentes en Hollywood, así como de diversos países europeos que sufrieron la ocupación nazi, sin ir más lejos Alemania. Cualquiera que esté un poco al tanto del cine que nos ha llegado de la primera potencia europea, sabrá que, salvo excepción, tratan del nazismo; baste recordar la memorable y premiada Sophie Scholl (Marc Rothemund, Alemania, 2005), que refleja la tendencia dominante entre los cineastas: se realza la labor de los resistentes que se opusieron al III Reich. Ahora nos ha llegado 13 minutos para matar a Hitler obra de un autor, Oliver Hirschbiegel, cuya mayor fama se debe a la realización de El hundimiento (2004), un minucioso retrato del final de Hitler y de sus files más cercanos. A título de detalle cabe rememorar que ni el suicidio de Hitler ni la ejecución de Mussolini (en Italia existió una depuración antifascista significada que fue ocultada), fueron ocultadas por la prensa del régimen franquista.
13 minutos para matar a Hitler trata de un intento frustrado por liquidar al “Fuhrer” en noviembre de 1939. Un tema en verdad recurrente. Baste recodar que el medio ha abordado en más de una ocasión la operación Valkiria en julio de 1944, preparada por el coronel del Estado Mayor Claus von Stauffenberg para asesinarle; en particular, Valkiria (EUA, 2000), el conocido título de Brian Synger. Aunque mucho más interesante fue Mant Hunt (El hombre atrapado, EUA, 1941), uno de los alegatos realizados por el airado Fritz Lang que durante esta época puso la bandera del cine antifascista en el punto más alto de su historia. En este caso, el protagonista era un cazador que llega a tener a Hitler en el punto de mira de su fúsil, pero los escrúpulos le pueden. En su día era evidente que Langa cuestionaba la “bondad” del personaje e introducía una sugerencia más que evidente.
No deja de resultar significativo que después de un pasaje más bien mediocre por Hollywood, Oliver Hirschbiegel haya escogido esta historia propia, una opción que declara opuesta a la que le habían brindado en la Meca. En este nuevo gesto de “remover” la historia más oscura de su país, el cineasta ha escogido reivindicar la acción de un “maldito” borrado de los libros, la de Georg Elser, un idealista (una suerte de “hippie” de entonces), “un artesano muy dotado para el trabajo manual, inteligente y con encanto para las mujeres”, que dio el paso al frente. Su fracaso le convirtió en un “monstruo”, incluso llevó a su familia a cambiar su apellido, un fracaso debido al azar. Elser, que había actuado totalmente por su cuenta, puso una bomba en la cervecería Bürgerbräukeller de Munich, una de las más grandes de la ciudad, el lugar en donde Hitler asistió a un mitin. Pero por aquella vez, Hitler acortó su arenga y se fue 13 minutos, justo antes de que explotara el dispositivo que se llevó por delante a siete personas.
Hirschbiegel compara su personaje con Edward Snowden, un personaje que había sido borrado de la historia alemana incluso después de la caída del nazismo. Una historia que nos recuerda a mil y una de las nuestras. También resulta incuestionable la razón de fondo, no hay pregunta sobre si Elser debió asesinar a Hitler. Está fuera de cuestión, otra cosa es especular sobre cuáles habrían sido sus consecuencias. Se trataba de hacer algo necesario y hubo alguien que trató de hacerlo, y eso lo suficientemente digno como para motivar una película que volverá a molestar a los partidarios del olvido, a aquellos que dicen que hay que pasar página porque no les gustan las verdades escritas en ella.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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